Nada de nada

Reseña publicada en la revista Sábado del diario El Mercurio, 6 de julio de 2019

Hanif Kureishi tiene 65 años, pero en sus últimas novelas —La última palabra, reseñada en esta columna, y Nada de nada— se ha dedicado a explorar, con inclaudicable lucidez y hasta ferocidad, en la vejez. En la anterior una vieja gloria de la literatura, Mamoon Hazan, quiere relanzar su carrera a través de una biografía que le encarga a un joven londinense; en esta el protagonista es Waldo, un cineasta que ya pasa largamente de los ochenta y que, desde su cama o su silla de ruedas, descubre que Zee, su esposa, 22 años menor que él, se ha enamorado de Eddie, un frecuente visitante de la casa, y que ambos lo engañan del otro lado de la pared. Waldo, quien lleva la voz narrativa, no cesa de decir que se siente muy vivo —«sentimos más ansias de mantenernos activos a medida que envejecemos»— y con la sensualidad intacta, porque ha descubierto que «la libido, como Elvis y los celos, nunca muere». En ese torbellino del deseo que no puede consumarse y la pesquisa sobre quién es Eddie se desarrolla la novela, ácida y divertida, con una irreverencia hacia la muerte y hacia ciertas convenciones sociales propias de la narrativa de Kureishi, pero que aquí son llevadas hasta un extremo inédito: Waldo, ya lanzado en desmontar el mundo, sostiene que «la ética es una violencia psicológica y la bondad un obstáculo».

Pero Waldo no puede dejar que Zee se vaya. Aunque al comienzo siente que se está abriendo una gran puerta a la que ella tiene derecho porque él ya no puede satisfacerla, y que «el dolor es un placer y el placer duele», pronto la cuestión se vuelve más turbia. No se trata solo de que ella se enamore de alguien más joven y que esa persona viva en la casa, conformando un trío quizá no tan inusual, sino también del elusivo carácter de Eddie, que se va revelando tanto a través de sus confidencias a Zee como de las investigaciones que lleva a cabo Anita, una actriz protegida de Waldo cuyo personaje va creciendo en importancia. Kureishi construye una densa trama donde se imbrican abusos sexuales, traiciones y dobleces, más personajes —señaladamente un amigo de Eddie, que parece guiarlo en sus acciones— y, atravesándolo todo, la relación entre Waldo y Zee, otra manera de mirar la pareja y el matrimonio (o cómo se sobrevive a ambos), tema que, aunque es recurrente en Kureishi, siempre queda iluminado de otra manera, acá por la cercanía de la muerte. Paradojalmente, el autor logra hacer reír hasta en los momentos más solemnes de ese rito de paso.

Hanif Kureishi. Anagrama, Barcelona, 2018. 180 páginas.

Siempre es medianoche

Reseña publicada en la revista Caras, noviembre de 2001

Hanif Kureishi es un hijo de la vieja Gran Bretaña o, más bien, del gigantesco imperio que se repartió por lo cinco continentes y que, tras la ola independentista, vuelve como reflujo a la metrópoli más cosmopolita del planeta.

Kureishi, pues, es de origen pakistaní, pero nacido y criado en Inglaterra, y uno de los escritores más talentosos de su generación, lo que no es poco decir. Y, se diría que naturalmente, sus primeras obras abordaron precisamente el tema de los inmigrantes, de todos aquellos ex súbditos que buscan, desde hace décadas, un lugar en el corazón del imperio. Las novelas El Buda de los suburbios y El álbum negro, más algunos cuentos y guiones de películas notables como Mi hermosa lavandería y Sammy y Rosie se lo montan, no solo lo situaron como uno de los mejores intérpretes del crisol cultural en que ha devenido la ciudad de Londres, sino también en la vanguardia literaria de su país.

Pero no era esa la única veta de la narrativa de Kureishi, un escritor tan británico como Martin Amis o Julian Barnes, solo que con otro punto de vista, otra manera de situarse frente a la ciudad y el país que comparten. Como ya había mostrado en algunos cuentos y, sobre todo, en su tercera novela, Intimidad, Kureishi no estaba escribiendo solo la crónica de la integración racial, sino también la crónica de una generación, los que crecieron con las utopías de los sesenta, que ha perdido el rumbo. Ese es el hilo que retoma en esta magistral decena de cuentos, en su mayor parte historias de parejas, que están en alguna etapa del reencuentro, la ruptura, el volver a empezar o el arrojarlo todo por la borda. Parejas que a su vez tienen historias antiguas, que a veces asoman dramáticamente, hijos de una u otra etapa, y, naturalmente, heridas, resquemores, desconfianzas y desengaños a cuestas.

El narrador de «Eso era entonces», antes de comenzar con la historia de Natasha y Nick, se asume como parte de los personajes y escribe: «somos infalibles en nuestra elección de amantes, especialmente cuando necesitamos a la persona equivocada. Hay un instinto, imán o antena que nos guía hacia la peor decisión». Esta cita da el tono del libro, que navega entre naufragios y salvatajes, que no tiene reparos a la hora de la crueldad, del sarcasmo, de la ironía, que tiene algo de ferocidad en su disección de aquellas historias siempre al borde de la disolución, pero tan claramente reconocibles en otros entornos, más cotidianos y menos literarios. Y ahí radica buena parte del atractivo de este amargo texto, en su capacidad para evocar y retratar personajes e historias que no hablan solo por sí mismos, sino por toda una generación, en su manera de tomarle el pulso al tiempo y entregar un diagnóstico de aquellos que el paciente –el lector- no quiere oír, pero que se constituyen, después, en algo así como una revelación.

Hanif Kureishi. Editorial Anagrama, Barcelona, 2001. 219 páginas

La última palabra

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 7 de febrero de 2015

Maquetación 1El novelista Hanif Kureishi es, sin duda, uno de los más destacados de su generación, conocida como el Dream Team británico. De ascendencia paquistaní, ha explorado como pocos los intersticios del melting pot en que ha devenido la Gran Bretaña poscolonial, pero su narrativa está muy lejos de circunscribirse a ello; sus novelas circulan por los grandes espacios de la familia, la pareja, la relación padres e hijos, las pulsiones del amor y del deseo, pero, como ocurre con escritores sobresalientes como Kureishi, el tópico universal adquiere nuevos rostros y matices. En esta novela incluye otro factor que ayuda a profundizar en todas las líneas, la relación entre biografía y ficción, entre literatura y vida. El argumento es simplísimo: Mamoon Azam, hindú radicado desde joven en Inglaterra, es una vieja gloria de la literatura que quiere relanzar su carrera a través de una biografía que trace su perfil como si se tratara de una moneda de impecable diseño. El encargado de escribirla es un hijo de familia típicamente londinense (al menos en la superficie), quien se instala en la mansión campestre de Mamoon por unos meses.

La idea tiene un alto potencial irónico: Mamoon podría ser un álter ego del autor con un par de décadas más, y quizá sus lapidarios y muy graciosos juicios sobre autores como Forster y Orwell (y prácticamente toda una generación sumida en el olvido) podrían ser suscritos por Kureishi, así como las también tajantes y terribles frases del padre de Harry sobre la pareja y el amor: «Cuando rompes una relación y dices que has dejado de amar a una persona, lo que realmente estás diciendo es que nunca la has querido. El pasado es un río, no una estatua». La densa nube emocional que se instala y crece en torno al escritor consagrado y sus mujeres, y el investigador de su vida y las suyas, extiende sus largos brazos por una Inglaterra donde los pueblos rurales han pasado a ser territorio hooligan. Donde ya no existe el clásico caballero inglés en que Mamoon, con toda su iconoclastia y capacidad para anticiparse a modas y tendencias, quería convertirse. Retrato social, profunda indagación en el inagotable tema de cómo sobrevivir a una relación de pareja (y más si se ha petrificado en matrimonio), interesantísima y libre exploración sobre escritura y vida -capas que se solapan y confunden, donde el recuerdo es invención y la invención es recuerdo-, esta novela, además de entretenida, remueve el limo apozado en las vidas de sus personajes y en la de cada lector que se adentra en sus turbias aguas.

Hanif Kureishi. Anagrama, Barcelona, 2014. 295 páginas.

Kureishi y la tradición literaria

Hablan Mamoon Azam, vieja gloria literaria, y Harry Johnson, su biógrafo.

E. M. Forster

-¿Ese enervante sarasa de la literatura inglesa, ese maricón vago, cobarde y pegado a las faldas de su madre?
Harry había mencionado de pasada y en voz baja a E. M. Forster.
-¿Por qué dice eso, cuál es su opinión sobre él?
-¿Mi opinión? No tengo ninguna opinión sobre un hombre que proclamaba que quería escribir sobre sexo homosexual, un tema sobre el que sin duda necesitamos tener información. Como no tenía pelotas para hacerlo, se pasó treinta años mirando por la ventana, cuando no estaba enseñándoles el culo a los conductores de autobús o a otros pakistaníes. Un medio hombre que proclamaba detestar el colonialismo mientras utilizaba el Tercer Mundo como su burdel porque sabía que ahí no lo arrestarían, como sucedería si se ponía a enseñar el pene en un aseo público de Chiswick. ¡Por lo visto prefería a sus amigos antes que a su país! ¡Qué valiente y original!

George Orwell

-Claro que -continuó, con los ojos centelleando- Orwell era todavía peor. Él es el peor de los Blairs. ¿Todavía se lo toman en serio en este país?
-Sobre todo como ensayista.
-Escribió libros para niños, o más bien para niños que tienen la desgracia de estudiarlo. Toda esa escritura facilona, el estilo simplón, la mente vacía y hueca con un fuerte flujo de sadismo, el socialismo sentimental y el Gran Hermano y los cerdos, y nada sobre el amor… intolerable. Ningún adulto que no fuera profesor perdería el tiempo con alguna de sus novelas. Si me imagino el infierno, consiste en estar solo para siempre en la habitación 101 sin otra cosa que leer que uno de sus libros. (…) Ninguno de esos escritores, el marica y el puritano, ha descrito jamás a una mujer hermosa. ¿Qué clase de escritor es incapaz de hacerlo?

Jean Rhys

-La única que todavía disfruto leyendo es a la Diosa.
-¿A cuál?
-A la que me recuerda mis solitarios vagabundeos de alcohólico perro callejero por Londres y París cuando llegué por primera vez: Jean Rhys. Es la única escritora inglesa con la que uno desearía acostarse. ¡El resto no son más que Bröntes, Eliot, Woolf, Murdoch! ¿Puedes imaginarte hacerle un cunnilingus a alguna de ellas? Tal como dijo Jean, el mundo es sencillo: no se trata más que de cafés en los que caes simpático y cafés en los que no.

Los otros

-Cuando tenía diez, veinte o incluso treinta años, me encantaba leer, y podía estar absorto en un determinado escritor durante semanas, leyendo toda su obra, todo lo que hubiese publicado. Ahora eso ya no me sucede, y además ya todo ha desaparecido.
-¿Desaparecido?
-Piensa en ellos: Bertrand Russell, A. J. Ayer, D. H. Lawrence, Aldous Huxley, Anthony Powell, Anthony Burgess, William Golding, Henry Green, Graham Greene…
-No, ese Greene no. No… jamás.
-Bueno, eres osado. Pero el resto… nadie los lee, son ilegibles, han sido desechados, olvidados, una montaña de palabras que se han disuelto en el mar y que no van a volver. Popeye el Marino tiene más longevidad cultural.

Joseph Conrad

A veces Mamoon era más Johnny Rotten que Joseph Conrad.

Ted Hughes

-Ted Hugues, a quien conocí y admiré, hizo lo correcto con los diarios de Sylvia, los metió en el horno después de que su mujer introdujera allí la cabeza. De no haberlo hecho, esos académicos ilegibles no hubiesen cejado en el empeño de utilizarlos para lanzar sus carreras y conseguir unos buenos ingresos, haciendo que él pareciese un ogro. Lo valoran todo según les conviene, sin imaginación. Y es la sexualidad masculina ordinaria lo que no soportan.

Marcel Proust

-La culpa existe, maldito tarado, y debe ser negociada y afrontada. Es duro traicionar a los demás para no traicionarte a ti mismo. Y entretanto uno se convierte en el pobre miope Swann de Proust, que se degrada a sí mismo abriendo la correspondencia de Odette, espiando su casa y pasando cada tarde con la horripilante Verdurin. Los celos sobreviven al deseo, y Swann utiliza a esa abominable mujer para introducirse excrementos en su propia boca.

Hanif Kureishi. La última palabra, Anagrama, Barcelona, 2014. Traducción de Mauricio Bach. Las citas están tomadas de las páginas 84-85, 144, 209, 259-260.