Alguien camina sobre tu tumba

Reseña publicada en la revista Sábado del diario El Mercurio, 16 de junio de 2018

Los cementerios-parques han cambiado la cartografía y la cultura de 402789-portada-ALGUIEN-CAMINA-SOBRE-finalrelación con los muertos en Chile. De las solemnes y bien delineadas calles del Cementerio General, o de los pasillos elevados del Católico, tocados por el gris y el blanco, lugares como el Parque del Recuerdo ofrecen verdes muros y pasto impecablemente cortado. Si Mariana Enríquez fuera a verlos diría que no son latinoamericanos, que les faltan colorinche y personajes clásicos como la sanadora que acumula ofrendas, el niño milagrero, la muerte enamorada, las leyendas que alimentan el miedo a la oscuridad y las ganas de abandonarlos pronto. ¿O hace falta una cronista como ella para investigar por qué deberíamos estremecernos tras atravesar las venerables puertas de nuestros camposantos? Hay, en esta colección de visitas a cementerios en distintos países y continentes, firmes intuiciones sobre el carácter de pueblos y ciudades a partir de ellos. Los de Guadalajara y esa relación tan cercana, familiar y festiva con la muerte. O el de Génova, la mejor expresión de cómo el alza de la burguesía podía también traducirse en una competencia por la tumba más fastuosa. O esas notas de colores y panteones tipo casitas con azulejos que irrumpen en el verde oscuro y y el orden profundo en un cementerio alemán, huella migrante que puede espantar a los deudos tradicionales.

Y sí, están los cementerios. En Australia, en Argentina, en México, en Italia, en Estados Unidos, en Francia, en Cuba, y, al final del libro, una lista de los que la autora todavía quiere conocer. Y está también la mirada de la escritora que los recorre. No son simples acumulaciones de datos o notas descriptivas: Mariana Enríquez, la más destacada cultivadora del género del horror en la narrativa latinoamericana contemporánea, muestra también acá, en este recorrido, las obsesiones que recorren su obra narrativa (la muerte, el sexo, la extrañeza, lo insólito, lo nocturno), sus gustos musicales, algunas notas muy reveladoras de su biografía –por ejemplo, que soñaba con pertenecer a la familia de Lestat, el vampiro protagonista de las novelas de Anne Rice- o bien simplemente informativas, como las que se refieren a su pareja, Brian. Su mundo, en cualquier caso, que se despliega en torno al viaje y a las visitas a los cementerios, en un libro que bien podría ser una autobiografía a partir de los viajes, la aventura, el desacomodo, pero que deja ver, entre líneas, esa dimensión cotidiana en donde Mariana Enríquez vive y escribe, esa trama cotidiana donde lo extraño puede estar agazapado, pero nunca ausente.

Mariana Enríquez. Montacerdos, Santiago, 2018. 280 páginas.

Svetlana Alexiévich

 

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 23 de enero de 2016

svetlanaUna cronista bielorrusa ganó el Premio Nobel de Literatura 2015. Se ha dicho ya repetidas veces que la gran novedad es el reconocimiento a un género cada vez más popular, la no ficción, o la crónica. Está muy bien que así sea; pero ocurre también que los libros de Alexiévich –al menos los dos recientemente editados por Debate- son profundamente políticos en el mejor sentido del término. Voces de Chernóbil tiene como subtítulo “Crónica del futuro”, porque, para la autora, la catástrofe ocurrida en 1986 es un hito central en la historia del siglo, “un enigma que aún debemos descifrar. Un signo que no sabemos leer. Tal vez el enigma del siglo XXI”. La guerra no tiene rostro de mujer es una crónica asombrosa desde el dato inicial: un millón de mujeres combatió en la Gran Guerra Patria. Y, sin embargo, el relato ha sido siempre desde el ángulo masculino.

Le tomó veinte años escribir la crónica de Chernóbil. El otro libro apareció en 1985, tras años de intenso trabajo y de rechazos editoriales, que cambiaron con la perestroika y Gorbachov. Fue un éxito de ventas enorme. Entre 2002 y 2004 lo reescribió, para incorporar lo que había sacado el censor y notas de sus conversaciones con él. Ambos tienen en común dos cosas. Recogen la otra historia. La catástrofe de Chernóbil está muy bien estudiada y documentada; lo que hace Alexiévich es reconstruir qué pasó en las vidas de quienes sufrieron las consecuencias del accidente. En el otro hace hablar a las mujeres, que llevaban cuarenta años sin poder manifestar su propia mirada sobre el conflicto. Ambos son estremecedores. Como dice la autora, “recordar es, sobre todo, un acto creativo. Al relatar, la gente crea, redacta, su vida”, pero ello demanda trabajo, esfuerzo, para encontrar la propia voz y escapar del punto de vista habitual. Ambos libros son desgarradores. El primer testimonio de Chernóbil es abrumador. Pero hay otra cosa que le agrega valor a cada libro, y es el impresionante talento de Alexiévich para recoger la cadencia de la lengua, el titubeo de las palabras, los rodeos para postergar el momento de decir lo que de verdad duele. Es un ritmo inimitable que recuerda los grandes clásicos rusos y que, más allá de la pertinencia política de los temas escogidos por la autora, constituye sus crónicas como casos de extraordinaria literatura, sin apellido alguno, que estremecen y atrapan a pesar de su implacable dureza.

La guerra no tiene rostro de mujer. Debate, Santiago, 2015. 365 páginas.
Voces de Chernóbil. Debate, Santiago, 2015. 406 páginas.

La Frontera. Crónica de la Araucanía rebelde

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 28 de noviembre de 2015

araucanía-rebeldeLa palabra «frontera» tiene múltiples reminiscencias, desde la literatura y el cine hasta la geopolítica y los problemas con los vecinos. Cuando se la pronuncia respecto de La Araucanía, la primera reacción es remitir al pasado, cuando Temuco era una avanzada del progreso, para citar a Conrad. No es así. Este libro demuestra que esa línea intangible existe y que aumenta su profundidad.

Acá todo es ambivalente. Se suele decir, con orgullo, que los mapuches mantuvieron su independencia por tres siglos; se argumenta, con desprecio, que los mapuches -los indios- son flojos y borrachos. Se esgrime la tesis de que el mestizaje fue tan amplio que Chile es un país racialmente homogéneo, o bien se señala que somos un país diverso, heredero de muchas tradiciones. Ni una ni otra cosa se viven en un territorio en disputa, ocupado por empresas forestales, fundos, parcelas y reservas mapuches, donde la tensión ha sido constante desde que la democracia trajo también la emergencia de antiguas reivindicaciones. El alcalde de Tirúa, Adolfo Millabur, dice que las forestales son la tercera invasión, pero que la más dura fue la chilena, la anterior, «la más indolente, la más sorda».

Esta crónica de Ana Rodríguez y Pablo Vergara enfoca el asunto desde muchos ángulos. Un soporte son los libros, muchos desconocidos, que documentan 150 años de historia; otro, entrevistas a diversos protagonistas del conflicto: líderes mapuches en la clandestinidad, dueños de fundo privados de sus tierras, policías, alcaldes y periodistas, historiadores mapuches y chilenos que se resisten a usar esa palabra; y el reporteo cuidadoso de reuniones, de informes del Ejército, de asesinatos y de la vida cotidiana en la zona. Por esa vía despejan mitos como el financiamiento externo del movimiento mapuche o su unidad táctica y estratégica con la izquierda; nada de eso existe, porque son problemas y luchas diferentes, y se muestra que las habituales categorías de análisis no sirven en este caso. El texto muestra que así como todo es ambivalente, nada es sencillo; el conflicto existe, está vivo, y no hay respuestas fáciles. La reafirmación de la identidad mapuche es una cuestión cultural, sobre todo, pero tiene, tal como se lee en estas páginas, dimensiones territoriales, religiosas, políticas y ecológicas. La investigación de los autores tiene el gran mérito de describir antes que juzgar, y por esa vía dan cuenta además de la real dimensión del conflicto; un libro que obliga a pensar de nuevo en qué país somos y qué queremos para el futuro.

Bogotana[mente]

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 27bogotana de junio de 2015

Brutas Editoras es un emprendimiento independiente desarrollado por escritoras chilenas, pero con una sede ubicua; los libros se editaban en Nueva York, ahora al menos tienen el pie de imprenta en Chile. El proyecto es singular por otros motivos: la línea de Destinos Cruzados -la colección principal, hasta el momento, de Brutas- es la crónica sobre ciudades o países, con dos autores por libro, y siempre de otro origen. El resultado es un interesante caleidoscopio de miradas que resitúa la noción de pertenencia y que devuelve al ojo del visitante toda su capacidad de ver más allá de lo habitual. Hay títulos sobre Japón, Belarús, Chile y París, entre otros, a los que se suma esta doble crónica sobre Bogotá. El primer texto es de Alejandra Costamagna; el segundo, del venezolano Slavko Zupcic.

La crónica de Costamagna comienza en un territorio familiar para cualquier viajero latinoamericano en países vecinos o cercanos: las variaciones de la lengua, aunque va más allá del mero registro: se trata de descubrir al bogotano en los giros, en las metáforas, en el «sol de agua», un sol brillante que parece anunciar buen tiempo, pero que es, en realidad, un seguro presagio de lluvia. Costamagna rescata también el lado oscuro de la ciudad y del país, la terrible estadística de violencia que no puede disimular ni la deliciosa cadencia bogotana ni la amabilidad de tratarla de «sumercé». Si el texto de la escritora chilena invita a vivir la experiencia bogotana, el texto de Zupcic es una muestra de lo difícil que puede ser llegar a lograrlo, aunque se haya vivido muy cerca, y quizá por eso es una crónica tocada a la vez por el humor y por una rara especie de nostalgia. Criado en Valencia, Venezuela, y residente en Barcelona, España, Bogotá -gracias a un par de compañeros de colegio y sus familias- se convirtió en una suerte de mito, en la ciudad deseada y nunca vista que solo muchos años más tarde -y al final de su relato- pudo contrastar con la realidad. Médico psiquiatra de profesión y escritor también, Zupcic compone un texto híbrido en la forma, que usa mucho más las herramientas de la narrativa que las de la crónica. En realidad, lo mismo ocurre, si bien más del lado del lenguaje y el estilo, con el de Costamagna. Y ambos son excelentes aproximaciones a esa ciudad de altura que tiene su historia, su enigma y su cadencia subyugante.

Alejandra Costamagna y Slavko Zupcic. Brutas Editoras, Santiago, 2015. 133 páginas.

Hotel Florida

Reseña publicada eb la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 11 de abril de 2015

Cub Hotel Florida L30.inddEl subtítulo del libro es «Verdad, amor y muerte en la Guerra Civil». Es el tipo de obra cuya lectura plantea, desde las primeras páginas, una pregunta que solo la autora podría contestar: ¿cómo se le ocurrió escribirla? Es que historias, crónicas, novelas y ensayos sobre la Guerra Civil en España hay muchos y muy variados y la frondosa bibliografía no cesa de crecer, especialmente cuando de manera sumamente tardía se abordan los silencios de la transición a la democracia. Sin embargo, la estadounidense Amanda Veill -escritora de biografías y ensayos que han ganado numerosos premios- encontró el modo de entrar en el tema de forma original y apasionante. La autora escogió seis personajes que se vincularon con la Guerra Civil desde distintos ángulos. Varios de ellos son famosos: Ernest Hemingway y Martha Gellhorn, quien se convirtió en su pareja en los agitados días de la guerra, y Robert Capa y Gerda Taro, fotógrafos, jóvenes y llenos de talento, que documentaron como pocos el conflicto y el entorno, los enfrentamientos y sus consecuencias (Taro murió mientras cubrían una retirada republicana, lo que destrozó a Capa, aunque no dejó su empeño de cronista bélico hasta que falleció, también víctima de su cercanía a los combates, en Corea en 1953). Otros son menos conocidos (al menos fuera de España), como Arturo Barea, que escribió sus memorias en el exilio y dejó una abundante obra literaria escrita en Inglaterra, y su esposa, la periodista austríaca Ilse Kulcsar, activista de izquierda en su país y en la República Checa que recaló en Madrid gracias al espíritu aventurero de André Malraux. Todos ellos -en algún momento de los tres años de enfrentamiento- recalaron en el Hotel Florida.

Quizá el mayor interés del libro -que se basa en fuentes autobiográficas, en crónicas, en memorias de conocidos de los protagonistas- y lo que hace su lectura tan absorbente, es que sigue la participación de los protagonistas desde su ángulo de mirada, desde cómo ellos percibían la realidad y cómo reaccionaban. Si Barea quería contribuir de alguna manera a la causa republicana; si Capa y Taro querían tomarles el pulso a los verdaderos combates; si saltaba la chispa de la atracción entre Hemingway y Gellhorn, Vaill lo relata desde su mirada; y en esos tiempos de tensión y peligro, de amores súbitos y feroces, de desafíos constantes a la muerte, la construcción es impecable y tanto más convincente de su verosimilitud que las miradas globales sobre el conflicto.

La bestia de París y otros relatos

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 14 de marzo de 2015

bestiaAunque el cuadro de la portada recuerda las esculturas del Parque de Bomarzo, tan socorridas para dar una idea de lo monstruoso, en realidad es un cuadro de Eugène Atget, muy apropiado para el primer y más extenso reportaje de este breve libro. El volumen agrupa cuatro crónicas de Marie-Luise Scherer -alemana y ganadora de varios premios por su trabajo-, escritas en París. Un asesino, dos escritores y muchos diseñadores de vestuario son los temas que permiten el despliegue del consumado talento de Scherer, cuyo trabajo periodístico se sitúa en la vereda opuesta del afán de golpear con una noticia.

Lo suyo va mucho más allá. El reportaje inicial es un ejemplo: todos los datos importantes están en los diarios y, aunque se advierte un intenso trabajo de reporteo, está en el entorno de los hechos, en la personalidad de víctimas y victimarios, en la caracterización de barrios y de calles. «La bestia de París» fue el apodo que los medios de prensa entregaron a un misterioso y escurridizo asesino especializado en señoras ancianas que vivían solas. El asesino -que contó con un cómplice en los primeros crímenes- sembró el terror en los barrios en torno a Montmartre durante varios años. Podría ser una crónica policial como tantas; lo interesante es el elusivo punto de mirada de Scherer, que huye de todo tipo de interpretaciones o que, más bien, dispone los hechos de tal modo que el lector podrá llevarlas a cabo. La historia es sórdida, triste, brutal y despojada de humor, pero también es una oportuna ventana a las carencias y debilidades que pueden alimentar la aparición de personajes tan amorales como el protagonista.

Otra crónica ejemplar es sobre Marcel Proust o, más exactamente, sobre el rodaje de El amor de Swann, de Volker Schlöndorff, a comienzos de los ochenta. Scherer presta tanta atención a los hábitos sociales del escritor francés como a las personalidades de Alain Delon, Ornella Muti o Jeremy Irons, los protagonistas de la película, y se las arregla para establecer una lectura que se superpone a las obras del escritor y del cineasta, una interpretación sutil, amable y original. Las otras dos crónicas -sobre el surrealista Philippe Supault y sobre el mundo de los desfiles de moda- siguen la misma pauta: más que información, hay lectura; más que apego a los datos, hay elegancia en el estilo; y la originalidad no está en los temas escogidos, sino en el modo de tratarlos.

Marie-Luise Scherer. Sexto Piso, Madrid, 2014. 127 páginas.

Pedro Lemebel

Columna publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 31 de enero de 2015

AMLEl último título de Pedro Lemebel que llegó a las librerías chilenas es Adiós mariquita linda, reedición en Seix Barral del libro publicado en Sudamericana 10 años antes. El título no puede ser más apropiado para despedir a un escritor que, desde mediados de los noventa, ganó no solo fama y prestigio entre la academia, la crítica y los lectores bien informados de Iberoamérica, sino también el cariño y la cercanía de la gente. Las redes sociales y la fiesta -que eso fue- de su funeral, multitudinario y caótico, expresaron muy bien esa especial empatía de Lemebel con su público, aquel que llenaba sus presentaciones y que asistía, en los últimos años, al tono ronco de su voz quebrada por el cáncer, y que salió a las calles a despedirlo con esa mezcla inseparable, cuando de Lemebel se trata, de rabia y cariño, de marginalidad y gran literatura, de subversión y reconocimiento. Pocos escritores logran esa conexión viva, fuerte y sincera con los lectores, y eso habla muy bien de su capacidad para interpretar a un sector muy amplio de la sociedad chilena.

No fue un poeta, como lo calificó Roberto Bolaño, uno de los autores que más contribuyó al reconocimiento de Lemebel más allá de nuestras fronteras (y, de rebote, acá también). Publicó una sola novela, aunque Tengo miedo torero es más débil que sus colecciones de crónicas. En este género, Lemebel desplegó de manera deslumbrante un talento único, tanto en la sintaxis ondulante y el léxico innovador y creativo como en su capacidad de mirar las costuras, las inconsistencias y los dobleces de la sociedad chilena. Se ha insistido mucho, y con razón, en su triple marginalidad: cola, comunista y pobre. Él mismo la enarboló como seña de identidad y a partir de ella construyó una figura que el canon no ha sido capaz de absorber plenamente, aunque la academia le dedique sucesivas tesis, artículos y libros. Lemebel es una figura literaria, sin duda, pero igualmente política y social, que ayudó a empujar las fronteras de lo que se puede decir en el espacio público de un país donde, como escribió otro cronista, no hay escándalos, sino malos ratos. Lemebel sí fue escandaloso, la loca que se instala en el centro del escenario y que pone a prueba los prejuicios de izquierdas y derechas, de moros y cristianos, y que se ríe de las risas nerviosas de quienes prefieren no ver jamás todo el arco de la realidad.

Murió joven. Tanto escapar del sida y me agarró el cáncer, dijo. Y dejó esta herencia de ruptura y pasión, de su impresionante arraigo popular, de sus colecciones de crónicas que seguirán siendo materia de tesis, pero sobre todo materia de lectura para todos los que quieran saber más sobre nuestra identidad, nuestras oscuridades, nuestros prejuicios.

«Dispara a todo lo que se mueva»

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 3 de enero de 2015

disparaHay una ingente bibliografía sobre la guerra de Vietnam, de la que conocemos -en castellano- solo una mínima parte, que va desde el elogio del militarismo y la crítica al Partido Demócrata, hasta la crónica descarnada del sinsentido del conflicto. El clásico libro de Michael Herr (Despachos de guerra), que sirvió como una de las fuentes de películas como Apocalypse now y Full metal jacket, está abundantemente citado junto a cientos o miles de libros, artículos y, sobre todo, material desconocido encontrado por el autor en archivos militares completamente ignorados hasta ahora. El resultado es una crónica terrible que muestra en toda su crudeza el feroz prontuario de las fuerzas armadas estadounidenses en Vietnam.

Los títulos de algunos capítulos son elocuentes: «Un sistema de sufrimiento», «Una letanía de atrocidades», «Sufrimiento sin límites». Por debajo -aunque Nick Turse, periodista, no la explicita en ningún momento- está la tesis de que la guerra no se perdió tanto en el campo de batalla, sino que en la otra dimensión del combate: la batalla por ganar «corazones y mentes»; es decir, lograr el apoyo mayoritario de la población civil al régimen de Vietnam del Sur. La escala de los abusos es tan amplia, tan extendida, tan brutal, que parece difícil de creer, y, sin embargo, el único defecto del libro es que puede parecer una escritura plana y repetitiva precisamente porque pone el acento en el sustento documental, en los archivos, testimonios y entrevistas que respaldan la veracidad de su información. Las cifras marean y la impunidad indigna, puesto que había un aval institucional que condonaba casi todo abuso, desde la violaciones de niñas al asesinato de niños, ancianos y mujeres.

Como investigación periodística, es impecable. Como demostración de que es posible levantar una historia paralela desde el ángulo de los vencidos, también, y ahí radica una cuestión que tiene mucho que ver con el poder en una dimensión más amplia que la escala nacional. El capítulo sobre Vietnam en La marcha de la locura, de Barbara Tuchman, es una exposición casi incomparable de cómo un país puede llevar a cabo una empresa bélica en contra de sus auténticos intereses; el libro de Turse demuestra, por su parte, cuán poco de la Constitución estadounidense, tan citada e importante para la identidad de la mayor democracia del mundo, llegó a la selva vietnamita.

Nick Turse. Sexto Piso, Madrid, 2014. 439 páginas.

Una historia sencilla

Maquetaci—n 1Aunque se publica en una colección de narrativa, se trata, en realidad, de una crónica, un género que ha ganado considerable dignidad y calidad en los años recientes gracias a periodistas como la argentina Leila Guerriero, que unen el rigor en la investigación con la habilidad para construir historias bien armadas y mejor escritas. Lo habitual es que el foco esté puesto en un fenómeno, en un hecho o en un personaje que se salen de lo común, que despiertan la curiosidad pública, que siembran asombro, alarma, temor o exaltación. En este libro, Guerriero escogió el camino inverso. De ahí la particular textura de esta crónica sobre un baile folclórico argentino -el malambo, un zapateo sometido a reglas implacables que demanda un tremendo esfuerzo físico, acompañado por guitarra y bombo- y, sobre todo, sobre uno de sus cultores, Ramón González Alcántara; y de ahí también las preguntas que la autora propone el lector hacia la mitad del libro: «¿Nos interesa leer historias de la gente como Rodolfo? ¿Gente que cree que la familia es algo bueno, que la bondad y Dios existen? ¿Nos interesa la pobreza cuando no es miseria extrema, cuando no rima con violencia, cuando está exenta de la brutalidad con que nos gusta verla -leerla- revestida?». Nada hay, pues, de espectacular o fuera de lo común en esta crónica, como no sea el malambo, una prueba de resistencia que forja atletas capaces de resistir casi cinco minutos equivalentes a una competencia de cien metros planos, o las reglas del Festival Nacional de Malambo que se lleva a cabo en el pueblo de Laborde -siete cuadras de largo por catorce de ancho-, que entregan, junto con la corona de campeón en la categoría adulto, la jubilación. El campeón no puede volver a competir. El malambo del triunfo es también su último malambo; pero es también la puerta a la gloria. Una gloria limitada, claro; el Festival de Laborde tiene poquísima publicidad, nada de televisión y no más de dos mil espectadores, compuestos en su mayoría por bailarines, sus familias y sus amigos. Guerriero pone en la escena a ese público, sus amistades, sus sentimientos y sus esperanzas. Vidas comunes y corrientes que solo en el malambo alcanzan una intensidad especial que los transfigura y que, en el caso de los campeones, les cambia la vida. Todos vuelven a Laborde, el escenario de la gloria y la aniquilación. Es, con todo, tal como el título lo indica, una historia sencilla de gentes sencillas, y ahí radican su encanto y su fuerza.

Leila Guerriero. Anagrama, Santiago, 2013. 147 páginas.

Eugenio Lira Massi, «El hombre del momento»

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 7 de septiembre de 2013

elhombredelmomentoportada-641x1024A cuarenta años del golpe militar, es muy oportuna la aparición de El hombre del momento, que recupera para lectores contemporáneos las columnas que Eugenio Lira Massi, un periodista formado a pulso (es decir, en el ejercicio de la profesión y no en la universidad) publicó en diarios como Clarín y Puro Chile entre 1969 y 1973. Socialista y allendista, Lira Massi además participaba en programas de televisión; su militancia y su fama llevaron a que fuera puesto en la lista de personas más buscadas tras el golpe. Se asiló en la embajada de Francia y murió en 1975, en París, de un derrame cerebral, a los 40 años.

El libro está dividido en dos grandes secciones. La primera, «Érase una vez», agrupa las columnas autobiográficas que publicó en Puro Chile. Se trata, sin duda, de lo mejor del volumen, donde el autor demuestra su talento para usar el lenguaje popular con una viveza y plasticidad muy poco habituales, al servicio de la reconstrucción de la vida cotidiana en diversos lugares del país, pero sobre todo en la comuna de Independencia. La sociabilidad, los partidos de fútbol, los amigos, los padres de los amigos y personajes tan entrañables como Cara de Hacha, un chofer de micro que siempre hablaba de sí mismo en tercera persona, Pildorita, el Lalo, el Tuco, el Pocho, son la materia prima para esta manera de recuperar una manera de habitar la ciudad que parece ya desaparecida, pero que también, gracias a la fluidez y riqueza del estilo de Lira Massi, parece también tan viva y tan cercana. La segunda, «A mi distinguida clientela», recopila columnas de variado orden temático, donde el autor le habla a los lectores con una naturalidad impresionante, como si se tratara de sus amigos o como si estuviera reunido con ellos en algún bar o en una casa. Ahí muestra también su lado más mordiente -usaba el sarcasmo como una herramienta muy bien conocida- y sus firmes convicciones políticas. A través de ellas se percibe con fuerza la polarización del país, pero, lo que es más interesante aún, una manera de entender el periodismo sin remilgo alguno, que convertía a personas como Lira Massi, José Gómez López, Fernando Rivas Sánchez, en personajes relevantes en el paisaje político y cultural de la época. De ahí que este libro sea tan importante para la memoria, como caso ejemplar de periodismo comprometido y por su manera de narrar, tan viva y dúctil que admite muy pocas comparaciones.

Eugenio Lira Massi. Ediciones Universidad Diego Portales, Santiago, 2013. 212 páginas. Selección y prólogo de Marcela Fuentealba.