Un episodio en la vida del pintor viajero

Reseña publicada en la revista Caras, 11 de octubre de 2002

César Aira es conocido —relativamente, hay que decirlo— por su labor como novelista infatigable, que publica por lo menos una obra por año en las más diversas editoriales. Se trata, sin duda, de una de las voces más originales y destacadas de su generación, no solo en Argentina, sino también en el ámbito mayor de la narrativa en lengua española.

Menos conocida es la faceta de ensayista de Cesar Aira. Ha escrito sobre Copi y Alejandra Pizarnik, entre otros autores, y es el responsable de un magnífico Diccionario de autores latinoamericanos, comentado alguna vez en esta sección.

Ahora, gracias a una alianza de editores independientes en la que participan Beatriz Viterbo, de Argentina; Era, de Mexico; Trilce, de Uruguay; Txalaparta, del País Vasco; y Lom, de Chile, se distribuye en nuestro país Un episodio en la vida del pintor viajero, dedicado al pintor Johan Moritz Rugendas y, más concretamente, a lo que señala el título, a un episodio que marc6 la vida del pintor cuando recorría Argentina.

En rigor, no se trata de un ensayo, sino de una crónica o de un relato biográfico. Rugendas era un maniático de la correspondencia: escribía cartas a muchas personas en diferentes partes del mundo, plenas de detalles. Material extraordinario para los biógrafos, que Aira usa y nombra, pero sin citarlos directamente. El pintor es, aquí, un personaje clásico de novela, con un narrador también clásico, que lo sabe todo y que da cuenta hasta de los pensamientos más íntimos del personaje.

Ese personaje, pues, acompañado de otro pintor, Robert Krause, emprenden la travesía desde Santiago a Buenos Aires, sin prisa alguna: dedican días y días a registrar en bocetos los paisajes impresionantes de la cordillera y luego de Mendoza y sus alrededores.

Cuando finalmente se adentran en la pampa, hacia San Luis, llegan a un sector arrasado por la langosta. “Un día y medio se desplazaron en ese vacío espantoso. No había pájaros en el aire, ni cuises ni Ñandúes ni liebres ni hormigas en la tierra. La costra pelada del planeta parecía estar hecha de ámbar seco”.

En ese paraje desolado, con los caballos inquietos y sin haber comido, los sorprende la amenaza de una tormenta. Se quedan paralizados en el medio de la pampa. Rugendas parte solo a investigar que puede haber más allá de unas colinas; entonces, se desata un infierno de rayos y truenos, el caballo y él son tocados por dos rayos —y las descripciones de Aira son simplemente magníficas, un ejercicio de estilo que vale la pena apreciar—. En la caída, el pintor queda con un pie enganchado en el estribo. El caballo huye, y Io arrastra tras de sí.

Rugendas sobrevivió, pero quedó con el rostro deformado. No solo eso: perdió también el dominio sobre los músculos de la cara. “Había una escalada: un temblor, un vaivén, se difundía de golpe, y en segundos todo el rostro estaba en un baile de San Vito incontrolable”.

Este es, en esencia, el episodio que Aira explota de manera magistral. La deformación de Rugendas pasa a ser el objeto de una reflexión diferente, donde la cuestión del otro adquiere nuevos matices y otorga un nuevo contenido al encuentro que soñaba el pintor: asistir a un ataque de los indios, a un malón.

Y es, también, el origen de un cambio decisivo en la técnica del pintor y en su concepción estética, retratado con mano magistral por un escritor que muestra cómo la realidad puede ser, a veces, tan delirante como las fantasías que crean novela tras novela.

César Aira. Editorial Lom, Santiago, 2002. 91 páginas.

Cartas de José María Arguedas a Pedro Lastra

Reseña publicada en la revista Caras, 8 de septiembre de 1997

La publicación de este breve epistolario podría perfectamente pasar inadvertido en el mundo narrativo actual. El autor de las cartas murió a fines de los años sesenta, y es tarea difícil ubicar sus obras en las librerías. Para más remate, no formó nunca parte del boom latinoamericano, es decir: nunca estuvo de moda. Y, sin embargo, al recorrer estos textos, no puede uno menos que recordar la furia y el vigor de novelas inolvidables como Todas las sangres y Yawar fiesta; esa impresionante conjunción de culturas y lenguaje con que José María Arguedas resolvió su doble herencia, la del occidente españolizado y las tradiciones ancestrales de las culturas indígenas de la sierra peruana, y con que hizo literatura del desgarro y el dolor de la desintegración de esas mismas culturas. En fin, no puede uno menos que recordar el mundo de Arguedas, las haciendas campesinas, los “pueblos libres” en los arrabales de Lima, los pescadores de anchovetas en Chimbote. Mundo o mundos de tragedia, miseria y hambre, rescatados por la belleza de páginas tensas y profundamente amantes de su tierra y de su gente, páginas de una intensidad que parece relegada al tiempo de las utopías y los anhelos fundacionales. Arguedas fue el primero en darle al indio una voz auténtica, hecha del castellano en sintaxis quechua, y le dio a esa voz un tono épico irrepetible. Quizá su gran hermano es el otro cholo de la literatura peruana, César Vallejo, como él, serrano y heredero de dos culturas.

Pero vamos a esta edición, hecha con cuidado y cariño, que recoge la versión facsimilar de las cartas y su transcripción, más un par de prólogos y un apéndice de imágenes. Es la historia, parcelada y fragmentaria, de su amistad con el escritor chileno Pedro Lastra. No hay demasiadas alusiones literarias ni biográficas. Su gran virtud es traer nuevamente la presencia de Arguedas a las librerías criollas y motivar, ojalá, un nuevo interés por su obra. Habría mucho que decir sobre el autor, sobre la soberana y me ditada decisión de su suicidio, sobre Todas las sangres,  sobre El zorro de arriba y el zorro de abajo y los diarios intercalados en que muestra su conflicto y su grandeza. A falta de espacio, vaya esta cita: “Y en Chile, lo que más me deslumbró y me reconfortó,  fue sentir cómo el altísimo grado de civilización no ha matado lo que llamaríamos la fraternidad aldeana ni ha exacerbado el individualismo, sino que, por el contrario, ha enriquecido la llama de la cordialidad profunda, especialmente por el latinoamericano”. Curiosa imagen y lectura de este país, actualmente de los jaguares, cuando todavía Chile era una sociedad provinciana y acogedora, y mantenía casi sin quiebres sus tradiciones democráticas y republicanas. ¿Quién podría reconocerse hoy en las palabras de Arguedas? Pero quizá la pregunta es injusta. La carta a la que pertenece la cita es del 8 de febrero de 1962, y demasiada agua ha pasado bajo los puentes.

Edición, prólogo y notas de Edgar O‘Hara. Lom ediciones, Santiago, 1997. 151 páginas.

Siempre es medianoche

Reseña publicada en la revista Caras, noviembre de 2001

Hanif Kureishi es un hijo de la vieja Gran Bretaña o, más bien, del gigantesco imperio que se repartió por lo cinco continentes y que, tras la ola independentista, vuelve como reflujo a la metrópoli más cosmopolita del planeta.

Kureishi, pues, es de origen pakistaní, pero nacido y criado en Inglaterra, y uno de los escritores más talentosos de su generación, lo que no es poco decir. Y, se diría que naturalmente, sus primeras obras abordaron precisamente el tema de los inmigrantes, de todos aquellos ex súbditos que buscan, desde hace décadas, un lugar en el corazón del imperio. Las novelas El Buda de los suburbios y El álbum negro, más algunos cuentos y guiones de películas notables como Mi hermosa lavandería y Sammy y Rosie se lo montan, no solo lo situaron como uno de los mejores intérpretes del crisol cultural en que ha devenido la ciudad de Londres, sino también en la vanguardia literaria de su país.

Pero no era esa la única veta de la narrativa de Kureishi, un escritor tan británico como Martin Amis o Julian Barnes, solo que con otro punto de vista, otra manera de situarse frente a la ciudad y el país que comparten. Como ya había mostrado en algunos cuentos y, sobre todo, en su tercera novela, Intimidad, Kureishi no estaba escribiendo solo la crónica de la integración racial, sino también la crónica de una generación, los que crecieron con las utopías de los sesenta, que ha perdido el rumbo. Ese es el hilo que retoma en esta magistral decena de cuentos, en su mayor parte historias de parejas, que están en alguna etapa del reencuentro, la ruptura, el volver a empezar o el arrojarlo todo por la borda. Parejas que a su vez tienen historias antiguas, que a veces asoman dramáticamente, hijos de una u otra etapa, y, naturalmente, heridas, resquemores, desconfianzas y desengaños a cuestas.

El narrador de «Eso era entonces», antes de comenzar con la historia de Natasha y Nick, se asume como parte de los personajes y escribe: «somos infalibles en nuestra elección de amantes, especialmente cuando necesitamos a la persona equivocada. Hay un instinto, imán o antena que nos guía hacia la peor decisión». Esta cita da el tono del libro, que navega entre naufragios y salvatajes, que no tiene reparos a la hora de la crueldad, del sarcasmo, de la ironía, que tiene algo de ferocidad en su disección de aquellas historias siempre al borde de la disolución, pero tan claramente reconocibles en otros entornos, más cotidianos y menos literarios. Y ahí radica buena parte del atractivo de este amargo texto, en su capacidad para evocar y retratar personajes e historias que no hablan solo por sí mismos, sino por toda una generación, en su manera de tomarle el pulso al tiempo y entregar un diagnóstico de aquellos que el paciente –el lector- no quiere oír, pero que se constituyen, después, en algo así como una revelación.

Hanif Kureishi. Editorial Anagrama, Barcelona, 2001. 219 páginas

El corazón a contraluz

Reseña publicada en la revista Caras, 21 de julio de 1997

Manns, en Chile, es más conocido y recordado por su trayectoria como autor de canciones e intérprete en una época bastante convulsionada. Sin embargo, ya antes de partir al exilio en 1973 había abierto una interesante veta narrativa, que continuó en el extranjero con el ciclo de las Actas (la primera, Actas de Marusia, fue llevada al cine en 1976, y evidentemente no se estrenó en Chile). Su más reciente obra, El corazón a contraluz, fue publicada primero en Francia, donde recibió un gran apoyo de la crítica. Se trata de una novela caótica y dispar, que pasa sin transición del seco tono de la crónica a una narración demorada y barroca, densa de adjetivos y retorcida en las frases, que vuelve una y otra vez sobre un motivo central que tarda encerrarse. Poco a poco, ese estilo, el dominante, impone sus normas al lector, que no puede más que dejarse llevar por el torbellino de estímulos que brinda el narrador.

En esencia, se trata de la historia de un inmigrante judío rumano en la Patagonia. Julius o Julio Popper, cazador de indios, colonizador, filósofo, guerrero, es un personaje complejo, de múltiples facetas, extranjero al fin no sólo en las desoladas pampas sureñas, sino en cualquier lugar del mundo. Su encuentro con la ona Drimys Winteri (así bautizada por los misioneros anglicanos) tiene toda la extrañeza de la diversidad: el aventurero europeo ya mayor y la india casi adolescente con el pelo completamente blanco, la sabiduría de Occidente y las tradiciones y saberes mágicos de los selk’nam. Manns avanza por un terreno ya extensamente explorado por Francisco Coloane y otros cronistas de la tragedia indígena en la Patagonia. Aparte de la singularidad de una escritura que se encanta a sí misma en un juego permanente de metáforas y figuras literarias, lo más novedoso de El corazón a contraluz es el punto de vista narrativo, que no se detiene en la brutalidad de la historia ni en la denuncia estéril, sino que intenta la comprensión de un período desde todos los puntos de vista. Popper, el líder, sus empleados (diestros en la bala y el cuchillo para recortar orejas de onas como prueba de su muerte) y los indios, tienen su propia voz, fundidos todos, eso sí, en el mismo fluir torrencial y barroco del relato. A ello se añade la crónica de los años en que se sitúa la historia, contrapunto que sirve de efectiva pausa ante la densidad verbal de la narración principal. Interesante aporte de un escritor que merece un lugar en el ya amplio —y diverso, tanto en edades como en calidad— panorama de la narrativa chilena de los noventa.

Patricio Manns. Emecé, Buenos Aires, 1996. 300 páginas (hay una edición posterior en Catalonia).

Bajo la piel

Reseña publicada en la revista Caras, junio de 2002

El tema del encuentro con el otro es un tópico consagrado en la literatura de ciencia ficción, que lo ha abordado de las más variadas maneras. Resulta sorprendente encontrarlo en una novela de la colección Panorama de Narrativas de Anagrama, que está muy lejos de dedicarse a este género de la literatura, con el añadido de que Bajo la piel es una obra notable que supera con mucho la etiqueta de la ciencia ficción.

Faber, holandés de nacimiento, creció en Australia, estudió literatura inglesa en la universidad de Melbourne y actualmente reside en Escocia, en cuyas carreteras transcurre buena parte de la novela. A bordo de un Toyota rojo, una chica joven, de grandes pechos, profundos escotes y una pinta rarísima, recorre las carreteras y recoge autostopistas. Pero no a cualquier autostopista: deben ser hombres, de aspecto saludable y fornidos. Y a los que cumplen estas condiciones, Isserley los somete a un cuidadoso interrogatorio. Si además son solitarios, el tipo de personas a las que nadie espera para abrirles la puerta, su suerte está echada. Pero Isserley no es, como puede pensar el lector, una depredadora sexual. Con mucha habilidad, Faber poco a poco va mostrando quién es realmente esa chica con el cuerpo lleno de cicatrices, extrañas manos que parecen de un cuerpo de más edad y ojos enormes protegidos por unos anteojos que los magnifican todavía más. Y se trata, ni más ni menos, que de una alienígena, parte de una acotada y comercial operación en este planeta.

Mejor dejar hasta aquí una trama que de manera pausada, pero inexorable, introduce al lector en una fábula pesadillesca singularmente atractiva. Lo más interesante de la novela es su análisis del encuentro con el otro. La ciencia ficción clásica supone, siempre, que las inteligencias se reconocen, aún a pesar de las diferencias físicas (que algunos autores exageran hasta el límite precisamente para reforzar esa tesis). Faber va a contrapelo de la tendencia, lo que abre paso a una muy interesante exploración de los límites de la humanidad. Y todo ello sin frases grandilocuentes, sino con un estilo seco, medido y absolutamente eficaz. De hecho, nada de este análisis aparece como tal en la novela, sino que se deduce de los diálogos y de los hechos que se narran. Y en el centro está Isserley, un personaje realmente fascinante, que vive a caballo entre dos mundos, atrapada por sus contradicciones y por las paradojas que enfrenta a cada momento.

Otro detalle que da mayor valor a la novela es que está escrita desde el punto de vista de Isserley, lo que afina la mirada crítica sobre los seres humanos. De paso, a pesar del progresivo horror que descubre la trama de la novela, tiene momentos sumamente humorísticos; es que la distancia del narrador y su sujeción a la mirada de Isserley –o de los alienígenas en general– abre espacio para explorar ya no sólo las paradojas existenciales, sino toda una gama de comportamientos humanos. Y esto dicho también en el sentido en que Isserley y sus compañeros de viaje entienden lo que es un ser humano, que pasa a ser otro tópico de la novela. La crítica inglesa inscribió esta novela en la tradición de las fábulas de Jonathan Swift y también en la de George Orwell y su Rebelión en la granja. Acertados nexos, que resaltan el carácter alegórico de Bajo la piel y las múltiples resonancias que despierta esta historia. Pero, en rigor, hay que decir que es, sobre todo, una excelente novela, que atrapa desde la primera línea y no decae jamás.

Michel Faber. Editorial Anagrama, Barcelona, 2002. 331 páginas.

Por si algo me ocurriera

Reseña publicada en la revista Caras número 274, 2 de octubre de 1998

por si algoTusquets viene publicando la serie de novelas de Simenon protagonizada por el detective Maigret en una serie especial; y todo el resto -ya van 15 con esta- está en la colección Andanzas. EI relanzamíento de uno de los autores más prolíficos del siglo, especialista en novelas policiales, podría ser solo un fenómeno nostálgico o un acierto de marketing, si es que no se tratara de 5imenon. Y nada mejor que Por si algo me ocurriera escrita en 1955, para probarlo. 5e trata de una novela más negra que policial, en la que no hay prácticamente caso. Está narrada en primera persona, lo que para los habituados a Maigret puede ser una sensación muy rara. Es la novela de un desesperado que descree respecto de la condición humana. Y es, sobre todo, una extraña. violenta y desolada historia de amor, que brilla por su sabiduría vital y su profundo y amargo escepticismo.

Un abogado -Lucien Gobillot- famoso por rescatar de la cárcel a criminales recibe una visita. Una joven de 20 años, Ivette, ha asaltado una relojería junto a una amiga que ha sido ya detenida EI desenlace respecto de ella es inminente. Solo el abogado puede salvarla. Para lograrlo. ella está dispuesta a todo. Esta historia la revela el mismo Gobillot, en un expediente secreto que lleva sobre sí mismo. Es que las cosas nunca son tan transparentes, tan fáciles y sencillas como un intercambio de favores. Es que todos los personajes de Simenon encierran sus propios demonios, y la espiral que se crea en torno de ellos sólo puede producir un clima tan amenazante como para que Gobillot inicie su expediente «por si alga me ocurriera». Si el principal defecto de Ivette es que el deseo de tener todos los defectos, todos los vicios. todas las debilidades, «es su forma de llenar el vacío», el de Gobillot es el de sentir una marca que lo diferencia radicalmente de la inmensa mayoría de los hombres. EI relato, desapasionado y con un empeño casi enfermizo por desentrañar sus motivaciones. sentimientos y acciones, avanza a ritmo veloz y siempre en el filo de la desgracia. EI testigo más cercano de la historia es Vivianne, la mujer de Lucien, otro personaje cuya certeza en su poder, en su clarividencia y en su dominio de la escena es su peor enemigo. Gobillot, insensiblemente y sin capacidad de reaccionar, va sumergiéndose en la relación con Ivette. siempre bajo amenaza, y resignado ya a lo peor; pero precisamente lo peor es lo que no se espera y que termina arrasando con todo.

Georges Simenon. Tusquets, Barcelona, 1998. 185 páginas.

Butamalón

Reseña publicada en la revista Caras número 199, 27 de noviembre de 1995

ButamalónEduardo Labarca, chileno, fue periodista de prensa y radio en los años sesenta y a comienzos de los setenta. Fue autor de grandes reportajes. Salió tempranamente al exilio tras el golpe militar y residió en Bogotá, Moscú y París, hasta que en 1985 se radicó en Viena, donde ejerce su oficio de traductor. Sólo muy tardíamente se dedicó a la creación literaria y Butamalón es su primera novela, luego de incursionar brevemente por el cuento. Como además el libro fue editado en España, Labarca es un virtual desconocido en su propio país: y contra  lo que pudiera pensarse, dada su larga estadía en otras latitudes, no son sus vivencias de exiliado las que aquí se exponen, sino la experiencia colectiva de Chile durante la conquista y en nuestros días, mediante dos relatos cruzados que se necesitan mutuamente.

Por un lado está el traductor de un libro norteamericano sobre el padre Barba, misionero que llegó a Chile a fines del siglo XVI, fue capturado por los indios y terminó unido a ellos en su lucha contra los españoles. El traductor se relaciona con personajes designados por su función -la dueña de la pensión, el cartero, la empleada- y a través de sus diálogos ofrece una mirada sobre el Chile contemporáneo. Y con la empleada, de origen mapuche, abre otra puerta de comunicación hacia el segundo relato, las aventuras del padre Barba, de dimensiones épicas y alucinadas, que se inscriben perfectamente en una corriente de poco pero significativo desarrollo en Chile: la novela histórica, que ha ofrecido libros tan notables como Ay, mama Inés, de Jorge Guzmán, a Hijo de mí, de Antonio Gil. Es en este segundo relato donde reside la fuerza turbulenta de la prosa de Labarca, que rescata el léxico y los giros castizos para dar cuenta desde dentro de las turbulencias y dilemas inscritos en  el acto conquistador. La fe y el afán de lucro de los españoles, la libertad y la capacidad de actuar unidos de los mapuches, son algunos de los temas que atraviesan la reconstrucción libre del conflicto armado  entre ambos pueblos. Labarca hace gala de un gran dominio del lenguaje, mezclando estilos y maneras de abordar a sus personajes o su tema, lo que redunda en un texto que vibra con fuerza y desgarro. Mientras tanto, en la otra serie, el traductor revive a su manera el choque de las dos culturas. El libro tiene una moraleja implícita, pero no molesta –precisamente- por la calidad de la propuesta.

Eduardo Labarca. Anaya & Mario Muchnik, Madrid, 1994. 421 páginas.

Cuestión de astronomía

Artículo publicado en la revista Caras número 297, 11 de marzo de 1996

cuestión de astronomíaLópez-Aliaga ganó el premio para cuentos inéditos del Consejo Nacional del Arte y la Cultura 1995. Se trata de un autor que recién se interna en la década de los treinta y que ha escrito tanto poesía como cuento. Es fácil presumir, entonces, que pronto se incorporará a la ya nutrida colección de novelistas jóvenes chilenos. La mención a su edad no es casual: su opción por el relato en primera persona es casi una marca de fábrica, al igual que el relativo hastío y la mediana desolación que envuelven a muchos de sus personajes. Igualmente, el carácter iniciático de varios relatos (primeros amores, primeros trabajos) los remite a una especie de fórmula que ha circulado, con distinto éxito, por muchas obras primerizas de los años recientes. Ello no le resta mérito a su propuesta, pero sí le quita el brillo de la originalidad.

En todo caso, este apronte lo muestra como un narrador seguro de lo que hace, dueño de un tono narrativo convincente y parejo. López-Aliaga no apuesta por la innovación o los experimentos, sino que quiere limitarse a contar historias cotidianas, con protagonistas cotidianos. En entorno es el de la transición, “Cóndor” Rojas incluido, con algunos episodios internacionales intercalados entre barrios capitalinos y los infaltables bares y parrilladas que adornan, más que la ciudad misma, el imaginario criollo. Algunos rasgos de humor levantan el tono general del conjunto, que se lee con rapidez y facilidad.

El mayor problema de sus relatos es que el final es perfectamente previsible. Y esto, tratándose de cuentos, no es pecado venial. Los personajes protagónicos tienen un sospechoso parecido unos con otros, a tal punto que, con otra estructura, un orden distinto y un buen esfuerzo de ensamblaje, el libro podría haber dado paso a una novela, iniciática por cierto. Escapan del esquema unas pocas narraciones y algunos personajes secundaros sumamente característicos de la fauna santiaguina, muy bien rescatados por el autor.

En definitiva, se trata de un narrador talentoso, seguro en el manejo de su estilo, pero muy amarrado todavía a su propia circunstancia para dejar volar su imaginación y dar paso a relatos más atractivos.

Luis López- Aliaga. Mondadori, Santiago, 1995. 154 páginas.

 

 

El porvenir es largo

Artículo publicado en la revista Caras número 144, 18 de noviembre de 1993

Impactantes memorias del filósofo Louis Althusser

“¡He estrangulado a Hélène!”

El domingo 16 de noviembre de 1980, en su departamento de París, el filósofo Louis Althusser estranguló a su esposa, Hélène. Pocos meses después, el tribunal concedió al filósofo el beneficio de la sentencia de “No ha lugar”, liberándolo de culpa a causa de sus graves trastornos síquicos. Althusser no pudo, pues, ni siquiera intentar una explicación: fue sepultado, sin más, bajo la losa sepulcral del silencio. Años después, ya liberado del encierro en hospitales psiquiátricos, pudo escribir, en 1986, el impresionante testimonio de su vida y de su crimen, publicado póstumamente- murió en 1990- con el título que él mismo eligió: El porvenir es largo. Acaba de aparecer en nuestras librerías.

althusser¿Qué puede ser peor, el juicio público, la defensa pública, la sentencia por un tiempo preciso -durante el cual se considera que el criminal «paga su deuda» con la sociedad-, o el silencio total bajo la losa del no ha lugar? Es lo que Althusser se interroga en las páginas iniciales de su libro. El criminal sicópata, cercenado de todo derecho a voz, aislado por tiempo indefinido en un pabellón para locos, desaparece, literalmente, de la vida pública. Restringido su derecho a visitas, al contacto con abogados, con parientes, con colegas, reducido a la rutina de los médicos y los enfermeros, el criminal beneficiado por el no ha lugar no tiene manera de restablecer su contacto con la realidad, salvo el difícil camino de la recuperación de su bienestar síquico en un ambiente que no lo favorece, sino todo lo contrario, y, aun, expuesto a que los médicos tratantes reconozcan -o no- su eventual mejoría.

Nada de esto justifica, por cierto, el crimen, y el primero en saberlo es Althusser, tremendamente consciente -a posteriori- del hecho atroz de haber dado muerte a la mujer que amaba por sobre todas las cosas, su nexo más fuerte con ]a realidad, su impulso más decisivo para toda su carrera de filósofo y profesor. Por lo mismo es tan fuerte la voluntad expresiva de A]thusser, en busca no de una justificación, no de la legitimación de su asesinato, sino de la explicación de las circunstancias -dolorosas, crueles, terribles- que permitieron que se cometiera. De paso. en un autoanálisis que deslumbra por su claridad y por su falta de complacencia consigo mismo, Althusser pasa revista a todos aquellos sucesos que lo marcaron y estructuraron su personalidad. Parte de ello lo constituye su singular trayectoria filosófica, que lo levantó como uno de los más importantes pensadores marxistas del siglo.

Fantasmas de la infancia

Althusser nació en Argel, en ese entonces capital de la colonia francesa de Argelia, en 1918. Dos parejas de hermanos están en el origen de su tragedia vital: Charles (su padre) y Louis Althusser, por una parte; y las hermanas Lucienne (su madre) y Juliette Berger. Amigos los padres, no tardaron en concordar el matrimonio de sus hijos: Louis con Lucienne y Charles con Juliette. Pero, en el transcurso de la Primera Guerra Mundial, Louis murió en un accidente aéreo, y su hermano Charles optó por pedir la mano de su prometida, Lucienne. Esta última, que adoraba a Louis, tranquilo, estudioso y puro como ella, se vio repentinamente en los brazos de Charles. Según el hijo de ambos, Lucienne jamás pudo recuperarse de la impostura, y amó a través del hijo a su hombre ausente. Dolorosa sensación de irrealidad, de no existir o de existir solo en el recuerdo de otro, tal es el primer y central fantasma en la historia del filósofo, que marcó –junto a otras fobias de su madre y a la ausencia del padre, no tanto fisica, sino más bien como ausencia del ejercicio de la función de tal- el crecimiento de Althusser. Niño aislado de los otros niños, dedicado al amor por su madre violada y violentada por su padre, con la aterradora sensación de no existir realmente, sobrevivió, sin embargo, y creció soportando las agudas tensiones que desembocarían, más tarde, en prolongadas depresiones y periodos posteriores de exaltación. Sólo a los 27 años, Althusser supo que la excitación sexual podía concluir en un orgasmo; a los 29, cuando conoció a Hélène, no sólo era virgen, sino que además nunca había besado a una mujer. La extraordinaria lucidez del análisis, casi maniática en el detalle y el tramado argumental, hace virtualmente imposible sintetizarla en breve espacio. Por lo demás, Althusser escribió el libro, entre otras razones, para volver a sumergirse en el anonimato, diciendo todo lo que era posible decir sobre sí mismo y comentándolo ampliamente, de tal manera de no dejar el hueco para voces ajenas que intentaran «tener ideas» sobre él.

Hélène, la desesperada

Althusser - HeleneAl regreso del campo de concentración, ya militante del Partido Comunista Francés (PCF) e iniciado en los estudios superiores, Althusser conoció a Héléne, mujer ocho años mayor que él y, si cabe, aún más desesperada. Su madre esperaba un hijo y, en lugar de él, se encontró a una niña morena y fea a la que odió hasta su muerte. A los 12 años, el padre de Hélène enfermó de cáncer y ella lo cuidó. Cuando llegó el momento de la agonía teminal, el médico solicitó a la hija que fuera ella quien administrara la dosis de mortina que le traería el definitivo descanso. Un año después, la misma situación se repitió con la madre que la odiaba. Durante la segunda guerra mundial, todos los amigos de Hélène, comunistas como ella, fueron apresados y fusilados por los nazis. Al término del conflicto, Hélène, perdidos los lazos con el partido y en medio de la más absoluta miseria, reflejaba en su rostro todo el dolor de una existencia marcada por la muerte y la desgracia. El impulso irrefrenab]e de Louis fue de salvarla a corno diera lugar, de su pobreza, de su aislamiento, de su fama de mujer con un terrible carácter. Que Althusser la amó, no cabe duda. A su manera, claro, con sus neurosis a cuestas, con su afán de mantener reservas, de dinero, de alimentos, de libros; pero también de amigos y de mujeres, para prevenir la horrible posibilidad de que Hélène lo abandonara y lo devolviera, una vez más, a la soledad que lo cercaba desde niño.

Filósofo y político

Althusser da cuenta de la peculiar relación que existe entre la filosofía y su vida personal, en un análisis sorprendente que lleva a la conclusión de que la formulación de una cosmovisión filosófica es mucho menos el resultado de la reflexión pura, que el resultado de la particular puesta en marcha de obsesiones personales derivadas de la propia historia. De esta manera, esa visión de la filosofía que se sintetiza en la imagen de subir a hombros de un gigante y, desde esa altura, mirar un poco más lejos que los antecesores en la tarea del pensar, se ve brutalmente refutada. El recurso al texto de los filósofos, a la historia de la filosofía, y su atenta lectura (trepar por el cuerpo del gigante), frecuente manera de entender el aprendizaje y la práctica de la filosofía (que, como se puede deducir prontamente, no lleva muy lejos, por el ingente corpus de lectura que el fatigado aspirante a filósofo debe enfrentar), sufre un serio golpe ante este teórico famoso que se reconoce no solo un mal lector (incluso de Marx), sino que también hace gala de deducir, a partir de frases sueltas, el pensamiento o la Iínea central de pensamiento de un libro o de un autor, tremenda refutación del hábito de recorrer una por una, con ánimo reverencial, las palabras de algún filósofo, elaborando al propio tiempo comentarios que enriquecen (o simplemente aumentan) el ya desmesurado corpus textual del autor y sus referencias.

Althusser - Para leerSus relaciones con el marxismo canónico y el Partido Comunista Francés nunca fueron buenas. Sus puntos de vista, bastante poco ortodoxos, desembocaron en una lectura de Marx que pretendía restituirlo al propio rigor de su pensamiento, desechando sus incongruencias y pensando lo que debió haber pensado sobre sus propios supuestos. Borraba así de un plumazo las interpretaciones literales de Marx, la lectura reverencial y el apego a la letra, así como la tradición soviética y estalinista. Nunca renunció, ni en la etapa más tardía de su vida, a sus postulados, a su afirmación del valor del materialismo, a la utopía de arribar, alguna vez, a una sociedad en la que no existan relaciones mercantiles. Pero su opinión acerca de la Unión Soviética y de los socialismos reales, aun antes de su estrepitosa caída, era durísima. Para Althusser, la transición del capitalismo al socialismo vía socialismo de Estado -el modelo que se puso en marcha en la Unión Soviética y sus satélites- era, simplemente, mierda, un río de mierda. Respecto del PCF, a pesar de reconocer que no había una mejor escuela para la formación intelectual y práctica de militantes dedicados a la consecución del objetivo de luchar por una sociedad sin clases, le enrostra no sólo corrupción, burocratismo y dogmatismo, sino también lo acusa de traición a quienes se debía en primer lugar, los proletarios. Traición durante la segunda guerra mundial, por un equivocado alineamiento con la política de pactos de Stalin; y traición durante los sucesos de mayo de 1968, cuando el temor a las masas soliviantadas e izquierdizantes llevó al PCF, según Althusser, a renunciar al triunfo en una situación que sólo cabía definir como revolucionaria.

En suma, se trata de la notable aventura mental y política de un inlelectual metido de lleno en la historia de su época. Althusser opina largamente acerca de las figuras del pensamiento francés contemporáneo –Sartre, Derrida. Merleau-Ponty, Foucault-, de los dirigentes del PCF, de los sucesos de mayo de 1968, de la política del partido. No es preciso, ni mucho menos. compartir sus tesis para acompañarlo en un recorrido que deslumbra por su claridad y rigor, por la generosidad de su pensamiento y el respeto de Althusser por el pensamiento de otros. Como señala en el libro, «aunque se crea y se diga de derechas, eso me da igual, me interesa todo pensamiento cuando no se contenta con palabras, cuando atraviesa la capa ideológica que nos aplasta para llegar, como por un contacto físico material (una modalidad más de la existencia del cuerpo), a la realidad totalmente desnuda».

Los hechos

Toda la polémica trayectoria de este filósofo. gran formador de intelectuales y creador de su propia escuela de pensamiento, pareció romperse en ese domingo de otoño de 1980.

¿Qué ocurrió antes del crimen, qué desató la tragedia? Ya está dicho que Althusser sufría de frecuentes depresiones, que requerían hospitalización y medicación. En 1980, debió someterse a una operación para corregir una hernia al hiato. La anestesia total y ]a intervención quirúrgica en su cuerpo desataron no solo una melancolía aguda, muy diversa a sus anteriores depresiones, sino también un profundo cambio fisiológico, alterando su reacción a determinadas drogas. El primero de junio ingresó a una clínica y fue tratado mediante el método acostumbrado por los médicos de Althusser, la aplicación de niamida, un antidepresivo que usualmente era elicaz, pero que ahora tuvo los resultados opuestos: cayó en un grave estado de confusión mental, de onirismo y de persecución suicida. Solo estaba pardalmente recuperado cuando volvió a su departamento de la Ecole. Una vez en casa, su relación con Hélène empeoró a tal grado que ella amenazó con dejarlo de la manera más definitiva posible: mediante el suicidio. «Vivíamos encerrados los dos en la clausura de nuestro propio infierno», escribe Althusser. Incluso ella llegó a rogarle que la matara. Así, en esa mañana de domingo, luego de varios días de encierro en que no contestaban el teléfono ni abrían la puerta, y a solo tres días de que se concretara, a instancias de su analista, un nuevo período de hospitalización, Althusser, como acostumbraba, comenzó a darle masajes en el cuello a Hélène.

Althusser - Spectacol-Viitorul-dureaza-indelung«En esta ocasión, el masaje es en la parte delantera de su cuello. Apoyo los dos pulgares en el hueco de la carne que bordea lo alto del esternón y voy llegando lentamente, un pulgar hacia la derecha, otro un poco sesgado hacia la izquierda, hasta la zona más dura encima de las orejas. El masaje es en V. Siento una gran fatiga muscular en los antebrazos: en verdad, dar masajes siempre me produce dolor en el antebrazo.
“La cara de Hélène está inmóvil y serena, sus ojos abiertos. miran al techo.
«Y, de repente, me sacude el terror: sus ojos están interminablemente fijos y, sobre todo, la punta de la lengua reposa, insólita y apacible, entre sus dientes y labios.
“Ciertamente, ya había visto muertos, pero en mi vida había visto el rostro de una estrangulada. Y, no obstante, sé que es una estrangulada. Pero, ¿cómo? Me levanto y grito: ¡He estrangulado a Hélène!».

El filósofo se hundió entonces en una larga noche de delirio, de la que emergió definitivamente al cabo de tres torturantes años. La suma de imponderables -su alterado estado síquico, el encierro en su infierno de a dos, la pasividad de la misma Hélène y los impulsos autodestructivos que perseguían a ambos- se combinaron en el momento preciso para desencadenar la tragedia. Y, sin embargo. Althusser, en principio condenado a la losa sepulcral del silencio en hospitales siquiátricos de por vida, pudo sobreponerse y escribir el asombroso, lúcido y bello testimonio que da cuenta a la vez de su desgracia, de su locura y de su esperanza.

Epílogo

El caso Althusser levantó inmediatas polémicas. Algunos se portaron con decencia; otros aprovecharon la oportunidad de pasarle la cuenta a un filósofo marxista responsable de la  formación de varias generaciones de profesores y filósofos, estableciendo igualdades del tipo marxismo=crimen, filosofía=locura.

Mientras tanto, en sucesivos hospitales siquiátricos -el de Sante Anne, del Estado; el de Soissy, privado-, Althusser daba una prueba más de su excepcional capacidad de sobreponerse a la muerte, a la muerte que lo perseguía desde niño con el fantasma de su tío Louis, y concretada finalmente en la muerte de la única persona que creía realmente en su existencia, la única persona, en definitiva, que lo hacía existir: Hélène, y por sus propias manos.

«Creo haber aprendido -escribió al final del libro- qué es amar: ser capaz, no de tomar iniciativas de sobrepuja sobre uno mismo y de ‘exageración’, sino de estar atento al otro, respetar sus deseos y sus ritmos, no pedir nada pero aprender a recibir, y recibir cada don como una sorpresa de la vida, y ser capaz, sin ninguna pretensión, tanto del mismo don como de la sorpresa para el otro, sin vìolentarlo en lo más mínimo».

Lección aparentemente simple, que, sin embargo, le costó a Althusser la pérdida más grande posible. Al cabo, pudo decir que “la vida puede aún, a pesar de sus dramas, ser bella. Tengo sesenta y siete años, pero al fin me siento, yo que no tuve juventud porque no fui querido por mí mismo, me siento joven c:omo nunca, incluso si la historia debe acabarse pronto.
Sí. el porvenir es largo».

Mis reseñas de Roberto Bolaño en Caras

Estrella distante
Caras, 23 de diciembre de 1996

59f4a-estrellaAunque su nombre es más bien desconocido en el país, se trata de un novelista chileno que ha tenido un enorme éxito de crítica. Sobre todo, con La literatura nazi en América (Seix Barral, Barcelona, 1996; 237 páginas), una novela cuya impresionante eficacia narrativa radica en la superposición de territorios imaginarios -el mapa literario de América sobre el mapa de la narrativa nazi- y de ambos sobre el trazado cultural y geográfico del continente, en un revelador y apasionante juego de sombras y contrastes.

Estrella distante es ni más ni menos que la extensión a novela de uno de los episodios de la obra anterior a Bolaño, «Ramirez Hoffman, el infame». En Concepción, antes del golpe militar, un personaje inquietante deambula por los talleres literarios de la universidad penquista, integrados mayormente por personajes que hablaban “en argot o en jerga marxista mandrakista”. Es poeta, efectivamente, pero su escritura tiene algo de distanciado, de ajeno, que pone nerviosos a sus interlocutores. El golpe revela su verdadera identidad: se trata del capitán de aviación Carlos Wieder, cuyo concepto del verdadero arte está demasiado lejos de los modelos convencionales. No es sólo la estela de muertes tras de sí lo que convierte a Wieder en un personaje de leyenda, sino su particular y siniestro credo estético. Su trayectoria es seguida de lejos por el narrador, tanto en Chile como en el exilio, con la fascinación y el terror que despiertan los personajes de múltiples caras y una sola idea.

La estructura no es, obviamente, convencional, pero su novedad pasa casi inadvertida al ritmo de una trama que no otorga respiro al lector. Espacios, texturas y personajes de rara originalidad dan cuerpo a una obra notable por su capacidad de remecer las convenciones –literarias y sociales– vigentes en el país.

Una escritura tan poderosamente original y reveladora merece mucho más difusión de la que ha tenido. Aunque, como suele ocurrir en el caso de los que realmente valen, la recomendación “boca a boca” ha significado que los libros de Bolaño desaparezcan con rapidez de las vitrinas.

Roberto Bolaño. Anagrama, Barcelona, 1996. 157 páginas.

Llamadas telefónicas
Caras, 23 de enero de 1998

9c90e-llamadasLa aparición de Bolaño en nuestro medio literario, aún cuando ya había publicado cinco libros de poesía y tres de narrativa, se produjo bruscamente con la distribución de sus dos siguientes obras, La Literatura nazi en América y Estrella distante, ambas de 1996. Con la mayor parte de su trayectoria realizada en España y sumamente reacio a dar entrevistas, el autor de Llamadas telefónicas mantiene abierta una curiosidad que sólo puede satisfacerse mediante la lectura de sus libros: y aquí está su estupenda colección de cuentos para hacerlo.

El libro está estructurado en tres partes, cada una titulada como el último relato de cada sección (y a su vez, el de la primera parte el título al conjunto total). Y efectivamente, aunque de manera elástica y casi imperceptible, los relatos de cada subgrupo tiene rasgos comunes. En el primero, los personajes son escritores o tienen alguna ligazón con la literatura; en el segundo, “Asesinos”, la muerte –o la amenaza de muerte– es una presencia más leve o más poderosa, pero constante; y el último, “Vida de Anne Moore”, reúne cuatro relatos sobre mujeres. Pero más allá de esta división, el libro denota una sorprendente continuidad y coherencia en el estilo al que Bolaño comienza a acostumbrarnos: historias de personajes que están en el margen, en algún margen, en el borde de la desesperación, de la sicosis, del desarraigo; historias que se construyen, sin embargo, en el tono casi monocorde de lo más cotidiano y vulgar de cualquier existencia. Paralelamente, Bolaño asume plenamente el juego de la cita, de la parodia, de la literatura dentro de la literatura, multiplicando las referencias sin que ello se haga sentir en la lectura. De hecho, en lo que también parece ser su marca de fábrica, remitir a su propia obra, uno de los mejores relatos del libro -“Joanna Silvestri”– es la ampliación de un fugaz episodio de Estrella distante. Hay que señalar, también, que Bolaño se muestra aquí como un maestro en los finales abiertos, cuestión siempre difícil de resolver en las narraciones cortas.

El denso mundo narrativo de Bolaño recorre lugares de muy diversa geografía; España, en muchos cuentos, pro también México, Rusia, Estados Unidos, Chile. Las referencias políticas y sociales están aquí asumidas como parte de la realidad, y no como un factor desencadenante de la trama, lo que multiplica la eficacia narrativa de esta propuesta. En síntesis, Bolaño confirma aquí todas sus virtudes que lo señalan inequívocamente como el escritor más promisorio de su generación.

Por Roberto Bolaño. Anagrama, Barcelona, 1997. 205 páginas.

La pista de hielo
Caras, 11 de diciembre de 1998

e5317-pistahieloEl escritor chileno Roberto Bolaño vino al país, tras más de 20 años de ausencia, al lanzamiento de esta novela, publicada previamente y en edición limitada en 1993 como ganadora del Premio de Narrativa Ciudad Alcalá de Henares. En consecuencia, este libro es anterior a las obras que lo abrieron una gran ventana en el ámbito literario hispanoamericano, La literatura nazi en América, Estrella distante y Llamadas telefónicas. No por ello, sin embargo, se trata de una obra menor u olvidable; al contrario, revela, una vez más, la extrema ductilidad de estilo de Bolaño y marca también algunos de los temas que no cesa de invocar en el conjunto de la narrativa más interesante que ha producido un escritor de esta generación.

La pista de hielo se sitúa en el balneario de Z, en la costa mediterránea catalana, un pueblo que vive su esplendor en los meses de verano y languidece en calma durante el invierno. Tres narradores alternan sus voces: un chileno poeta y escritor, Remo Morán, responsable de un texto delirante, “San Bernardo” –resumido en uno de los capítulos-, protagonizado por un santo, un perro o un hombre que responde al nombre de Bernardo. Pero Morán vive de tiendas de bisutería, hoteles, bares y campings, alejado por completo de la escritura. El segundo narrador es un poeta mexicano, lejano amigo de Morán, que asume un trabajo como guarda del camping de este último. El tercero es Enric Rosquelles, funcionario del municipio, un gordo con una alta opinión de sí mismo. Circulan además por sus páginas una bella patinadora, una joven vagabunda que suele portar un enorme cuchillo, una revenida cantante de ópera que vive de la caridad, un misterioso mendigo que responde al apodo de El Recluta, y una pequeña galería de personajes que completa el reparto de una trama cuyo rumbo se encamina, inequívoco, a la tragedia, pero con un lenguaje, una distancia y una saludable dosis de humor negro que evitan toda tentación de exagerado dramatismo.

La trama es simple, con contrapuestas historias de amor, con una estafa de por medio y un solitario caserón, el palacio Benvingut, en donde se concentran los hilos del relato. La pista de hielo podría leerse como una historia policial, puesto que hay un crimen de por medio; pero basta conocer un poco la narrativa de Bolaño para advertir, de entrada, que lo que importa es otra cosa, no el cuchillo o el asesinato, sino la vida marginal y castigada de la mayoría de los personajes, cuya búsqueda errabunda parece limitarse a encontrar un lugar en donde apenas sobrevivir. Parece: porque la historia, aun con esos ingredientes y personajes, abre paso a otras realidades, a otros encuentros, a aquello que el lector atento sabrá descubrir y apreciar.

Por Roberto Bolaño. Planeta, Santiago,1998. 188 páginas.

Los detectives salvajes
Caras, 22 de enero de 1999

97e5e-detectivesA un ritmo vertiginoso, Roberto Bolaño ha ido construyendo la obra más significativa y poderosa de la narrativa chilena de las últimas décadas. Tras la edición en Chile de La pista de hielo, una de sus primeras obras, vino pronto desde España su más reciente y más ambiciosa obra, Los detectives salvajes, de una extensión correspondiente con el espíritu que anima sus páginas. Abarcadora y total, pone en movimiento temas ya característicos de la narrativa de Bolaño: el exilio de su más amplia acepción, o, más bien, el desarraigo como una característica de los tiempos; la vida de los escritores y el sentido (o sin sentido) de escribir; la instalación del azar como un poderoso motor de la narración.

Los detectives salvajes abre con el extenso diario de un poeta mexicano, Juan García Madero, en 1976, que narra su encuentro con los poetas real visceralistas y sus dos líderes, el chileno Arturo Belano (alter ego del autor) y el mexicano Ulises Lima. Concluye el diario cuando ellos tres y Lupe, una prostituta mexicana perseguida por su patrón, huyen hacia Sonora, con la tarea de descubrir las huellas de Cesárea Tinajero, poeta fundadora de un movimiento que antecede y prefigura la estética real visceralista. En este punto, la novela abre paso a su sección más extensa, entregada a una multiplicidad de voces que narran sus encuentros a veces sumamente laterales con Belano y Lima, que se prolonga hasta 1996; y, finalmente, retoma el relato García Madero, con lo que ocurrió después de su partida hacia Sonora.

Tal vez uno de los rasgos más notables de esta novela es el doble juego entre la investigación de Belano y Lima tras las huellas de Cesárea Tinajero y la investigación, por así decirlo, del narrador tras las huellas de Belano y Lima. Los personajes de la novela son los testigos de esta búsqueda. Cada uno en escenarios tan diversos como Barcelona y Tel Aviv, París y Viena, Nigeria y Nicaragua, aporta una pieza al puzzle, aunque en muchos momentos sus historias alcanzan un perfecto nivel de autonomía, relatos dentro del relato, cuentos que podrían leerse en forma independiente, pero que son, en realidad, parte de una novela extraordinaria en la que Bolaño despliega sus recursos narrativos y su desencantada visión del mundo. Con un rigor asombroso, el autor somete a juicio a toda la literatura latinoamericana del siglo y a buena parte de la historia, siempre en nombre del empeño de sus personajes protagónicos por descubrir las huellas secretas que pueden revelar el sentido de la poesía y de la vida.

No se equivocan ni exageran los críticos que comparan esta novela con Rayuela y otras obras fundacionales del boom de los sesenta. Bolaño ha elaborado una propuesta compleja y múltiple, que, nuevamente, reinventa el arte de escribir novelas y remece el sentido de la escritura.

Por Roberto Bolaño. Anagrama, Barcelona, 1998, 616 páginas.

Amuleto
Caras, 21 de julio de 1999

04441-amuletoEn esta columna se habló de Los detectives salvajes como la gran novela del desarraigo latinoamericano, que exploró tres décadas de la convulsa historia (literaria y política) de este continente. Uno de los muchos episodios de este vasto fresco cuenta la historia de una poetisa uruguaya que permaneció quince días encerrada en el baño de la Facultad de Filosofía de la Universidad Autónoma de México en 1966, cuando el ejército y los granaderos violaron la autonomía universitaria y detuvieron o expulsaron a todos los habituales ocupantes del campus, excepto a Auxilio Lacouture. Es este episodio el que Roberto Bolaño, conforme a un procedimiento ya habitual en su narrativa, extiende a novela. Novela breve y menor, según indicó el autor en una entrevista reciente, porque está escrita en primera persona, y las grandes obras, según él, se escriben en tercera persona. Independientemente de la validez de esta provocativa afirmación, lo cierto es que Amuleto no “pesa” lo mismo que la anterior, sin por ello dejar de ser una estupenda novela.

¿Por qué Auxilio Lacouture y sus quince días encerrada en el baño? ¿Por qué este episodio, entre tantos otros que dan para entender el riquísimo mundo narrativo del autor, es el que quedó como deuda pendiente dentro de Los detectives salvajes? Se debe, probablemente, al carácter emblemático que los hechos de 1968 (la toma de la universidad y la matanza de la Plaza de Tlatelolco) tienen para la década de los sesenta. Y se da aquí una curiosa paradoja: Amuleto es una de las novelas más políticas del autor y, sin embargo, es también la que más se deja llevar por el ritmo poderoso del sueño y el delirio de la poetisa encerrada en el baño, que revive e inventa sin transición escenas o historias en donde se pierde completamente la distinción entre la historia y la fantasía. Sucesivos fantasmas asoman en la conciencia errante de Auxilio y el hilo de la narración oscila y vuelve permanentemente a la luna que recorre las baldosas, mientras ella, con su boca privada de dientes, se tapa pudorosamente la boca cuando enfrenta a sus personajes, a sus recuerdos, a sus fantasías, a los seres evocados por su delirio. Entonces va tomando forma un oblicuo (y no por ello menos eficaz) homenaje a quienes lucharon por cambiar el mundo en esos años. Un antiguo mito griego se enlaza con los vaivenes de la política latinoamericana y los frustrados intentos revolucionarios, dos tragedias se unen y ganan fuerza y sentido para dotar a Amuleto, pese a su carácter menor, de un papel central en la narrativa de Roberto Bolaño.

Por Roberto Bolaño. Anagrama, Barcelona, 1999. 154 páginas.

Monsieur Pain
Caras, 7 de enero de 2000

22114-monsieurpainEscrita a comienzos de la pasada década, esta novela de Bolaño (publicada originalmente con el título de La senda de los elefantes) pertenece al grupo de obras que el autor señala como “dinosaurios” dentro de su trayectoria de escritura, al igual que Consejos de un discípulo de Joyce a un fanático de Morrison, escrita junto a Antonio García-Porta, y La pista de hielo, reeditada por Planeta en Chile. Y si bien ésta última ya puede asimilarse, aunque sea lateralmente, al ciclo narrativo que gira en torno a Los detectives salvajes, las dos primeras responden a otras obsesiones y rumbos.

Consejos…es una obra sumamente curiosa, que funde reflexiones literarias con las andanzas de una pareja de jóvenes sicópatas asesinos de Barcelona, muchos años antes de que el cine de Hollywood popularizara el tópico. Monsieur Pain, con el mérito de ser la primera novela enteramente escrita por Bolaño, contribuye en varios sentidos a afirmar la cronología y el recorrido del autor. Partamos por lo más circunstancial: la novela ganó dos premios y fue editada, lo que está narrado en uno de los cuentos de Llamadas telefónicas. Estos premios, según la nota escrita por Bolaño para esta edición, son los más importantes que ha recibido, “premios búfalo que un piel roja tenía que salir a cazar pues en ello le iba la vida”. El escritor a la intemperie, en el descampado, tuvo finalmente la recompensa por sus desvelos, lo que no disminuye en nada su reconocimiento por los primeros trofeos.

En un sentido muy diferente, Monsieur Pain revela a un Bolaño ya dueño de su talento narrativo, pero con un tono distinto y algo rígido todavía en el desarrollo de la historia, aunque ésta, desde luego, ya evidencia algunas de sus obsesiones y temáticas. Por de pronto, la relación con los libros y la literatura; el argumento circunda y rodea al poeta César Vallejo, agonizante en un hospital parisino, y los textos sobre el mesmerismo o curación por la hipnosis son abundantemente citados. El epígrafe cita a quien más contribuyó a divulgar esa teoría, Edgar Allan Poe, con su relato Revelaciones mesméricas. Pero sólo lo rodea, puesto que la historia cuenta de una oscura conspiración que tiene en su centro al poeta y al mesmerista Pain, llamado a última hora para tratar de sanar al enfermo. En sus intentos por acceder a Vallejo, Pain va encontrando personajes siniestros de ocultas motivaciones y conoce la existencia un París sepulcral y siniestro muy distinto del habitual. Y, como suele ocurrir con Bolaño, nada es simple y todo giro de la novela, por inexplicable que parezca, tiene un sentido oculto. Así, una conspiración conduce a otra, a acontecimientos ya lejanos en el tiempo. Esas verdades acechan a un tranquilo, tímido y algo timorato Pierre Pain, que a sus cuarenta y tantos años sólo ha descubierto formas calmadas de resistir la angustia, y sólo terminan de ensamblarse en el Epílogo de voces: la senda de los elefantes que cierra el libro con datos biográficos (o datos simplemente) sobre algunos de los personajes del libro.

En suma, una novela con algo más que valor arqueológico, que muestra un narrador fuera de su círculo habitual con personajes distintos y en otro entorno, que trae ecos de lecturas y preocupaciones probablemente ya superadas o, mejor dicho, trabajadas y transformadas en las obras posteriores que han merecido el justo reconocimiento de la crítica y los lectores.

Por Roberto Bolaño. Anagrama, Barcelona, 1999, 171 páginas.