Habrá que hacer algo mientras tanto

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 31 de octubre de 2015

NeyraEzio Neyra (1980) es uno de los más promisorios escritores peruanos de las jóvenes generaciones. Por esos azares de la deriva editorial, sus obras han sido publicadas en Chile, por Juan Carlos Sáez Editor y Cuneta. Bienvenido sea. El auge de las editoriales empeñadas en construir catálogos de calidad ha tenido como consecuencia el enriquecimiento de las posibilidades de lectura. Habrá que hacer algo mientras tanto es la primera novela de Neyra, publicada en Lima hace 10 años, pero la madurez de su escritura no delata, en absoluto, que haya sido escrita antes de los 25 años. Aunque el tema, sí, es vagamente juvenil: tres amigos que no logran obtener una visa para salir del país simplemente porque llegan tarde -y se pelean a puñetazos en la espera-, deciden construir un barco para abandonar el país; pero la ciudad en que viven no tiene ríos, ni lagos, ni mar. Es, propiamente hablando, una utopía tal como la define el Diccionario de la Real Academia Española: «Plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación». La embarcación, construida dentro de una casa, parece sucesivamente escritorio, bicicleta, patíbulo, rampa, cabaña. Los tres amigos -Alto, Gordo y Mediano- trabajan día y noche, acechados por los curiosos vecinos, hasta que finalmente emprenden la marcha, sobre ruedas, pero impulsados por el viento.

La primera mitad de la novela está narrada por Alto; de ahí en adelante se alternan las voces y traducen mucho mejor las tensiones entre ellos y las diferencias en el modo de mirar y apreciar el trabajo que han realizado. No se trata de una empresa feliz; el primer capítulo enuncia de manera general la posible motivación de querer irse, con una descripción demoledora del vacío de la vida cotidiana que remata así: «Ingresar, bostezar, mirar, callar, reposar, rezar, llorar, acostarse tarde en la noche y pensar que es una lástima que mañana haya mañana». Y si antes era el tedio, en la soledad del viaje y bajo un sol tremendo, será el odio puro y duro el que marque el desarrollo del relato, que a ratos le parece a uno de los protagonistas «un sueño dentro de otro sueño», y donde, tal como ocurre en la actividad onírica, la realidad parece fundirse con la imaginación: a veces la nave surca el mar, pero en el siguiente párrafo el escenario vuelve a ser la tierra calurosa, el sudor, la soledad, el miedo y la rabia.

Ezio Neyra. Editorial Cuneta, Santiago, 2015. 73 páginas.

Caperucita se come al lobo

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 26 de enero de 2013

Quintana loboUn hecho destacable del catálogo de Editorial Cuneta es que suele incluir escritores latinoamericanos: Mario Bellatin, César Aira y Andrés Neumann, por ejemplo. A ellos se suma ahora la colombiana Pilar Quintana, con el valor adicional de que es mucho menos conocida en Chile, y cualquier intento de hacer más permeables las fronteras literarias es bienvenido. Quintana (1972) entrega en este libro una serie de cuentos ágiles, desenfadados (aunque hay uno terrible) y de un intenso erotismo vinculado al deseo, al impulso repentino, al juego, a la pérdida del control, al fetichismo y hasta a la violencia. El olor fuerte e intenso de las axilas de un hombre es el detonante del ardor en el primero, que se llama, precisamente, «Olor». El segundo -«El hueco»- representa la conjunción brutal entre la arista del deseo incontenible y la omnipotencia despiadada de los señores colombianos de la droga. «Violación» se adentra -sin más culpa de la que está contenida en el título- en el espinoso asunto de las relaciones sexuales con menores de edad. «Caperucita se come al lobo» es, a mucha distancia, el mejor del conjunto, por su humor desatado y la graciosa perversidad de un personaje que en algún momento escribe: «Yo no soy tan sucia. Pero lo era». «Amiguísimos» juega con esa extraña frontera entre amistad y compañía sexual, entre el deseo que fluye y la contención dictada por la existencia de otro tipo de relación entre una mujer y un hombre. El último, «Una segunda oportunidad», pasa casi sin sobresaltos de la infidelidad y la violencia al territorio de lo real maravilloso, por decirlo de una manera tan presente en la narrativa colombiana. Escritos con un estilo llano, sin aspavientos, con un desarrollo que normalmente (aunque en alguno ocurre) no desemboca en lo previsible y que mantiene viva casi en todos la cuerda del humor en personajes capaces de reírse de sí mismos, los cuentos rápidos de Quintana responden, claro, al concepto que preside el nombre de otro volumen de cuentos suyos, El coleccionista de polvos raros. «Todo lo hicimos con desesperación y abandono, y no creo que fuera sólo por el peligro o porque fuera nuestra primera vez, sino porque en el fondo sabíamos que también era la última», dice el protagonista de «El hueco»; y es que así funciona ese impulso tan difícil de asir y sobre todo tan impredecible que es el ansia del otro, del cuerpo del otro.

Pilar Quintana. Cuneta, Santiago, 2012. 65 páginas.

Ejercicios de encuadre

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 25 de octubre de 2014

000 encuadreCarlos Araya, tras escribir y dirigir la película El hijo pródigo y codirigir el documental Propaganda, entrega su primera novela, Ejercicios de encuadre, que obtuvo el Premio Municipal Juegos Literarios Gabriela Mistral 2013. Es, pues, un creador que explora la realidad a través de distintos medios y que, desde el título de su novela, anuncia una suerte de continuidad entre uno y otro: el cuadro, ya sea lo que esté dentro o fuera de él, es un elemento esencial en la narrativa cinematográfica, es lo que el espectador ve (o deja de ver, aunque sabe que está), es el reflejo de la mirada del autor y de su manera de relatar una historia. La novela usa esas técnicas cinematográficas, el cambio de plano, la irrupción de una nueva escena, el carácter fragmentario de una historia que se construye sobre la base de retazos que, no obstante, construyen un hilo argumental descarnado, donde se funden la culpa, la rabia, la desesperación, la angustia, el sexo, el cuerpo y la miseria de la falta de perspectivas, pero (casi) siempre a través de una mirada de soslayo o mediada por otros elementos.

El carácter fragmentario de la obra, muy bien logrado, refuerza esa sensación de dislocamiento, de desacomodo, que envuelve al protagonista en una densa nube donde se tocan las ventanas sobre la realidad -noticias diversas, observaciones, imágenes de la calle y la ciudad- y las cámaras de vigilancia de un pasaje céntrico, esas manifestaciones de la modernidad que huyen hacia un futuro de pertinaz decadencia, donde conviene más entrecerrar los ojos que afrontar la fealdad y miseria.

El ejercicio de estilo -de encuadre- de Araya pone en la escena literaria a un creador que al menos en su primera obra demuestra un indudable talento. Su capacidad para tejer una historia oscura y amarga se potencia con las herramientas expresivas que escogió: el fragmento, la interioridad herida que asoma a ratos y a borbotones, las lecturas parciales que logran constituirse en un todo que no se extravía en la pesadilla, sino, al contrario, en la lucidez persistente de la memoria que no cede a la tentación del olvido.

Carlos Araya. Cuneta, Santiago, 2014. 139 páginas.

Salón de belleza

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 22 de febrero de 2014

Salón de bellezaLa historia editorial de este libro ya es larga. Fue publicado por primera veza en Lima, en 1994; luego, en Tusquets México, en 1999; la misma editorial lo lanzó en España en 2005. Ninguna de esas ediciones está disponible hoy en Chile, de manera que es muy bienvenido este rescate de Cuneta. Es que se trata de una de sus novelas más importantes -ha escrito más de veinte- porque muestra con claridad el modo en que el autor desarrolla sus ficciones e incluye sus temas preferentes: la enfermedad, la sensación de amenaza, el mundo que se enrarece, la decadencia, la ambigüedad sexual. Un antiguo salón de belleza atendía sobre todo a clientas bajo cuyos «cutis gastados era visible una larga agonía que se vestía de una especie de esperanza en cada una de las visitas». Era atendido por travestis, que algunas tardes ponían ropa femenina en sus maletines, partían al centro de la ciudad, se cambiaban en algún lugar discreto y salían a explorar la noche. Sin embargo, una extraña enfermedad comienza a causar estragos en la población y el último sobreviviente de los peluqueros, aficionado también a mantener acuarios y criar en ellos a peces raros, y movido quién sabe por qué impulso, transforma gradualmente el salón de belleza en el Moridero, un lugar donde van a parar los enfermos ya incurables («aparte del Moridero, la única alternativa sería perecer en la calle»). La narración no es lineal; los recuerdos del salón de belleza, de las andanzas nocturnas y de la crianza de peces (el capítulo sobre los ajolotes, o axolotl, es uno de los más memorables, quizá por la enorme carga simbólica que ese animal ha alcanzado en América Latina: la «ferocidad de sus costumbres» parece hermanarse extrañamente con la violencia que asola buena parte de la región) se alternan con las escenas del Moridero, ya un espacio nauseabundo donde el olor a agua estancada de la única pecera sobreviviente parece lo único que aporta al lugar algo de frescura. Poco a poco, la enfermedad se toma los espacios y las reflexiones del protagonista alcanzan puntos más extremos y más extraños, donde resalta la frialdad de la mirada sobre la muerte y los asuntos prácticos que conlleva en un lugar como el Moridero. No hay frivolidad, sino una manera muy seria de considerar el asunto más importante de la existencia humana: su término.

Mario Bellatín. Cuneta, Santiago, 2013. 83 páginas.

Había una vez un pájaro

habia una vez un pájaro (Alejandra Costamagna) PortadaReseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 26 de octubre de 2013

José Santos González Vera solía publicar nuevamente sus obras con la advertencia “edición corregida y disminuida” (de paso, hay una estupenda noticia respecto de él: la edición de sus Obras completas). Esa vocación por depurar y limpiar sus textos tiene una expresión distinta y aún más radical en el caso de esta obra de Alejandra Costamagna, que tomó su primera novela, En voz baja, editada en 1996, y la transformó en un cuento, Había una vez un pájaro. La autora explica que, ante la propuesta de reeditar aquella obra, al volver a leerla le pareció “una perfecta desconocida”, donde no solo le era ajena la sintaxis, sino sobre todo el tono, esa voz baja que ahora le sonaba más bien grandilocuente. Y, sin embargo, la historia que ahí se narraba le seguía pareciendo “válida, legítima. Pero cómo darle respiración a la novela sin que dejara de ser ella”. El resultado de la reescritura fue entonces el cuento, que pone el centro de gravedad en la relación de una hija con su padre en los borrascosos años inmediatamente posteriores al golpe de Estado de 1973. El cuento se publica junto a otros dos relatos de asunto similar y perfectamente una nueva edición podría incluir el testimonio autobiográfico que Costamagna escribió para Volver a los 17, un conjunto de experiencias de vida de escritores y periodistas nacidos entre 1969 y 1979. Y ello porque ese testimonio encuadraría bien los relatos (aunque no sea necesario conocerlo para apreciarlos), porque tiene una notoria continuidad estilística y temática con ellos. Había una vez un pájaro transcurre entre hogares rotos, padres presos, exilio y persecución, pero el gran valor de la obra de Costamagna radica en el rescate de la voz infantil y su reacción tanto ante lo que percibe de la gran historia como de los otros dramas que se desplegaban a la sombra de un país interdicto. Amanda, la protagonista, mira un grupo de hormigas que se prepara para asaltar un frasco de mermelada. “Corren, nadie las detiene, están por llegar a la cima de su montaña, a la primera hormiga le falta un milímetro y ¡toque de queda, toque de queda! Las voy aplastando una por una”. Nadie nunca se acostumbra es uno de los mejores relatos de Animales domésticos y, tal como el brevísimo cuento Agujas de reloj, pulsa las mismas teclas, pero en otras tonalidades que enriquecen y complementan el texto principal.

Alejandra Costamagna. Editorial Cuneta, Santiago, 2013. 73 páginas.