Nuestra parte de noche

Reseña publicada en la revista «Sábado» del diario El Mercurio, 29 de febrero de 2020

nuestra parte de nocheAunque Mariana Enriquez publicó dos novelas muy joven, se hizo ampliamente conocida gracias a sus colecciones de relatos, publicadas en Argentina y Chile, primero, y luego en España, por Anagrama, salto que la convirtió en una de las escritoras más valoradas de Latinoamérica. Por eso es admirable el modo en que transitó a la escritura de una novela de casi 700 páginas, atrapante y subyugadora. Abarca una largo periodo de tiempo —desde 1960 hasta 1997—, con diferentes narradores y protagonistas. Enriquez insiste en la línea de fondo que anima su proyecto literario: la irrupción de lo sobrenatural aparejado con la maldad, la mirada hacia ese mundo extraño y pavoroso donde se mueven entidades, presencias y dioses que contradicen las seguridades de la razón y el abrigo de la cultura secular. Es un mundo antiguo que parece desaparecido, pero que aflora con terrible fuerza y poder aniquiladores. Como es también habitual en su narrativa, se trata de una maldad que se expresa en nuestro presente, en la historia de la Argentina (dictadura incluida), en este caso, en una alianza que a la autora le parece natural: el dinero es poder y, como dice en la novela, “el dinero es un país dentro de otro país”. Y si ya se tiene todo, hay que ir por lo imposible, por el derecho a permanecer más allá de los límites que imponen la vejez y la muerte.

También es una historia familiar y de los intentos de esa familia –los principales protagonistas que a veces se apoderan de la primera persona para contar la historia- de escapar a un destino que parece definitivamente sellado. El poder que tiene Juan Peterson es adictivo: comunicarse con la Oscuridad, hacerla emerger y dejar que estalle su funesto poder es incomparable, pero también cree que es una maldición; y si el mandado de la Orden que la venera es que su hijo sea el siguiente médium a costa de sacrificarlo, no es una decisión fácil, por decirlo suavemente. La novela tiene una estructura sumamente firme que sigue un ritmo similar en muchas de sus partes: hay una apariencia de normalidad, hay amistades cotidianas, un hijo que crece, que es adolescente, que luego es joven, pero ya se sabe que el horror terminará por aflorar y buscar que todo vuelva al cauce determinado por el destino. Nuestra parte de noche es un prodigio en su inventiva y en la forma fluida en que se desarrolla el relato; todos los elementos se van anudando hasta constituirse en una épica de la resistencia ya no contra la muerte, sino contra el mal que cobra vidas al precio de prometer la eternidad.

Mariana Enriquez. Anagrama, Barcelona, 1999. 672 páginas.

Alguien camina sobre tu tumba

Reseña publicada en la revista Sábado del diario El Mercurio, 16 de junio de 2018

Los cementerios-parques han cambiado la cartografía y la cultura de 402789-portada-ALGUIEN-CAMINA-SOBRE-finalrelación con los muertos en Chile. De las solemnes y bien delineadas calles del Cementerio General, o de los pasillos elevados del Católico, tocados por el gris y el blanco, lugares como el Parque del Recuerdo ofrecen verdes muros y pasto impecablemente cortado. Si Mariana Enríquez fuera a verlos diría que no son latinoamericanos, que les faltan colorinche y personajes clásicos como la sanadora que acumula ofrendas, el niño milagrero, la muerte enamorada, las leyendas que alimentan el miedo a la oscuridad y las ganas de abandonarlos pronto. ¿O hace falta una cronista como ella para investigar por qué deberíamos estremecernos tras atravesar las venerables puertas de nuestros camposantos? Hay, en esta colección de visitas a cementerios en distintos países y continentes, firmes intuiciones sobre el carácter de pueblos y ciudades a partir de ellos. Los de Guadalajara y esa relación tan cercana, familiar y festiva con la muerte. O el de Génova, la mejor expresión de cómo el alza de la burguesía podía también traducirse en una competencia por la tumba más fastuosa. O esas notas de colores y panteones tipo casitas con azulejos que irrumpen en el verde oscuro y y el orden profundo en un cementerio alemán, huella migrante que puede espantar a los deudos tradicionales.

Y sí, están los cementerios. En Australia, en Argentina, en México, en Italia, en Estados Unidos, en Francia, en Cuba, y, al final del libro, una lista de los que la autora todavía quiere conocer. Y está también la mirada de la escritora que los recorre. No son simples acumulaciones de datos o notas descriptivas: Mariana Enríquez, la más destacada cultivadora del género del horror en la narrativa latinoamericana contemporánea, muestra también acá, en este recorrido, las obsesiones que recorren su obra narrativa (la muerte, el sexo, la extrañeza, lo insólito, lo nocturno), sus gustos musicales, algunas notas muy reveladoras de su biografía –por ejemplo, que soñaba con pertenecer a la familia de Lestat, el vampiro protagonista de las novelas de Anne Rice- o bien simplemente informativas, como las que se refieren a su pareja, Brian. Su mundo, en cualquier caso, que se despliega en torno al viaje y a las visitas a los cementerios, en un libro que bien podría ser una autobiografía a partir de los viajes, la aventura, el desacomodo, pero que deja ver, entre líneas, esa dimensión cotidiana en donde Mariana Enríquez vive y escribe, esa trama cotidiana donde lo extraño puede estar agazapado, pero nunca ausente.

Mariana Enríquez. Montacerdos, Santiago, 2018. 280 páginas.

Las cosas que perdimos en el fuego

Reseña publicada en la revista «Sábado» del diario El Mercurio, 11 de junio de 2016

NH559 Las cosas que perdimos en el fuego.inddLa escritora argentina Mariana Enriquez comenzó a publicar muy joven –su primera novela apareció cuando tenía 22 años-, pero ha ganado fama y reconocimiento en los últimos seis años en otros géneros: la crónica –donde publicó un libro absolutamente ejemplar, Alguien camina sobre tu tumba. Mis viajes a cementerios (2013), el cuento (la editorial chilena Montacerdos le publicó en 2014 Cuando hablábamos con los muertos, que incluyó una novela corta magnífica), y el ensayo (su libro sobre Silvina Ocampo fue publicado también en Chile por Ediciones Diego Portales). Ahora Anagrama publica otra colección de relatos, la mayor parte de ellos nuevos, con el sello inconfundible de una escritura que si bien se inscribe en un género habitualmente menospreciado o reducido al nicho de la mera entretención –la narrativa de terror-, lo subvierte y lo trasciende a la vez.

Lo subvierte porque la meta de su trabajo no es sólo provocar el proverbial escalofrío en la espalda, sino vincular, con sutileza y finura, los males de acá y de allá: los fantasmas que provee la imaginación y los monstruos creados por la maldad humana; las casas misteriosas que suenan, crujen y chillan porque en ellas ha ocurrido lo indecible, porque sus paredes han sido testigos de horrores; la magia y la adivinación con la vida cotidiana bajo una dictadura; las excentricidades adolescentes que en una vuelta de tuerca pueden lindar con el extravío y la pérdida de límites, el policía abusador que sin saberlo despierta un mal mucho más profundo. Enriquez nunca es demasiado explícita, ni en el lado de acá ni en el lado de allá, y algunos de estos cuentos –“El chico sucio”, “El patio del vecino”, “Bajo el agua negra”, “Las cosas que perdimos en el fuego”- se leen con la fascinación de sentirte arrastrado a un abismo, a un punto ciego, a un límite que no quieres ver pero ahí estás, siguiendo cada línea hasta que puedes respirar tras el punto final. La calidad literaria de los relatos es lo que trasciende el límite genérico; un estilo que nunca cae en lo estridente, personajes bien dibujados con pocos trazos, el inteligente anclaje en la realidad de los relatos –algunos en los ochenta, otros en la miseria que se adueña de sectores de Buenos Aires- y, sobre todo, su capacidad para crear historias que nunca pierden la verosimilitud, aunque se trate de un río de agua negra y fétida contaminado no por descuido, sino por obligación, o de una colección de uñas cortadas seguida por una colección de dientes, o de un antiguo asesino de niños que aparece, fantasmal, en un tour por la ciudad.

Mariana Enriquez. Anagrama, Barcelona, 2016. 200 páginas.

Latinoamérica criminal

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 17 de enero de 2015

650_RH29112.jpgBrasil concentra un tercio de la población de América Latina, pero suele estar excluido de las antologías de literatura regional. Por el diferente idioma, seguro, pero también por una decisión que se funda en el desconocimiento. Es asombroso, en realidad, que exista tan poco contacto entre ambos mundos. Esta antología -hecha por un escritor brasileño para una revista estadounidense- es un claro aporte en esta línea, puesto que en algo equilibra las cosas. Uno de los mejores cuentos del volumen es «Caballos entre el humo», de Carol Bensimon, escritora de Porto Alegre que captura la violencia desde un ángulo mucho más político que criminal. La antología incluye asimismo cuentos de Bernardo Carvalho y Joca Reiners Terron, autores escasamente traducidos al castellano.

Tres de trece. El resto viene de México, Guatemala, Cuba, Venezuela, Colombia, Bolivia, Uruguay, Argentina, Perú y Chile. El cuento de Alejandro Zambra, «Hacer memoria», apareció también en su libro Mis documentos y sirve para ilustrar otra característica de la antología: no se trata de historias policiales al uso, ni los crímenes son el soporte principal. Según indica Daniel Galera en la introducción, «pedimos a trece escritores de diez (en realidad, once) nacionalidades distintas que escribieran una historia de suspense ambientada en sus respectivos países de origen». Sin embargo, cada autor afrontó con libertad el encargo y el resultado es mucho más diverso y complejo que una simple selección de género. Mariana Enríquez, por ejemplo, sorprende con una historia de ritos satánicos y miseria urbana en pleno Buenos Aires, un cuento magistral que se emparenta mucho más con el horror que con el crimen. El de Zambra es un ejercicio metaliterario singularmente atractivo. Otros cuentos, como el de Santiago Roncagliolo, se inscriben con más propiedad en el género policial, aunque, en el caso del escritor peruano, con una deriva humorística que rompe completamente el molde. «1986», de Rodrigo Rey Rosa, tiene la estructura de una novela y el misterio o la ambigüedad que siempre se filtra en sus cuentos y novelas, un elusivo punto de fuga que parece quedar fuera de la obra. En síntesis, se trata de una selección original, amplia y de gran calidad, que abre tanto la frontera del relato policial como las fronteras nacionales.

Daniel Galera. Penguin Ramdon House, Barcelona, 2014. 296 páginas.

Cuando hablábamos con los muertos

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 25 de enero de 2014

Nuevo documento_1El primer título de una nueva editorial independiente en Chile, Montacerdos, es este, de la argentina Mariana Enriquez (sic), periodista y escritora, subeditora de Radar/Página 12, uno de los suplementos literarios de más tradición en Argentina. La edición agrupa dos cuentos y una nouvelle que fue editada en su país de manera independiente. Las tres obras coinciden en el tono, aunque más todavía en una curiosa y original manera de explorar los géneros literarios. Porque, en apariencia, se trata de historias de terror. De hecho, durante la lectura es difícil evitar uno que otro escalofrío. Se trata, por lo demás, de un género desafiante, que cuenta con una ancha tradición y, también, con mucho exceso, falta de contención y uso de recursos fáciles. El estilo contenido de Mariana Enriquez se manifiesta no solo en huir totalmente de aquellas estrategias que persiguen el susto fácil, sino que también en un lenguaje cuidado, fluido, familiar, cercano, que casi obliga a sentirse parte de estas historias bien enhebradas y con suspenso muy bien dosificado. Pero lo más interesante es que la autora explora el género desde un lugar poco habitual. Si se trata, en «Cuando hablábamos con los muertos», de chicas adolescentes que quieren usar la ouija para convocar a los espíritus errantes, introduce el tema de los detenidos desaparecidos argentinos, sin aspavientos y sin que se sitúen en el centro de la trama, pero ahí están: es otra manera -sutil y sorprendente- de resituarlos en la memoria colectiva. «Las cosas que perdimos en el fuego» tiene algo de crónica policial y otro poco de retrato descarnado de un caso que podría describirse como locura colectiva, pero sobre el telón de fondo -esta vez harto más explícito- del maltrato (las golpizas, la desfiguración, el femicidio) que sufren las mujeres en todas las latitudes. «Chicos que vuelven» es la historia que más propiamente puede inscribirse en el género terrorífico, porque recurre a figuras ya tradicionales en la literatura y el cine, pero de una manera que nuevamente sorprende, tanto por el cuidado en la construcción del relato como en el modo en que un tópico -un topicazo, a estas alturas, en el cine, sobre todo- se convierte en una singular manera de introducir cuestiones como el secuestro de mujeres para la prostitución, los abusos de los padres sobre los hijos, las rupturas matrimoniales que llevan a que uno de los cónyuges se escape con los hijos, la drogadicción, la miseria y el abandono.

Mariana Enriquez. Montacerdos, Santiago, 2013. 109 páginas.