Hace unas semanas, paseando por los cerros de Valparaíso, me acordé de Roma, peligro para caminantes, quizá el libro que más me gusta de Rafael Alberti por la libertad y soltura con que está escrito. No sé cómo, en el Chile de los setenta, llegó hasta acá la primera edición de Joaquín Mortiz (México, julio de 1968), de 3150 ejemplares; el mío es el número 2.849. Cinco años después apareció una «edición aumentada» en la editorial Litoral, de Málaga, y luego fue recogido en las Obras completas de Alberti publicadas por Alianza Editorial en 1988 (hay una nueva edición, según se dice definitiva, de sus obras completas). El autor presentó así este libro:
Puedo confesar que en mi amado barrio tuve que volverme torero, adiestrándome en ceñirme, en adelgazarme contra los muros, en salir por pies, corriendo veloz como ante un toro, al ver llegar aquellas exhalaciones interplanetarias, ciegas y sin aviso, por tan estrechas calles y retorcidos callejones. De ahí nació, a poco más de un año de vida romanesca valerosa, un libro, titulado con astronómica exactitud: Roma, peligro para caminantes. Ahora espero que algún día, en alguna fecha de aniversario, el commune de la Ciudad Eterna estampe en algún vicolo, no lejano de mi Vía Garibaldi, una placa que diga: «Vicolo di Rafael Alberti (antes del Cinque, del Cedro, etcétera)», porque yo me instalé aquí, me convertí en vecino de este barrio para cantarlo humildemente, graciosamente, rehuyendo la Roma monumental, amando sólo la antioficial, la más antigoethiana que pueda imaginarse: la Roma trasteverina de los artesanos, los muros rotos, pintarrajeados de inscripciones políticas o amorosas, la secreta, estática, nocturna y, de improviso, muda y solitaria.
¿Hará falta presentar más el libro? Agregaré que me gustaron mucho los sonetos, aunque también leí el resto de los poemas con asombro y placer. Lo que pasa es que la tensión que se produce entre la forma clásica del soneto y el contenido contemporáneo es notable (por eso también me gusta mucho la poesía de Carlos Germán Belli; y cómo no acordarse de él, si Alberti toma los epígrafes de los sonetos de otro Belli, el italiano Giuseppe Gioachino). Este soneto, por ejemplo, muestra muy bien esa tensión:
Se prohíbe hacer aguas
Verás entre meadas y meadas,
más meadas de todas las larguras:
unas de perros, otras son de curas
y otras quizá de monjas disfrazadas.
Las verás lentas o precipitadas,
tristes o alegres, dulces, blandas, duras,
meadas de las noches más oscuras
o las más luminosas madrugadas.
Piedras felices, que quien no las mea,
si es que no tiene retención de orina,
si es que no ha muerto es que ya está expirando.
Mean las fuentes… por la luz humea
una ardiente meada cristalina…
y alzo la pata… pues me estoy meando.
Y el siguiente, claro, podría ser la vida de un poeta mayor en Valparaíso, cambiando el río por el mar:
Vida poética
Siempre andar de bajada o de subida,
entrar, salir y entrar… ir al mercado.
¿A cómo están los huevos? ¿Y el pescado?
Se va en comer y en descomer la vida.
Ir a los templos, ya la fe perdida,
sentirse el alma allí gato encerrado.
Volver al aire… beber vino aguado…
ir al río… y de nuevo, la comida.
Leer el diario y lamentar que todo
si no es papel higiénico es retrete,
crimen, vómito, incienso, servilleta.
Llorar porque no ha sido de otro modo
lo que ya se fue en panza y en moflete…
ésta en Roma es la vida de un poeta.
Y para terminar con los sonetos, quizá el que más me gusta, una enumeración caótica magistral que también recuerda a Valparaíso, salvo, claro está, por las fuentes, los arcos, las columnas y los blasones:
Si proibisce di buttare inmondezze
Cáscaras, trapos, tronchos, cascarones,
latas, alambres, vidrios, bacinetas,
restos de autos y motocicletas,
botes, botas, papeles y cartones.
Ratas que se meriendan los ratones,
gatos de todas clases de etiquetas,
mugre en los patios, en los muros grietas
y la ropa colgada en los balcones.
Fuentes que cantan, gritos que pregonan,
arcos, columnas, puertas que blasonan
nombres ilustres, seculares brillos.
Y entre tanta grandeza y tanto andrajo,
una mano que pinta noche abajo
por las paredes hoces y martillos.

Rafael Alberti en el Trastévere
Claro, poesía política. Alberti vivió parte de su exilio en Roma y es un tema recurrente en el libro, pero nunca de manera panfletaria. Asoman más bien la melancolía y y la nostalgia tras la vena combativa y, cuando cede plenamente a ella, como en un soneto llamado «Vietnam», no es tan afortunado en la forma. Pero la gama de tonalidades y temas es amplia y rica; en la segunda parte hay una notable serie sobre las meadas, poemas inolvidables sobre los gatos romanos y una serie de «Nocturnos». Transcribo dos de ellos, bellísimos, que creo que resumen bien el tono general del libro, su libertad, su nostalgia, su fuerza, y también la soledad de Alberti en Roma:
Nocturno
De pronto, en Roma no hay nadie:
no hay ni perro que me muerda,
no hay ni gato que me arañe,
no hay ni puerta que se abra,
no hay ni balcón que me llame,
no hay ni puente que me divise,
no hay ni río que me arrastre,
no hay ni foso que me hunda,
no hay ni torre que me mate.
De pronto, Roma está sola,
Roma está sola, sin nadie.
Nocturno
Toma y toma la llave de Roma,
porque en Roma hay una calle,
en la calle hay una casa,
en la casa hay una alcoba,
en la alcoba hay una cama,
en la cama hay una dama,
una dama enamorada,
que toma la llave,
que deja la cama,
que deja la alcoba,
que deja la casa,
que sale a la calle,
que toma una espada,
que corre en la noche
matando al que pasa,
que vuelve a su calle,
que vuelve a su casa,
que sube a su alcoba,
que se entra en su cama,
que esconde la llave,
que esconde la espada,
quedándose Roma
sin gente que pasa,
sin muerte y sin noche,
sin llave y sin dama.
Y para terminar, paciente lector que llegasta hasta acá, otro poema que recuerda a Valparaíso, de no mediar, esta vez, las catacumbas y los «siglos barajados»: todavía es una ciudad muy joven al lado de Roma y sus piedras no tienen nada de venerable. Como se puede apreciar, nuevamente la enumeración es el principal recurso del poema; sin duda, esas listas son una de las grandes riquezas de este libro.
Cuando Roma es…
Cuando Roma es cloaca,
mazmorra, calabozo,
catacumba, cisterna,
albañal, inmundicias,
ventanas rotas, grietas,
cornisas que se caen,
gente enana, tremendas
barrigas de ocho meses,
explosiones, estruendo,
ruidos que te degüellan,
rodados que te aplastan,
monstruos que te apretujan,
sombras que te cohíben,
escombros que te estrechan,
mares de ácido úrico,
bocanadas de muertos
hedores, pesadillas
de siglos barajados,
montón de huesos, piedras,
desolados olvidos,
piedras difuntas, piedras…
entonces, oh, sí, entonces,
sueña en los pinos, sueña.
Nota final: San Google me informa que algún astuto vende la misma edición que yo tengo en la no despreciable suma de 77.520 pesos. ¿Qué tal?