Reseña publicada en la revista Sábado del diario El Mercurio, 16 de junio de 2018
Los cementerios-parques han cambiado la cartografía y la cultura de relación con los muertos en Chile. De las solemnes y bien delineadas calles del Cementerio General, o de los pasillos elevados del Católico, tocados por el gris y el blanco, lugares como el Parque del Recuerdo ofrecen verdes muros y pasto impecablemente cortado. Si Mariana Enríquez fuera a verlos diría que no son latinoamericanos, que les faltan colorinche y personajes clásicos como la sanadora que acumula ofrendas, el niño milagrero, la muerte enamorada, las leyendas que alimentan el miedo a la oscuridad y las ganas de abandonarlos pronto. ¿O hace falta una cronista como ella para investigar por qué deberíamos estremecernos tras atravesar las venerables puertas de nuestros camposantos? Hay, en esta colección de visitas a cementerios en distintos países y continentes, firmes intuiciones sobre el carácter de pueblos y ciudades a partir de ellos. Los de Guadalajara y esa relación tan cercana, familiar y festiva con la muerte. O el de Génova, la mejor expresión de cómo el alza de la burguesía podía también traducirse en una competencia por la tumba más fastuosa. O esas notas de colores y panteones tipo casitas con azulejos que irrumpen en el verde oscuro y y el orden profundo en un cementerio alemán, huella migrante que puede espantar a los deudos tradicionales.
Y sí, están los cementerios. En Australia, en Argentina, en México, en Italia, en Estados Unidos, en Francia, en Cuba, y, al final del libro, una lista de los que la autora todavía quiere conocer. Y está también la mirada de la escritora que los recorre. No son simples acumulaciones de datos o notas descriptivas: Mariana Enríquez, la más destacada cultivadora del género del horror en la narrativa latinoamericana contemporánea, muestra también acá, en este recorrido, las obsesiones que recorren su obra narrativa (la muerte, el sexo, la extrañeza, lo insólito, lo nocturno), sus gustos musicales, algunas notas muy reveladoras de su biografía –por ejemplo, que soñaba con pertenecer a la familia de Lestat, el vampiro protagonista de las novelas de Anne Rice- o bien simplemente informativas, como las que se refieren a su pareja, Brian. Su mundo, en cualquier caso, que se despliega en torno al viaje y a las visitas a los cementerios, en un libro que bien podría ser una autobiografía a partir de los viajes, la aventura, el desacomodo, pero que deja ver, entre líneas, esa dimensión cotidiana en donde Mariana Enríquez vive y escribe, esa trama cotidiana donde lo extraño puede estar agazapado, pero nunca ausente.
Mariana Enríquez. Montacerdos, Santiago, 2018. 280 páginas.