Trilobites

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 16 de junio de 2012

PORTADA setenta acr’licoUna docena de cuentos es todo lo que legó a la posteridad Breece Dexter Pancake, que adoptó el D’J como segundo nombre en sus publicaciones por un error de imprenta que terminó por gustarle. Escueta herencia: es que se suicidó a los 26 años, en 1979, por razones que no han podido dilucidarse. A la inversa de otra gran promesa de las letras estadounidenses que también se quitó tempranamente la vida, John Kennedy Toole, el talento de Pancake sí era reconocido y varios de sus relatos aparecieron en la prestigiosa revista The Atlantic, donde precisamente se originó la errata que lo rebautizó. A cuatro años de su muerte apareció la edición de estos 12 cuentos, traducidos al castellano por primera vez.

La impresión que produce la lectura de los relatos es extraña. Por un lado, pareciera tratarse de un estilo y temáticas familiares; de hecho, tal como señaló Rodrigo Fresán, Pancake se inscribe en la tradición muy estadounidense de la literatura de los espacios abiertos. Pero también ofrece una sorprendente madurez estilística y recoge como pocos el ambiente rural de los blancos pobres, tal como antes James Agee en Hablemos ahora de hombres famosos (en plan reportaje, eso sí) y hace poco Donald Ray Pollock en Kno-ckemstiff. También recuerda, pero sólo en el sentido de la manera de construir los relatos, a Raymond Carver; se trata de momentos, de retazos de vidas, de tramas que podrían haber comenzado antes y haber terminado después. Lo que importa es el clima y su certera caracterización de personajes que muestran tanto la dureza que emana de sus malas condiciones de vida como la fragilidad propia de la especie humana. Hay algo ásperamente sofocante en cuentos que desnudan miserias y brutalidades, celos y pasiones, pero sobre todo la desesperanza que atenaza vidas sin horizonte ni misterio. Por lo mismo, importan poco los finales abiertos y las tramas que parecen no resolverse; lo que pueda haber ocurrido antes y lo que después vendrá no será muy distinto de estos momentos de implacable dureza que Pancake supo trazar con tanta firmeza. Él mismo lo sugiere: «En la gasolinera, en un día sin nada que hacer, a veces pienso en las cosas que tal vez le ocurrieron a Chester, me invento pequeñas obras para que me las represente, esté donde esté». Pocas líneas pueden representar mejor el tedio profundo de un pueblo perdido en el campo sin límites de la América rural.

Breece D’J Pancake.Alpha Decay, Barcelona, 2012. 229 páginas.

Mis lecturas favoritas de 2014

Hacer una lista de fin de año entraña un gran riesgo: revela tanto lo leído como, sobre todo, el inagotable universo de lo no leído. Dicho esto, van, sin orden de prioridades ni pretensiones canónicas, algunos de los libros que más me gustaron en mis lecturas de 2014.

Galveston, de Nick Pizzolatto.  Recién llegada a Chile. Leí la edición argentina hace unos meses. Es de las mejores novelas policiales que he leído en los últimos años, aparte de dos clásicos de los que hablo más abajo. Acá la reseña.

Tela de sevoya, de Myriam Moscova. La reseñé acá. Es un ensayo autobiográfico escrito con una admirable cercanía, que además descubre un bellísimo sustrato de la lengua que hablamos en América Latina y España.

clarisseEse libro fue la principal motivación para comprar El color del tiempo. Poesías completas, de Clarisse Nicoïdski (Sexto Piso, Madrid, 2014; 117 páginas), escritora francesa de origen sefardí que, aparte de novelas escritas en francés y no traducidas al castellano, escribió un puñado de poemas cuyo propósito fue el de mantener viva la lengua, o la lingua, familiar. «Muchas linguas se hablaban en casa: el italiano, el serbo croato, unas palabras en allemán, y un poquito de francés. Y se cantavanlas todas. Una lingua tenian mis padres conocida de ambos: la que llamabamos el “spaniol muestru” y que nos venia de nuestros abuelos, llegados al “Ottoman turco” como se decia, desde la Inquisición d’España». Son poemas de extraordinaria limpidez, dedicados a los ojos, a las manos, a la boca, a las penas de amor, a las palabras; versos breves, poemas breves, que hay que leer “kon su musika de orijín”, como dice la abuela de Moscova, e intentar entenderlos bajo esa cadencia del lenguaje antes de mirar la página de enfrente, donde el traductor, Ernesto Kavi, trató de aliviar la “herida abierta”, la “memoria que está sangrando”, entre el sefardí y el castellano, para recuperar la dulzura perdida en el tiempo.

qui dizirás?
in tu boca
las palavras puedin ser piedras

i puedin ser palavras

qui dizirás?

La casa de hojas, de Mark Z. Danielewski. Es de 2013, pero se distribuyó en Chile en 2014, así que acá la incluyo con la reseña anotada. Es una novela apasionante, por lo distinta y por la enorme capacidad lúdica de su autor. Un placer de principio a fin.

Cuando hablábamos con los muertos, de la escritora argentina Mariana Enríquez, es otra interesantísima obra que muestra cómo la narrativa de género puede romper fronteras y anclarse en situaciones sumamente cotidianas o en procesos históricos. Es de 2013, pero la leí y reseñé a comienzos de 2014.

El silencio de los animales, de John Gray. Un filósofo inglés que escribe mucho y que vuelve sobre sus temas, hasta destilarlos en un libro breve y provocador. La reseña de rigor, aquí.

uno-es-un-numero-solitarioUno es un número solitario, de Bruce Elliott. No la he reseñado. En 2012, la editorial de clásicos de la novela negra Stark House rescató, en un solo volumen, dos novelas policiales de comienzos de la década del cincuenta. A su vez, la editorial argentina La Bestia Equilátera las publicó, pero por separado. En 2013 apareció Mi ángel tiene alas negras, de Elliot Chaze, reseñada aquí; y en 2014, la de Elliott. Impresiona cuánto tienen en común ambas, aunque las historias sean completamente distintas. Las mujeres también desempeñan acá un papel crucial y la desgracia se respira desde las primeras líneas. Como retrato de la sociedad estadounidense, es despiadada. Como indagación en los abismos del espíritu humano, es más implacable aún.

Al sur de la Alameda, de Lola Larra, con ilustraciones de Vicente Reinamontes, es una excelente novela destinada al público juvenil, con una sólida historia de revuelta estudiantil y de ritos de paso hacia la madurez. Puede sonar tópica la idea, pero está muy bien desarrollada.

Continuación de ideas diversas, de César Aira. Entre las muchas publicaciones de Ediciones Universidad Diego Portales, hay muchísimas dignas de figurar en esta lista. Me decanté finalmente por estos ensayos de Aira, que dan para parodiar la famosa frase bélica: “el ensayo es la continuación natural de la narrativa”. Acá la reseña.

Ejercicios de encuadre, de Carlos Araya, es una propuesta original, arriesgada y bien escrita, que muestra nuevos caminos para la narrativa chilena.

CortezasDestaco dos ensayos difíciles de encontrar en Chile –y por eso no los reseñé-, pero Amazon está en todas partes. Cortezas, de Georges Didi-Huberman, continúa su ya larga y sumamente prolífica exploración de la imagen, su significado y su contenido. En Cortezas (Shangri La, Santander, 2014; 68 páginas) retoma los temas que planteó en Imágenes pese a todo. Memoria visual del Holocausto (Paidós, 2004) a través de una visita al campo de concentración de Birkenau y las reflexiones que se abren a partir de veintena de imágenes conducen a un ámbito más complejo y de mayores repercusiones, la barbarie, la historia y la cultura: «la cultura no es la cereza del pastel (nota: en Chile decimos “la guinda de la torta”) de la historia: es todavía y en todo caso un lugar de conflictos donde la historia misma cobra forma y visibilidad en el corazón de las decisiones y los actos, no importa cuán “bárbaros” o “primitivos” sean».

no tan incendiarioNo tan incendiario (Periférica, Cáceres, 2014; 189 páginas), de Marta Sanz, es un libro atípico –que incorpora columnas publicadas en diarios con un hilo reflexivo enunciado siempre en primera persona-, que viene a remover viejos asuntos más bien olvidados –o soslayados- en el presente: la relación entre literatura y política no tanto desde la militancia o la denuncia, sino desde una trinchera previa, el desenmascaramiento de la ideología, de las estrategias de mercado, de la sobrevaloración del lector (¡no siempre tiene la razón!), de la cultura como mercancía que todos consumimos. Mejor citarla: «Globalización y pensamiento único están en la raíz de la producción de unos textos que no se limitan a reflejar el contexto –tal es la creencia más común-, sino que son en sí mismos contexto: aquí volvemos a la necesidad servil y mercantil de complacer al lector, y también a la costumbre de profesionalizar la escritura y de pagar abundantemente a un escritor satisfecho, estómago lógicamente agradecido, mientras se excluye del campo, del canon literario y de las mesas de novedades, al escritor que no sintoniza con una sensibilidad mayoritaria».

Y al final, un cuarteto: me gustaron dos buenas lecturas venidas desde Argentina pero editadas en Chile, Desubicados, de María Sonia Cristoff, y Flores nuevas, de Federico Falco; y los primeros libros de dos escritoras jóvenes y promisorias, Reinos, de Romina Reyes, e Incompetentes, de Constanza Gutiérrez.

Amo a Dick

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 20 de septiembre de 2014

amo a dickLa escritora y cineasta estadounidense Chris Kraus vendrá a Chile a comienzos de octubre como invitada del Festival de Literatura de Buenos Aires, Filba, que desde el año pasado se celebra también en Santiago (y a partir de 2014, se suma Montevideo). Es entonces una buena oportunidad para hablar de su única obra traducida al castellano, Amo a Dick (título que contiene un obvio juego textual), libro interesantísimo que, aunque fue publicado originalmente en 1997, recién a fines de 2013 pudimos leerlo en español.

Se trata de una obra difícil de clasificar. Chris habla de sí misma, de su relación con su marido y con el elusivo Dick, el hombre del cual se enamora cuando está a punto de cruzar el abismo de los 39 años, «fecha de caducidad de una hembra», según escribe Eileen Myles en el prólogo. Pero habla también de muchas otras cosas, de su cine experimental, de su juventud en bares de toppless, de su calidad de «acompañante» en las fiestas de gente del arte, donde David Byrne y John Cale ponían la música, del arte contemporáneo, del judaísmo, del dilema que representa para el feminismo la Chica Guapa cuando ella se siente fea, de sexo, de política, de activismo, de viajes, del matrimonio (del suyo con Sylvere, pero también en general). Y lo hace a través de dos formas: el relato en tercera persona, lo menos frecuente, y las largas y sucesivas cartas que ella y su marido le escriben a Dick, cartas que son tanto una crónica del enamoramiento de Chris como un levantamiento más general sobre el papel y el lugar de las mujeres en una sociedad rabiosamente masculina.

Si hay algún rasgo que define con entera propiedad el libro es la intensidad. «Así que en un sentido amar es como escribir: vivir en un estado con tanta intensidad que es vital ser precisa y consciente», dice la narradora-protagonista. Mucho se ha escrito y elaborado sobre la propia vida como sustento de la ficción. Quizá este sea un caso inverso, al menos formalmente: la estructura literaria como soporte para llevar a cabo una intensísima operación de desnudamiento, de exploración de la verdad hasta un extremo insoportable, porque «ser real y absolutamente sincero es ser casi profético, volcar la cesta de los huevos». Y no queda huevo intacto tras el vendaval de un texto que se lee con la respiración contenida, por el poderoso impulso de verdad y de libertad que lo recorre de punta a cabo.

Chris Kraus. Alpha Decay, Barcelona, 2013. 339 páginas.

La casa de hojas (reseña anotada)

La casa de hojas[1]

CasadehojasEsta novela fue el debut literario de Mark Z. Danielewski, y vaya manera de entrar en la literatura[2]. La casa de hojas es una obra de singular osadía, que pone en escena al menos dos maneras de escribir muy diferentes, juegos tipográficos y de diseño que siguen el desarrollo argumental[3], cajas chinas, relatos paralelos y un impresionante acopio de material de apoyo, tanto inventado como existente. Ficción sobre ficción sobre ficción. Un anciano, Zampanò, escribe un largo manuscrito sobre un documental, El expediente Navidson. Un joven, Johnny Truant, lo encuentra tras la muerte del viejo y se dedica a editarlo. Mientras lo hace, escribe numerosas y extensas notas donde relata su vida (y sus temores, sus pesadillas y sus traumas). Y si el texto de Zampanò tiene mucho de académico[4] y analiza con erudición y profundidad el documental de Navidson, el de Truant es muchísimo más coloquial[5] y desenfadado[6], aunque progresivamente se entrelazan en un nivel muy profundo, el de los sueños, el de los monstruos de la mente, el del filo de la locura. No es que Navidson sea un loco, pero el documental trata de su encuentro con un lugar frío, oscuro y amenazante que desafía las leyes físicas y que está en el lugar más familiar posible, la casa de campo donde el cineasta y fotógrafo se ha ido a vivir con su mujer y sus hijos para tratar de recomponer una relación ya gastada[7]. La intención de Navidson era registrar su vida familiar en el nuevo entorno; pero de repente aparece una pieza[8] nueva en la casa y luego un pasillo gélido y negro que se abre hacia las profundidades de la tierra. La proeza de la novela es que -al menos en los papeles de Zampanò- la peripecia de Navidson siempre está mediada por el discurso analítico donde emergen temas como el eco, el laberinto (y no en vano hay un epígrafe de Borges en la novela), la técnica fotográfica, la arquitectura y muchos otros[9]. En esa erudición hay mucho de juego[10], citas y entrevistas magníficas (sobre todo las inventadas), parodia sangrienta[11] y distancia, pero lo principal es que ese tratamiento sostiene la verosimilitud interna del relato[12]. El relato de Truant, en tanto, sí conecta emocionalmente con el terror que habita en la casa de Navidson, se disloca cada vez más y parece acechado por la misma oscuridad. La novela es experimental en muchos sentidos, pero el autor no pierde de vista una cuestión esencial: enganchar al lector. Y ahí vamos, de la mano de Truant y Zampanò, sumergiéndonos en un abismo de negrura más antiguo que la Tierra y más amenazante que cualquier monstruo del cine.

Mark Z. Danielewski. Pálido Fuego/Alpha Decay, Barcelona, 2013. 709 páginas.


[1] El título ya es un enigma. Lo más tentador, ante la traducción al castellano, es pensar que el autor se refiere a una casa de hojas de papel, una casa literaria, una casa que existe en las páginas. Pero en inglés hay palabras diferentes para ambas acepciones: Leaves (para hojas de árboles y plantas) y Sheets (para hojas de papel), Sin embargo, la ilustradora Francisca Yáñez me indicó, en twitter, que una de las acepciones del viejo Webster’s es «Something that resembles a leaf, as a page of a book», y Roberto Castillo señaló que también se usa como «One leaf of paper = two pages». Puesto que en la casa no hay nada vegetal, la hipótesis de la ambigüedad del título -que es mucho más explícita en castellano- gana puntos.

[2] Fue publicada en inglés en 2000. Según me indicó Roberto Castillo, el título de la reseña en The New York Times es impagable: Home Sweet Hole («Hogar, dulce hoyo»). Y está disponible en la página del diario.

[3] El diseño del capítulo IX de «El expediente Navidson» es simplemente endiablado, con páginas atiborradas de textos que corren ya sea por el borde de las páginas y por el centro o por cualquier lado y en distintas direcciones. No en vano el tema es el laberinto, aunque la mayor parte de las referencias están tachadas (lo que amplifica el desafío material de la lectura), porque Zampanò, sin que quede claro por qué, quiso borrar todas las referencias a un tema que es clave para entender mejor la novela. Pero Truant, con porfía considerable, las repuso. En otros capítulos -especialmente cuando se describen las exploraciones de las profundidades de la casa– la caja del texto sigue el estrechamiento de los pasillos o bien el texto queda suelto, por así decirlo, y hay que poner el libro de lado o al revés para seguir una línea -o a veces menos de una línea- perdida en el blanco de la página.

[4] La cuestión de las notas merece una nota. Todo lo que escribe Truant está en Courier -notas incluidas- y las de Zampano y de los editores, en Times. No obstante ello, todas son correlativas y hay, con frecuencia, notas a las notas. En términos espaciales, es admisible decir que el relato de Zampanò corre por arriba y el de Truant por abajo, pero ambos se invaden mutuamente, ya sea que las notas extensas de Truant se estiran por varias páginas o que las notas de Zampanò copan todo el espacio de abajo.

[5] La traducción es al castellano peninsular. Nada que objetar al enorme trabajo de Javier Calvo y a la gran calidad de la versión; sin embargo, en el nivel coloquial, la lectura chirría para los que aprendimos el castellano en otras latitudes. Dediqué un par de posteos en Facebook al asunto. Dije que el libro estaba tan entretenido que me demoraba más en la lectura al traducir, mentalmente, del peninsular al chileno; así, por ejemplo, «¿Quién es este tarugo terminal y cómo cojones llegó hasta aquí?», por «¿Quién es este gil ahueonao y cómo rechuchas llegó acá?», lo que dio pie a un sabroso intercambio de opiniones.

[6] Más complejo se tornó el asunto cuando pregunté tanto por la traducción al chileno como por el posible original inglés de «un rollo chungo, un rollo chunguísimo». Tal como intuyó Marisol García, «chungo» es la traducción de «fucked up». Reproduzco la versión al chileno -hecha por Roberto Castillo- de todo el párrafo (que corresponde a la página 363 de la edición española): «Tu película lo empeoró todo. Es, bueno… una cosa en dos palabras: una huevá pa la coyoma, pero bien pa la coyoma. Okey, tres palabras, cuatro palabras, a quién mierda le importa… muy muy pa la cagá. Lo que se llama un rollo muy penca la huevá. Nunca pensé que iba a decir esto, pero señorita usted tiene que cortarla con el ácido, la mezcalina, o lo que sea que está jalando, aspirando, tragando… métase a una desintoxicación, algo, cualquier cosa porque lo va a pasar muy mal si no hace algo rápido. Nunca he visto una hueá tan pa la coyoma, tan para la recoyoma, tan para la reconchacoyoma. Por culpa de ella me puse a romper cosas, platos, una estatuilla de jade de un pingüino. Una rana de cristal. Me alteré tanto que hasta tiré la pecera de mi amigo al mueble de la loza. Feo, muy feo. Agua salada, pescados muertos por todas partes, yo gritando «puta la huevá pa la coyoma». Cinco palabras. Me echaron. ¿Usted cree que me puedo alojar en su casa?».

[7] Un hilo que no cupo en la reseña: los personajes protagónicos están bastante dañados. De hecho, la novela podría leerse de manera completamente distinta; Zampanò ofrece numerosas pistas e interpretaciones sobre Navidson, su hermano gemelo (Tom) y su mujer (Karen), mientras que Truant cuenta de su vida más de lo que el lector quisiera saber sobre cualquier persona. Los hijos de Will y Karen tampoco salen indemnes y su profesora llega a la casa en el momento (casi) más inoportuno posible.

[8] En el castellano de Chile, habitación.

[9] Y listas. Para traducir las citas de otros idiomas y luego simplemente para saber más de Zampanò, Johnny Truant entrevista a varias mujeres que iban a la casa del ciego a leerle libros. Una de ellas le cuenta cómo hicieron una extensísima lista de fotógrafos: completamente al azar, por búsquedas en bibliotecas y catálogos (estamos todavía en la era pre www), y Truant concluye -por ese y otros detalles- que Zampanò quería pasarse de listo y que era mucho menos erudito de lo que sugiere su texto. La mención chauvinista: En la lista de fotógrafos está Paz Errázuriz pero no Sergio Larraín, aun que el segundo es mucho más famoso que la primera.

[10] Hay citas tan llamativas que el impulso de buscarlas en google es casi irresistible. Por ejemplo: «Miren al cielo, mírense ustedes mismos y recuerden: no somos más que los ecos de Dios, y Dios es Narciso». La referencia de Zampanò es «Hansen Edwin Rose, Creationist Myths (Pneuma Publications, Detroit, Michigan, 1989), p. 219». Pero la pesquisa en internet conduce a saber que ni el autor ni el libro existen, pero que sí hay blogs donde pacientes lectores se preocupan de identificar las fuentes reales y las referencias inventadas, y que en la entrada de Wikipedia (en inglés) sobre libros inventados, Danielewski figura como uno de los autores más prolíficos.

[11] El autor trabajó en un documental sobre el filósofo francés (nacido en Argelia) Jacques Derrida. De ahí que en el libro lo cite unas cuantas veces. Pero también aparece en la serie de entrevistas realizadas por Karen en un capítulo llamado «Lo que les ha parecido a algunos» (se refiere al documental de su marido). Todas las entrevistas son, obviamente, apócrifas, y es donde Danielewski muestra mejor su talento para la parodia. Uno de los entrevistados es Derrida: «Pues bueno, lo que está dentro, es decir, si se me permite decirlo, lo que se despliega a sí mismo de forma infinita sin un exterior, sin otro…, ¿pero dónde está entonces lo otro?». También participan el periodista Hunter S. Thompson (ver nota 7), la feminista Camille Paglia, el físico y filósofo Douglas Hofstadter y Stanley Kubrick, entre otros.

[12] Lo que también hace verosímil el formidable aparato crítico que sostiene el relato de Zampanò, Otra cita inventada, otra cita memorable, referida a la sufrida y accidentada relación entre Navidson y Karen: «La pasión tiene muy poco que ver con la euforia y mucho con la paciencia. No se trata de sentirse bien. Se trata de resistir. Tanto la paciencia como la pasión vienen de la misma raíz latina: pati. Que no significa transmitir exuberancia. Significa sufrir». The Courage to Whitstand, de Daphne Kaplan (Ecco Press, Hopewell, Nueva Jersey, 1996), p iii. Ni la autora ni el libro existen, pero la cita sí. Y funciona perfectamente.

La casa de hojas

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 15 de marzo de 2014

CasadehojasEsta novela fue el debut literario de Mark Z. Danielewski, y vaya manera de entrar en la literatura. La casa de hojas es una obra de singular osadía, que pone en escena al menos dos maneras de escribir muy diferentes, juegos tipográficos y de diseño que siguen el desarrollo argumental, cajas chinas, relatos paralelos y un impresionante acopio de material de apoyo, tanto inventado como existente. Ficción sobre ficción sobre ficción. Un anciano, Zampanò, escribe un largo manuscrito sobre un documental, El expediente Navidson. Un joven, Johnny Truant, lo encuentra tras la muerte del viejo y se dedica a editarlo. Mientras lo hace, escribe numerosas y extensas notas donde relata su vida (y sus temores, sus pesadillas y sus traumas). Y si el texto de Zampanò tiene mucho de académico y analiza con erudición y profundidad el documental de Navidson, el de Truant es muchísimo más coloquial y desenfadado, aunque progresivamente se entrelazan en un nivel muy profundo, el de los sueños, el de los monstruos de la mente, el del filo de la locura. No es que Navidson sea un loco, pero el documental trata de su encuentro con un lugar frío, oscuro y amenazante que desafía las leyes físicas y que está en el lugar más familiar posible, la casa de campo donde el cineasta y fotógrafo se ha ido a vivir con su mujer y sus hijos para tratar de recomponer una relación ya gastada. La intención de Navidson era registrar su vida familiar en el nuevo entorno; pero de repente aparece una pieza nueva en la casa y luego un pasillo gélido y negro que se abre hacia las profundidades de la tierra. La proeza de la novela es que -al menos en los papeles de Zampanò- la peripecia de Navidson siempre está mediada por el discurso analítico donde emergen temas como el eco, el laberinto (y no en vano hay un epígrafe de Borges en la novela), la técnica fotográfica, la arquitectura y muchos otros. En esa erudición hay mucho de juego, citas y entrevistas magníficas (sobre todo las inventadas), parodia sangrienta y distancia, pero lo principal es que ese tratamiento sostiene la verosimilitud interna del relato. El relato de Truant, en tanto, sí conecta emocionalmente con el terror que habita en la casa de Navidson, se disloca cada vez más y parece acechado por la misma oscuridad. La novela es experimental en muchos sentidos, pero el autor no pierde de vista una cuestión esencial: enganchar al lector. Y ahí vamos, de la mano de Truant y Zampanò, sumergiéndonos en un abismo de negrura más antiguo que la Tierra y más amenazante que cualquier monstruo del cine.

Mark Z. Danielewski. Pálido Fuego/Alpha Decay, Barcelona, 2013. 709 páginas.

Aquí todo es mejor

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 8 de septiembre de 2012

Aquí todo es mejorDe la interminable cantera de narradores que produce Estados Unidos, la editorial barcelonesa Alpha Decay -así como Anagrama en sus mejores momentos- está rescatando una buena cuota de lo mejor para su exigente catálogo (que hasta ahora incluye sólo un libro de autor chileno: No leer, de Alejandro Zambra). Uno de ellos es Justin Taylor, de 30 años, editor también y colaborador habitual de medios como The Believer o The Nation, con textos de ficción y no ficción. Aquí todo es mejor es su primer libro de relatos; su primera novela, El gospel de la anarquía, también está anunciada en Alpha Decay. Tribus urbanas -góticos y punks, por ejemplo-, estilos musicales, vagos manifiestos políticos, identidades proclamadas a través de la ropa, son maneras de rodear estas narraciones, de situarlas más allá de la anécdota o del lugar en que transcurren; son espacios urbanos, desde luego, pero podrían estar en cualquier lugar de aquella extensa geografía. Lo que importa es la inquietud que recorre a los personajes, su insatisfacción, su manera de dar tumbos en un mundo que si los mira, lo hace de reojo y con algo de asco. Tiene algo de llamativo y paradójico que en la primera potencia mundial, en el país más rico del mundo, la mejor narrativa sea precisamente la que hurga en los rincones oscuros y levanta lo que está escondido bajo la alfombra. Taylor destaca entre los nuevos narradores por la seguridad del trazo y lo imprevisible de sus narraciones. Si, según la crítica estadounidense, recuerda a Carver y Roth, nunca es de manera trillada y reconocible; hay en sus cuentos un hálito poderoso de algo nuevo y distinto, que reconoce señales y retrata ambientes que son parte de un paisaje ya universal. Hábil en el uso de la metáfora, la comparación y la paradoja ( por ejemplo, acá: «La levantó y la llevó en brazos bajo la lluvia como el esposo a la esposa o el monstruo a su amada víctima»), Taylor sorprende por su dominio de las herramientas del oficio a través de relatos que parecen, sí, a la manera de Carver, escenas inconclusas, súbitos claros de luz sobre un hilo que podría rastrearse desde antes del inicio o luego del final, pero tienen una frescura distinta y una capacidad para interpretar también su tiempo que se manifiesta de manera sutil, sin alardes, sin necesidad de mayor contexto, desnuda en su verdad.

Justin Taylor. Alpha Decay, Barcelona, 2012. 203 páginas.

Introitus lapidis/Stone Junction/La piedra filosofal

El nombre

introitus lapidisStone Junction es difícil de traducir; piedra de la unión, cruce de piedra, y también puede ser, claro, piedra filosofal, es decir, Introitus lapidis en latín. Aquella fue la elección de Alpha Decay para la primera edición, que sólo  dentro del libro indica el subtítulo, «una epopeya alquímica». Pero no fue una decisión acertada; el libro vendía poco y, ciertamente, merecía una mejor suerte, de modo que fue lanzado de nuevo con el título original inglés y con el subtítulo en la portada; además, bajó considerablemente el precio, de 36 a 20 €. Se convirtió en un éxito y ya lleva tres ediciones.

La época

Jim Dodge publicó la novela en 1989. Es decir, la escribió durante la era Reagan, signada aún por la Guerra Fría y la amenaza nuclear, que desempeña un papel no desdeñable en una de las líneas narrativas de la novela. De ahí que el libro tenga un fuerte sustrato político. Y digo sustrato porque en la novela no hay una línea explícita de desarrollo en esa línea; es su vocación anárquica y contestataria, por una parte, y su afirmación -esta sí, declarada y en realidad sustento de la trama- de poderes ocultos, de la magia como un poder operante y efectivo, lo que se opone tanto al pragmatismo conservador como al orden binario del enfrentamiento entre superpotencias.

La trama

Hay dos líneas narrativas muy claras. La primera es la clásica bildungsroman, una novela de formación. Daniel Pearse y su madre Annalee tardan poco en quedar bajo la tutela de la AMO, la Alianza de Magos y Forajidos, una antiquísima institución con muchas ramificaciones, esencialmente libertaria y subversiva frente al poder, tenga éste el nombre que tenga. Es un tejido flexible de adhesión voluntaria que se sostiene con un mínimo aporte de cada miembro, y dotado además de una ética -por decirlo de alguna manera- que ya quisieran gobiernos, empresas e iglesias tradicionales.  No hay punto de comparación con el tradicional concepto de organización criminal al estilo de la mafia o de la yakuza; las preocupaciones de la AMO van mucho más allá de apropiarse de lo ajeno, cuestión que significa simplemente un medio para lograr fines que pueden ser perfectamente inútiles e incluso casi imposibles de definir o precisar.

Tras la temprana muerte de su madre, Daniel continúa su aprendizaje con la AMO. Si antes ocultaba criminales o se convertía en un experto en falsificación de documentos o comunicaciones radiales, luego debe aprender a subir escalones que poco a poco lo inician en saberes cuyo sentido se le escapa. Es, nada más, que la AMO intuye que tiene mucho potencial, pero no se sabe bien para qué; entonces aprende meditación; producción y sobre todo vivencia de lo que significa consumir drogas; vaga por los caminos de Estados Unidos jugando póker con un maestro, en la secuencia probablemente más americana de la novela , que juega con el tradicional motivo de la vida en la carretera; descerrajamiento de cajas fuertes, lo que implica afinar hasta lo imposible el oído y el tacto; el arte del disfraz, que implica no sólo elegir el atuendo necesario, sino reproducir, como un actor, una persona diferente, con su acento, su manera de caminar, de mirar, de moverse, de hablar; y el arte de desaparecer, de desmaterializarse, cuando ya se encuentra de lleno en el ámbito de los poderes mágicos y bajo la guía de Volta, el líder de la AMO en un vasto sector de Estados Unidos. Sólo entonces -cuando ya ha transcurrido más de la mitad de la novela- surge el Cubierta-Stone-Junctionposible motivo para la prolongada y diversa formación de Daniel: un diamante redondo de más de tres kilos, custodiado por el gobierno en las entrañas de un monte bajo, pero que preside una llanura desértica de infinito horizonte. Bien dice Thomas Pynchon, en el prólogo, que «la tentación fatal a que se expone un escritor de ficción que debe aceptar la presencia (a menudo necesaria) de la magia en su obra consiste en resolver las dificultades de argumento, carácter y (con más frecuencia de lo que suele suponerse) gusto, blandiendo en el momento oportuno algún artilugio, algún amuleto o droga ad hoc que simplemente resuelva cada problema a medida que se presenta. Afortunadamente para nosotros, Jim Dodge, por las reglas de su vocación, no puede permitirse ese lujo en concreto. La magia es en realidad un trabajo duro y honroso, y no puede desplegarse a voluntad, al menos no sin consecuencias». Ahí está el corazón del aprendizaje de Daniel, siempre azaroso y siempre con consecuencias insospechadas, y cuyo dominio le significa finalmente un destino totalmente inesperado, tanto para él como para el lector.

La segunda línea es la muerte de Annalee, un personaje que abre la novela dándole un puñetazo a una monja en el hogar que la cobijaba. Por ahí, de la mano de un personaje ya desquiciado que la quiso y que quedó aún más perturbado y paranoico luego de su asesinato -que eso fue-, entran la locura y el mal en la novela, y resultan claves para su desenlace (o uno de ellos). Esa línea coquetea de la mejor manera con el género policial clásico y establece un poderoso contrapunto con la otra vertiente. En realidad, la separación en dos líneas obecece al afán analítico y al intento de describir la novela; en el texto, ambas se imbrican y se influencian mutuamente a tal punto que sólo tras concluirla es posible discernir ambos desarrollos.

Coda

Todo lo anterior arroja, creo, una muy pálida luz sobre la potencia narrativa de Dodge y su fascinante novela, cuya enorme originalidad la convierte en una especie de accidente, una anomalía, que a su vez se despliega mediante un estilo seguro y riquísimo en recursos. La novela tiene humor, sabiduría, ternura, y cada personaje -y hay muchos- es un aporte cierto al desarrollo de una ficción atrapante que de alguna manera -según la tesis que desarrolla Pynchon en el prólogo- se adelanta a los tiempos, pero también es una lectura de época que destroza los lugares comunes y parece establecer otra línea histórica para esas décadas que parecen perdidas entre el espíritu revolucionario de los sesenta y el estallido de la tecnología en los noventa. Más allá de eso, más allá del estilo, más allá de la prodigiosa invención narrativa, Dodge demuestra una capacidad ya rara de encontrar, la de entretener y atrapar sin ceder un ápice en la exigencia de construir un relato que desafía al lector y lo obliga a aceptar una lógica interna tan extraña como atractiva, tan bien lograda como fuera de toda convención.

Introitus lapidis. Alpha Decay, Barcelona, 2007. 535 páginas (en España, 36 €; en Chile hay ejemplares disponibles en la distribuidora Fernández de Castro, a un precio curiosamente menor, cercano a los 30 €).

Stone Junction. Una epopeya alquímica. Alpha Decay, Barcelona, 2011. 535 páginas. 20 €.