El juego de los mundos

Reseña publicada en la revista «Sábado» del diario El Mercurio, 16 de marzo de 2019

César Aira no le teme a la contradicción. Parte esencial de lo que se ha dado en llamar su método es que no revisa ni vuelve atrás; cuando su escritura se empantana, o desecha el proyecto o apresura el cierre. Con su habitual pachorra, reconoce que “mis finales no son tan buenos, y muchas veces me los han criticado, con razón, porque son un poco abruptos. Y yo he notado que a veces me canso o quiero empezar otra, y termino de cualquier manera”. Y ocurre que con esta obra Aira hace lo que se supone que no está en su decálogo: El juego de los mundos apareció originalmente en 1999, en una edición limitada y esta es una nueva versión, editada y corregida (y probablemente aumentada) por el autor. Un Aira de clase única en ese universo que ya se empina sobre las cien novelas, que cumple de manera perfecta con otra afirmación del autor sobre su obra: “todo lo que hago podría definirse como literatura de género con fallas calculadas”. El género de turno es la ciencia ficción. En un remoto futuro, los hijos del narrador juegan en el modo RT (realidad total) a destruir mundos alienígenas. La particularidad del juego es que se trata de mundos reales, planetas habitados esparcidos por todo el universo, cuyo único destino parece ser convertirse en motivo de entretenimiento para adolescentes muy hábiles en el manejo de lo que el narrador llama “sistemas inteligentes”.

¿Dónde están las fallas calculadas? Casi en cada párrafo, pero hay algunas especialmente llamativas. Por ejemplo, cuando el narrador dice que “como esto ocurría en un futuro muy remoto, debo dar explicaciones para algún eventual lector del pasado”, hace saltar por los aires una de las bases del género, tratar de lograr verosimilitud interna. Lo mismo hace, en tono más humorístico, cuando sostiene que ese remoto futuro es herencia de la raza de los Escritures de Ciencia Ficción, cuyas proyecciones estaban tan erradas que “la humanidad, descendiente de estos farsantes, quedó embebida de un indeleble sentimiento de culpa”. Pero hay más que humor y contradicción en estas páginas, acorde con la tesis de que la literatura de Aira es de ideas. Aunque la deriva de sus novelas tiende a lo delirante, por debajo siempre es posible rastrear fuertes amarres con el lado de acá. Cuando escribe que “quizá la intolerancia no es más que falta de imaginación”, no es solo una frase ingeniosa: hay ahí una manera de leer el presente que se construye como una huella de migajas en el bosque.

César Aira. Emecé, Buenos Aires, 2019. 126 páginas.

Bajo la piel

Reseña publicada en la revista Caras, junio de 2002

El tema del encuentro con el otro es un tópico consagrado en la literatura de ciencia ficción, que lo ha abordado de las más variadas maneras. Resulta sorprendente encontrarlo en una novela de la colección Panorama de Narrativas de Anagrama, que está muy lejos de dedicarse a este género de la literatura, con el añadido de que Bajo la piel es una obra notable que supera con mucho la etiqueta de la ciencia ficción.

Faber, holandés de nacimiento, creció en Australia, estudió literatura inglesa en la universidad de Melbourne y actualmente reside en Escocia, en cuyas carreteras transcurre buena parte de la novela. A bordo de un Toyota rojo, una chica joven, de grandes pechos, profundos escotes y una pinta rarísima, recorre las carreteras y recoge autostopistas. Pero no a cualquier autostopista: deben ser hombres, de aspecto saludable y fornidos. Y a los que cumplen estas condiciones, Isserley los somete a un cuidadoso interrogatorio. Si además son solitarios, el tipo de personas a las que nadie espera para abrirles la puerta, su suerte está echada. Pero Isserley no es, como puede pensar el lector, una depredadora sexual. Con mucha habilidad, Faber poco a poco va mostrando quién es realmente esa chica con el cuerpo lleno de cicatrices, extrañas manos que parecen de un cuerpo de más edad y ojos enormes protegidos por unos anteojos que los magnifican todavía más. Y se trata, ni más ni menos, que de una alienígena, parte de una acotada y comercial operación en este planeta.

Mejor dejar hasta aquí una trama que de manera pausada, pero inexorable, introduce al lector en una fábula pesadillesca singularmente atractiva. Lo más interesante de la novela es su análisis del encuentro con el otro. La ciencia ficción clásica supone, siempre, que las inteligencias se reconocen, aún a pesar de las diferencias físicas (que algunos autores exageran hasta el límite precisamente para reforzar esa tesis). Faber va a contrapelo de la tendencia, lo que abre paso a una muy interesante exploración de los límites de la humanidad. Y todo ello sin frases grandilocuentes, sino con un estilo seco, medido y absolutamente eficaz. De hecho, nada de este análisis aparece como tal en la novela, sino que se deduce de los diálogos y de los hechos que se narran. Y en el centro está Isserley, un personaje realmente fascinante, que vive a caballo entre dos mundos, atrapada por sus contradicciones y por las paradojas que enfrenta a cada momento.

Otro detalle que da mayor valor a la novela es que está escrita desde el punto de vista de Isserley, lo que afina la mirada crítica sobre los seres humanos. De paso, a pesar del progresivo horror que descubre la trama de la novela, tiene momentos sumamente humorísticos; es que la distancia del narrador y su sujeción a la mirada de Isserley –o de los alienígenas en general– abre espacio para explorar ya no sólo las paradojas existenciales, sino toda una gama de comportamientos humanos. Y esto dicho también en el sentido en que Isserley y sus compañeros de viaje entienden lo que es un ser humano, que pasa a ser otro tópico de la novela. La crítica inglesa inscribió esta novela en la tradición de las fábulas de Jonathan Swift y también en la de George Orwell y su Rebelión en la granja. Acertados nexos, que resaltan el carácter alegórico de Bajo la piel y las múltiples resonancias que despierta esta historia. Pero, en rigor, hay que decir que es, sobre todo, una excelente novela, que atrapa desde la primera línea y no decae jamás.

Michel Faber. Editorial Anagrama, Barcelona, 2002. 331 páginas.

El Libro de las cosas nunca vistas

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 21 de mayo de 2016

PN914_El libro de las cosas nunca vistasOK.inddPeter Leigh, pastor cristiano, postula a un trabajo. Lo examinan durante semanas o meses. Una de las situaciones a las que debe reaccionar es esta: va a otra ciudad y sale a comer con sus anfitriones. En el restorán, muy animado, hay una jaula donde pequeños patitos corretean junto a su madre. «Cada pocos minutos, un chef agarra uno de los patitos y lo arroja a una olla de aceite hirviendo. Una vez frito, lo sirven a los comensales y todo el mundo está contento y relajado». Quizá la cita ayude a indicar lo singular que es esta novela; aunque su trama se puede resumir rápido en viajes interestelares, alienígenas, capitalismo desenfrenado, caos apocalíptico en la Tierra y amores trágicos, nada de eso puede orientar la lectura. Si alguien busca una novela de ciencia ficción, saldrá decepcionado (o no pasará de las primeras páginas). Si alguien no la lee porque hay extraterrestres, se perderá una creación genial. Es uno de aquellos raros casos de novelas que revientan las categorías y de las que se puede decir, sin más, que es literatura, pura, dura y buena literatura.

Faber retoma aquí algo que ya había planteado de alguna manera en Bajo la piel, que tuvo una horrible versión cinematográfica, quién es el otro. O, mejor dicho, cuándo reconocemos que estamos frente a un otro y no frente a algo donde no vemos un reflejo especular que nos permita sentirnos interpelados. A ello agrega Faber una interrogante poderosísima: cómo puede ser recibido, entendido y asimilado un relato tan complejo y lleno de símbolos como la Biblia entre seres cuya historia es no tener historia, ni memoria, ni recuerdo, solo presencia. Seres parecidos hasta un cierto punto, pero tan radicalmente distintos en otros que el solo hecho de lograr hablar con ellos es una hazaña social y lingüística mayor. Y mientras Peter lidia con ellos con mucho más éxito de lo esperado, allá lejos y atrás la Tierra se desmorona y Bea, su mujer, pareciera derrumbarse con el planeta. Pocas novelas tocan también, tan de cerca y con tanta delicadeza, la fragilidad humana, ya no física ni tecnológica, sino aquella que se expresa en la capacidad de resistir los embates de la existencia y de entablar relaciones afectivas. Todos los personajes de Faber -los humanos, al menos- están dañados, y cómo resuelven los puzzles de su existencia es una de las tantas variables que atrapan en esta novela dislocada, extraña y apasionante, tan genial como su gran obra anterior, Pétalo carmesí, flor blanca, tan de este tiempo y a la vez tan adelantada a él.

Michel Faber. Editorial Anagrama, Barcelona, 2016. Traducción de Inga Pellisa. 624 páginas.

La glándula de Ícaro

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 30 de mayo de 2015

glandula«La Stephen King rusa». «La Neil Gaiman rusa». «La Philip K. Dick rusa». Manidos argumentos de márketing que conducen a la conclusión de que Anna Starobinets escribe ciencia ficción o, mejor dicho, que el material de base para sus cuentos es la extrapolación de tendencias o la anticipación de posibilidades de acuerdo a los actuales avances tecnológicos, sin dejar de lado algunos tópicos clásicos como el viaje en el tiempo. Pero también ocultan algo mucho más importante: Starobinets, que nació en 1978, es una escritora talentosa y creativa que no necesita ser asimilada a otros escritores para destacar. Por lo demás, todas esas comparaciones cojean brutalmente; no es lo mismo escribir sobre el trasfondo del paisaje físico e intelectual de Rusia que en Estados Unidos, y menos si se trata de una mujer que incursiona en un tipo de desarrollo literario y cinematográfico que parece seducir mucho más a los hombres.

El libro es especialmente interesante porque se propone como variaciones sobre el tema del cambio. Ya se trate de experimentos genéticos, de intentos de manipulación social a gran escala, de trasplantes de conciencias a cuerpos nuevos, Starobinets construye relatos inquietantes y bien estructurados, con finales que suelen sorprender. Algunos están bien logrados, un par son más previsibles. Pero no se trata solo de fantasía y entretención; la autora introduce, aunque sea de soslayo, una cierta crítica social (o deja traslucir una preocupación por las tendencias totalitarias que sirven de sustrato a varios relatos); y muchos de los cuentos se desarrollan en ambientes cotidianos, donde las relaciones de pareja tienen otro hilo que también apunta a la transformación, pero esta vez de aquella que no requiere de nada extraordinario para que ocurra: se trata, simplemente, del paso del tiempo. Y a propósito de ello, el relato sobre el viaje temporal no incluye ningún tipo de especulación científica -simplemente lo da por hecho- y, en cambio, aborda un asunto más interesante: el cambio de las personas y cómo podría afectar un encuentro con la persona que te cautivó en el pasado. Memoria y recuerdo, cambio y transformación, en este caso, más una sólida capacidad imaginativa y mucha habilidad para trabajar la estructura de los relatos hacen de Anna Starobinets una escritora mucho más interesante de lo que sugieren las comparaciones fáciles.

Anne Starobinets. Nevsky Prospects, Madrid, 2014. 221 páginas.