Hacer una lista de fin de año entraña un gran riesgo: revela tanto lo leído como, sobre todo, el inagotable universo de lo no leído. Dicho esto, van, sin orden de prioridades ni pretensiones canónicas, algunos de los libros que más me gustaron en mis lecturas de 2014.
Galveston, de Nick Pizzolatto. Recién llegada a Chile. Leí la edición argentina hace unos meses. Es de las mejores novelas policiales que he leído en los últimos años, aparte de dos clásicos de los que hablo más abajo. Acá la reseña.
Tela de sevoya, de Myriam Moscova. La reseñé acá. Es un ensayo autobiográfico escrito con una admirable cercanía, que además descubre un bellísimo sustrato de la lengua que hablamos en América Latina y España.
Ese libro fue la principal motivación para comprar El color del tiempo. Poesías completas, de Clarisse Nicoïdski (Sexto Piso, Madrid, 2014; 117 páginas), escritora francesa de origen sefardí que, aparte de novelas escritas en francés y no traducidas al castellano, escribió un puñado de poemas cuyo propósito fue el de mantener viva la lengua, o la lingua, familiar. «Muchas linguas se hablaban en casa: el italiano, el serbo croato, unas palabras en allemán, y un poquito de francés. Y se cantavanlas todas. Una lingua tenian mis padres conocida de ambos: la que llamabamos el “spaniol muestru” y que nos venia de nuestros abuelos, llegados al “Ottoman turco” como se decia, desde la Inquisición d’España». Son poemas de extraordinaria limpidez, dedicados a los ojos, a las manos, a la boca, a las penas de amor, a las palabras; versos breves, poemas breves, que hay que leer “kon su musika de orijín”, como dice la abuela de Moscova, e intentar entenderlos bajo esa cadencia del lenguaje antes de mirar la página de enfrente, donde el traductor, Ernesto Kavi, trató de aliviar la “herida abierta”, la “memoria que está sangrando”, entre el sefardí y el castellano, para recuperar la dulzura perdida en el tiempo.
qui dizirás?
in tu boca
las palavras puedin ser piedrasi puedin ser palavras
qui dizirás?
La casa de hojas, de Mark Z. Danielewski. Es de 2013, pero se distribuyó en Chile en 2014, así que acá la incluyo con la reseña anotada. Es una novela apasionante, por lo distinta y por la enorme capacidad lúdica de su autor. Un placer de principio a fin.
Cuando hablábamos con los muertos, de la escritora argentina Mariana Enríquez, es otra interesantísima obra que muestra cómo la narrativa de género puede romper fronteras y anclarse en situaciones sumamente cotidianas o en procesos históricos. Es de 2013, pero la leí y reseñé a comienzos de 2014.
El silencio de los animales, de John Gray. Un filósofo inglés que escribe mucho y que vuelve sobre sus temas, hasta destilarlos en un libro breve y provocador. La reseña de rigor, aquí.
Uno es un número solitario, de Bruce Elliott. No la he reseñado. En 2012, la editorial de clásicos de la novela negra Stark House rescató, en un solo volumen, dos novelas policiales de comienzos de la década del cincuenta. A su vez, la editorial argentina La Bestia Equilátera las publicó, pero por separado. En 2013 apareció Mi ángel tiene alas negras, de Elliot Chaze, reseñada aquí; y en 2014, la de Elliott. Impresiona cuánto tienen en común ambas, aunque las historias sean completamente distintas. Las mujeres también desempeñan acá un papel crucial y la desgracia se respira desde las primeras líneas. Como retrato de la sociedad estadounidense, es despiadada. Como indagación en los abismos del espíritu humano, es más implacable aún.
Al sur de la Alameda, de Lola Larra, con ilustraciones de Vicente Reinamontes, es una excelente novela destinada al público juvenil, con una sólida historia de revuelta estudiantil y de ritos de paso hacia la madurez. Puede sonar tópica la idea, pero está muy bien desarrollada.
Continuación de ideas diversas, de César Aira. Entre las muchas publicaciones de Ediciones Universidad Diego Portales, hay muchísimas dignas de figurar en esta lista. Me decanté finalmente por estos ensayos de Aira, que dan para parodiar la famosa frase bélica: “el ensayo es la continuación natural de la narrativa”. Acá la reseña.
Ejercicios de encuadre, de Carlos Araya, es una propuesta original, arriesgada y bien escrita, que muestra nuevos caminos para la narrativa chilena.
Destaco dos ensayos difíciles de encontrar en Chile –y por eso no los reseñé-, pero Amazon está en todas partes. Cortezas, de Georges Didi-Huberman, continúa su ya larga y sumamente prolífica exploración de la imagen, su significado y su contenido. En Cortezas (Shangri La, Santander, 2014; 68 páginas) retoma los temas que planteó en Imágenes pese a todo. Memoria visual del Holocausto (Paidós, 2004) a través de una visita al campo de concentración de Birkenau y las reflexiones que se abren a partir de veintena de imágenes conducen a un ámbito más complejo y de mayores repercusiones, la barbarie, la historia y la cultura: «la cultura no es la cereza del pastel (nota: en Chile decimos “la guinda de la torta”) de la historia: es todavía y en todo caso un lugar de conflictos donde la historia misma cobra forma y visibilidad en el corazón de las decisiones y los actos, no importa cuán “bárbaros” o “primitivos” sean».
No tan incendiario (Periférica, Cáceres, 2014; 189 páginas), de Marta Sanz, es un libro atípico –que incorpora columnas publicadas en diarios con un hilo reflexivo enunciado siempre en primera persona-, que viene a remover viejos asuntos más bien olvidados –o soslayados- en el presente: la relación entre literatura y política no tanto desde la militancia o la denuncia, sino desde una trinchera previa, el desenmascaramiento de la ideología, de las estrategias de mercado, de la sobrevaloración del lector (¡no siempre tiene la razón!), de la cultura como mercancía que todos consumimos. Mejor citarla: «Globalización y pensamiento único están en la raíz de la producción de unos textos que no se limitan a reflejar el contexto –tal es la creencia más común-, sino que son en sí mismos contexto: aquí volvemos a la necesidad servil y mercantil de complacer al lector, y también a la costumbre de profesionalizar la escritura y de pagar abundantemente a un escritor satisfecho, estómago lógicamente agradecido, mientras se excluye del campo, del canon literario y de las mesas de novedades, al escritor que no sintoniza con una sensibilidad mayoritaria».
Y al final, un cuarteto: me gustaron dos buenas lecturas venidas desde Argentina pero editadas en Chile, Desubicados, de María Sonia Cristoff, y Flores nuevas, de Federico Falco; y los primeros libros de dos escritoras jóvenes y promisorias, Reinos, de Romina Reyes, e Incompetentes, de Constanza Gutiérrez.