El porvenir es largo

Artículo publicado en la revista Caras número 144, 18 de noviembre de 1993

Impactantes memorias del filósofo Louis Althusser

“¡He estrangulado a Hélène!”

El domingo 16 de noviembre de 1980, en su departamento de París, el filósofo Louis Althusser estranguló a su esposa, Hélène. Pocos meses después, el tribunal concedió al filósofo el beneficio de la sentencia de “No ha lugar”, liberándolo de culpa a causa de sus graves trastornos síquicos. Althusser no pudo, pues, ni siquiera intentar una explicación: fue sepultado, sin más, bajo la losa sepulcral del silencio. Años después, ya liberado del encierro en hospitales psiquiátricos, pudo escribir, en 1986, el impresionante testimonio de su vida y de su crimen, publicado póstumamente- murió en 1990- con el título que él mismo eligió: El porvenir es largo. Acaba de aparecer en nuestras librerías.

althusser¿Qué puede ser peor, el juicio público, la defensa pública, la sentencia por un tiempo preciso -durante el cual se considera que el criminal «paga su deuda» con la sociedad-, o el silencio total bajo la losa del no ha lugar? Es lo que Althusser se interroga en las páginas iniciales de su libro. El criminal sicópata, cercenado de todo derecho a voz, aislado por tiempo indefinido en un pabellón para locos, desaparece, literalmente, de la vida pública. Restringido su derecho a visitas, al contacto con abogados, con parientes, con colegas, reducido a la rutina de los médicos y los enfermeros, el criminal beneficiado por el no ha lugar no tiene manera de restablecer su contacto con la realidad, salvo el difícil camino de la recuperación de su bienestar síquico en un ambiente que no lo favorece, sino todo lo contrario, y, aun, expuesto a que los médicos tratantes reconozcan -o no- su eventual mejoría.

Nada de esto justifica, por cierto, el crimen, y el primero en saberlo es Althusser, tremendamente consciente -a posteriori- del hecho atroz de haber dado muerte a la mujer que amaba por sobre todas las cosas, su nexo más fuerte con ]a realidad, su impulso más decisivo para toda su carrera de filósofo y profesor. Por lo mismo es tan fuerte la voluntad expresiva de A]thusser, en busca no de una justificación, no de la legitimación de su asesinato, sino de la explicación de las circunstancias -dolorosas, crueles, terribles- que permitieron que se cometiera. De paso. en un autoanálisis que deslumbra por su claridad y por su falta de complacencia consigo mismo, Althusser pasa revista a todos aquellos sucesos que lo marcaron y estructuraron su personalidad. Parte de ello lo constituye su singular trayectoria filosófica, que lo levantó como uno de los más importantes pensadores marxistas del siglo.

Fantasmas de la infancia

Althusser nació en Argel, en ese entonces capital de la colonia francesa de Argelia, en 1918. Dos parejas de hermanos están en el origen de su tragedia vital: Charles (su padre) y Louis Althusser, por una parte; y las hermanas Lucienne (su madre) y Juliette Berger. Amigos los padres, no tardaron en concordar el matrimonio de sus hijos: Louis con Lucienne y Charles con Juliette. Pero, en el transcurso de la Primera Guerra Mundial, Louis murió en un accidente aéreo, y su hermano Charles optó por pedir la mano de su prometida, Lucienne. Esta última, que adoraba a Louis, tranquilo, estudioso y puro como ella, se vio repentinamente en los brazos de Charles. Según el hijo de ambos, Lucienne jamás pudo recuperarse de la impostura, y amó a través del hijo a su hombre ausente. Dolorosa sensación de irrealidad, de no existir o de existir solo en el recuerdo de otro, tal es el primer y central fantasma en la historia del filósofo, que marcó –junto a otras fobias de su madre y a la ausencia del padre, no tanto fisica, sino más bien como ausencia del ejercicio de la función de tal- el crecimiento de Althusser. Niño aislado de los otros niños, dedicado al amor por su madre violada y violentada por su padre, con la aterradora sensación de no existir realmente, sobrevivió, sin embargo, y creció soportando las agudas tensiones que desembocarían, más tarde, en prolongadas depresiones y periodos posteriores de exaltación. Sólo a los 27 años, Althusser supo que la excitación sexual podía concluir en un orgasmo; a los 29, cuando conoció a Hélène, no sólo era virgen, sino que además nunca había besado a una mujer. La extraordinaria lucidez del análisis, casi maniática en el detalle y el tramado argumental, hace virtualmente imposible sintetizarla en breve espacio. Por lo demás, Althusser escribió el libro, entre otras razones, para volver a sumergirse en el anonimato, diciendo todo lo que era posible decir sobre sí mismo y comentándolo ampliamente, de tal manera de no dejar el hueco para voces ajenas que intentaran «tener ideas» sobre él.

Hélène, la desesperada

Althusser - HeleneAl regreso del campo de concentración, ya militante del Partido Comunista Francés (PCF) e iniciado en los estudios superiores, Althusser conoció a Héléne, mujer ocho años mayor que él y, si cabe, aún más desesperada. Su madre esperaba un hijo y, en lugar de él, se encontró a una niña morena y fea a la que odió hasta su muerte. A los 12 años, el padre de Hélène enfermó de cáncer y ella lo cuidó. Cuando llegó el momento de la agonía teminal, el médico solicitó a la hija que fuera ella quien administrara la dosis de mortina que le traería el definitivo descanso. Un año después, la misma situación se repitió con la madre que la odiaba. Durante la segunda guerra mundial, todos los amigos de Hélène, comunistas como ella, fueron apresados y fusilados por los nazis. Al término del conflicto, Hélène, perdidos los lazos con el partido y en medio de la más absoluta miseria, reflejaba en su rostro todo el dolor de una existencia marcada por la muerte y la desgracia. El impulso irrefrenab]e de Louis fue de salvarla a corno diera lugar, de su pobreza, de su aislamiento, de su fama de mujer con un terrible carácter. Que Althusser la amó, no cabe duda. A su manera, claro, con sus neurosis a cuestas, con su afán de mantener reservas, de dinero, de alimentos, de libros; pero también de amigos y de mujeres, para prevenir la horrible posibilidad de que Hélène lo abandonara y lo devolviera, una vez más, a la soledad que lo cercaba desde niño.

Filósofo y político

Althusser da cuenta de la peculiar relación que existe entre la filosofía y su vida personal, en un análisis sorprendente que lleva a la conclusión de que la formulación de una cosmovisión filosófica es mucho menos el resultado de la reflexión pura, que el resultado de la particular puesta en marcha de obsesiones personales derivadas de la propia historia. De esta manera, esa visión de la filosofía que se sintetiza en la imagen de subir a hombros de un gigante y, desde esa altura, mirar un poco más lejos que los antecesores en la tarea del pensar, se ve brutalmente refutada. El recurso al texto de los filósofos, a la historia de la filosofía, y su atenta lectura (trepar por el cuerpo del gigante), frecuente manera de entender el aprendizaje y la práctica de la filosofía (que, como se puede deducir prontamente, no lleva muy lejos, por el ingente corpus de lectura que el fatigado aspirante a filósofo debe enfrentar), sufre un serio golpe ante este teórico famoso que se reconoce no solo un mal lector (incluso de Marx), sino que también hace gala de deducir, a partir de frases sueltas, el pensamiento o la Iínea central de pensamiento de un libro o de un autor, tremenda refutación del hábito de recorrer una por una, con ánimo reverencial, las palabras de algún filósofo, elaborando al propio tiempo comentarios que enriquecen (o simplemente aumentan) el ya desmesurado corpus textual del autor y sus referencias.

Althusser - Para leerSus relaciones con el marxismo canónico y el Partido Comunista Francés nunca fueron buenas. Sus puntos de vista, bastante poco ortodoxos, desembocaron en una lectura de Marx que pretendía restituirlo al propio rigor de su pensamiento, desechando sus incongruencias y pensando lo que debió haber pensado sobre sus propios supuestos. Borraba así de un plumazo las interpretaciones literales de Marx, la lectura reverencial y el apego a la letra, así como la tradición soviética y estalinista. Nunca renunció, ni en la etapa más tardía de su vida, a sus postulados, a su afirmación del valor del materialismo, a la utopía de arribar, alguna vez, a una sociedad en la que no existan relaciones mercantiles. Pero su opinión acerca de la Unión Soviética y de los socialismos reales, aun antes de su estrepitosa caída, era durísima. Para Althusser, la transición del capitalismo al socialismo vía socialismo de Estado -el modelo que se puso en marcha en la Unión Soviética y sus satélites- era, simplemente, mierda, un río de mierda. Respecto del PCF, a pesar de reconocer que no había una mejor escuela para la formación intelectual y práctica de militantes dedicados a la consecución del objetivo de luchar por una sociedad sin clases, le enrostra no sólo corrupción, burocratismo y dogmatismo, sino también lo acusa de traición a quienes se debía en primer lugar, los proletarios. Traición durante la segunda guerra mundial, por un equivocado alineamiento con la política de pactos de Stalin; y traición durante los sucesos de mayo de 1968, cuando el temor a las masas soliviantadas e izquierdizantes llevó al PCF, según Althusser, a renunciar al triunfo en una situación que sólo cabía definir como revolucionaria.

En suma, se trata de la notable aventura mental y política de un inlelectual metido de lleno en la historia de su época. Althusser opina largamente acerca de las figuras del pensamiento francés contemporáneo –Sartre, Derrida. Merleau-Ponty, Foucault-, de los dirigentes del PCF, de los sucesos de mayo de 1968, de la política del partido. No es preciso, ni mucho menos. compartir sus tesis para acompañarlo en un recorrido que deslumbra por su claridad y rigor, por la generosidad de su pensamiento y el respeto de Althusser por el pensamiento de otros. Como señala en el libro, «aunque se crea y se diga de derechas, eso me da igual, me interesa todo pensamiento cuando no se contenta con palabras, cuando atraviesa la capa ideológica que nos aplasta para llegar, como por un contacto físico material (una modalidad más de la existencia del cuerpo), a la realidad totalmente desnuda».

Los hechos

Toda la polémica trayectoria de este filósofo. gran formador de intelectuales y creador de su propia escuela de pensamiento, pareció romperse en ese domingo de otoño de 1980.

¿Qué ocurrió antes del crimen, qué desató la tragedia? Ya está dicho que Althusser sufría de frecuentes depresiones, que requerían hospitalización y medicación. En 1980, debió someterse a una operación para corregir una hernia al hiato. La anestesia total y ]a intervención quirúrgica en su cuerpo desataron no solo una melancolía aguda, muy diversa a sus anteriores depresiones, sino también un profundo cambio fisiológico, alterando su reacción a determinadas drogas. El primero de junio ingresó a una clínica y fue tratado mediante el método acostumbrado por los médicos de Althusser, la aplicación de niamida, un antidepresivo que usualmente era elicaz, pero que ahora tuvo los resultados opuestos: cayó en un grave estado de confusión mental, de onirismo y de persecución suicida. Solo estaba pardalmente recuperado cuando volvió a su departamento de la Ecole. Una vez en casa, su relación con Hélène empeoró a tal grado que ella amenazó con dejarlo de la manera más definitiva posible: mediante el suicidio. «Vivíamos encerrados los dos en la clausura de nuestro propio infierno», escribe Althusser. Incluso ella llegó a rogarle que la matara. Así, en esa mañana de domingo, luego de varios días de encierro en que no contestaban el teléfono ni abrían la puerta, y a solo tres días de que se concretara, a instancias de su analista, un nuevo período de hospitalización, Althusser, como acostumbraba, comenzó a darle masajes en el cuello a Hélène.

Althusser - Spectacol-Viitorul-dureaza-indelung«En esta ocasión, el masaje es en la parte delantera de su cuello. Apoyo los dos pulgares en el hueco de la carne que bordea lo alto del esternón y voy llegando lentamente, un pulgar hacia la derecha, otro un poco sesgado hacia la izquierda, hasta la zona más dura encima de las orejas. El masaje es en V. Siento una gran fatiga muscular en los antebrazos: en verdad, dar masajes siempre me produce dolor en el antebrazo.
“La cara de Hélène está inmóvil y serena, sus ojos abiertos. miran al techo.
«Y, de repente, me sacude el terror: sus ojos están interminablemente fijos y, sobre todo, la punta de la lengua reposa, insólita y apacible, entre sus dientes y labios.
“Ciertamente, ya había visto muertos, pero en mi vida había visto el rostro de una estrangulada. Y, no obstante, sé que es una estrangulada. Pero, ¿cómo? Me levanto y grito: ¡He estrangulado a Hélène!».

El filósofo se hundió entonces en una larga noche de delirio, de la que emergió definitivamente al cabo de tres torturantes años. La suma de imponderables -su alterado estado síquico, el encierro en su infierno de a dos, la pasividad de la misma Hélène y los impulsos autodestructivos que perseguían a ambos- se combinaron en el momento preciso para desencadenar la tragedia. Y, sin embargo. Althusser, en principio condenado a la losa sepulcral del silencio en hospitales siquiátricos de por vida, pudo sobreponerse y escribir el asombroso, lúcido y bello testimonio que da cuenta a la vez de su desgracia, de su locura y de su esperanza.

Epílogo

El caso Althusser levantó inmediatas polémicas. Algunos se portaron con decencia; otros aprovecharon la oportunidad de pasarle la cuenta a un filósofo marxista responsable de la  formación de varias generaciones de profesores y filósofos, estableciendo igualdades del tipo marxismo=crimen, filosofía=locura.

Mientras tanto, en sucesivos hospitales siquiátricos -el de Sante Anne, del Estado; el de Soissy, privado-, Althusser daba una prueba más de su excepcional capacidad de sobreponerse a la muerte, a la muerte que lo perseguía desde niño con el fantasma de su tío Louis, y concretada finalmente en la muerte de la única persona que creía realmente en su existencia, la única persona, en definitiva, que lo hacía existir: Hélène, y por sus propias manos.

«Creo haber aprendido -escribió al final del libro- qué es amar: ser capaz, no de tomar iniciativas de sobrepuja sobre uno mismo y de ‘exageración’, sino de estar atento al otro, respetar sus deseos y sus ritmos, no pedir nada pero aprender a recibir, y recibir cada don como una sorpresa de la vida, y ser capaz, sin ninguna pretensión, tanto del mismo don como de la sorpresa para el otro, sin vìolentarlo en lo más mínimo».

Lección aparentemente simple, que, sin embargo, le costó a Althusser la pérdida más grande posible. Al cabo, pudo decir que “la vida puede aún, a pesar de sus dramas, ser bella. Tengo sesenta y siete años, pero al fin me siento, yo que no tuve juventud porque no fui querido por mí mismo, me siento joven c:omo nunca, incluso si la historia debe acabarse pronto.
Sí. el porvenir es largo».

¿Qué tipo de lector eres?

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«Constantino Bértolo propone en su ensayo La cena de los notables que existen cinco tipos de lecturas (en realidad hay una sexta, la que lleva a cabo el crítico literario, que no nos incumbe por el momento): la lectura inocente, la lectura adolescente, la lectura sectaria, la lectura letraherida y la lectura civil. Cada una de ellas se define a partir de la distancia que marca el lector con el texto que se dispone a leer, y se basa en el lugar donde se coloca el foco de atención en el ejercicio de lectura. Mientras que el lector adolescente tiende a la identificación con el texto -«¡Oh, esto me ha pasado a mí!»- y establece correspondencia entre el texto y su propia biografía, situando el foco en su experiencia vital, y el lector inocente utiliza la lectura como vehículo de evasión, el lector civil, por su parte, experimenta un mayor desapego del texto, se distancia de él y logra extraer de la lectura un aprovechamiento para intervenir en el contexto político, social o cultural en el que habita. Entre ambos extremos, se sitúan el lector sectario y el lector letraherido; si el primero fundamenta su lectura, como el lector adolescente, en el proceso de identificación, focalizando la lectura en la ideología y discriminando aquellas obras que no comulgan con su visión del mundo, el lector letraherido opera casi como un coleccionista y se acerca a la lectura desde su experiencia lectora, poniendo en relación las lecturas atesoradas a lo largo de su vida y privilegiando los aspectos formales, estrictamente estéticos, sobre otros elementos presentes en toda obra literaria, como las cuestiones políticas y sociales, que de inmediato rechaza».

Qué hacemos con la literatura. David Becerra Mayor, Raquel Arias Careaga, Julio Rodríguez Puértolas, Marta Sanz.Akal, Madrid, 2013. 64 páginas (la cita es de la página 6).

Una lectora nada común

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 19 de julio de 2008

lectora nada comúnAlan Bennett es uno de los dramaturgos más célebres del Reino Unido, además de guionista de cine y novelista. En este último género ha cultivado más bien la nouvelle, la novela corta, ese desafío mayor que exige mantener la tensión y el equilibrio y el suspenso del cuento en una extensión mucho mayor. Anagrama publicó, hace algunos años, dos de ellas, Con lo puesto y La ceremonia del masaje, y ahora Una lectora nada común, publicada el año pasado en inglés. Y, como las otras, es una notabilísima muestra del sentido del humor británico, así como de la impresionante habilidad narrativa de Bennett.

Isabel II, siguiendo el rumbo de sus díscolos perros, llega hasta un sector del palacio que nunca visita y se encuentra con la biblioteca ambulante del vecino municipio. Sólo por real gentileza y no desairar al bibliotecario, pide en préstamo un libro, que devuelve debidamente leído a la semana siguiente («cuando empezamos un libro, lo terminamos. Nos han educado así»), y vuelve a toparse tanto con el señor Hutchings como con un pinche de cocina, ávido lector, cuyos gustos son un tanto particulares: lee sólo autores gay. La reina, en pocas semanas, se convierte en una ávida lectora, que hasta descuida sus deberes por el placer que le brindan los libros. Su nuevo hábito no pasa desapercibido y comienza a despertar una sorda resistencia entre los cortesanos. La biblioteca ambulante no llega más, el pinche de cocina ascendido a amanuense es trasladado, los libros que la reina llevaba en una gira a Canadá se pierden; pero la reina sigue leyendo, cada vez más, hasta que lentamente otra actividad se abre paso, actividad quizá aún más amenazante para quienes la rodean: Isabel II ha comenzado a escribir.

El libro es una aguda sátira del poder, que también pone en la picota a los políticos (su ignorancia, especialmente) y a los escritores (su soberbia y narcisismo, no sus obras). Todo ello es casi obvio, dado el argumento de la novela, pero no por ello la sátira es menos mordiente o el humor menos eficaz. El autor perfila un personaje convincente que descubre con rapidez el infinito campo de estímulos representado por los libros, con los que crecientemente dialoga y va redefiniendo su relación no sólo con ellos, sino también consigo misma y con el mundo. Escribe la reina: «Creo que quizá me estoy convirtiendo en un ser humano. No estoy segura de que sea una evolución bien recibida». Y claro que no: a su alrededor crece la incomodidad, pero ella, impertérrita, continúa con el trabajoso proceso de humanizarse, y lo lleva hasta un punto que sin duda sorprenderá al lector. Por último, la novela es una afilada y muy graciosa introducción a la narrativa inglesa, y, a pesar del protagonismo de la literatura, no es un libro destinado a especialistas, sino a todo ser humano.

Alan Bennett. Anagrama, Barcelona, 2008. 119 páginas.

Nacionalismo

Yo me fui precisamente huyendo de este país, me parecía la cosa más cruel e inhumana que habiendo tantos lugares en el planeta a mí me haya tocado nacer en este sitio, nunca pude aceptar que habiendo centenares de países a mí me tocara nacer en el peor de todos, en el más estúpido, en el más criminal, nunca pude aceptarlo, Moya, por eso me fui a Montreal, mucho antes de que comenzara la guerra, no me fui como exiliado, ni buscando mejores condiciones económicas, me fui porque nunca acepté la broma macabra del destino que me hizo nacer en estas tierras, me dijo Vega.

Nadie a quien le interese la literatura puede optar por un país tan degenerado como éste, un país donde nadie lee literatura, un país donde los pocos que pueden leer jamás leerían un libro de literatura, hasta los jesuitas cerraron la carrera de literatura en su universidad, eso te da una idea, Moya, aquí a nadie le interesa la literatura, por eso los jesuitas cerraron esa carrera, porque no hay estudiantes de literatura, todos los jóvenes quieren estudiar administración de empresas. (…) A nadie le interesa la literatura, ni la historia, ni nada que tenga que ver con el pensamiento o con las humanidades, por eso no existe la carrera de historia, ninguna universidad tiene la carrera de historia, un país increíble, Moya, nadie puede estudiar historia porque no hay carrera de historia, y no hay carrera de historia porque a nadie la interesa la historia, es la verdad, me dijo Vega. Y todavía hay despistados que llaman «nación» a este sitio, un sinsentido, una estupidez que daría risa si no fuera por lo grotesco: cómo pueden llamar «nación» a un sitio poblado por individuos a los que no les interesa tener historia ni saber nada de su historia.

Horacio Castellanos Moya. «El asco. Thomas Bernhard en San Salvador», en El asco. Tres relatos violentos. Editorial Casiopea, Madrid, 2000, págs. 95 y 99-100.

El Nacionalismo es una enfermedad universal cuya curación será la muerte de los frenéticos, no podemos subsistir en un mundo cada vez más estrecho con ideas tan perjudiciales, y en consecuencia pereceremos. El historiador del futuro dirá que la naturaleza se vengó de los pueblos comunicándoles un espíritu de vértigo, y que el Nacionalismo es un frenesí igual al que se apodera de las sociedades animales, demasiado numerosas. (…) Estamos completamente perdidos, la enfermedad no perdona ya a ninguna nación y todos los países se parecen hasta en el tipo de furor que los opone y anima a degollarse unos a otros.

Ninguna nación quiere olvidar aquello que llama su historia y que la mayoría de las veces nada tiene que ver con la Historia, pero será necesario que un día renuncien a ello. El último vencedor rearmará el espacio y el tiempo, confiscará los medios y las ideas, las pretensiones y los recuerdos, las formas y los contenidos, se declarará único legatario de cincuenta siglos, demostrará que él es la razón de ser de la especie humana y que el deber de cien pueblos es resignarse, exterminará a unos, deportará a la mayor parte de los otros y se verá por todas partes un polvo de hombres, del que él será el único amo. Pues la simplicidad no es concebible por menos y a pesar de la abundancia de las diferencias que se desencadenan ante nuestros ojos, el futuro es de la simplicidad, vamos de desórdenes en desórdenes hacia el orden terminal y de carnicería en carnicería hacia el desarme moral, pocos salvarán y pocos serán salvados, la masa de perdición se eclipsará en el intervalo, llevando al abismo los problemas insolubles. El nacionalismo es el arte de consolar a la masa de no ser más que una masa y de presentarle el espejo de Narciso: nuestro futuro romperá ese espejo.

Albert Caraco. Breviario del caos. Sexto Piso, Madrid, 2004. Traducción de Rodrigo Sánchez Rivera. Edición original: Bréviaire du chaos, Editions L’Age d’Homme S.A., Lausanne, 1982. Págs. 89-90.

Maneras de no-leer

el olvido 2Pierre Bayard sostiene que hay muchas maneras de no leer, con lo que en realidad quiere decir que hay muchas formas de leer. Ocurre que necesita esa torsión para mantener la provocación enunciada en el título del libro. En la misma línea, trabaja sobre casos extremos y sobre la base de ellos propone afirmaciones de validez general que no parecen tan sólidas si se las mira con cuidado o si se contrastan con la propia experiencia lectora, pero sospecho que mis prevenciones se basan, sobre todo, en que aún no termino el libro. Ya veremos al final; mientras tanto, quiero comentar algunos fragmentos, porque de todos modos el desarrollo argumental me parece, por lo muy menos, atractivo e iluminador precisamente de la experiencia de la lectura (o no lectura, para atenernos a Bayard).

El olvido, por ejemplo. Comenzamos a olvidar lo leído apenas volvemos una página y el paso del tiempo lleva a que, en algún momento, se borre la distinción entre lectura y no-lectura de un determinado libro. Es cierto: sé que alguna vez leí La vorágine, de José Eustasio Rivera, e incluso puedo citar la frase final -«¡Se los tragó la selva!»-. También puedo inscribirla en su contexto y parafrasear, más o menos, el discurso teórico sobre esta novela que estaba en boga en mi época de estudiante. Es decir, podría hablar, y quizá bastante, sobre La vorágine sin necesidad de apelar a la relectura o a lo que otros han dicho de ella, pero si me interrogan sobre la trama, los personajes y el estilo, dudo que pudiera salir del paso (me consuela pensar que aún no leo los consejos de Bayard para estos casos).

Otra especie de la no-lectura, más insidiosa, está constituida por aquellos libros de los que hemos oído hablar (otra fórmula algo tramposa: es más habitual leer sobre libros desconocidos que oír hablar de ellos, pero en la base del libro está la negación del acto de lectura o al menos de su concepto más tradicional y rígido). Aquí es más nítido el procedimiento del caso extremo: el ejemplo es cómo, en El nombre de la rosa, de Umberto Eco, Guillermo de Baskerville es capaz de describir en detalle la estructura y los contenidos de un libro que sólo ha podido hojear por breves instantes. Pero es cierto: de tanto leer sobre determinados libros, terminamos por pensar que efectivamente alguna vez pasaron por nuestras manos.

En términos más generales, la primera parte del libro es, en realidad, una obra de demolición, y el edificio derruido es la concepción tradicional y estática que divide a los libros en dos especies, los leídos y los no leídos. Frente a ello, Bayard propone una clasificación mucho más flexible que además autoriza -bajo ciertas condiciones, claro está- a hablar de todos los libros: libro desconocido, libro hojeado, libro evocado por otros y libro olvidado. Y es que, tras las diversas maneras de no-leer que propone el autor, la conclusión es que los libros, antes o después de ser hojeados, se reducen a «sombras difusas que se insinúan en la superficie de nuestra conciencia»,  a «objetos reconstruidos, cuyo modelo lejano se oculta detrás de nuestro lenguaje y el de los demás». Y así sucesivamente.