Chilean Electric

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 6 de febrero de 2016

chilean-electricLa abuela de Nona Fernández -o del personaje que toma su voz- le contó que estuvo en la Plaza de Armas la noche en que por primera vez se encendió la luz eléctrica en Santiago. Con detalles precisos que fijaban el recuerdo y el momento de modo sumamente vívido: «La luz se paseaba entre los cuerpos potenciando colores, formas y diseños. Abrazaba cinturas, despeinaba cabezas, estrechaba manos, hombros, pechos, espaldas. Sacaba fuera una nueva dimensión de cada uno». Pero la abuela, en realidad, nació 25 años después de la llegada de la luz eléctrica a Santiago. Ese recuerdo falso desencadena la pesquisa del libro, pero en realidad lo constituye como una poderosa metonimia desde la que se lee la historia del país. Tras la historia de la abuela, la narradora escribe sobre los cortocircuitos en su vida, cuando las cosas se trastrocan, cuando surge un dato o una realidad que quiebra la lógica y que cambia la vida: la niñita que descubre que los caballos de palo no tienen ombligo, un niño que pierde un ojo en una protesta («un ojo ahorcado en la plaza pública»), los detenidos-desaparecidos, el traslado de los restos de Salvador Allende y el recuerdo de una de sus frases que tiene una rara vigencia: «Más pasión y más cariño».

La posterior reflexión sobre la luz y la historia de la electricidad en Chile continúa la manera de reconstruir la historia del país a partir de uno de sus rasgos. Fernández escribe con un estilo de contenido lirismo, que privilegia la claridad -el brillo de la luz, se diría-, y con esa herramienta estilística funde la historia de su abuela, de su máquina de escribir, de sus recuerdos inventados, con la suya y con la del país. Habla igual, brevemente, de las luciérnagas y se refiere a un famoso artículo de Pasolini en donde escribe que se extinguieron en Italia por el avance del progreso. El teórico de arte Georges Didi-Huberman lo contradice y sostiene que «para conocer a las luciérnagas hay que verlas en el presente de su supervivencia: hay que verlas danzar vivas en el corazón de la noche, aunque se trate de una noche barrida por algunos feroces reflectores». Así funciona, de alguna manera, el libro de Fernández: hay noche, hay cortocircuitos, hay una plaza que se ilumina bruscamente, y hay también los trazos de una luz más tenue y parpadeante, la de las vidas y las esperanzas de los vivos, así como existe la oscuridad de los muertos y el reflector feroz cuya cruda luz solo deja lugar al contraste.

Nona Fernández.Alquimia Ediciones, Santiago, 2015. 108 páginas.

Cuaderno alemán

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 26 de diciembre de 2015

Cuaderno alemánLa escritora argentina María Negroni tiene dos novelas a su haber, pero ha transitado mayormente por la poesía y el ensayo; y en libros recientes –Pequeño mundo ilustrado y Elegía Joseph Cornell, por ejemplo- ha mostrado que es posible también que ambos se invadan y se mezclen; poesía con secciones ensayísticas, ensayos con una escritura que se aproxima a la poesía en prosa. En Cuaderno alemán, Negroni avanza por una línea distinta: invitada a Alemania como parte de un intercambio cultural entre ese país y Argentina, debía escribir un blog. Esas entradas están recogidas en este (demasiado) breve libro, y, como era dable esperar, no son precisamente un diario de viaje, sino un registro de experiencias donde caben desde lo que vio hasta lo que alguna vez leyó, recuerdos que se le vienen de súbito a la cabeza, referencias culturales y cinematográficas, sueños, dibujos, fotos y poemas. La segunda parte del libro recoge los que escribió a propósito de Berlín, «su extensión melancólica, su corazón partido, de un lado y otro, por una divisoria todavía palpable, aunque invisible».

La manera atípica en que la autora resuelve la obligación de escribir en un blog -de los que desconfía- y el también poco habitual modo de dar cuenta de un viaje se deben quizá a lo que parece ser la enunciación de una poética: «La literatura es una de las formas menos claras y más profundas de la resistencia». Negroni aborda, por ejemplo, temas históricos y políticos a propósito de su visita al Museo Mercedes Benz, pero el asunto es mucho más complejo. En la escritura es donde mejor se muestra su modo de resistir (al lugar común, a la desidia, a la tentación de no ver) y de subvertir, ya no los géneros, sino cualquier tipo de instalación cómoda en la realidad. Cuando recuerda a un hombre que fue su pareja durante muchos años, escribe una frase terrible: «El desprecio, que es otro nombre del resentimiento, era su mejor defensa y su manera de esconder algo más bien maligno»; pero, un par de páginas antes, incluye una foto de un cochecito de perros muy graciosa. La primera parte del libro se llama «Entre Madame de Stäel y Dora la Exploradora». La primera es autora de un libro sobre Alemania, único texto que Negroni llevó al viaje; y la segunda es la que la lleva a preguntarse qué hace ella entre tanto rubio. Son dos formas de mirar que se despliegan y se superponen constantemente, y que se pueden sintetizar en otra frase del libro: «La felicidad (o lo que llamamos la felicidad), contrariamente a lo que pregonan las agencias de viajes, fecunda en lo familiar».

María Negroni. Alquimia, Santiago, 2015. 102 páginas.

Triage

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 14 de noviembre de 2015

TriagePatricio Alvarado, artista, fotógrafo y ensayista, publica su primera obra de ficción, un libro misterioso y con algo de inasible, compuesto de fragmentos y materiales diversos. En letras blancas y fondo negro, noticias sobre el comando Hernán Trizano y sobre el mismo personaje, lo que sitúa a la novela en el marco del conflicto mapuche. En los otros fragmentos, la voz del protagonista relata principalmente una vida laboral fantasmal, tanto como digitador de una empresa virtual donde su tarea es agregar chilenismos y cambiar palabras a artículos extranjeros, como de empleado en un edificio deshabitado donde, sin embargo, la basura no cesa de acumularse; pero también recoge casos de la crónica policial temuquense -peleas de borrachos que terminan en brutales asesinatos, accidentes carreteros, crímenes de mujeres- y se dirige a otro personaje aún más fantasmal, Andrea, a quien nunca ve, quien nunca contesta.

Todo en Triage es precario e impreciso; y si hacia el final el protagonista empieza a contar sus sueños, ello solo recalca el tono onírico -pesadillesco- dictado por frases como «se derrite la luz de la pantalla y es absorbida por el suelo. El cielorraso comienza a gotear y cada gota taladra el piso percutiendo al ritmo de mi pulso». La extrema soledad del protagonista, que trabaja desde piezas en casas antiguas o pensiones desangeladas donde nunca ve a los vecinos, que atrapa redes adivinando las contraseñas, que se arma una cama en un sótano con cartones para no volver a una pensión, que de súbito se encuentra cesante cuando nadie le contesta el teléfono ni el correo, que llega a direcciones tan fantasmales como sus trabajos, es sobrecogedora y se constituye en lo esencial del texto, en su exploración más profunda, más destacada, aun cuando la sitúa contra el fondo de la muerte que sobreviene por el azar, por la influencia del alcohol, por un descuido en la carretera. De ahí la sensación de precariedad que recorre el texto y también su carácter circular; hay párrafos intercambiables entre el inicio y el final, que refuerzan la idea de que el único relato posible es esa sensación de asfixia y soledad tan propia de este tiempo. Destaca también en Triage el cuidado con el lenguaje y la calidad de las metáforas: «En los arrecifes de la ciudad, las piedras y las rompientes parecen copiadas de un álbum fotográfico. No hay espacio para carreteras o calles donde el humo dibuje minúsculas nubes dispuestas a disolverse junto a los edificios».

Patricio Alvarado. Alquimia Ediciones, Santiago, 2015. 136 páginas.

La tercera mano

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 19 de septiembre de 2015

la tercera manoAdolfo Couve es un raro dentro del canon narrativo chileno, tanto por la excentricidad de su obra -de la que él estaba muy consciente- como por la discusión en torno a su figura: hay quienes lo consideran imprescindible y otros, entre los que me incluyo, que lo consideramos sobrevalorado. Se suele alabar su estilo, sin tomar en cuenta que ganaba en comas y rigidez con cada nueva obra (las comas son un tema: «como nadie sabe dónde poner una coma, porque es una cosa de respiración personal, hay que jugársela por ellas»). No obstante es un escritor interesante, que se movió toda su vida entre dos polos expresivos: la pintura -donde tenía una facilidad admirable- y la escritura, que, según señaló, le costaba más (y eso se nota). Couve no dejó, que se sepa, diarios, y escribió pocos artículos sobre su manera de entender el arte y la literatura. Este libro viene a reparar, en parte, esas ausencias. Se trata de una recopilación de frases, ordenadas por temas, pero en apartados sin título, de las entrevistas que dio a lo largo de 30 años. El procedimiento es el mismo que llevó a cabo Andrés Braithwaite en la sección «Balas pasadas» de Bolaño por sí mismo y, tal como en ese caso, el conjunto así expuesto gana en claridad y densidad; y complementa muy bien el monumental trabajo de la editorial Tajamar, que publicó las Obras completas de Couve.

Y es así, porque Couve da cuenta de cómo entendía él las artes, la literatura de su tiempo, la narrativa chilena, el impresionismo (al que desprecia), los best sellers (aunque no los llama así). Valora muchísimo la poesía y su poder de síntesis, al que trató de acercarse, dice, en sus novelas, siempre cortas y partes de un tejido mayor que no se ve («la gran literatura es fragmentos nomás. Uno debiera ser tan valiente como para publicar solo fragmentos»). Revela toda la conciencia y la deliberación que puso en sus libros, así como su (relativa) distancia con la pintura («¿Por qué pinto en verano dos o tres cuadritos y no pinto más en todo el año? Porque siento ese llamado de la luz»). A fin de cuentas, La tercera mano reafirma el carácter excéntrico de un escritor que afirmaba ser vanguardista porque huía de las vanguardias a través de un clasicismo muy ceñido en las formas. Acá habla, naturalmente, con más soltura y libertad. Y se muestra más que en sus obras de ficción: más contradictorio, más tajante, más entusiasmado, incluso, con la luz, con la palabra, con la materialidad de la escritura y las manchas de color.

Adolfo Couve (edición de Macarena García y Catalina Porzio). Alquimia Ediciones, Santiago, 2015. 99 páginas.

80 días

Reseña publicada en la revista «Sábado» del diario El Mercurio, 8 de noviembre de 2014

80 díasEste trabajo excede las posibilidades de un libro (de hecho, en la página web http://www.80dias.cl se puede escuchar su banda sonora) y es también un trabajo colectivo que hace dialogar textos y fotografías en el soporte impreso. Su carácter híbrido se acentúa más aún por el tipo de escritura -de Jaime Pinos- que lo recorre: fragmentos temáticos que abordan diversos aspectos de la vida urbana en Santiago, escritos a lo largo de 80 días, que funden autobiografía -el personaje que narra se hace llamar el Transeúnte-, observación social y ensayo, todo en un estilo con identidad y sello personal.

Pinos es poeta y ello se refleja en el texto, muy trabajado, que no elude los adjetivos ni la descripción de sensaciones que remiten al vacío existencial en el contexto de una ciudad desmadrada en sus dimensiones, segregada y agresiva. Hay algo de tremendismo en sus observaciones, una exacerbación de los males urbanos, como cuando se refiere al esmog («peces enfermos en las aguas podridas de un mar muerto, boqueamos en medio de la enorme nube oscura») o a la inseguridad de las calles («aquí el miedo es parte del paisaje»). Nada reprochable hay en eso, puesto que la mirada personal del Transeúnte bien puede ser el reflejo de vivencias, de experiencias de lo urbano, mucho más extendidas de lo que reflejan las estadísticas y la vida de algunos barrios; el ojo del Transeúnte se fija quizá con mayor énfasis en los puntos negros, en los lunares, en las zonas desnudas de árboles, luces y áreas verdes.

Los pasajes del centro remiten inevitablemente a Walter Benjamin y dan cuenta de la degradación imparable de lo que fue un símbolo de la modernidad («marchita toda fantasía, perdida en estos túneles del tiempo, ya nadie ingresa a estos pasillos en busca de otro cielo»). La segregación urbana remite, en definitiva, a la soledad, a la «multitud de los desconocidos, nuestros semejantes, ese vacío en que nos movemos, a golpes o a empujones, codo a codo con nadie». Subterráneos, vitrinas, grafitis, bares, son otras maneras de abordar lo urbano y de establecer una cartografía personal, «solo por saber dónde está uno parado, en qué mundo entre los mundos», que ilumina -aunque sea con crudas luces- la ciudad que habitamos. Las fotografías de Alexis Díaz se relacionan muy bien con los textos de Pinos, duros y poco complacientes; al fin y al cabo, nada peor que la mirada conformista.

Jaime Pinos y Alexis Díaz. Alquimia Ediciones/Siega, Santiago, 2014. 64 páginas.

Campo de tiro

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 2 de marzo de 2013

campo-de-tiroEsta primera novela de Leonardo Videla (San Bernardo, 1978) está construida sobre una doble trama, estructura ya clásica a estas alturas. El narrador, un gordito y promisorio estudiante de ciencias, valdiviano afincado en Santiago, es también escritor de ficción; y mientras relata, en primera persona, su participación en un congreso científico en Brasil, también va dando cuenta del avance de su primera novela, una suerte de investigación histórica sobre las aventuras de su tío abuelo en las décadas del treinta y del cuarenta, en Chile y en Alemania y la Unión Soviética. La utopía científica está presente en ambos relatos: en la novela dentro de la novela, se trata de la búsqueda del grano milagroso resistente a la inclemencia del helado clima de las inmediaciones polares y que podría solucionar el hambre en el mundo; en el presente, de la investigación en torno a un reactor nuclear cuyo rendimiento y limpieza de procesos puedan resolver el abastecimiento de energía de manera más o menos definitiva. Hay, en el libro de Videla, un cierto sentido del suspenso y la recurrente intervención del azar para trastocar los planes y abrir al menos una parte de la doble trama hacia giros inesperados. Más interesante es el retrato del protagonista y sus indecisiones, o más bien su pretensión de fundar una vida sobre el no elegir (y ya se sabe que es una pretensión completamente destinada al fracaso, la vida siempre empuja de alguna manera hacia uno u otro lado). La novela, por momentos, se muestra dispersa y errática, especialmente en el relato del presente, que queda sembrado de subentendidos y misterios que nunca se aclaran. Es muy sana, de todos modos, la autoironía del narrador, que se pregunta, hacia el final del libro, si todo aquello de ligar la crónica local valdiviana con la Segunda Guerra Mundial puede ser «pura pretensión aspiracional, un rasca deseo de inscripción en el Aparato Literario Universal». No es para tanto, claro. Campo de tiro es un libro bien escrito, con un estilo definido que privilegia la claridad, y tiene momentos brillantes, pero también acusa deficiencias que bien pueden ser atribuidas a la inexperiencia del autor en el género novelístico. Con todo, es una voz a tener en cuenta; Videla se arriesga, tiene imaginación (tanto libro de autor joven que parece comentario y paráfrasis de textos de otros) y sabe escribir. No es poco para empezar.

Leonardo Videla. Alquimia Ediciones, Santiago, 2012. 187 páginas.

Me dijo Miranda

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 29 de marzo de 2014

GalendeUn relato en sordina. Federico Galende, escritor y académico argentino radicado en Chile desde hace años, escogió un procedimiento similar al hipnótico «sostiene Pereira» de la novela homónima de Antonio Tabucchi para desarrollar una historia que asume una perspectiva limitada o más bien mediada por esa técnica narrativa. Aunque el narrador de Galende se asume también como personaje, su voz titubeante reconstruye a su vez las confesiones fragmentarias de un hombre común y corriente que por esos azares de la vida se encontró de súbito en uno de los puestos más complicados para un detective de la Policía de Investigaciones: jefe de la Guardia de Palacio en el último año de la Presidencia de Salvador Allende. «Miranda era un hombre complejo y discreto a la vez, un hombre capaz de diluirse, sin ningún sobresalto ni despunte», en la masa anónima; más aún, agrega el narrador, «lo que lo distinguía era su facultad para pasar desapercibido. Por eso era un buen detective». Un buen detective, un buen hombre, un hombre discreto, quitado de bulla, apegado a las normas. Casado, sin hijos. Sin más militancia política que su sentido del deber frente a la autoridad. Este hombre, Miranda, le habla al narrador de su vida; «me dijo Miranda», repite el narrador, mientras trata también de fijar el momento en que se dio esa conversación, si en la casa del ex detective, si en alguna caminata larga, sin destino y más llena de silencios que de palabras. Hay ahí una paradoja o contradicción que se expresa en esta frase del narrador: «No quiere decir que Miranda no hubiera querido hablarme de su vida, lo que no quería era narrarla, que es muy distinto». Esa reticencia se manifiesta en el carácter fragmentario de la información que el narrador ordena como puede, puesto que cada hecho es «una especie un nudo suelto», especialmente cuando se trata de reconstruir el momento más importante de la vida de Miranda (y de Chile en el siglo XX), el bombardeo de La Moneda y la muerte del Presidente Allende. El punto de vista distanciado y la perspectiva reducida constituyen el suelo firme de una novela sin pretensiones históricas ni documentales: es el relato paciente y moroso de la vida de un hombre común atrapado en el vértigo de los acontecimientos; y desde ese ángulo, el de un personaje marginal, el autor construye una de las novelas más logradas y finas sobre un tiempo de fracasos y brutalidades.

Federico Galende. Alquimia Ediciones, Santiago, 2013. 232 páginas.

Space Invaders

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 16 de noviembre de 2013

Space InvadersEsta novela corta de Nona Fernández, escritora y guionista de televisión, pone en clave de ficción la misma historia que narró, en clave autobiográfica, en Volver a los 17, reunión de testimonios de escritores y periodistas nacidos entre 1969 y 1979 sobre su infancia y adolescencia en tiempos de dictadura. Hay mayor elaboración, desde luego, y trabajo de la ficción, especialmente en el modo de revivir la época y en la variedad de voces y materiales convocados para enriquecer la historia y el punto de vista. Pero el personaje sobre el que se articula la trama es el mismo: González, Estrella González, hija de don González –quien luego resulta ser Guillermo González Betancourt, el oficial de Cara¬bineros que orquestó y ejecutó el secuestro y degüello de los dirigentes comunistas José Manuel Parada, Manuel Guerrero y Santiago Nattino–, cuyo destino fue trágico por razones muy distintas a la política. La novela se estructura en etapas –llamadas “Vidas”–, y en cada una de ellas los recuerdos se hilan tanto desde la memoria que es siempre frágil –“El tiempo no es claro, todo lo confunde, revuelve los muertos, los transforma en uno, los vuelve a separar, avanza hacia atrás (…) y nos entrampa en funerales y marchas y detenciones, sin darnos ninguna certeza de continuidad o escape”–, como desde un tejido onírico que se compone de cartas, de manos fantasmales, de marcianitos verdes que salen del juego clásico de los 80 (que da título a la novela) para tocar con sus eléctricos dedos el lado de acá de los sueños. Através de estas dos vertientes emerge un relato coral a cargo de los ex compañeros de Estrella, identificados, como es costumbre en los liceos y escuelas públicas, por el apellido –Maldonado, Zúñiga, Bustamante, Fuenzalida–, que parece traducir, más allá de los hechos que se convierten en titulares, la profunda sensación de desamparo y peligro que la época imponía a tantos chilenos. Fernández trabaja sin estridencias ni excesos retóricos, y por algo buena parte de la materia prima de la novela está tomada de los sueños; en una pesadilla de Zúñiga, quien desempeñaba siempre el papel de Arturo Prat en las celebraciones del Combate Naval de Iquique, recuerda la Guerra del Pacífico y piensa que quizá esos soldados eran también “un ejército de adolescentes, punta de lanza barata con apellidos de mierda, provenientes de un liceo de mierda”, línea que hila mucho más profundamente la historia del país y el destino de los jóvenes.

Nona Fernández. Alquimia Ediciones, Santiago, 2013. 88 páginas.

La filial

Reseña publicada en la revista El Sábado del diario El Mercurio, 22 de diciembre de 2012

la-filialTimbres. Ese medio de certificar acciones realizadas y de dar brío institucional y burocrático a papeles generalmente insustanciales. Timbres, golpes en una hoja, marcas que normalmente legitiman y dan curso a otros cauces del gran río de formularios que cruza todo el espectro de la actividad de un país cualquiera, desde la caja del banco hasta el envío de proyectos de ley, por ejemplo. “Para que conste”, como se dice de manera escueta en la página 145 de este artefacto narrativo que usa este recurso para llevar adelante un relato oscuro e inquietante que sofoca desde el centro de la página. Según indica el autor, el libro “fue escrito y realizado con un sello Trodat 4253, con tipos móviles de 3mm y 4mm, en dos tablillas de seis líneas con un máximo de 90 caracteres por impresión”: menos de un tweet por página, a veces dos o tres palabras, a veces una sola, una fecha, una hora, a veces un relato condensado hasta lo indecible. Con esos medios, Celedón abre paso a una ficción con un aire familiar y a la vez extraño, el sueño entremezclado con la vigilia, una pesadilla que crece a secos golpes de palabras. El lenguaje burocrático que amedrenta y uniforma corre parejo con la crónica del vacío y la perversidad de relaciones forzosas en un ámbito cerrado y sin horizonte posible; los compañeros de trabajo del narrador tienen todos minusvalías físicas que perfectamente pueden ser metafóricas y que operan en el relato como señas de identidad o maneras de hacerse presente en el tráfago oficinesco: la muda, el tuerto, la sorda, la ciega, el cojo, se mueven entre la oscuridad –la luz se ha cortado- y ese abrupto cambio de la rutina abre paso a escenas en donde prolifera la sensación de amenaza y se cruza con el otro término dominante que se repite incansablemente en la doble página 22-23: tedio.

El carácter experimental de La Filial, poco habitual en la escena criolla, destaca no solo por su ánimo rupturista sino sobre todo por la singular eficacia del relato, que se mantiene ambiguo y opaco a pesar de la brevedad del texto y que obliga, como pocas obras recientes, a que el lector trabaje y complete por sí mismo los contornos de la escena, los huecos vacíos en la trama y el perfil de los personajes. Así, se constituye en una obra que provoca y perturba y que, más importante todavía, no se agota en la primera lectura, por las sucesivas capas que pueden desprenderse de la depuración extrema del trabajo narrativo.

Matías Celedón. Alquimia Ediciones, Santiago, 2012. 203 páginas.