Sepulcros de vaqueros

Reseña publicada en la revista «Sábado» del diario El Mercurio, 16 de septiembre de 2017

Es estéril, a estas alturas, continuar el debate sobre los inéditos de Roberto Bolaño. Su heredera y albacea ha decidido publicarlos, y ya está. Sí se puede discutir la intención de presentar Sepulcros de vaqueros como «un libro desconcertante» frente al cual «no tiene sentido tratar de distinguir si estamos ante tres partes independientes o ante la unidad propia de una novela», según dice el autor del prólogo, Juan Antonio Masoliver. Toda obra de Bolaño, según él, es parte del gran libro de las obras completas y así hay que leer este volumen, como un capítulo más de un proyecto creativo. Está bien, pero ello no quita que se reunió aquí tres textos muy dispares en calidad, en estructura y en grado de elaboración. Si entre los dos primeros, «Patria» y «Sepulcros de vaqueros» hay tenues lazos (el escenario chileno, la presencia del alter ego del autor, Belano, aunque con nombres de pila distintos, las referencias —probables— a la biografía), el tercero, «Comedia del horror en Francia», no tiene nada que ver.

«Patria», escrito entre 1993 y 1995, es un texto muy valioso para apreciar mejor el método de trabajo de Bolaño. Las numerosas y cruciales coincidencias con Estrella distante llevan a pensar que puede tratarse de un primer borrador de aquella novela, aunque las diferencias de estilo y estructura sean gigantescas. También hay una flecha que apunta a un relato posterior de Bolaño, «El Ojo Silva». Los capítulos finales evidencian clarísimamente que el proyecto quedó trunco y que Bolaño, un escritor radical en todo sentido, prefirió desarrollar la historia de una manera completamente distinta. «Sepulcros de vaqueros» es un texto más maduro y mucho más afinado, pero, tal como lo muestra el índice que Bolaño tenía pensado para esta obra (incluido en las reproducciones facsimilares de sus notas de trabajo al final del volumen), también es un proyecto que quedó a medio camino. De todos modos, los cuatro cuentos que lo componen (o capítulos de una posible novela, uno de los cuales, «El gusano», pasó, con muchos cambios, a Llamadas telefónicas), son, lejos, lo mejor del volumen; iluminan con claridad el juego entre biografía y escritura que desarrolló Bolaño en toda su obra y son también muy valiosos para entender mejor su relación con Chile y con el golpe de Estado de 1973. «Comedia del horror en Francia» parecer ser, efectivamente, el desarrollo ficcional de una columna publicada en Las Últimas Noticias, «Conjeturas sobre una frase de Breton», pero es imposible saber si su final es abierto o simplemente quedó trunco.

Roberto Bolaño. Alfaguara, Santiago, 2017. 216 páginas.

Treinta años de novela y burbujas

Artículo publicado en el suplemento «Babelia» del diario El País, 23 de octubre de 2004

 

1. En busca del tiempo perdido. El golpe de 1973 significó una drástica ruptura en todos los planos de la vida nacional, incluida, por cierto, la producción artística y literaria. Muchos escritores, entre ellos los más significativos de la generación del 50 y de la siguiente (José Donoso, Antonio Skármeta, Ariel Dorfman) partieron al exilio. La clausura cultural de la dictadura, que ejercía censura previa a la edición de libros, dio pie para hablar de un «apagón cultural» y, consecuentemente, a la virtual desaparición de narradores y poetas de la escena pública. Hubo, por cierto, excepciones. El poeta Raúl Zurita recibió el impensado espaldarazo de la crítica oficial. Donoso publicó en España y circuló sin trabas en Chile. Otros -Diamela Eltit, Gonzalo Contreras, Carlos Franz- publicaron a mediados de los ochenta, pero con poquísima repercusión.

En 1989, en vísperas de la entrega del poder, la dictadura levantó las restricciones a la circulación de libros. En 1990, ya en democracia, la editorial Planeta dio un golpe a la cátedra con su colección de literatura chilena. El público y la crítica recibieron con entusiasmo la avalancha de títulos; mal que mal, una de las funciones de la novela es trazar el imaginario del país, devolverle sus pesadillas y sus sueños, ayudar a entender, desde la ficción, quiénes y qué somos, y eso es lo que esperaban, en buena medida, los lectores chilenos.

Aquella colección de tomos de lomo blanco era un cajón de sastre, con autores de las más variadas edades y estilos narrativos, desde José Miguel Varas, que había publicado sus primeros cuentos en la década de los cuarenta, hasta Alberto Fuguet, que lanzó aquí su primera colección de cuentos a los 26 años. Entre ellos, dramaturgos convertidos a la narrativa, como Marco Antonio de la Parra; escritores que siguieron fuera de nuestras fronteras, como Fernando Alegría, José Leandro Urbina y Roberto Castillo; los que ya habían comenzado, pero ahora con crítica y ventas, como Diamela Eltit, Gonzalo Contreras y Carlos Franz, más la nueva hornada -también de edades variadas- entre los que están Arturo Fontaine, Ana María del Río, Jaime Collyer, Sergio Gómez y tantos más.

Esta diversidad generacional y temática hizo que la polémica subsiguiente -muy destacada por los medios- acerca de la existencia o inexistencia de una «nueva narrativa chilena» pronto se revelara como artificiosa y más hija del marketing que de una sensibilidad común o una propuesta coherente. Así y todo, los escritores chilenos gozaron, por algunos años, del favor del público y de la aquiescencia de la crítica: por lo menos había algo que leer, era el sentimiento no expresado, y, entre tanto título, bien podía saltar la liebre. A Planeta se sumaron editoriales como Mondadori, Los Andes y Alfaguara. Los lanzamientos de libros se sucedían uno tras otro. La tradicional Feria del Libro que se mal instalaba en los polvorientos senderos de un parque se trasladó a una vetusta y remozada estación de ferrocarriles. Chile parecía recuperar, gracias a la narrativa, su carácter de país lector.

2. El estallido de la burbuja. Pero la verdad es que, entre tanto título y tanto reclamo publicitario, a mediados de los noventa había poco que rescatar. Tres novelas sobre el exilio (Urbina, Varas y Cerda). Una novela distanciada que ponía en escena el Chile profundo, la primera y mejor de Gonzalo Contreras. Algunos cuentos de Jaime Collyer. La voz de Ana María del Río. Algunas páginas de Diamela Eltit. Las novelas y cuentos desgarradores de José Miguel Varas. Díaz Eterovic es un escritor menor, pero muy seguro en el género que maneja, la novela negra. Jorge Guzmán rompió un silencio de más de 25 años al publicar Ay mama Inés, una de las buenas novelas históricas que se han escrito en Chile. En la misma línea escribe Antonio Gil, más tributario de la poesía que de la narrativa.

Hay que señalar, como contexto, la insularidad de las letras chilenas. Por políticas de distribución y el criterio de la apuesta segura, las editoriales que controlan el mercado suramericano habían decidido que cada país leía a sus propios autores, y nada más. Sólo lograban traspasar las fronteras quienes tenían asegurado el éxito de ventas, y ello nunca ha sido sinónimo de buena literatura. Chile exportaba a Marcela Serrano, una escritora rosa, y escritores radicados fuera, como Luis Sepúlveda e Isabel Allende, tenían también tribuna, aplauso y circulación. Hasta acá llegaba uno que otro escritor argentino, más los clásicos de siempre. Nada más. Y, mientras tanto, críticos y lectores comenzaban a cansarse. Demasiado libro, demasiado «talento desconocido que renovará la literatura criolla», y muy pocas nueces. La operación Mc’Ondo, a cargo de Alberto Fuguet y Sergio Gómez, fue apenas un volador de luces que no alcanzó a constituirse en manifiesto.

3. Otras miradas. Pasada la mitad de la década, ocurrieron dos acontecimientos en el ámbito del libro. El primero fue la aparición de un penetrante ensayo del sociólogo Tomás Moulian sobre el Chile de los noventa. Fue tal su éxito que llegó a venderse en almacenes y panaderías de barrio. Y es que la radiografía del país se veía con mucha mayor nitidez en este libro que en la suma de la narrativa publicada hasta la fecha. Ahí se inició un cambio de rumbo, tanto en las decisiones editoriales como en las preferencias de los lectores.

El segundo fue, primero, un rumor boca a boca y, luego, una suerte de instalación de la crítica: la irrupción local, morosa y medida, de Roberto Bolaño en las letras chilenas. Es bueno registrar aquí la incredulidad, la desconfianza e incluso la negación explícita que corrió pareja con la circulación de sus libros. No es chileno, dijeron algunos, cuando se le proclamó como el mejor escritor del país en la década. Es que la narrativa de Bolaño, sin duda la más lúcida y más reveladora sobre el imaginario criollo en ese par de décadas de oscuridad que nos tocó en desgracia, rompía demasiados esquemas. Esa telaraña inasible, ese mecanismo de relojería que desmontaba el edificio de los eufemismos, de los silencios cómplices, de los subentendidos, puso en perspectiva global una narrativa local, y el resultado fue vergonzoso. No sólo por Bolaño, sino también por la irrupción de otras voces, venidas de todo el ámbito del español o del castellano hablado, escrito, rugido o balbuceado en estas latitudes. ¿Quién eres? Mírate al espejo. ¿Qué ves? No te engañes.

El catador de libros

Columna publicada en el diario Las Últimas noticias, 25 de junio de 2001.

alone_001Pocas semanas atrás, un crítico literario de “El Mercurio”, José Promis, despachó una subida diatriba contra la novela “Ferrantes”, de Patricio Femández, pese a declarar, de entrada, que no había leído ni la mitad del libro. Hace algunos años ocurrió lo mismo con Ignacio Valente y “Mala onda”, de Alberto Fuguet.

Casos así son para indignarse, según los lectores acuciosos que no opinan de un libro hasta haber leído, y muchas veces soportado, hasta su última página. Pero tal práctica –poco frecuente, por fortuna- viene avalada por el mismísimo pope de la crítica nacional, Hemán Díaz Arrieta, Alone, quien declaraba a quien  quisiera oírlo que no se sentía obligado a leer íntegros los libros objetos de sus críticas: le bastaba “catarlos”.

Es cierto que para reconocer un buen o un mal vino basta con beber menos de una copa. Es cierto también que Alone no se equivocó a la hora de reconocer a los verdaderamente grandes de la poesía chilena, y ello desde muy temprana hora; y también hay que decir, en su defensa, que nunca aceptó el título de crítico, prefiriendo, en cambio, el calificativo de “cronista” de la literatura. Tampoco hay dudas de que la cata literaria puede ser eficaz respecto de los subproductos del mundo de los libros -como los bestsellers, por ejemplo-, pero no lo es, no puede serlo, en el ejercicio cotidiano de la lectura reflexiva que se traduce luego en una opinión expuesta públicamente.

Tal vez por eso es que la obra de Alone tuvo tantos detractores -menos, en todo caso, que sus admiradores y fieles seguidores- y el calificativo de arbitrario sigue rondando los centenares de artículos que publicó, especialmente en “El Mercurio”, durante una larguísima vida como crítico (que lo era, más allá de lo que dijo él mismo respecto de su oficio) que alguna vez incursionó en la novela y, por supuesto, en el ensayo, en las memorias, en los artículos políticos, en los diarios, casi siempre con una prosa repulida y a ratos farragosa, y con un estilo que se siente, conforme pasan los años, cada vez más anacrónico y poco eficaz a la hora de comunicar.

Tal vez por eso es que la paternidad ejercida por Alone durante tantos años no se ha prolongado en el tiempo, y hoy, a pesar de esporádicos ejercicios de  reanimación, su nombre tiene sobre todo el peso de la historia, pero ninguna actualidad. Nadie valora hoy sus tesis o sus propuestas. Su “Historia personal de la literatura chilena’’ es más un catálogo de sus preferencias y animadversiones que un documento confiable para el estudio de la literatura chilena.

A fin de cuentas, Alone es hoy sólo un personaje más de nuestra narrativa -secundario, desde luego-, tal como lo muestra una novela reciente que, por cierto, ha sido rigurosamente ignorada por el diario en que Alone ejerció la crítica durante tantos años.

Mis reseñas de Roberto Bolaño en Caras

Estrella distante
Caras, 23 de diciembre de 1996

59f4a-estrellaAunque su nombre es más bien desconocido en el país, se trata de un novelista chileno que ha tenido un enorme éxito de crítica. Sobre todo, con La literatura nazi en América (Seix Barral, Barcelona, 1996; 237 páginas), una novela cuya impresionante eficacia narrativa radica en la superposición de territorios imaginarios -el mapa literario de América sobre el mapa de la narrativa nazi- y de ambos sobre el trazado cultural y geográfico del continente, en un revelador y apasionante juego de sombras y contrastes.

Estrella distante es ni más ni menos que la extensión a novela de uno de los episodios de la obra anterior a Bolaño, «Ramirez Hoffman, el infame». En Concepción, antes del golpe militar, un personaje inquietante deambula por los talleres literarios de la universidad penquista, integrados mayormente por personajes que hablaban “en argot o en jerga marxista mandrakista”. Es poeta, efectivamente, pero su escritura tiene algo de distanciado, de ajeno, que pone nerviosos a sus interlocutores. El golpe revela su verdadera identidad: se trata del capitán de aviación Carlos Wieder, cuyo concepto del verdadero arte está demasiado lejos de los modelos convencionales. No es sólo la estela de muertes tras de sí lo que convierte a Wieder en un personaje de leyenda, sino su particular y siniestro credo estético. Su trayectoria es seguida de lejos por el narrador, tanto en Chile como en el exilio, con la fascinación y el terror que despiertan los personajes de múltiples caras y una sola idea.

La estructura no es, obviamente, convencional, pero su novedad pasa casi inadvertida al ritmo de una trama que no otorga respiro al lector. Espacios, texturas y personajes de rara originalidad dan cuerpo a una obra notable por su capacidad de remecer las convenciones –literarias y sociales– vigentes en el país.

Una escritura tan poderosamente original y reveladora merece mucho más difusión de la que ha tenido. Aunque, como suele ocurrir en el caso de los que realmente valen, la recomendación “boca a boca” ha significado que los libros de Bolaño desaparezcan con rapidez de las vitrinas.

Roberto Bolaño. Anagrama, Barcelona, 1996. 157 páginas.

Llamadas telefónicas
Caras, 23 de enero de 1998

9c90e-llamadasLa aparición de Bolaño en nuestro medio literario, aún cuando ya había publicado cinco libros de poesía y tres de narrativa, se produjo bruscamente con la distribución de sus dos siguientes obras, La Literatura nazi en América y Estrella distante, ambas de 1996. Con la mayor parte de su trayectoria realizada en España y sumamente reacio a dar entrevistas, el autor de Llamadas telefónicas mantiene abierta una curiosidad que sólo puede satisfacerse mediante la lectura de sus libros: y aquí está su estupenda colección de cuentos para hacerlo.

El libro está estructurado en tres partes, cada una titulada como el último relato de cada sección (y a su vez, el de la primera parte el título al conjunto total). Y efectivamente, aunque de manera elástica y casi imperceptible, los relatos de cada subgrupo tiene rasgos comunes. En el primero, los personajes son escritores o tienen alguna ligazón con la literatura; en el segundo, “Asesinos”, la muerte –o la amenaza de muerte– es una presencia más leve o más poderosa, pero constante; y el último, “Vida de Anne Moore”, reúne cuatro relatos sobre mujeres. Pero más allá de esta división, el libro denota una sorprendente continuidad y coherencia en el estilo al que Bolaño comienza a acostumbrarnos: historias de personajes que están en el margen, en algún margen, en el borde de la desesperación, de la sicosis, del desarraigo; historias que se construyen, sin embargo, en el tono casi monocorde de lo más cotidiano y vulgar de cualquier existencia. Paralelamente, Bolaño asume plenamente el juego de la cita, de la parodia, de la literatura dentro de la literatura, multiplicando las referencias sin que ello se haga sentir en la lectura. De hecho, en lo que también parece ser su marca de fábrica, remitir a su propia obra, uno de los mejores relatos del libro -“Joanna Silvestri”– es la ampliación de un fugaz episodio de Estrella distante. Hay que señalar, también, que Bolaño se muestra aquí como un maestro en los finales abiertos, cuestión siempre difícil de resolver en las narraciones cortas.

El denso mundo narrativo de Bolaño recorre lugares de muy diversa geografía; España, en muchos cuentos, pro también México, Rusia, Estados Unidos, Chile. Las referencias políticas y sociales están aquí asumidas como parte de la realidad, y no como un factor desencadenante de la trama, lo que multiplica la eficacia narrativa de esta propuesta. En síntesis, Bolaño confirma aquí todas sus virtudes que lo señalan inequívocamente como el escritor más promisorio de su generación.

Por Roberto Bolaño. Anagrama, Barcelona, 1997. 205 páginas.

La pista de hielo
Caras, 11 de diciembre de 1998

e5317-pistahieloEl escritor chileno Roberto Bolaño vino al país, tras más de 20 años de ausencia, al lanzamiento de esta novela, publicada previamente y en edición limitada en 1993 como ganadora del Premio de Narrativa Ciudad Alcalá de Henares. En consecuencia, este libro es anterior a las obras que lo abrieron una gran ventana en el ámbito literario hispanoamericano, La literatura nazi en América, Estrella distante y Llamadas telefónicas. No por ello, sin embargo, se trata de una obra menor u olvidable; al contrario, revela, una vez más, la extrema ductilidad de estilo de Bolaño y marca también algunos de los temas que no cesa de invocar en el conjunto de la narrativa más interesante que ha producido un escritor de esta generación.

La pista de hielo se sitúa en el balneario de Z, en la costa mediterránea catalana, un pueblo que vive su esplendor en los meses de verano y languidece en calma durante el invierno. Tres narradores alternan sus voces: un chileno poeta y escritor, Remo Morán, responsable de un texto delirante, “San Bernardo” –resumido en uno de los capítulos-, protagonizado por un santo, un perro o un hombre que responde al nombre de Bernardo. Pero Morán vive de tiendas de bisutería, hoteles, bares y campings, alejado por completo de la escritura. El segundo narrador es un poeta mexicano, lejano amigo de Morán, que asume un trabajo como guarda del camping de este último. El tercero es Enric Rosquelles, funcionario del municipio, un gordo con una alta opinión de sí mismo. Circulan además por sus páginas una bella patinadora, una joven vagabunda que suele portar un enorme cuchillo, una revenida cantante de ópera que vive de la caridad, un misterioso mendigo que responde al apodo de El Recluta, y una pequeña galería de personajes que completa el reparto de una trama cuyo rumbo se encamina, inequívoco, a la tragedia, pero con un lenguaje, una distancia y una saludable dosis de humor negro que evitan toda tentación de exagerado dramatismo.

La trama es simple, con contrapuestas historias de amor, con una estafa de por medio y un solitario caserón, el palacio Benvingut, en donde se concentran los hilos del relato. La pista de hielo podría leerse como una historia policial, puesto que hay un crimen de por medio; pero basta conocer un poco la narrativa de Bolaño para advertir, de entrada, que lo que importa es otra cosa, no el cuchillo o el asesinato, sino la vida marginal y castigada de la mayoría de los personajes, cuya búsqueda errabunda parece limitarse a encontrar un lugar en donde apenas sobrevivir. Parece: porque la historia, aun con esos ingredientes y personajes, abre paso a otras realidades, a otros encuentros, a aquello que el lector atento sabrá descubrir y apreciar.

Por Roberto Bolaño. Planeta, Santiago,1998. 188 páginas.

Los detectives salvajes
Caras, 22 de enero de 1999

97e5e-detectivesA un ritmo vertiginoso, Roberto Bolaño ha ido construyendo la obra más significativa y poderosa de la narrativa chilena de las últimas décadas. Tras la edición en Chile de La pista de hielo, una de sus primeras obras, vino pronto desde España su más reciente y más ambiciosa obra, Los detectives salvajes, de una extensión correspondiente con el espíritu que anima sus páginas. Abarcadora y total, pone en movimiento temas ya característicos de la narrativa de Bolaño: el exilio de su más amplia acepción, o, más bien, el desarraigo como una característica de los tiempos; la vida de los escritores y el sentido (o sin sentido) de escribir; la instalación del azar como un poderoso motor de la narración.

Los detectives salvajes abre con el extenso diario de un poeta mexicano, Juan García Madero, en 1976, que narra su encuentro con los poetas real visceralistas y sus dos líderes, el chileno Arturo Belano (alter ego del autor) y el mexicano Ulises Lima. Concluye el diario cuando ellos tres y Lupe, una prostituta mexicana perseguida por su patrón, huyen hacia Sonora, con la tarea de descubrir las huellas de Cesárea Tinajero, poeta fundadora de un movimiento que antecede y prefigura la estética real visceralista. En este punto, la novela abre paso a su sección más extensa, entregada a una multiplicidad de voces que narran sus encuentros a veces sumamente laterales con Belano y Lima, que se prolonga hasta 1996; y, finalmente, retoma el relato García Madero, con lo que ocurrió después de su partida hacia Sonora.

Tal vez uno de los rasgos más notables de esta novela es el doble juego entre la investigación de Belano y Lima tras las huellas de Cesárea Tinajero y la investigación, por así decirlo, del narrador tras las huellas de Belano y Lima. Los personajes de la novela son los testigos de esta búsqueda. Cada uno en escenarios tan diversos como Barcelona y Tel Aviv, París y Viena, Nigeria y Nicaragua, aporta una pieza al puzzle, aunque en muchos momentos sus historias alcanzan un perfecto nivel de autonomía, relatos dentro del relato, cuentos que podrían leerse en forma independiente, pero que son, en realidad, parte de una novela extraordinaria en la que Bolaño despliega sus recursos narrativos y su desencantada visión del mundo. Con un rigor asombroso, el autor somete a juicio a toda la literatura latinoamericana del siglo y a buena parte de la historia, siempre en nombre del empeño de sus personajes protagónicos por descubrir las huellas secretas que pueden revelar el sentido de la poesía y de la vida.

No se equivocan ni exageran los críticos que comparan esta novela con Rayuela y otras obras fundacionales del boom de los sesenta. Bolaño ha elaborado una propuesta compleja y múltiple, que, nuevamente, reinventa el arte de escribir novelas y remece el sentido de la escritura.

Por Roberto Bolaño. Anagrama, Barcelona, 1998, 616 páginas.

Amuleto
Caras, 21 de julio de 1999

04441-amuletoEn esta columna se habló de Los detectives salvajes como la gran novela del desarraigo latinoamericano, que exploró tres décadas de la convulsa historia (literaria y política) de este continente. Uno de los muchos episodios de este vasto fresco cuenta la historia de una poetisa uruguaya que permaneció quince días encerrada en el baño de la Facultad de Filosofía de la Universidad Autónoma de México en 1966, cuando el ejército y los granaderos violaron la autonomía universitaria y detuvieron o expulsaron a todos los habituales ocupantes del campus, excepto a Auxilio Lacouture. Es este episodio el que Roberto Bolaño, conforme a un procedimiento ya habitual en su narrativa, extiende a novela. Novela breve y menor, según indicó el autor en una entrevista reciente, porque está escrita en primera persona, y las grandes obras, según él, se escriben en tercera persona. Independientemente de la validez de esta provocativa afirmación, lo cierto es que Amuleto no “pesa” lo mismo que la anterior, sin por ello dejar de ser una estupenda novela.

¿Por qué Auxilio Lacouture y sus quince días encerrada en el baño? ¿Por qué este episodio, entre tantos otros que dan para entender el riquísimo mundo narrativo del autor, es el que quedó como deuda pendiente dentro de Los detectives salvajes? Se debe, probablemente, al carácter emblemático que los hechos de 1968 (la toma de la universidad y la matanza de la Plaza de Tlatelolco) tienen para la década de los sesenta. Y se da aquí una curiosa paradoja: Amuleto es una de las novelas más políticas del autor y, sin embargo, es también la que más se deja llevar por el ritmo poderoso del sueño y el delirio de la poetisa encerrada en el baño, que revive e inventa sin transición escenas o historias en donde se pierde completamente la distinción entre la historia y la fantasía. Sucesivos fantasmas asoman en la conciencia errante de Auxilio y el hilo de la narración oscila y vuelve permanentemente a la luna que recorre las baldosas, mientras ella, con su boca privada de dientes, se tapa pudorosamente la boca cuando enfrenta a sus personajes, a sus recuerdos, a sus fantasías, a los seres evocados por su delirio. Entonces va tomando forma un oblicuo (y no por ello menos eficaz) homenaje a quienes lucharon por cambiar el mundo en esos años. Un antiguo mito griego se enlaza con los vaivenes de la política latinoamericana y los frustrados intentos revolucionarios, dos tragedias se unen y ganan fuerza y sentido para dotar a Amuleto, pese a su carácter menor, de un papel central en la narrativa de Roberto Bolaño.

Por Roberto Bolaño. Anagrama, Barcelona, 1999. 154 páginas.

Monsieur Pain
Caras, 7 de enero de 2000

22114-monsieurpainEscrita a comienzos de la pasada década, esta novela de Bolaño (publicada originalmente con el título de La senda de los elefantes) pertenece al grupo de obras que el autor señala como “dinosaurios” dentro de su trayectoria de escritura, al igual que Consejos de un discípulo de Joyce a un fanático de Morrison, escrita junto a Antonio García-Porta, y La pista de hielo, reeditada por Planeta en Chile. Y si bien ésta última ya puede asimilarse, aunque sea lateralmente, al ciclo narrativo que gira en torno a Los detectives salvajes, las dos primeras responden a otras obsesiones y rumbos.

Consejos…es una obra sumamente curiosa, que funde reflexiones literarias con las andanzas de una pareja de jóvenes sicópatas asesinos de Barcelona, muchos años antes de que el cine de Hollywood popularizara el tópico. Monsieur Pain, con el mérito de ser la primera novela enteramente escrita por Bolaño, contribuye en varios sentidos a afirmar la cronología y el recorrido del autor. Partamos por lo más circunstancial: la novela ganó dos premios y fue editada, lo que está narrado en uno de los cuentos de Llamadas telefónicas. Estos premios, según la nota escrita por Bolaño para esta edición, son los más importantes que ha recibido, “premios búfalo que un piel roja tenía que salir a cazar pues en ello le iba la vida”. El escritor a la intemperie, en el descampado, tuvo finalmente la recompensa por sus desvelos, lo que no disminuye en nada su reconocimiento por los primeros trofeos.

En un sentido muy diferente, Monsieur Pain revela a un Bolaño ya dueño de su talento narrativo, pero con un tono distinto y algo rígido todavía en el desarrollo de la historia, aunque ésta, desde luego, ya evidencia algunas de sus obsesiones y temáticas. Por de pronto, la relación con los libros y la literatura; el argumento circunda y rodea al poeta César Vallejo, agonizante en un hospital parisino, y los textos sobre el mesmerismo o curación por la hipnosis son abundantemente citados. El epígrafe cita a quien más contribuyó a divulgar esa teoría, Edgar Allan Poe, con su relato Revelaciones mesméricas. Pero sólo lo rodea, puesto que la historia cuenta de una oscura conspiración que tiene en su centro al poeta y al mesmerista Pain, llamado a última hora para tratar de sanar al enfermo. En sus intentos por acceder a Vallejo, Pain va encontrando personajes siniestros de ocultas motivaciones y conoce la existencia un París sepulcral y siniestro muy distinto del habitual. Y, como suele ocurrir con Bolaño, nada es simple y todo giro de la novela, por inexplicable que parezca, tiene un sentido oculto. Así, una conspiración conduce a otra, a acontecimientos ya lejanos en el tiempo. Esas verdades acechan a un tranquilo, tímido y algo timorato Pierre Pain, que a sus cuarenta y tantos años sólo ha descubierto formas calmadas de resistir la angustia, y sólo terminan de ensamblarse en el Epílogo de voces: la senda de los elefantes que cierra el libro con datos biográficos (o datos simplemente) sobre algunos de los personajes del libro.

En suma, una novela con algo más que valor arqueológico, que muestra un narrador fuera de su círculo habitual con personajes distintos y en otro entorno, que trae ecos de lecturas y preocupaciones probablemente ya superadas o, mejor dicho, trabajadas y transformadas en las obras posteriores que han merecido el justo reconocimiento de la crítica y los lectores.

Por Roberto Bolaño. Anagrama, Barcelona, 1999, 171 páginas.

Bolaño, ¿un clásico?

Artículo publicado en la revista Pensamiento y Cultura de la Universidad Diego Portales, agosto de 2006

Archivo Bolaño Alicia andares 6Mi profesor de literatura española en la universidad estuvo a punto de quitarle toda posibilidad de placer a la lectura del Quijote. Era un obseso de las citas textuales. Había que enfrentarse al libro como a una eterna suma de frases y atender, sobre todo, a los personajes mínimos, a aquellos nombrados de pasada en algún oscuro episodio, porque esos eran los que había que recordar. Nada de miradas a vuelo de pájaro, intentos de interpretaciones audaces o búsqueda de un atisbo de perspectiva; era, realmente, una lectura literal del Quijote, a la letra y letra por letra, una suerte de trabajo forzado lleno de trampas y rincones minados. Pero el libro se impuso por sí mismo y terminé leyéndolo con creciente interés y luego con pasión (muy lejos de lo que había sido mi primera y parcial experiencia durante la enseñanza media, con el mismo libro), olvidando el pie forzado, arriesgando bajas calificaciones en los controles de lectura. Qué más daba. No estaba de acuerdo con el método y me bastaba con aprobar el curso, cosa que logré sin brillo y sin gloria, pero feliz de haber leído a Cervantes a mi ritmo y siguiendo mis propias obsesiones.

Bolaño, Roberto - 2666-tapaY ahora que releí 2666 de Roberto Bolaño, sin la obligación de hacerlo rápido para alcanzar a redactar una reseña para la revista en que escribo semanalmente, recordé a mi antiguo profesor, que en paz descanse, e imaginé que se reencarnaba en el año 2666, como profesor de literatura latinoamericana del siglo XX, y que preguntaba a sus alumnos, por ejemplo, cuántas generaciones de María Expósito convivieron en la misma casa, o cómo se llamaba el bar donde bebieron juntos Marco Antonio Guerra y Amalfitano, o cuál de las víctimas murió tras su cuarto infarto al miocardio, o qué episodio corresponde al cruce de las tramas de esta novela y de Los detectives salvajes. 2666 habría sido un desafío memorable para mi profesor: sólo en “La parte de los crímenes” habría tenido nada menos que 352 páginas con un protagonista colectivo, una interminable procesión de personajes de fugaz aparición entre algunos pocos que entran y salen cada cierto tiempo del caudaloso río del relato; y en las otras cuatro partes, historias innumerables que extienden zarcillos y raíces, líneas de comunicación, ventanas y túneles, entre unas y otras.

Pero pronto deseché tal ejercicio imaginativo. Era demasiado inverosímil pensar que en seis siglos más todavía existirán profesores y alumnos reunidos en una sala, sin más recursos técnicos que el pizarrón y la tiza. Para ese entonces, es más fácil pensar que un libro estará contenido en un chip diminuto que se insertará en un terminal instalado, por ejemplo, en el antebrazo, para traspasarse directamente a la memoria, que se desplegará para acogerlo y juzgarlo sin más trámite. Aunque quién sabe. Auscultar el futuro es tarea de videntes y novelistas de ciencia ficción, no de un crítico literario. Perdido ante la instantánea aparición de cientos de futuros posibles para el libro y la literatura, tiré la esponja.

Pero seguí pensando en mi profesor y sus ejercicios memorísticos (por cierto, la suya era una memoria prodigiosa). Y vi, o creí ver, que había cuestiones de fondo que socavaban desde el inicio tal ejercicio imaginativo.

Primero, el contenido de 2666 no es del tipo susceptible de resistir una evocación de los detalles, especialmente en “La parte de los crímenes”. El lector tiende, más bien, a olvidarlos rápido, para atender al despliegue del conjunto. Tanta suma de horrores, uno detrás de otro; tantos cuerpos violados, mutilados, torturados y asesinados, tanta angustia, tanto dolor, esa sensación terrible que experimentaron la madre de las desaparecidas hermanas Noriega y sus vecinas, «lo que era estar en el purgatorio, una larga espera inerme, una espera cuya columna vertebral era el desamparo, algo muy latinoamericano, por otra parte, una sensación familiar, algo que si uno lo pensaba bien experimentaba todos los días, pero sin angustia, sin la muerte sobrevolando el barrio como una bandada de zopilotes y espesándolo todo, trastocando la rutina de todo, poniendo todas las cosas al revés». ¿Habría sido mi profesor, realmente, capaz de exigir a sus alumnos detalles tan siniestros como que Herminia Noriega murió tras su cuarto infarto, tras horas de torturas inimaginables? ¿Habría querido que recordaran que, pensando en los cuatro infartos que sufrió la niña, el judicial Juan de Dios Martínez “se cubría la cabeza con las manos y de sus labios escapaba un ulular débil y preciso, como si llorara o pugnara por llorar”?

Lo dudo. Era un hombre profundamente conservador, aunque capaz de apreciar matices nuevos, pero me atrevo a apostar que 2666, y en general la obra de Bolaño, le habría parecido un completo despropósito, indigna del parnaso literario. Que se entienda bien: no quiero desmerecer a mi antiguo profesor. Es que, simplemente, no es de esta época. Probablemente, como Luis Sánchez Latorre, habría dicho que ya no leyó a Bolaño.

Y aquello del parnaso literario lleva a la pregunta de si Bolaño llegará a ser un clásico. Caso en el cual habría lugar para estudios interesantes y enriquecedores, pero también para cartografías aún más perversas; por ejemplo, una tesis literario-estadística sobre el número de mujeres muertas en 2666, con tablas que detallen grado de desnudez, causa de la muerte, si fueron o no violadas y por cuáles conductos, número de mutiladas, edades, porcentaje de mujeres delgadas con cabello negro y largo, etcétera, todo ello dirigido a mostrar, por ejemplo, la función de la reiteración en la narrativa, o para demostrar que 2666 responde a la estética minimalista que adelantaron, en la música, LaMonte Young y Steve Reich, y que popularizó el más accesible de ellos, Philip Glass. Que para todo da la academia, especialmente si se trata de clásicos.

De cualquier modo, aquello no se ha cumplido aún -ninguna obra de Bolaño es todavía considerada un clásico-, aunque, por cierto, ya deben menudear las tesis de pre y post grado sobre el autor y su obra. Avancemos, entonces, en la pregunta formulada. Para no especular simplemente, comencemos por sus filiaciones literarias: dime de dónde vienes y te diré quién eres.

Borges caricatura al óleoHasta el momento, que se sepa, no se ha escrito ni investigado mucho sobre qué escritores influyeron en la poética de Bolaño. No hay que escarbar en exceso para situar a Borges, Kafka y Vallejo como antecedentes relevantes; el primero por La historia de la literatura nazi en América. Bolaño explicitó, en una entrevista, la genealogía: el primer hito es La sinagoga de los iconoclastas, de Rodolfo Wilcock, que, a su vez, “le debe muchísimo a Historia universal de la infamia, de Borges, cosa nada de rara porque Wilcock fue amigo de Borges y admirador de Borges”. A su vez, ese libro le debe mucho a uno sus maestros, Alfonso Reyes, “el escritor mexicano que tiene un libro que se llama Retratos reales e imaginarios, una joya. A su vez, el libro de Alfonso Reyes le debe mucho a Vidas imaginarias, de Marcel Schwob, que es de donde parte esto. Pero, a su vez, Vidas imaginarias le debe mucho a toda la metodología y la forma de servir en bandeja ciertas biografías que usaban los enciclopedistas”. Toda una familia literaria, que aún podría remontarse a William Beckford y sus Memorias biográficas de pintores extraordinarios, que remite a un procedimiento que Bolaño posteriormente perfeccionó y amplió hasta notables dimensiones.

kafkaEl segundo, muy claramente por “El policía de las ratas”, cuento que pertenece a El gaucho insufrible, extraordinario y explícito homenaje al autor checo a partir de su cuento “Josefina la cantora”; pero también por un tono subterráneo que recorre la obra de Bolaño, las empresas imposibles, las desviaciones eternas, la sensación de que no hay un punto de llegada posible. En ambos autores, además, hay un juego entre sus propios nombres y los de los personajes: el señor K y Arturo Belano están más emparentados de lo que parece, pasajeros de obras que remiten a otras y que van creciendo hasta que pareciera que forman parte de una sola, una novela total que se entrega por capítulos, algunos más cercanos al centro, unos en la periferia, otros que anuncian nuevos desarrollos y variantes.

cesar-vallejoEl tercero, por Monsieur Pain, donde el poeta peruano agoniza en un hospital mientras a su alrededor se teje una rara trama de mesmerismo y crimen. Vallejo es el gran escritor mestizo de América, que escribió buena parte de su obra desde su auto exilio en Madrid y París. Bolaño pone en escena los acentos y las expresiones de chilenos, argentinos, uruguayos, mexicanos y españoles, por lo menos, y su perspectiva del desarraigo, uno de los temas recurrentes en su obra, tiene alcances latinoamericanos.

Una línea consistente en su obra discurre por la literatura. Cuentos de escritores, personajes que escriben y que hablan de escritores, poemas dedicados a la literatura. En ese sentido, funciona como un catálogo de lectura, de amores y de odios, de preferencias arbitrarias, de descubrimientos, de revelaciones; pero también como un sustrato explícito de su obra, que muestra a su vez cómo entiende Bolaño la tarea del escritor. No se puede escribir sin los otros, sin dialogar con ellos, sin establecer también puentes, filiaciones y líneas de contacto con sus obras. Catálogo, además, siempre revelador, tanto del monumental lector que fue Bolaño como de la manera en que logró engarzar ese diálogo en sus obras. Hay quien dice que, al menos en esa variante, Bolaño es un escritor para escritores. Hace pocos meses, una apoderada del colegio de mis hijos me contó que le había regalado a su papá, ex funcionario de la policía de investigaciones, Los detectives salvajes. Al comienzo, el antiguo detective refunfuñaba y reclamaba contra el autor: mucho sexo y mucho nombre, decía. Pero terminó la lectura del libro llorando.

TPG108073 Portrait of Miguel de Cervantes y Saavedra (1547-1615) by Jauregui y Aguilar, Juan de (c.1566-1641); Private Collection; Spanish,  out of copyright
TPG108073 Portrait of Miguel de Cervantes y Saavedra (1547-1615) by Jauregui y Aguilar, Juan de (c.1566-1641); Private Collection; Spanish, out of copyright

Recordemos otro antecedente: en el discurso de recepción del Rómulo Gallegos, Bolaño habló de Cervantes y de su comparación entre la milicia y la poesía, punto que escogió para explicitar su poética, la visión de su obra como un homenaje a la generación perdida de América Latina. Pero también, en un detalle nada trivial, dijo que “desde la mesa donde escribo estoy viendo mis dos ediciones del Quijote”. Que es como decir: alzo los ojos y las veo. O bien: escribo bajo la mirada vigilante de Cervantes. O: Cervantes es el punto focal de mi escritura. Cuando le preguntaron, en una entrevista, acerca de sus lecturas fundamentales, enumeró: “El Quijote, de Cervantes. Moby Dick, de Melville. La Obra Completa de Borges. Rayuela, de Cortázar. La conjura de los necios, de Kennedy Toole. Nadja, de Breton. Las cartas de Jacques Vaché. Todo Ubú, de Jarry. La vida instrucciones de uso, de Perec. El castillo y El proceso, de Kafka. Los aforismos de Lichtenberg. El Tractatus de Wittgenstein. La invención de Morel, de Bioy Casares. El Satiricón, de Petronio. La Historia de Roma, de Tito Livio. Los Pensamientos de Pascal”.

Cervantes, el primero en la lista, es el padre de la novela universal. Bolaño, sin necesidad de nombrar las obras del párrafo anterior, se refiere a ellas cuando escribe en 2666 que “ya ni los farmacéuticos ilustrados se atreven con las grandes obras, imperfectas, torrenciales, las que abren camino en lo desconocido. Escogen los ejercicios perfectos de los grandes maestros. O lo que es lo mismo: quieren ver a los grandes maestros en sesiones de esgrima de entrenamiento, pero no quieren saber nada de los combates de verdad, en donde los grandes maestros luchan contra aquello, ese aquello que nos atemoriza a todos, ese aquello que acoquina y encacha, y hay sangre y heridas mortales y fetidez”. Y, sin duda, Bolaño tenía clara conciencia acerca del valor fundacional de su obra, en el sentido de establecer un nuevo paradigma para la novela.

Contrastemos esa conciencia (que se desprende de su obra, no de sus declaraciones a la prensa o de sus columnas y ensayos) con sus dichos en esos contextos. Bolaño siempre negó el carácter trascendente de su obra, así como, por otra parte, de la de todo el mundo, salvo, claro , la de los grandes maestros.

“Yo no sé cómo -dijo- hay escritores que aún creen en la inmortalidad literaria. Entiendo que haya quienes creen en la inmortalidad del alma, incluso puedo entender a los que creen en el Paraíso y el Infierno, y en esa estación intermedia y sobrecogedora que es el Purgatorio, pero cuando escucho a un escritor hablar de la inmortalidad de determinadas obras literarias me dan ganas de abofetearlo. No estoy hablando de pegarle sino de darle una sola bofetada y después, probablemente, abrazarlo y confortarlo. En esto, yo sé que algunos no estarán de acuerdo conmigo por ser personas básicamente no violentas. Yo también lo soy. Cuando digo darle una bofetada estoy más bien pensando en el carácter lenitivo de ciertas bofetadas, como aquellas que en el cine se les da a los histéricos o a las histéricas para que reaccionen y dejen de gritar y salven su vida”.

Y, sin embargo, a pesar de ese escepticismo, persistió en la tarea de escribir obras descomunales como Los detectives salvajes y 2666. Obras de compleja arquitectura, cuya extensión y osadía formal ya son un desafío formidable para los lectores. Está por verse qué efecto ejercerá la poética de Bolaño sobre las nuevas generaciones de escritores, pero lo que sí está claro es que ya se lo define como un nítido punto de referencia, que marca un antes y un después: ¿será aquello el primer requisito para alcanzar la estatura de un clásico?

Bolaño dijo que la literatura era un oficio peligroso, frase que fue tomada con cierta sorna en los comidillos literarios. El peligro no radica, desde luego, en el acto de escribir, que tiene algo de burocrático y oficinesco por más nobles que sean sus materiales, sino en lo que se puede descubrir a través de la escritura, en los mundos que el escritor abre, en lo que puede llegar a revelar, finalmente, sobre las profundidades del corazón humano.

Ciudad Juárez

“Ciudad Juárez” -Santa Teresa en 2666– es nuestra maldición y nuestro espejo, el espejo desasosegado de nuestras frustraciones y de nuestra infame interpretación de la libertad y de nuestros deseos”, dijo en su última entrevista, respondiendo a la pregunta de qué era para él el infierno. Y, ciertamente, es infernal el mundo que describe en “La parte de los crímenes”, “la náusea y la rabia” que siente Harry Magaña, el sheriff de Huntville que sigue el rastro de mujeres estadounidenses desaparecidas, cuando ve, en una casona oscura, que alguien levanta un bulto de la cama envuelto en plástico. Náusea y rabia ante la violencia, el asesinato, la impunidad, la complicidad de policías y jueces, náusea y rabia ante el designio de matar, “infame interpretación de la libertad y de nuestros deseos”. Pero no se trata, ni mucho menos, solamente de una denuncia moral, social o política. Es un paso más -y tan certero como apasionante- en la indagación sobre la violencia como la cifra inscrita en la identidad latinoamericana, desde Chile a México, desde El Salvador hasta Argentina, que en este libro alcanza, además, resonancias universales.

Se puede emplear una metáfora geométrica para describir la obra de Bolaño: se trata de series de círculos concéntricos que se intersectan en espiral, rodeando el centro o cayendo directamente en él; ondas que se propagan por cuentos y novelas, poemas y artículos, casi siempre ligados entre sí por personajes, situaciones, historias y lugares. Tal vez la mayor anomalía del sistema, por así decirlo, el círculo aparentemente sin intersecciones, es Una novelita lumpen; pero ahí también están los temas de siempre de Bolaño y, por si fuera poco, desde el título dialoga irónicamente con la obra de José Donoso.

A tres años de su muerte, con dos libros póstumos anunciados -cuentos y poesías, respectivamente-, el rescate editorial de su primera novela, Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, que pronto llegará a Chile, y la reciente aparición de una selección de sus entrevistas, aún queda mucho por leer de Bolaño. Y mucho más que decir: no es aventurado afirmar que, como la obra de Kafka, seguirá interrogando a los lectores y desafiando los intentos por reducirla a una sola mirada, a una sola lectura. Y no es tan arriesgado tampoco afirmar que, de los novelistas chilenos del siglo XX, Bolaño es uno de los destinados a perdurar en el tiempo. Su obra sigue ganando premios y, sobre todo, lectores, no solo por el aura trágica de su prematura muerte -otra dimensión del peligro del oficio de la escritura-, sino, sobre todo, por su capacidad de abrir mundos, de establecer resonancias, de desarrollar un imaginario tan profundamente revelador como el contenido en su obra.

¿Hablemos de premios?

Sobre la literatura, el Premio Nacional de Literatura y los raros consuelos del oficio

Por Roberto Bolaño (Las Últimas Noticias, 27 de agosto de 2002)

teiller1enrique lihn .jpgPrimero que nada y para que quede claro: Enrique Lihn y Jorge Teillier no obtuvieron nunca el Premio Nacional de Literatura. Lihn y Teillier están muertos.

Ahora entremos en materia. Puesto a escoger entre la sartén y el fuego, escojo a Isabel Allende. Su glamour de sudamericana en California, sus imitaciones de García Márquez, su indudable valentía, su ejercicio de la literatura que va de lo kitsch a lo patético y que, de alguna manera la asemeja, en versión criolla y políticamente correcta, a la autora de “El valle de las muñecas”, resulta, aunque parezca difícil, muy superior a la literatura de funcionarios natos de Antonio Skármeta y Volodia Teitelboim.

Emilia Pardo BazánEs decir: la literatura de Allende es mala, pero está viva, es anémica, como muchos latinoamericanos, pero está viva. No va a vivir mucho tiempo, como muchos enfermos, pero por ahora está viva. Y siempre cabe la posibilidad de un milagro. No sé, el fantasma de Juana Inés de la Cruz se le puede aparecer un día y le puede dar una lista de lecturas. El fantasma de Teresa de Ávila. En el peor de los casos el fantasma de Pardo Bazán. No se puede decir lo mismo de la literatura de S y T. A esos no los salva ni Dios.

Ahora bien: escribir -juro que lo leí en un periódico de Chile- que hay que apresurarse a darle el Premio Nacional a Allende antes de que le den el Nobel, me parece no ya una tomadura de pelo desproporcionada sino que acredita a1 autor del aserto como un ignorante de antología. ¿De verdad hay inocentes que piensan así? ¿Y los que piensan así son inocentes o simples botones de muestra de una estulticia que se ha apoderado Anatole-Franceno solo de Chile sino de Latinoamérica? Hace poco, Nélida Piñón, celebrada novelista brasileña y asesina en serie de lectores, dijo que Paulo Coelho, una especie de Barbusse y Anatole France en versión telenovela de brujos cariocas, debía ingresar en la Academia brasileña puesto que había llevado el idioma brasileño a todos los rincones del mundo. Como si el “idioma brasileño” fuera una ciencia infusa, capaz de soportar cualquier traducción, o como si los sufridos lectores del metro de Tokio supieran portugués. Además, ¿qué es eso de “idioma brasileño”? Una idea tan desmesurada como si habláramos del idioma canadiense o australiano o boliviano. Ciertamente, hay escritores bolivianos que parece que escriben en “idioma norteamericano”, pero eso se debe a que no saben escribir bien en español o castellano, pero en el fondo, bien o mal, lo que hacen es escribir en español.

coelho¿En dónde íbamos? En Coelho y la Academia y el sillón vacante que finalmente le dieron, gracias, entre otras cosas, a popularizar el “idioma brasileño” a lo largo y ancho del mundo. Francamente, leyendo esto uno podría llegar a pensar que Coelho tiene un vocabulario (brasileño) comparable al “idioma irlandés” de Joyce. Pero no. La prosa de Coelho, también en lo que respecta a riqueza léxica, de vocabulario, es pobre. ¿Cuáles son sus méritos? Los mismos que los de Isabel Allende. Vende libros. Es decir: es un autor de éxito.

Y aquí llegamos a uno de los meollos de la cuestión. Los premios, los sillones (en la Academia), las mesas, las camas, hasta las bacinicas de oro son, necesariamente, para quienes tienen éxito o bien se comportan como funcionarios leales y obedientes. Digamos que el poder, cualquier poder, sea de izquierdas o de derechas, si de él dependiera, solo premiaría a los funcionarios. En este caso skármetaSkármeta es el favorito de lejos. Si estuviéramos en el Moscú neostalinista, o en La Habana, el premio sería para Teitelboim. Me da miedo (y asco) solo de imaginármelo. Pero el éxito también tiene sus paladines: todos los enanos mentales que buscan una sombra, que son legión. O todos los escritores que esperan una gauchada de Isabelita A. En fin, si he de escoger entre esos tres, yo también me decanto por ella.

Pero si de mí dependiera le daría el premio a Armando Uribe, o a Claudio Bertoni, o a Diego Maquieira. Cualquiera de los tres me parece creador de una obra con méritos más que suficientes para postular a tan digno galardón. Se me dirá que los tres son poetas y que este año toca a lSalomónos narradores. ¡Cuándo se ha visto una regla, aunque sea no escrita, tan imbécil! Nicaragua, durante un largo periodo de tiempo, tuvo grandes poetas, desde el viejo Salomón de la Selva hasta Beltrán Morales. Narradores y prosistas, en cambio, tuvo pocos, la mayoría, además, perfectamente olvidables. Por esta regla de tres, un colectivo brillante de poetas hubiera debido compartir los premios con un grupo nefasto de prosistas y narradores. Esto es lo primero que tiene que cambiar en el Premio Nacional. Probablemente esto será lo único que cambie. El escritor joven, el que carece de fortuna y solo tiene un nombre por labrar, sigue y seguirá en la intemperie, que es el coto de caza de los consagrados, de los que están satisfechos de sí mismos.  Para ellos, solo para ellos, tal vez no sea del todo inútil decir algo más.

Los que están satisfechos suelen ser iracundos, pero también son cobardes. Su discurso es el discurso de la mediocridad y del miedo y se desmonta con la risa. La literatura chilena, tan prestigiosa en Chile, no tiene más de cinco nombres válidos, eso hay que recordarlo como ejercicio crítico y autocrítico. También hay que recordar que en la literatura siempre se pierde, Judas Tadeopero que la diferencia, la enorme diferencia, estriba en perder de pie, con los ojos abiertos, y no arrodillado en un rincón rezándole a san Judas Tadeo y dando diente con diente.

La literatura, supongo que ya ha quedado claro, no tiene nada que ver con premios nacionales sino más bien con una extraña lluvia de sangre, sudor, semen y lágrimas. Sobre todo con sudor y lágrimas, aunque Bertoni seguro que añadiría el semen. La literatura chilena no sé con qué tiene que ver. Tampoco, francamente, me interesa. Eso lo tendrán que dilucidar los poetas, los narradores, los dramaturgos, los críticos literarios que trabajan en la intemperie, en la oscuridad; ellos, los que ahora no son nada o son poca cosa al lado de los pavos hinchados, se enfrentarán al reto de hacer de esa posible literatura  chilena algo más decente, más radical, más libre de componendas. Ellos se enfrentarán, algunos hombro con hombro y otros más solos que la una, al reto de hacer de la literatura chilena algo razonable y visionario, un ejercicio de inteligencia, de aventura y de tolerancia. ¿Si la literatura no es esto + placer, que demonios es?

Coda

Impresiona la visión de Bolaño. En narrativa, con la excepción de José Miguel Varas, premiado el 2006, su análisis fue certero: todos los candidatos de 2002 resultaron, finalmente, ganadores, aupados tanto por sus méritos funcionarios como por el hecho de vender muchos libros. Así las cosas, si hubiera que apostar por los ganadores de las próximas versiones, ya se sabe: Pilar Sordo, ensayista, debería encabezar la lista de favoritos.

En poesía, de los que Bolaño propuso, sólo Armando Uribe recibió el premio; en lugar de Bertoni y Maquieira, entraron Efraín Barquero -un hombre de la viejísima guardia- y Óscar Hahn. Quizá acá la cosa sea un poco menos vergonzosa. Mal que mal, hay poco poeta best seller. Aunque hay quienes consideran poeta a Ricardo Arjona.

La historia verdadera en verso y prosa

Ocho títulos clave para entender el Chile de los últimos veinte años

Artículo publicado en «Babelia», suplemento del diario El País, 16 de noviembre de 2013

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Mala onda

No es el mejor libro de Alberto Fuguet. Quizá ni siquiera sea una buena novela. El crítico literario más importante de la época -1991- escribió una reseña furibunda en donde comenzó por decir que la había soportado hasta la mitad. Pero nadie puede dudar acerca del impacto que tuvo en el medio literario nacional, especialmente entre los lectores jóvenes. Para narrar la vida del adolescente Matías Vicuña, alejada de la áspera confrontación política y centrada en los dilemas clásicos de aquella etapa de la vida, Fuguet apeló a un lenguaje vivo, plagado de los chilenismos en boga y ágilmente coloquial. Fue la primera gran bocanada de aire fresco en un panorama narrativo que, recién liberado de la censura, podía expresarse a gusto, por más que a los críticos de la vieja escuela les pareciera estilísticamente aberrante y sin más contenido que el reflejo del espejo sobre el ombligo del autor. 1991, Planeta.

El palacio de la risa

Pareciera una de las obras menores de Germán Marín, publicada tras su monumental trilogía Historia de una absolución familiar. Pero es también, en la brevedad de sus 200 páginas, quizá la obra más mordiente y provocadora sobre el devenir histórico de Chile en las últimas décadas. La historia tiene como trasfondo la historia de cómo un palacete situado en la precordillera santiaguina pasó de ser una mansión familiar a una discoteca para jóvenes y, luego, el centro de torturas más importante de la época de la dictadura, la Villa Grimaldi. Pero Marín, con su estilo sinuoso que hace de la coma una señal inequívoca de estilo y su modo de enfrentar la tarea de narrar como si lo hiciera de soslayo, desde la personal circunstancia del narrador, logra ser tanto más efectivo en revelar la historia que si fuera de frente y a toda marcha. 1995, Planeta.

La esquina es mi corazón

Desde mediados de los ochenta, otra sensibilidad se daba a conocer lentamente en Chile. Pedro Lemebel y Francisco Casas, miembros del colectivo «Las Yeguas del Apocalipsis», ponían en la escena pública la homosexualidad y el travestismo. Lemebel optó crecientemente por la escritura, que desperdigó por años en diarios y revistas, hasta que en 1995 publicó La esquina es mi corazón, un conjunto de crónicas que no sólo revelaban un mundo hasta entonces menospreciado, sino que también ponían en circulación a un magnífico escritor cuya agudeza, soltura e irreverencia corrían a la par de un estilo único y musical que bordea siempre la cursilería, pero con el suficiente talento para hincar desde allí el diente en borde repelente de la hipocresía. Pocos escritores como Lemebel para mirar por debajo de las faldas de la sociedad y decir lo que se ve desde ahí, sin tapujos, con humor y genuina indignación. 1995, Cuarto Propio.

Chile actual. Anatomía de un mito

Cuando la democracia chilena parecía haberse afirmado y se vivía el mejor momento de un ciclo de alto crecimiento económico, el sociólogo Tomás Moulian publicó un ensayo que en pocas semanas se convirtió en uno de los libros más vendidos (dicen que hasta estaba en los almacenes de barrio) y más comentados en Chile. Su ensayo -directo, al hueso y sin eufemismos, aunque con el ropaje académico de rigor- significó rasgar todos los velos del optimismo y las miradas complacientes sobre una transición habituada a esconder las incomodidades bajo de la alfombra de la retórica optimista y bien pensante. Y si hoy se cuestiona el modelo desde todos los frentes, Moulian -y así lo entendieron los lectores de su tiempo- fue el primero en denunciar el gatopardismo de la transición chilena. El título del primer capítulo -«El Chile actual, páramo del ciudadano, paraíso del consumidor»- tiene una desasosegante vigencia. LOM, 1997.

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Nocturno de Chile

Tras su primera visita de regreso a Chile en 1998, Roberto Bolaño publicó en la revista española Ajo blanco un artículo revulsivo que lo situó ya no como el importante escritor latinoamericano que era, sino también como un escritor incómodo que no tenía escrúpulos en criticar a sus pares. La historia de la casa en donde arriba se celebraban talleres literarios y abajo se torturaba -recogida en Nocturno de Chile– se convirtió tanto en una dura denuncia de la hipocresía local como en parte de una interpretación histórica y literaria más amplia. Que la protagonice un crítico literario y que zumben en el oído del lector dos personajes tan siniestros como los señores Oido y Odeim no es un efecto casual, sino el corazón de una de las lecturas más penetrantes y desoladas de lo vivido (y de lo escrito) por los chilenos desde los años sesenta en adelante. Anagrama, 1999.

Mano de obra

Desde Lumpérica, 1983, Diamela Eltit ha construido un mundo narrativo en donde campean los excluidos, los derrotados, los perdedores. Se inició escribiendo bajo la dictadura, pero su denuncia va mucho más allá -aunque la época dejó, sin duda, una huella en el estilo quebrado y contenido a la vez que caracteriza su escritura- y apunta a los efectos perversos y duraderos de una manera de convivir que trasciende fronteras. Tal vez la forma más desnuda de esa línea de denuncia está en Mano de obra, novela ambientada en un supermercado (y una casa donde viven algunos empleados) que además recorre irónicamente nombres de publicaciones obreras del siglo XX. La novela desnuda los efectos de la explotación laboral y el espejismo terrible del consumo como factor de ilusoria felicidad hasta conducir el relato a la degradación y la violencia que sólo parecen una consecuencia lógica del estado de las cosas.  Seix Barral, 2002.

Discursos de sobremesa

Si hay todavía una figura dominante y señera entre los poetas chilenos vivos, es la de Nicanor Parra. Si parecía que no había nada más que agregar a un proyecto literario que recurría cada vez más a la visualidad, Parra reinventó el género del discurso y lo dio vuelta por completo desde que en 1991 recibió el Juan Rulfo. Un discurso de Parra es una clase magistral de cómo escribir poesía con humor, con filo, con actualidad y con pleno dominio de las herramientas que brinda el lenguaje. Sólo en 2006 accedió a reunirlos en un grueso tomo que, tras su traducción de Lear Rey & Mendigo (2004), son los hitos mayores de lo que ha escrito en las últimas dos décadas el casi centenario e impredecible poeta que, a pesar de tener publicadas en dos volúmenes sus Obras Completas, puede guardar aún un tomo de sorpresas bajo la cama. Ediciones Universidad Diego Portales, 2006.

Formas de volver a casa

De los escritores chilenos menores de 40, Alejandro Zambra es el que ha alcanzado mayor resonancia en Chile y en el ámbito hispanoamericano. Su primera novela, Bonsaï, con su aire leve, su brevedad y su manera de rendir homenaje a Bolaño sin caer en el remedo, significó un punto de renovación literaria tan hondo y más interesante que el de Fuguet en 1991. La culminación, hasta ahora, de su trabajo narrativo es Formas de volver a casa, un relato de dobles y triples niveles que no renuncia por ello a la transparencia de la escritura, siempre accesible pero no por ello menos cuidada. Esta novela viene a cerrar el círculo aquí descrito, puesto que narra la experiencia de un niño que crece en la dictadura (nació en 1975) y que funde y confunde diversos despertares a medida que crece y toma conciencia de quién es, de dónde y en qué tiempo vive. Anagrama, 2011.

La lista de Bolaño y Perec

A pesar de sus radicales diferencias, hay una secreta hermandad entre el francés Georges Perec y el chileno Roberto Bolaño a la hora a abordar la construcción de ficciones.

1. Dos publicaciones recientes y una posta

Con las recientes ediciones de Los sinsabores del verdadero policía, de Roberto Bolaño, y de La cámara oscura, de Georges Perec, los vasos comunicantes entre la obra de ambos autores se hacen mucho más evidentes y queda más claro aún el sentido y la dirección del homenaje que el chileno le hizo al francés en «Un paseo por la literatura», contenido en Tres, pero también una notoria red de puntos de contacto entre muchas otras de las ficciones que construyeron en una suerte de posta; cuando Perec murió, en 1982, Bolaño tenía 27 años, ya era conocido como poeta y daba sus primeros pasos en la escritura de prosa, donde Perec, sin duda, fue uno de sus maestros.

2. Bolaño sueña con Perec

«Soñé que Georges Perec tenía tres años y visitaba mi casa. Lo abrazaba, lo besaba, le decía que era un niño precioso». Así empieza el citado poema en prosa de Bolaño, compuesto por 57 fragmentos numerados. Y salvo los párrafos que van del dos al seis, todos comienzan con la misma fórmula, «soñé»; y así como Perec está en el primero, también está en el último, algo más extenso: “Soñé que Georges Perec tenía tres años y lloraba desconsoladamente. Yo intentaba calmarlo. Lo tomaba en brazos, le compraba golosinas, libros para pintar. Luego nos íbamos al Paseo Marítimo de Nueva York y mientras él jugaba en el tobogán yo me decía a mí mismo: no sirvo para nada, pero serviré para cuidarte, nadie te hará daño, nadie intentará matarte. Después se ponía a llover y volvíamos tranquilamente a casa. ¿Pero dónde estaba nuestra casa?”.

«Un paseo…» es, sin duda, una compleja elaboración desarrollada en la vigilia, donde el soñar se inscribe más bien en lo que Bolaño entiende como poesía más que en la actividad onírica: «La poesía entra en el sueño / como un buzo muerto / en el ojo de Dios». La poesía, que también «entra en el sueño / como un buzo en un lago» es una inmersión creativa articulada desde la conciencia vigilante, pero que el poema comience y termine con la infancia de Perec, el hombre que no tuvo infancia porque le arrebataron a sus padres y construyó una obra en torno a esa ausencia, es indicio de una cuestión harto más programática que la simple admiración. Queda pendiente el ejercicio de construir la biblioteca de Bolaño a partir de los rastros que dejó en la poesía y en la ficción. También hay huellas en el ensayo y la escritura periodística, pero en esos géneros participaba más bien de las discusiones de su tiempo y tomaba partido; en cambio, en estos otros géneros, Bolaño asume de manera más directa el juego de las influencias y de los reconocimientos y en su particular paseo por la literatura, Perec está al comienzo y al final.

3. Perec entra en la cámara oscura

La cámara oscura de Perec es la transcripción de sueños tal y como el autor los recordaba al despertar, pasados por el tamiz de la escritura. Y aunque el ejercicio fue intenso y continuado, seis años después, cuando apareció La boutique obscure, Perec puso una cierta distancia con el libro, pero a la vez expuso un método que bien puede haber sido el de Bolaño con la única diferencia del punto de partida, la actividad onírica en cuanto tal y o la invención de lo soñado como acto poético:

“Así que mi experiencia de soñador se convirtió, de forma natural, en nada más que la experiencia de escribir: ni revelación de símbolos, ni ruptura del sentido, ni esclarecimiento de la verdad (aunque me parece que, muy en el fondo de aquellos textos, queda constancia del camino recorrido, de una búsqueda a tientas), sino el vértigo de poner lo que fuera en palabras, la fascinación de un texto que parecía producirse por sí solo”.

4. Trazas opacas y limpias a la vez

En Bolaño tampoco hay revelación de símbolos, por ejemplo, ni apelación a mitologías espurias, ni búsquedas ni rupturas del sentido; más bien, hay ausencia de sentido, el enfrentamiento puro y duro a una experiencia vital que se nutre del azar y desemboca en la oscura, sempiterna y anonadante presencia de la muerte.

Luego, Perec avanza aún más en la definición de su libro de sueños: “Ya casi no me acuerdo de que fueron sueños; no son ya más que textos, estrictos y turbios, enigmáticos para siempre, incluso para mí que no sé ya muy bien qué rostro asociar a qué iniciales, ni qué recuerdo diurno inspiró secretamente qué imagen desvaída, de la que las palabras impresas no volverán a dejar, ya fijadas para siempre, más que una traza opaca y limpia a la vez”.

Esos pares de palabras sirven también para describir la obra de Bolaño: estricta y turbia, de traza opaca y limpia a la vez, anclada en el enigma del recuerdo que no se puede reconstituir ya fuera de la escritura del autor, fuera del universo narrativo que aún, a siete años de su muerte, sigue añadiendo piezas al sólido tramado que lo contiene.

5. Una autobiografía nada convencional

El libro de Perec -sus propios textos «estrictos y turbios, enigmáticos para siempre»- se lee con tanta velocidad e interés como frágil es el tenue rastro de los sueños que queda al despertar. La gimnasia de Perec en el tiempo en que los guardaba enriqueció los detalles y ayudó a que se constituyeran en breves relatos autónomos y con valor en sí mismos, que conforman un capítulo más de esa autobiografía que desperdigó en múltiples lugares y con singulares estrategias: “He escrito fragmentos autobiográficos que siempre se desviaban. ¡No era: «He pensado tal o cual cosa», sino las ganas de escribir una historia de mis ropas o de mis gatos!, o relatos de sueños. Mi maestro en esto es una japonesa, Sei Shonagon, que escribió «Notas de cabecera» (la traducción de la editorial Adriana Hidalgo, única disponible en español, lo tituló «El libro de la almohada»), una recopilación de pensamientos sobre naderías, en fin, sobre las cascadas, los vestidos, las cosas que dan placer, las cosas que tienen una gracia refinada, las cosas sin valor, etc. Para mí ese es el verdadero realismo: apoyarse en una descripción de la realidad despojada de toda presunción”.

6. Del sueño a la estructura

Enrique Vila-Matas escribió, en un antiguo texto suyo sobre Bolaño, que «Una red impalpable de precarias galerías une el segundo bloque de Los detectives salvajes con las mil y una historias de La vida instrucciones de uso del ciudadano Perec». Según Ítalo Calvino, que compartió militancia con Perec en el OuLiPo (Ouvroir de littérature potentielle», que se traduce como “Taller de literatura potencial”), la novela mayor de Perec era «el último acontecimiento en la historia de la novela». A lo que agrega Vila-Matas, en otro texto: «De hecho, durante un largo tiempo La vida instrucciones de uso fue para muchos, en efecto, el último verdadero acontecimiento de la novela moderna. Después, vendría un gran libro de Roberto Bolaño, Los detectives salvajes, que recogía con extraordinaria osadía y talento el guante lanzado por Perec».

En una entrevista, Bolaño señaló lo siguiente: “No sé si lo dijo Borges. Tal vez fue Platón. O tal vez fue Georges Perec. Toda historia remite a otra historia que a su vez remite a otra historia que a su vez remite a otra historia”. Es bastante claro que esa afirmación, que muy probablemente pertenezca en realidad a Bolaño, describe muy bien el mecanismo de construcción narrativa que orienta ambas novelas: historias que pululan, que se reenvían, que siempre abren una ventana, una puerta, un túnel, un pasadizo, hacia otra historia, y luego hacia otra, y así sucesivamente. El milagro que ambos logran es que, pese a esa proliferación estructural, las obras tienen centro, línea y desarrollo.

7. Desesperación maniática

Enrique Vila-Matas también sostiene que «En el Bolaño de Los detectives salvajes hay algo de desesperación maniática». Lo dice en el contexto de un razonamiento tan riguroso como lúdico que busca establecer las afinidades y las diferencias entre su obra y la de Bolaño, de manera que no hay que interpretarlo literalmente (que es, en realidad, la peor manera de leer a Vila-Matas), pero la elección de las palabras es indicativa. Y aunque está comparando a Bolaño con Gadda y no menciona a Perec (como sí lo hace en otros textos), el latido de esa desesperación maniática sacude a los tres, a Bolaño, a Perec, a Vila-Matas, y arroja una pista certera que conduce a ese observador de la realidad que quería recoger todo lo que «generalmente no se anota, lo que no tiene importancia, lo que pasa cuando no pasa nada, salvo tiempo, gente, autos y nubes» (Perec y su Tentativa de agotar un lugar parisino) y ese otro escritor latinoamericano para quien la única manera de atrapar el caos circundante era realizando su minuciosa cartografía, un escritor que, Vila-Matas dice, «ve el mundo como un enredo, una maraña o un ovillo».

8. La lista (parcial) de las listas

Perec y Bolaño tienen un rasgo más en común, el uso de las listas como recurso narrativo, aunque de manera muy distinta. Si Bolaño en cierto sentido las enmascara o las incorpora de manera sutil al texto, Perec las explicita, se regodea en ellas, las estira hasta un punto en que dejan de ser listas y se convierten en maneras de enunciar el universo; pero, a veces, Bolaño las utiliza como parte del tramado narrativo, y de manera tan radical que se convierten en la espina dorsal del relato. De este modo, no sólo está el vínculo estructural, sino también esta manera de acopiar enumeraciones que al poco rato dejan de serlo y se convierten en artificios narrativos deslumbrantes.

La más vasta, de complejidad imposible, la lista de las listas en Bolaño, está compuesta por los asesinatos múltiples de mujeres en Santa Teresa, soporte central de «La parte de los crímenes» en 2666. No hay equivocación mayor, no hay lectura más errada, que aquella que adjudica monotonía e inútil repetición a «La parte de los crímenes»; en esa letanía salvaje está la cifra que permite entender la violencia latinoamericana. Pero también está el listado clasificatorio de poetas en Los detectives salvajes, que también aparece, con algunas modificaciones, en Los sinsabores del verdadero policía; en este último libro, la lista de cosas que Amalfitano ha hecho en su vida, un modelo de autobiografía que merece un lugar indiscutible entre las mejores páginas que escribió Bolaño (hay otra versión más adelante, en tercera persona, que difiere sensiblemente en algunos datos); las profecías de Auxilio Lacouture sobre escritores en Amuleto; y diversos fragmentos esparcidos por toda la obra de Bolaño, que descubrirá –y gozará- el lector atento.

9. Perec, la reencarnación de Cristo

Aparte de «Un paseo por la literatura», Bolaño nombra poco a Perec. En Entre paréntesis, la recopilación de sus ensayos y artículos periodísticos, aparece una sola vez y para señalar que el francés Antoine Bello es un «discípulo aventajado de Perec», un gran elogio que no sé si Bello merecía. En el último libro póstumo publicado por sus herederos, Los sinsabores del verdadero policía, aparece Perec como parte de las amistades de J.M.G. Arcimboldi, personaje nombrado fugazmente en Los detectives salvajes y que no hay que confundir con el Benno von Archimboldi de 2666. «Georges Perec, al que admiraba profundamente. En cierta ocasión dijo de él que seguramente era la reencarnación de Cristo», dice en la lista –por supuesto- de amistades.

Otro personaje de la novela, Padilla, poeta, situaba a Arcimboldi “en el cruce improbable de Aloysius Bertrand y Georges Perec y (agárrate) Gide y el Robbe-Grillet del Proyecto para una revolución en Nueva York”. Son alusiones humorísticas en su desmesura y eclecticismo, pero ese es el tono dominante en esta novela que su autor dejó a medio camino. Quizá por lo mismo –porque es una suerte de depósito de materiales que luego fluyeron hacia otras obras o quizá era algo así como un laboratorio para probar fórmulas y temas- es pródiga en listas y tiene una estructura tan enmarañada que el mismo Bolaño la calificó de diabólica. Así termina por remitir de nuevo a Perec, con el añadido de que, como ocurría sólo en «Un paseo por la literatura», la referencia es explícita.

10. 53 sinsabores póstumos

A Perec lo sorprendió la muerte cuando aún era más joven que Bolaño al momento de la suya. Trabajaba en otro de sus proyectos aparentemente imposibles, la novela 53 días, novela policial, homenaje a Stendhal (el título alude al tiempo que le tomó a este último escribir La cartuja de Parma, libro extraordinario, probablemente el mejor que escribió el autor) y juego y parodia del arte de narrar articulado en torno a una frase del mismo Stendhal, «una novela es un espejo que se pasea a lo largo de un camino», que quedó lamentablemente inacabada. La edición de Harry Mathews y Jacques Roubaud, publicada en en 1989 y en español, por Mondadori, al año siguiente, recoge una primera parte más o menos terminada –un enigma policial-, de alrededor 100 páginas y 11 capítulos; el esquema de los capítulos restantes; y otras 150 páginas con apuntes, carpetas, esbozos y apuntes que al menos formulan un argumento imposible de endemoniada estructura, el juego de espejos que tanto le gustaba a Perec. Y a Bolaño: se sabe que era un gran entusiasta por ese libro incompleto y provocador. Y si se mira desde la distancia y en una sola mirada 53 días y Los sinsabores del verdadero policía, se advierte que el río de las coincidencias corre con mayor fuerza y arrastra bloques de peso insospechado; las cajas chinas y las historias que proliferan, las dobles y triples lecturas en el mismo libro, los libros dentro de los libros, están aquí y allá, en los 53 sinsabores póstumos que Perec y Bolaño ofrecen en un juego que espejea en el horizonte.

Coda

Georges Perec. La cámara oscura. Impedimenta, Madrid, 2010. No tiene folio de páginas. Se compone de 123 sueños y unas diez páginas con un muy sugerente índice de materias. La edición francesa es de 1972.

Roberto Bolaño. Los sinsabores del verdadero policía. Anagrama, Barcelona, 2011. 325 páginas. Corresponde a una serie de carpetas agrupadas bajo ese título, algunas escritas a máquina y otras impresas desde el computador de Bolaño; por otras referencias del autor, sabemos que trabajaba en este libro ya desde mediados de los ochenta, pero no se sabe cuándo dejó de intervenir en el manuscrito. Probablemente, al menos en lo que estaba en su computador, lo trabajó hasta poco tiempo antes de su muerte.

Artículo publicado en la revista Universidad Diego Portales – Pensamiento y cultura, número 9, 2012.

Una novelita lumpen

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 5 de diciembre de 2003

Con más de un año de retraso llegó a Chile esta breve novela de Roberto Bolaño, después incluso de la publicación de su primer libro póstumo, El gaucho insufrible. Fue escrita en el marco del proyecto editorial Año 0, de Mondadori, que consistió en enviar a diversos escritores a la ciudad de su elección, para que escribieran allí una novela. Del proyecto han salido obras excelentes, como Mantra, del argentino Rodrigo Fresán (Ciudad de México), El tren a Travancore. Cartas indias, del guatemalteco Rodrigo Rey Rosa (Madrás) y Una novelita lumpen (Roma). Pero, en el caso de Bolaño, Roma es una presencia fantasmal marcada por los nombres de las calles y de algunos personajes, mientras que otros aparecen identificados sólo por su lugar de origen (el boloñés, el libio), y la acción se verifica, sobre todo, en espacios cerrados.

Por su temática, esta novela enlaza vagamente con Consejos de un discípulo de Morrison a un discípulo de Joyce, escrita en conjunto con Antoni García Porta, primera novela de Bolaño, que también circulaba –bien que de manera muy experimental- por los universos de la novela negra y de la adolescencia. Pero así también es palpable la notable madurez de estilo que alcanzó el escritor chileno, evidente en un texto  breve, sobrecogedor y muy distinto del resto de sus obras recientes. Aquí no hay referencias literarias ni latinoamericanos desarraigados. Hay soledad pura y dura, hay miseria humana, hay dolor, hay caminos que no llevan a ninguna parte, hay un tránsito terrible de la adolescencia a la madurez. La historia es simple: una pareja de hermanos adolescentes queda huérfana. Poco a poco abandonan los estudios, buscan alternativas de trabajo y, sin darse cuenta bien de cómo empezó todo, se encuentran sumergidos en una intriga policial, en un intento de robo que involucra, de paso, que Bianca, protagonista y narradora de la obra, le preste servicios sexuales a Maciste, un viejo físico culturista que atravesó por una época de gloria en el cine, que ahora, ciego, habita una casona siniestra donde, se supone, hay una caja fuerte llena de tesoros.

Con esos elementos, Bolaño compone una fábula tremenda sobre la soledad, el desamparo y la decadencia, de la mano de un lenguaje deliberadamente simple y llano, pero no por ello menos trabajado y pulido hasta alcanzar su máxima efectividad. El final es inesperado, una vuelta de tuerca que parece lanzar a todos los personajes al vacío y la tragedia, como si antes, en esas vidas que giran en torno a la tele y a la promesa de la caja fuerte, todo fuera sólo un simulacro, un ensayo, una preparación para ese momento en que verdades y mentiras se asocian para romper las expectativas. Bolaño, en sus cuentos, mostró que es un maestro en los finales abiertos, y lo reafirma con el cierre magistral de esta novela.

Roberto Bolaño. Mondadori, Barcelona, 2002. 122 páginas.

Roberto Bolaño: la muerte siempre resulta inesperada

Artículo publicado en la «Revista de Libros» del diario El Mercurio, 19 de julio de 2003

Roberto Bolaño
La muerte siempre resulta inesperada

Tuvo una irrupción fulgurante en el mundo editorial que en sólo ocho años lo encumbró como uno de los escritores más relevantes de todo el ámbito de la lengua castellana. Su obra más ambiciosa, Los detectives salvajes, recibió los premios de novela «Herralde» y «Rómulo Gallegos», que ha sido llamado el Nobel Latinoamericano. Ello ocurrió en 1999, apenas tres años después de que La literatura nazi en América llamara la atención sobre su nombre. Después vino la avalancha, el reconocimiento, la polémica, los regresos a Chile tras 25 años de ausencia, las traducciones a los principales idiomas. Su hábito de hablar sin pelos en la lengua puso en evidencia la cursilería y pomposidad del ambiente literario chileno y, en ese sentido, más allá del impresionante valor de su obra literaria, aportó también un aire de frescura y de franqueza que puso muchas cosas en su justo lugar. Y todo ello mientras, en silencio, luchaba con la enfermedad que acabó con su vida.

¿Qué es lo que tiene la escritura de Bolaño, el territorio de su imaginario, que renovó de manera tan decisiva la literatura en lengua española? Un proyecto en donde se funden biografía y ficción, sí, y quizá de la manera más original posible. Bolaño aparece como personaje, ya sea directamente o a través de su alter ego, Arturo Belano, protagonista de Los detectives salvajes y de algunos cuentos; pero es eso, naturalmente, un personaje, un habitante de un mundo de ficción que es, sin embargo, una lectura apasionada y certera de la aventura de toda una generación. Y es también un proyecto en que la literatura asume un papel protagónico: los escritores y los libros son a su vez la materia de los libros de Bolaño, que indaga, con un escalpelo más afilado que cualquier ensayo, sobre la literatura hispanoamericana y chilena.

La literatura nazi en América sigue un modelo borgiano, similar, por ejemplo, a Historia universal de la infamia. En este libro, Bolaño describe la personalidad y la obra de escritores ficticios de todo el continente, que, sin embargo, es una radiografía oblicua y a ratos perversa de la literatura latinoamericana. De uno de los cuentos de este libro se desprende su siguiente obra, Estrella distante, que amplía la historia de Carlos Wieder (Carlos Ramírez Hoffman en la primera versión), el oficial de la FACh que asistía a talleres literarios en Concepción y que, tras el golpe militar, deviene asesino, torturador y practicante de formas muy particulares del arte: la escritura en el cielo y la exposición de fotografías atroces. Pero, nuevamente, los poetas y los libros ocupan un espacio significativo en la novela, que sigue tanto su propia peripecia vital como la persecución y el desenmascaramiento de Wieder. Y hay que resaltar otro rasgo más del proyecto narrativo de Bolaño, los vasos comunicantes entre sus distintas obras: uno de los personajes de Estrella distante es H. Ibacache, crítico literario que reaparece como Sebastián Urrutia Lacroix en Nocturno de Chile.

Y es curioso que el primer título que Bolaño había pensado para esta novela sea Tormenta de mierda, cuando se puede leer este párrafo en Estrella distante: «Ésta es mi última transmisión desde el planeta de los monstruos. No me sumergiré nunca más en el mar de mierda de la literatura». Y al contrario de aquella decisión, que mucho tiene de retórica, Bolaño consiguió, en Nocturno de Chile, escribir su novela más chilena y también la más literaria, donde – con nombres ficticios, pero fácilmente reconocibles- aparecen los grandes críticos literarios chilenos, en un retrato nada complaciente. Los siete episodios de Nocturno de Chile, novela de dos párrafos, el segundo de una sola línea, abarcan 50 años de historia de Chile, con sus grandezas, pero sobre todo con sus miserias, y también en el doble registro de la literatura y la política, que tienen su punto cúlmine en las clases de marxismo que Urrutia Lacroix imparte al mismísimo general Pinochet, en los días inmediatamente posteriores al golpe.

Pero el juicio de Bolaño es mucho más complejo que el simple panfleto o la literatura comprometida, de la que abomina. Amuleto, a su vez una extensión de un capítulo de Los detectives salvajes, rinde un extraordinario homenaje a esa generación que se sacrificó en aras de una revolución imposible. También recorrido por la literatura, por los poetas y otros artistas españoles exiliados en México, el desvarío de Auxilio Lacouture, encerrada en el baño de la universidad tomada por los militares, la conduce a los niños y jóvenes que marchan hacia la muerte, «a los niños más lindos de Latinoamérica, a los niños mal alimentados y a los bien alimentados, a los que lo tuvieron todo y a los que no tuvieron nada, qué canto más bonito es el que sale de sus labios, qué bonitos eran ellos, qué belleza, aunque estuvieran marchando hombro con hombro hacia la muerte». Y termina Lacouture: «Y aunque el canto que escuché hablaba de la guerra, de las hazañas heroicas de una generación entera de jóvenes latinoamericanos sacrificados, yo supe que por encima de todo hablaba del valor y de los espejos, del deseo y del placer. Y este canto es nuestro amuleto».

Ese canto, ese amuleto, es el que anima a los jóvenes poetas realvisceralistas que abren la obra central de Bolaño, Los detectives salvajes, una auténtica proeza narrativa que pone en escena decenas de voces, que hablan en mexicano, en chileno, en español, en argentino, y que propone una pesquisa aún más ardua, el destino y el recorrido de la literatura hispanoamericana en su conjunto. Se trata de una obra fundacional, que marca un antes y un después, tal como en su momento lo hizo Cortázar con Rayuela. Una novela también monstruosa en sus pretensiones, en su radicalidad formal, en su mezcla de géneros. Y es también la obra más autobiográfica de Bolaño, que anuncia incluso los problemas de su colédoco y de su hígado esclerosado, cuando Arturo Belano, en África, espera pacientemente la llegada de las medicinas que mantienen a raya el mal.

El rasgo más notable de esta novela es el doble juego entre la investigación de Arturo Belano y Ulises Lima tras las huellas de Cesárea Tinajero, la antecesora del real visceralismo, y la investigación del narrador tras las huellas de Belano y Lima, a través de las decenas de personajes que, como si se tratara de entrevistas, relatan sus encuentros con ellos. El puzzle lo arma el lector, aunque muchos de los episodios alcanzan tal nivel de autonomía que, como también ocurre en Rayuela, puede ser una novela de entradas múltiples, que se puede leer de manera aleatoria. Parte del universo de Los detectives salvajes es La pista de hielo, una suerte de «precuela» que anticipa algunos de los episodios de la novela mayor. Y son precisamente esos episodios los que dieron pie a Javier Cercas para incluir a Bolaño como personaje en Soldados de Salamina, otro homenaje a los guerreros anónimos que lucharon por las buenas causas en España, en Francia, en África, en América Latina, homenaje explícito a Bolaño y al sentido último de su obra narrativa.

Bolaño cuentista

Llamadas telefónicas y Putas asesinas (más El gaucho insufrible, que será publicado póstumamente) son los libros que reúnen los cuentos de Roberto Bolaño, un maestro también en el género breve. En el primero, dividido en tres partes, se dan cita escritores, detectives y mujeres, en narraciones que abren mundos y, como es habitual, vasos comunicantes con otros lugares del mapa de su narrativa (o de su biografía). Cosa similar ocurre en Putas asesinas, donde el exilio alcanza un lugar protagónico en muchas de las narraciones. El exilio propio y el exilio de los otros, de donde surge otro tema que atraviesa todo su proyecto literario, el extrañamiento, el desarraigo. No se trata, como en los sesenta, de los latinoamericanos que van a Europa en busca de cultura y bohemia; ni se trata sólo del exilio, sino del sentimiento de no pertenencia a ninguna parte, un desarraigo que no es sólo físico sino también espiritual, y no sólo de los chilenos. A través de él Bolaño logra, como pocos escritores, adentrarse en el clima espiritual de la época, con su ausencia de utopías y la pérdida de sentido respecto de proyectos comunes. Con historias mínimas, algunas heroicas, otras nostálgicas, otras simplemente extraordinarias, Bolaño logra una riqueza temática y expresiva que resiste pocas comparaciones.

A los 44 años, Bolaño escribió algunos consejos sobre el arte de escribir cuentos. Como puede esperarse de Bolaño, hay más de provocación que de afán pedagógico, pero, con todo, da algunos indicios de su método: por ejemplo, escribir varios cuentos simultáneamente, con una advertencia: «Cuidado: la tentación de escribirlos de dos en dos es tan peligrosa como dedicarse a escribirlos de uno en uno, pero lleva en su interior el mismo juego sucio y pegajoso de los espejos amantes». Y también da un indicio acerca de sus modelos en este género: Quiroga, Felisberto Hernández, Borges, Cortázar, Bioy Casares, Edgar Allan Poe (con él «todos tendríamos de sobra»), Enrique Vila-Matas, Chéjov, Raymond Carver.

Bolaño poeta

Alguna vez dijo que prefería definirse como poeta antes que como narrador, pero que la poesía era demasiado excluyente. Aún así, publicó varios libros de poemas, que están recogidos casi totalmente en Tres y Los perros románticos. El primero reúne tres poemas de vasta extensión, de los cuales uno, «Los neochilenos», bien pudiera haber sido una novela-río tan caudalosa como Los detectives salvajes. El segundo recoge poemas de variada extensión escritos entre 1980 y 1998, y se caracterizan por el estilo seco, distanciado, con una gran economía expresiva, que se postula más como ejercicio intelectual que como muestra de romanticismo, a pesar de lo que dice el título, o quizá como una deliberada ironía. Tal vez lo que resume su poética, tanto para la narrativa como para la poesía, es este poema:

Resurrección

La poesía entra en el sueño
como un buzo en un lago.
La poesía, más valiente que nadie,
entra y cae
a plomo
en un lago infinito como Loch Ness
o turbio e infausto como el lago Balatón
Contempladla desde el fondo:
un buzo
inocente
envuelto en las plumas
de la voluntad.
La poesía entra en el sueño
como un buzo muerto
en el ojo de Dios.