Mudanza

Reseña publicada en la revista Sábado del diario El Mercurio, 20 de julio de 2019

La argentina Mercedes Halfon escribió El trabajo de los ojos (publicado en Argentina por Entropía y en Chile por Lecturas), donde sus problemas con el sentido de la vista iluminan un recorrido biográfico hacia la palabra. Este libro de la mexicana Verónica Gerber también usa como punto de partida un problema visual; a los ocho años, a la autora le diagnosticaron ambliopía, o síndrome del “ojo flojo”, cuando uno de ellos se niega a cumplir su misión y, en lugar de fijarse en lo que se quiere ver, sigue un camino “errante e indescifrable”, propio, autónomo, el de un extraño que te habita y que marca el rumbo de los peatones perpetuos, “que caminan en medio de nubarrones, que van y vienen del aquí a un lugar lejanamente imaginario, los que enfocan y desenfocan”. Desde ese descentramiento, desde ese ser habitado por otro, Gerber inicia el acercamiento a un puñado de artistas que comenzaron por la palabra, que fueron escritores, pero que luego se tornaron errantes, buscando “decir sin palabras lo que solo la palabra puede decir”. Para efectos de las clasificaciones habituales, son artistas conceptuales: Vito Acconci, Ulises Carrión, Sophie Calle, Marcel Broodthaers, Öyvind Fahlström. La exposición “Cuídese mucho”, de la artista francesa, estuvo en el MAC entre enero y abril de este año, tras recorrer muchas ciudades del mundo. El resto son menos conocidos en estas latitudes.

El libro de Gerber abre y cierra con ensayos vagamente autobiográficos; habla de su ambliopía y de su zurdera —dos barreras que la separan de la mayoría—, pero se trata de excusas para reflexionar sobre el lenguaje, el arte y las diferentes aproximaciones que se pueden llevar a cabo. Ambos textos rodean cinco ensayos, que van mucho más allá de la descripción del trabajo de los artistas. Ahí reside el mayor valor de Mudanza: se aprende mucho con la lectura, sí, y dan ganas de buscar referencias, de investigar más, pero es sobre todo la calidad de la escritura y su continua exploración de las maneras de apropiarse del mundo del lenguaje lo que seduce de este libro. En la contrasolapa se cita a Julián Herbert, quien sostiene que Gerber se propone construir “una ensayística que funcione al mismo tiempo como pieza de arte conceptual”. Sí, pero también puede decirse que se trata de ensayos que abren puertas al fulgor de la obra de otros y que reflejan, al mismo tiempo, la manera en que Gerber entiende su propio proyecto de creación: y ahí sí que hay que seguir la pista, por su capacidad para indagar en esas travesías del ojo que se manda solo.

Verónica Gerber. Montacerdos, Santiago, 2019. 112 páginas.

Cuaderno de faros

Reseña publicada en la revista «Sábado» del diario El Mercurio, 4 de abril de 2020

faros2146El momento de la lectura influye mucho sobre cómo nos enfrentamos a un texto y qué nos impresiona de él. En uno de los primeros apartados del libro, Jazmina Barrera (escritora y traductora mexicana) habla de la bitácora, un mueble en el que se solía guardar el cuaderno de registro de los hechos relevantes de la navegación de un barco. Con el tiempo, bitácora pasó a ser ese registro y el mueble pasó al olvido. Al final de ese texto, escribe que “cuando el tiempo es indefinido, el calendario y el reloj se vuelven indispensables para evitar la parálisis. Por eso la bitácora, o el diario, es un referente constante, única herramienta contra el tedio: cada día menos una cruz más sobre el papel”. Es extraña la resonancia que despiertan esas ideas en tiempos de cuarentena, aunque hayan sido escritas para otro contexto: Cuaderno de faros es el registro de un viaje más literario que físico, aunque también la autora visita faros reales en su empeño de coleccionista. Es un viaje que gracias al libro podemos repetir y acompañar con nuestra experiencia, porque es de esos textos raros y cercanos, que hablan desde el yo sin que este termine por imponerse, que dan rienda suelta a la curiosidad, a la obsesión, al intento —siempre inútil, cosa que Barrera sabe— de agotar un tema, de exprimirlo hasta la última gota, y que por todo ello permiten que le lector se incorpore a la aventura.

La primera parte es una mirada más general, presidida por las figuras de Virginia Woolf, el abuelo de Robert Louis Stevenson y Edgar Allan Poe; las siguientes se organizan en torno a faros concretos, con nombre y fotografía, que a su vez albergan no solo la luz intermitente sino también otros faros, otras historias, otras referencias literarias. Pero el libro nunca pierde el hilo de la experiencia, la reconstrucción biográfica, la indagación intelectual y personal en torno al porqué los faros pueden asomar como una respuesta en el horizonte de quien navega desde su casa: “Ante el temor a la deriva, coleccionar. Coleccionar, por ejemplo, faros, aporta una dirección, por más arbitraria que sea. Se vuelve entonces una manera no solo de escapar, sino también de construir”. El luminoso estilo y la riqueza impresionante de observaciones, mapas, anécdotas personales, historias de faros y referencias literarias hacen de este viaje inmóvil uno especialmente seductor, que actualiza también la historia de un oficio –el de farero- que parece sumarse a la gran caja donde yacen los restos obsoletos de otra era.

Jazmina Barrera. Montacerdos, Santiago, 2019. 126 páginas.

 

 

Tratado sobre la infidelidad

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 21 de noviembre de 2015

tratado-393x600Tras leer esta colección de relatos, se entiende que los autores -los mexicanos León Plascencia Ñol y Julián Herbert- no se refieren a la infidelidad en su sentido clásico, aquel del triángulo amoroso, y tampoco a las escapadas ocasionales fuera del marco de la pareja. Se trata de una cuestión mucho más de fondo. Quizá de ahí viene el título, curiosa elección para un conjunto de cuentos cuyo hilo conductor no es tanto la infidelidad como el deseo y los modos en que este se proyecta, se desplaza, se pervierte, se desdobla o se frustra. «No hay deseo más puro que el no correspondido», dice una de las más felices frases del libro. Puede desprenderse de ahí una pauta de lectura: en el más extenso y uno de los mejor logrados, «Tokyo big diary», el intenso erotismo de la relación de Fuzzaro -personaje que protagoniza varios relatos- con su amante japonesa no es otra cosa que una operación de olvido, una suerte de terapia donde el deseo por Shino se enciende y se multiplica para borrar, para abolir, para olvidar el deseo por Nita. En otro cuento, el protagonista muere; pero muere lo que él es en ese momento, el hombre que ama a una artista conceptual madura y atractiva, y lo mata él mismo, para volver a sus juergas con las jóvenes actrices que su trabajo de guionista le pone a la mano. La infidelidad puede ser, así, una forma mucho más sutil y profunda de traición. No se trata del mero acto físico, sino de una operación compleja y premeditada que hunde a ambos en el mismo abismo de dolor y desgarro.

Eso sí, Plascencia y Herbert no pierden el sentido del humor. Negro, por fuerza, para estar a la altura de las circunstancias. Cuando se enfrentan en serio asuntos tan serios como el deseo y la infidelidad, no queda más que asomarse a aspectos sumamente sórdidos de los seres humanos, extrañas maneras -a veces extrañísimas- que las parejas descubren para mantener ya no viva, sino apenas posible, una relación; y el humor y la distancia alivianan el amargo trago. En ese sentido, el cuento «Palabras mucho más cortas que un sentimiento abatido» es ejemplar. Aunque en más de alguna oportunidad se les arranca una frase hecha o un epigrama sin mayor sustancia, impresiona cómo los autores lograron dar coherencia, claridad y estilo a una propuesta narrativa con ese sello hasta melancólico de lo irrepetible. El último cuento, «Una horda de locos», es, precisamente, un ejercicio de estilo sobre una vieja fotografía.

León Plascencia Ñol y Julián Herbert. Montacerdos, Santiago, 2015. 120 páginas.

Usted está aquí

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 18 de julio de 2015 

Usted está aquíEste libro es una buena muestra de la obra de la escritora colombiana Margarita García Robayo (Cartagena de Indias, 1980): cuatro cuentos y una novela -o nouvelle, mejor dicho-, «Hasta que pase un huracán», que ocupa unas 50 páginas en esta edición. El limpio estilo de la autora, ajeno a alardes vanguardistas y fiel al designio de armar buenas historias, hace que la escritura fluya con naturalidad y les da fuerza a relatos cotidianos de un Caribe desacostumbrado, lejano tanto de los excesos del realismo mágico como de los lugares comunes sobre la fogosidad, el ritmo y la intensidad de la vida sobre la línea del Ecuador. Los cuentos desarrollan historias que inquietan y dejan un regusto amargo: el niño obeso que ve cerrarse el mundo, la hija que no quiere ver a su padre, la joven intelectual que a fuerza de querer una relación no convencional termina por sucumbir a la ausencia de un concepto, el cuarentón de viaje doblemente atrapado en un hotel de paso y en la historia de una mujer que tiene miedo. La novela es protagonizada por una chica cuyo único objetivo en la vida es irse del país, y en ese empeño descubre que, aunque el mundo no tenga fin, da igual donde estés. «Lo bueno y lo malo de vivir frente al mar es exactamente lo mismo: que el mundo se acaba en el horizonte, o sea que el mundo nunca se acaba», escribe al comienzo de su relato, que, al igual que los otros, puede leerse como que el horizonte en realidad no existe, que las historias son circulares, que las historias que le cuenta Gustavo, el viejo pescador, son tan repetitivas y monótonas como el videojuego en que entretiene sus días el adolescente ya tan gordo que necesita una silla de ruedas para moverse.

Hay que destacar, más allá de la amargura, la potencia de los relatos y la calidad de la escritura. Aunque a primera vista parezca que hay más de algún final abierto, los relatos están perfectamente concluidos, con sutileza y elegancia; y la novela, sobre todo, muestra el talento de García Robayo para delinear en una sola historia, en un golpe de mirada, en la trayectoria de un personaje cuya inteligencia se convierte en su peor condena, el destino de las clases medias, residentes y migrantes, en el ámbito caribeño. «El medio es el peor lugar en donde estar: casi nadie salía del medio, en el medio vivía la gente insalvable».

Margarita García Robayo. Montacerdos, Santiago, 2015. 127 páginas. 

La ola

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 20 de diciembre de 2014

La-olaSiete cuentos dan forma a este libro de la escritora boliviana Liliana Colanzi (1981). Algunos, como «Vacaciones permanentes», habían aparecido en un libro previo que llevaba precisamente ese título. El contrapunto entre antiguo y nuevo es muy útil; ese relato es representativo de una escritura bien lograda, pero con un punto todavía de adolescencia en los temas escogidos y en el desarrollo de una trama que podría haber ocurrido en Santa Cruz (la ciudad natal de la autora), Nueva York o Talca: jóvenes perdidos en su camino hacia la madurez, relaciones quebradas, la intensidad dramática de decisiones que más tarde serán tenues hebras de humo en la memoria. Otros relatos -«Retrato de familia», «El ojo», «Meteorito», «La ola»- escapan claramente de ese marco y despliegan historias bien logradas que demuestran una singular madurez en el tratamiento del relato breve.

El mayor logro de Colanzi radica en su modo de trabajar los finales. Hay, aunque a veces sea solo en las últimas líneas, una aceleración del ritmo y una intensificación del sentido que elevan la intensidad narrativa y de alguna manera transforman la narración en otra cosa, o en otro cuento; unas pocas líneas o un par de párrafos que actúan con un efecto bumerán y golpean la conciencia del lector desde ángulos inesperados. Historias familiares o campesinas, cuentos de taxistas, presencias sobrenaturales, frutas autóctonas, dejan ver también el origen de la autora y atisbos sobre la vida cotidiana en Santa Cruz, pero sin ningún afán localista. Al contrario, se nota en Colanzi su voluntad de escribir para todos, con historias que no se arraigan en el color local, sino en sensaciones y percepciones más universales, aunque recuerde, con especial gusto, el achachairú, «la fruta más deliciosa del mundo: por fuera es de un anaranjado violento y por dentro es carnosa, blanca, dulce, ligeramente ácida». Esa nota de nostalgia funciona como un sello de origen que otorga una identidad más precisa a los relatos, así como cuando habla de los cambas o incorpora una construcción verbal tan propia del castellano de Bolivia, el «había sido». A partir de ella, Colanzi modula una forma de imaginar, de construir ficciones, desde otro lugar de América Latina, cuyo mapa -gracias, en buena medida, a las editoriales pequeñas de catálogos más arriesgados- se ha enriquecido singularmente en los últimos años.

Liliana Colanzi. Montacerdos, Santiago, 2014. 125 páginas.

Reinos

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 10 de mayo de 2014

reino-portRomina Reyes (1988), periodista, debuta en la ficción con este breve libro compuesto por seis relatos, con el que ganó el premio Mejores Obras Literarias Inéditas 2013 en la categoría cuento. Y merecidamente, puesto que el libro revela una mano segura en el trazo y una voz propia que tiene muchas posibilidades de ganar madurez y depurar un estilo que ya se manifiesta con claridad. Se trata de historias situadas en las antípodas de la épica, escritas en un tono menor donde la melancolía y la sensación de vacío se instalan con suavidad, sin aspavientos, sin el más mínimo vestigio de autocompasión. La contención, sin embargo, no implica amargura; hay lucidez, una profunda y cristalina lucidez, pero sin que esa capacidad de sentir el vacío o la inutilidad de las cosas se transforme en un lastre para el fluir de los relatos. «A veces pienso como si nada bueno me fuera a pasar nunca, lo que no significa que esté triste ni que la pase mal», dice uno de los personajes, y parece resumir el tono general de los cuentos. La autora asume con mucha propiedad voces narrativas masculinas y femeninas, y a través de ellas construye relatos que establecen una clara correspondencia con su experiencia de vida; no intentan ir más allá, pero ello no limita, ni mucho menos, su capacidad expresiva. Más que la metaliteratura, tan de moda, o que la ficción elaborada a partir de la propia biografía, otra tendencia muy marcada en la narrativa chilena reciente, lo de Romina Reyes es el intento de atrapar fragmentos de vidas en esos momentos donde la claridad, o algo semejante a la lucidez, obliga a mirar la realidad de frente y a percibir cuánto hay de inestable, de frágil, de incierto, en la existencia de cada uno. Momentos de crecimiento, ritos de paso, que operan de alguna manera a contrapelo del famoso verso de Gabriela Mistral «todas íbamos a ser reinas»: en los cuentos de Romina Reyes, los reinos son el dominio de la incertidumbre, el desvelo, de la intuición de «Qué terrible debe ser no tener que hacer otra cosa que pensar», porque por ahí se asoman el peso de vivir y la inutilidad de la esperanza: «Debe ser desgastante vivir pensando que hay que esperar algo, como si la vida estuviera en otra parte». El último cuento, que da su título al libro, es quizá el que mejor trabaja el desgarro, el dolor y la dificultad de conocer al otro; y sin duda que es uno de los mejores motivos para conocer la obra de esta joven autora.

Romina Reyes. Montacerdos ediciones, Santiago, 2014. 121 páginas.

Flores nuevas

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 19 de julio de 2014

Flores-nuevasEl argentino Federico Falco nació en General Cabrera, en la provincia de Córdoba, y, a juzgar por sus relatos, también se crió en aquellas tierras: en los seis cuentos recogidos en este volumen, tanto el paisaje como la especial sociabilidad provinciana son la materia que nutre un desarrollo narrativo por lo general clásico, pero sin duda atractivo.

Falco construye buenas historias que se adentran en esa manera de vivir, que conjuga la amplitud del horizonte de la planicie con la cerrazón de perspectivas que parece inherente al pueblo chico, donde todo tiene un aire de rito vacío, y que cifra la identidad y el destino en cuidar los límites de lo conocido, aunque en ese devenir alimenta tensiones, odios y rivalidades que crean grietas subterráneas en el paisaje aparentemente tranquilo.

«El cementerio perfecto», el cuento más extenso del libro (que podría haberse estirado hasta constituirse en una novela; hay un gran mérito del autor en mantenerlo como un cuento largo, una nouvelle de bien cuidada arquitectura), ilustra perfectamente el modo en que Falco dispone los elementos para crear el especial clima de sus relatos, cuyo melancólico humor actúa como un leve contrapunto para la tristeza que los recorre. El pueblo de Coronel Isabeta no tiene cementerio; los muertos van al del pueblo vecino. El intendente de la localidad, cuyo padre, de 104 años, tiene una fractura en la cadera y debería morir de un momento a otro, quiere cambiar tal estado de cosas y contrata a un especialista en el diseño de cementerios, que advierte de inmediato las posibilidades estéticas de la ladera del cerro que se alza a un costado del pueblo y pone manos a la obra.

Pero lo que parecía ser el homenaje de un hijo a su padre saca a la luz historias familiares y tensiones pueblerinas que amenazan la obra y angustian al diseñador, cuya vida solitaria y volcada a su trabajo queda expuesta con una cruda luz, apenas matizada por, ya está dicho, el humor suave y casi a contrapelo que se cuela en todos los cuentos. Ya se trate de las fiestas de 15 y los embarazos juveniles, del sentimiento de culpa o del ímpetu revolucionario, de suicidios o de accidentes de autos, la radiografía de la provincia que Falco lleva a cabo seduce por la calidad de las historias, pero sobre todo por esa nota sostenida de melancolía y distancia que hace más cercanos a personajes de vidas anodinas y, claro está, provincianas.

Federico Falco. Montacerdos Ediciones, Santiago, 2014. 167 páginas.

Cuando hablábamos con los muertos

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 25 de enero de 2014

Nuevo documento_1El primer título de una nueva editorial independiente en Chile, Montacerdos, es este, de la argentina Mariana Enriquez (sic), periodista y escritora, subeditora de Radar/Página 12, uno de los suplementos literarios de más tradición en Argentina. La edición agrupa dos cuentos y una nouvelle que fue editada en su país de manera independiente. Las tres obras coinciden en el tono, aunque más todavía en una curiosa y original manera de explorar los géneros literarios. Porque, en apariencia, se trata de historias de terror. De hecho, durante la lectura es difícil evitar uno que otro escalofrío. Se trata, por lo demás, de un género desafiante, que cuenta con una ancha tradición y, también, con mucho exceso, falta de contención y uso de recursos fáciles. El estilo contenido de Mariana Enriquez se manifiesta no solo en huir totalmente de aquellas estrategias que persiguen el susto fácil, sino que también en un lenguaje cuidado, fluido, familiar, cercano, que casi obliga a sentirse parte de estas historias bien enhebradas y con suspenso muy bien dosificado. Pero lo más interesante es que la autora explora el género desde un lugar poco habitual. Si se trata, en «Cuando hablábamos con los muertos», de chicas adolescentes que quieren usar la ouija para convocar a los espíritus errantes, introduce el tema de los detenidos desaparecidos argentinos, sin aspavientos y sin que se sitúen en el centro de la trama, pero ahí están: es otra manera -sutil y sorprendente- de resituarlos en la memoria colectiva. «Las cosas que perdimos en el fuego» tiene algo de crónica policial y otro poco de retrato descarnado de un caso que podría describirse como locura colectiva, pero sobre el telón de fondo -esta vez harto más explícito- del maltrato (las golpizas, la desfiguración, el femicidio) que sufren las mujeres en todas las latitudes. «Chicos que vuelven» es la historia que más propiamente puede inscribirse en el género terrorífico, porque recurre a figuras ya tradicionales en la literatura y el cine, pero de una manera que nuevamente sorprende, tanto por el cuidado en la construcción del relato como en el modo en que un tópico -un topicazo, a estas alturas, en el cine, sobre todo- se convierte en una singular manera de introducir cuestiones como el secuestro de mujeres para la prostitución, los abusos de los padres sobre los hijos, las rupturas matrimoniales que llevan a que uno de los cónyuges se escape con los hijos, la drogadicción, la miseria y el abandono.

Mariana Enriquez. Montacerdos, Santiago, 2013. 109 páginas.