El caso Morel

Publiqué esta entrada en mi antiguo blog el 6 de febrero de 2008, hace poco más de diez años. Es el comienzo de mi larga historia como lector de Rubem Fonseca.

morelEn 1981 o 1982 –no recuerdo bien, porque en ambos años fui de vacaciones a Chiloé- estaba ya iniciando el regreso y se me acabó la lectura que había llevado. En Ancud, sin muchas esperanzas, entré a una suerte de paquetería-librería que tenía algunos libros en la vitrina. Nada conocido, lo que parecía confirmar mi temor de quedarme sin nada que leer en el viaje de vuelta. Pero me tentó un libro, a pesar de su tapa de horroroso color rosado, que se llamaba El caso Morel. El autor, Rubem Fonseca, brasileño, era totalmente desconocido para mí. El texto de la contraportada decía poco: que la novela era policial, que la primera edición había sido requisada por la policía de su país, que era la primera de un escritor-abogado y ex policía que había publicado previamente un par de volúmenes de cuentos. Me lo llevé.

Y me gustó muchísimo. Tanto, que presté el libro sucesivas veces hasta que desapareció en manos desaprensivas. Leí muchos otros de Fonseca, que sigue publicando aún, pero echaba de menos esa novelita por la inolvidable sensación de arriesgarse con un perfecto desconocido que resulta ser un descubrimiento notable. La encontré hace poco en una de las librerías de viejo de Providencia frente a Miguel Claro al muy módico precio de mil pesos, y la releí feliz. Ahora me sorprendió lo que tiene de adelantada para su época. Es, creo, el texto más experimental de Fonseca; su escritura es frontal, directa, acorde con los procedimientos bastante universales de la novela negra. El caso Morel, sin embargo, se desarrolla en dos planos muy nítidos, con una novela dentro de la novela que es también la clave que el abogado Vilela utiliza para resolver el enigma de un crimen que parece no tener motivación y cuyas huellas son totalmente circunstanciales. En ese sentido, la novela no sólo es magistral, sino también pionera en la corriente por la que han circulado desde Vila-Matas hasta Bolaño, por nombrar algunos escritores que han hecho de la ficción dentro de la ficción una de sus principales herramientas de trabajo. No ha sido reeditada. Hoy pasé de nuevo por las librerías de viejo y había otro ejemplar a la venta.

PD: luego de buscar infructuosamente el libro para escanear la tapa, renuncié y subo la nota sin ella. Debe estar por ahí. No voy a comprar de nuevo la novela, no ahora, por lo menos; capaz que tenga que esperar otros 25 años para guardarla donde corresponde.

Coda de 2018

morel 2Esa edición ya no está en mi biblioteca. Supongo que la exilié porque tengo la estupenda edición de Tajamar, con traducción de John O’Kuinghttons al castellano de Chile. En este blog he puesto muchas de mis reseñas de libros de Fonseca; no sé si todas, porque debe haber más de alguna perdida por ahí. Me dio mucho gusto, a propósito de Tajamar, haber podido reseñar  su novela más ambiciosa, El gran arte, que leí primero en la edición ochentera de Seix Barral y luego en la de la editorial chilena, a fines de 2008.

Y todo esto me vino a la memoria porque acabo de leer y reseñar su penúltima obra, Historias cortas, en El Sábado. La editó Tusquets, eso sí.

Lucía McCartney

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 21 de junio de 2014

Fonseca- Lucía McCartney- boceto 2-solo tapaEs digno de aplauso que la editorial Tajamar prosiga en su empeño de publicar en Chile obra tras obra del brasileño Rubem Fonseca. El abogado nació en 1925 y comenzó a publicar ficción a los 38 años, pero el reconocimiento oficial del mundo literario solo vino en 2003, cuando recibió el Premio Juan Rulfo en Guadalajara, y el Camoes, el más prestigioso en portugués, otorgado por Portugal y Brasil. Es que la narrativa de Fonseca -áspera, directa, mordiente- desató inicialmente el escándalo por su crudeza y la persecución por sus denuncias de los abusos y la corrupción en su país en los años 60 y 70, y ello oscureció, de alguna manera, una recepción más abierta y amplia a textos que oscilan entre la aparente simplicidad del relato policial, la ironía metaliteraria y la densidad estilística y argumental de sus grandes novelas.Lucía McCartney es el tercer libro de Fonseca, publicado en 1967, y no había aparecido antes en castellano. La traducción de John O’Kuinghttons sigue la interesante tónica de otras ediciones del autor brasileño en Tajamar: es al castellano de Chile, con los modismos propios de este país, apuesta que tiene sus riesgos, pero que, finalmente, se revela como un inesperado placer. El libro de cuentos destaca dentro de la obra de Fonseca por varios motivos. Uno importante es que ya muestra una variedad de estilos y temáticas, aunque, por la época en que fueron escritos, están muy en línea con su experiencia como abogado penalista y funcionario de la policía. «El cuarto sello (fragmento)» es quizá el más representativo de esta vertiente: Fonseca imagina una sociedad aún más sujeta a controles y una realidad social más explosiva de lo que ha sido jamás Brasil, y envuelve la despiadada violencia en el lenguaje seco y el amor por las siglas que suele desplegar un buen funcionario. También acá se registra la primera aparición de Mandrake, el abogado que es una especie de alter ego del autor y protagonista de algunos de sus mejores relatos. Mandrake, alias de Paulo Mendes, aparece en el «El caso de F. A.», donde se entremezclan el poder político, la violencia, la explotación de las mujeres y la particular manera en que Mandrake -sin escrúpulos a la hora de golpear o mentir- resuelve los conflictos en que se ve envuelto. En tanto, el cuento «*** (asteriscos)» revela otra faceta, la del escritor que mira con sorna su oficio y desnuda a la vez los mecanismos de la crítica veleidosa y la censura inconmovible.

Rubem Fonseca. Tajamar, Santiago, 2014.182 páginas. 

Novela negra y otras historias

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 26 de mayo de 2012
tapa Novela negraEste libro, de 1992, nunca había sido traducido al castellano. Siempre es una buena noticia que se amplíe el corpus de Fonseca disponible y más cuando se trata de un libro atípico, que coincide en su deriva con una línea narrativa que atraviesa las últimas décadas en autores tan relevantes como Enrique Vila-Matas y Roberto Bolaño: el protagonismo de los escritores y de la literatura en la ficción. Ello es especialmente notorio en la nouvelle que da título a la colección. «Novela negra» es una historia tanto de crímenes como, sobre todo, de escritores y de identidades. Fonseca aprovecha un coloquio sobre el género policial para ofrecer además una suerte de poética, en páginas tan interesantes como mordaces sobre el oficio de escribir y de adentrarse en la caja negra de la mentalidad criminal. En el coloquio participan, entre otros, James Ellroy, que aúlla en público, y P. D. James, que expone de manera muy modosa la visión clásica de la novela policial a la manera inglesa. Pero también está Winner, autor del más exitoso libro del género en los últimos años, Novela negra, un portador de secretos inconfesables que pugnan por salir a la luz. Relato elegante, arroja también una ácida luz sobre la manera en que Fonseca entiende el oficio. Muchas frases no esconden su propósito incendiario y provocador: «Los escritores y los profesores son básicamente personas exhibicionistas. De lo contrario, ¿cómo soportarían el trabajo que hacen?».

Pero, como se trata de Fonseca, los otros cuentos donde los escritores participan son de una cuerda muy distinta. «El arte de andar por las calles de Río de Janeiro» es una suerte de radiografía urbana de la ciudad,  con un escritor obsesivo cuya divisa parece ser lo que le dice a Kelly, una joven prostituta que quiere acostarse con él: «No tengo deseo ni esperanza, ni fe, ni miedo»(y cómo no recordar el lema de Isabel del Este que tanto citó Roberto Bolaño, «sin esperanza ni miedo»). No hay crimen y sí la tristeza y la perplejidad ante la existencia características de buena parte de la narrativa de Fonseca.  El segundo es un apócrifo diario de Joseph Conrad en que el escritor polaco-inglés discute con la sombra de Stephen Crane y su posible influencia en su obra. «El libro de los panegíricos» es otra muestra de los posibles cruces entre la violencia y el sexo, la culpa y el crimen. El resto de los relatos -alguno más débil- completan un volumen que debíamos haber leído antes.

Rubem Fonseca. Tajamar Editores, Santiago, 2012. 189 páginas.

El seminarista / El cobrador

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 18 de diciembre de 2010

el seminarista portadaPocas cosas hay más gratas que el encuentro entre el deber y el placer, entre la obligación de estar al día en las lecturas y el encuentro con la más reciente novela de Rubem Fonseca, quien no pierde, a sus 85 años, el vigor narrativo. Y más todavía cuando El seminarista retoma viejos tópicos del autor y vuelve a tomarle el pulso a la violencia criminal en Río de Janeiro, su ciudad adoptiva (desde los 7 años vive en Río). Es muy interesante apreciar, además, cómo el personaje creció desde un esbozo previo (algunos cuentos contenidos en Ella y otras mujeres, de 2006, historias a las que alude el protagonista) hasta su caracterización plena en una novela que tiene múltiples conexiones con otras previas.El protagonista es un asesino a sueldo, conocido como El Especialista, y está a las órdenes de El Despachante, intermediario entre quien encarga el crimen y quien lo ejecuta. José, o Zé, estudió en el seminario y desde esa época conserva la manía de las citas latinas y un par de amigos que también desertaron de la carrera sacerdotal.Zé tiene una suerte de ética del crimen: si bien nunca lee los diarios o ve noticias para evitar saber, aunque sea por casualidad, quiénes son sus víctimas, no mata a mujeres -salvo las debidas excepciones, claro- ni menos a niños; y, si alguna vez se encarnizó cruelmente en la ejecución, se debió a que el designado para morir era un pedófilo. La trama tiene algo de desquiciado y en algún punto de las sucesivas tramas que se hilan en torno a Zé y su novia el lector puede ver flaquear su fe en la verosimilitud interna del relato; pero, en realidad, eso no es importante. Lo que impresiona en El seminarista es la formidable capacidad de Fonseca para poner en circulación a tipos criminales complejos, cuya posible sicopatía está perfectamente a tono con una sociedad que no sólo los hace posibles, sino que también, de algún modo, los necesita.

tapa El cobradorY la buena noticia es doble: además de esta novela, los editores chilenos lanzaron su edición de El cobrador, de 1979, volumen de cuentos largamente desaparecido de las librerías y uno de los más feroces y contundentes de Fonseca. El protagonista del relato que da título al libro tiene más de un rasgo común con Zé, aunque la violencia inaudita del personaje lo supera largamente y lo constituye en una suerte de prototipo del criminal. Escritos a más de 30 años de distancia, ambos libros conforman un díptico indispensable para abordar a un autor que sigue sorprendiendo por la calidad de su escritura y su radical y desesperanzada mirada sobre la ciudad que lo acoge y la violencia que incuba.

Rubem Fonseca. El seminarista. Tajamar Editores, Santiago, 2010. 156 páginas

Rubem Fonseca. El cobrador. Tajamar Editores, Santiago, 2010. 171 páginas.

Vastas emociones y pensamientos imperfectos

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 9 de enero de 2010

Tapa Vastas emocionesDe las cuatro novelas extensas de Rubem Fonseca, Vastas emociones y pensamientos imperfectos es la única que nunca había llegado a Chile. El autor obtuvo un tardío reconocimiento: recién cuando ganó, en 2003, el Premio Juan Rulfo y el Premio Luis de Camoes, distinción que entregan de manera conjunta los gobiernos de Brasil y Portugal, su impresionante aporte a la novela negra del continente rebasó la frontera de un reducido y fiel grupo de lectores.

Fonseca, que ha vivido casi toda su vida en Río de Janeiro, retrata sin piedad un entorno urbano largamente asediado por la violencia y el crimen, pero también mucho más que eso, especialmente en sus relatos de largo aliento, donde late el pulso febril y complejo de un país que tiene algo de impenetrable. Sus personajes, como el cineasta que protagoniza Vastas emociones…, suelen ser hombres cultos, escépticos y mujeriegos, que de repente son arrastrados por el ritmo vertiginoso del azar. En esta novela, el protagonista se cambia de casa; en la primera noche, recibe a una bailarina de carnaval que le deja una caja. La bailarina muere, la caja tiene piedras preciosas, una banda criminal le sigue la pista. Mientras tanto, recibe una inesperada invitación a filmar en Alemania una película sobre Caballería roja, el volumen de cuentos de Isaak Bábel, que es una de las joyas menos conocidas de la literatura rusa del siglo pasado. El escritor ruso y su libro alcanzan una gran importancia en la trama, que se desdobla y sigue rumbos que llevan desde Río a Berlín Occidental y Oriental, luego a París, a Minas Gerais, a Río, nuevamente, y se enriquece con referencias literarias y análisis políticos: hay un mundo que se derrumba y Fonseca, un gran observador y un escéptico con un sentido finísimo del ritmo de los tiempos, lo atrapa en precisos y certeros rasgos. La novela es, también, un relato policial, y Fonseca se muestra nuevamente como un maestro de la intriga. Las líneas se cierran de manera perfecta y, en este caso, la novela tiene un extraño aire circular; pero, en realidad, quien cambia es, sobre todo, el lector. Es muy difícil leer a Fonseca sin aprender algo sobre nosotros mismos, por el poder revelador de una escritura sin concesiones.

Rubem Fonseca. Tajamar Editores, Santiago, 2009. 278 páginas.

El gran arte

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 27 de diciembre de 2008

Tapa El gran arte«Perdí un diente», dice Ada, la mujer del abogado conocido como Mandrake, protagonista de varias obras de Rubem Fonseca, y se pone a llorar. En realidad, lo que le ocurrió, precisamente por acompañar a Mandrake, es muchísimo más grave. «Parecía más pequeña y frágil, una vieja asustada», piensa el abogado, antes de que ella decida abandonarlo, incapaz de lidiar con sus fantasmas.

Todo ello es un episodio más, y menor, incluso, en la vasta trama de El gran arte, la novela más extensa y ambiciosa de Fonseca. Publicada originalmente en 1983, tuvo una edición española, por Seix Barral, largamente agotada en las librerías; esta nueva edición, a cargo de una editorial chilena y con una nueva traducción (a ratos desconcertante, por la aparición de gruesos chilenismos donde uno menos lo espera), rescata con plena justicia una obra mayor de la narrativa latinoamericana del siglo XX, donde el gran fresco de la violencia que azota muchas ciudades de la región queda retratado a la perfección. La trama que soporta este retrato no sólo corresponde a la mejor tradición de la novela negra, con abogados y policías siguiendo un rastro jalonado de cadáveres; además, se sumerge en la densa trama social del Brasil, en la espesura de los privilegios, en la crueldad de las discriminaciones, en la soberbia de los poderosos, en la brutal iniquidad que condena a los débiles. La primera parte, «Percor» (por «perforar y cortar», nombre de una división de la policía especializada en el uso de armas blancas), pone en escena a los personajes. Una cinta de video perdida va marcando un rastro de sangre -incluyendo las heridas de Mandrake y de Ada-, que en algún momento se cruza con una operación de contrabando de cocaína. La segunda, «Retrato de familia» amplía la mirada hacia la historia de una prominente familia de Río de Janeiro.

Dos primos, especialmente, concentran el foco del narrador. Decadencia y perversidad parecen ir de la mano en esta crónica de época. La violencia desencadenada en la primera parte no se atenúa, aunque ocurre más distanciada, en la segunda, y casi siempre bajo las reglas del «gran arte», el arte de escoger el cuchillo adecuado y darle el uso que corresponde para lograr la mayor efectividad posible en la tarea de matar rápido. Mandrake cita a un poeta griego: «Tengo un gran arte, hiero duramente a aquellos que me hieren». La posible metáfora del poema se torna, en esta novela, en despiadado apego a la letra. El carismático Mandrake, entre sus puros, la afición a la buena comida y sobre todo a las mujeres, un adicto al sexo que resuelve con elegancia e ironía su vocación polígama, es el hilo conductor -y narrador de buena parte del libro- de una historia amplia y revulsiva, cruel y descarnada, implacable en su retrato de la miseria humana, magistral en su desarrollo.

Rubem Fonseca. Tajamar Editores, Santiago, 2008. 319 páginas.

Elogios envenenados (Conrad, Crane, Fonseca)

joseph-conrad-y-su-mundo-9788496867840En 1896, Joseph Conrad bordeaba los 40 años y era ya un escritor consagrado. Según lo retrató Jessie, su esposa, en Joseph Conrad y su mundo (un libro extraordinario, muy cómico y desarmante en su honestidad), era además un hombre de muy mal genio, maniático y de un egocentrismo insufrible. Jessie se lo tomaba con humor, mucho más del que su marido aplicaba en las cosas de la vida. Nada de ello afecta la genialidad de Joseph, por supuesto, pero sí da el pie como para que, con casi cien años de tardanza, otro escritor, el brasileño Rubem Fonseca, especule con ironía y sombrío humor sobre la amistad entre Stephen Crane –que llegó a Inglaterra precedido del éxito de La roja insignia del valor, publicada a sus 23 años- y Conrad, quien no perdía oportunidad de señalarle que, entre ellos, él era el veterano, puesto que lo superaba en edad y en obras publicadas (aunque ninguna, todavía, de las novelas que lo convirtieron en uno de los grandes escritores ingleses de todos los tiempos, como Lord Jim o El corazón de las tinieblas). De cualquier modo, fueron amigos cercanos, tal como lo atestigua Jessie Conrad: «Aquel joven, casi un niño, era el primer escritor estadounidense a quien conocía y me encantó ver el maravilloso compañerismo y el absoluto entendimiento que tenían los dos artistas. Ambos eran hombres de viva imaginación y una asombrosa capacidad de observación».

Mientras Crane y su mujer vivieron en Gran Bretaña, cultivaron la amistad con los Conrad a través de periódicas visitas. Los Conrad pasaron varias temporadas en la casa de los Crane, húmeda y ventosa, que poco ayudaba a sanar la tuberculosis de Stephen. En 1899 viajó a Alemania en busca de cura a su enfermedad y murió poco antes de cumplir 29 años; dejó tras de sí La roja insignia del valor –que tiene una magnífica versión cinematográfica realizada por John Huston- y un puñado de poemas, novelas y relatos, entre los que destaca El bote abierto y otros cuentos.

el bote abiertoPasaron los años. En 1919, cerca del aniversario de los 20 años de la muerte de Crane, un diario le solicitó a Conrad un breve texto sobre su amigo, que figura como prólogo en la reciente y cuidada edición de El bote abierto de Veintisiete Letras. Ahí, Conrad –además de confesar que apela a la memoria de Jessie para reconstituir los datos duros de su amistad con Crane- se mueve en una constante deriva entre el elogio y la crítica, entre el palo y la zanahoria. «Ciertamente –escribe-, tenía un maravilloso poder de intuición», don que compensaba «su ignorancia del mundo en general». Crane «hablaba lentamente, con una entonación que, en mi opinión, en algunas personas, sobre todo americanas, resulta desagradable. Aunque no para mí». «Sabía poco de literatura, tanto de otros países como del suyo, pero en cuanto cogía la pluma se volvía un artista de la palabra».

 Luego escribe: «Esta exitosa obra fue interrumpida por su temprana muerte. Supuso una gran pérdida para sus amigos, pero quizá no mucho para la literatura. Creo que ha dado plenamente su medida de escritor en los pocos libros que tuvo tiempo de escribir. Que no se me entienda mal: la pérdida fue grande, pero supuso la pérdida del disfrute que pudo haber dado su arte, no la de alguna revelación más». Conrad matiza después, y mucho, una afirmación que suena incendiaria si se la aísla del contexto -¡Crane no habría escrito nada mejor de lo que hizo antes de los 30!- y se aviene muy mal con un autor que comenzó a escribir después de esa edad; y el texto, en los párrafos finales, suena como un auténtico homenaje al amigo perdido.

La historia continúa. Cuatro años después, Conrad recibió el encargo de escribir el prólogo a la biografía de Crane escrita por Thomas Beer. Tras varias páginas uno se encuentra con esta confesión: «Me da la impresión de que si bien intento poner en orden mis recuerdos de Stephen Crane, solo he hablado de mí». Luego logra enfilar el rumbo y habla de Crane (aunque sobre todo habla de sí mismo, o de cómo creía que él y Crane se identificaban y coincidían en mirada y punto de vista). El extenso prólogo está a la altura de los peores rasgos con que Jessie adornó a su esposo –aquel egocéntrico insoportable- y, aunque trata de ahondar todo lo posible en la personalidad del escritor estadounidense y en la breve historia de su amistad, es bastante poco lo que ilumina respecto a su biografía y a su literatura.

fuera-de-la-literatura-joseph-conrad-novedad-2009_MLU-O-11714991_5032En 1992, Rubem Fonseca publicó Novela negra y otras historias, recién editado en Chile por Tajamar. La colección de relatos incluye uno titulado Llamaradas en las tinieblas, Fragmentos del diario secreto de Teodor Konrad Nalecz Korzeniowski, cuento donde Fonseca introduce, retrospectivamente, un afilado bisturí en la historia de la amistad entre Conrad y Crane. La primera entrada está fechada el 5 de agosto de 1900. «Hoy me enteré, con dos meses de atraso, de la muerte de Crane». Abunda un poco en la circunstancia y cierra así el párrafo: «Una inesperada felicidad se apoderó de mí por el resto del día». Varios fragmentos tienen que ver con Crane y las comparaciones –odiosas comparaciones- que uno que otro crítico hizo entre ambos autores; para más remate, uno acusó a Conrad de copiar a su amigo estadounidense. El Conrad de Fonseca guarda celosamente todos los recortes de las críticas a sus libros y cada tanto vuelve a ellos, para revivir el odio. «Cuando al criticar An Outcast of the Islands Wells dijo que yo era palabroso y que todavía tenía que aprender lo más importante: el arte de dejar las cosas por escribir, eso me molestó, pero no tanto como las informaciones idiotas de que imito a Crane. Alguien ha dicho que el diario de ayer sirve para envolver pescado hoy. Pero eso no me consuela. Y de cualquier manera no todos los Daily Telegraph del día 8 de septiembre de 1897 fueron usados para envolver pescado. El mío, por ejemplo», se lee en la entrada del 10 de septiembre de 1900.

El diario apócrifo de Fonseca dice, un mes después: «Estoy seguro de que nadie, en todo el mundo, crítico o lector, podrá decir hoy que algún día fui influenciado por Crane. Aun así, el pecho me aprieta, como si tuviera en el corazón una herida no cicatrizada. ¿Cómo es posible que un muerto me pene así?». El maligno humor de Fonseca quizá se haga eco aquí de una afirmación de Conrad en el citado prólogo escrito en 1923, cuando sostiene que la preocupación de Crane por «la psicología de las masas» en La roja insignia del valor es la misma, a escala reducida, que preside El negro del «Narcissus»; la primera estudia el comportamiento colectivo de un ejército en batalla; la segunda, el comportamiento de un grupo sometido a una intensa presión. «Todo esto podría tenerse por un remotísimo punto de contacto entre estas dos obras, a tal extremo que la idea podría parecer demasiado traída por los pelos para señalarla aquí, pero debo decir que ése fue mi sentimiento indudable en aquel entonces».

novelanegrayotrashistorias_052012-500x500Volvamos al Conrad apócrifo. En una entrada de 1919, el diario recoge un perverso resumen del artículo de ese año, que recorta los matices y se parece mucho más a una diatriba que a un obituario. «Hay cosas que no se perdonan, ni siquiera a los inocentes», dice este Conrad; la culpa no es de Crane, sino del hatajo de idiotas que insisten en compararlos y, peor aún, sostener que el joven influenció al más viejo. Esa idea es un compendio de toda aquella familia de comparaciones que, aunque elogiosas y propuestas con el afán de tender lazos de afinidad y orientar así a los lectores, pueden resultar más mordientes e insultantes para el ego herido de un escritor que las más acerbas críticas. ¡Cómo! ¡Mi novela es buena, dicen, pero no original! De ahí que a veces sea más fácil, desde la vereda de la crítica, escribir sobre libros imperfectos, claramente mal escritos y pésimamente estructurados, que sobre libros bien tramados y de buen estilo pero que, aunque les pese, se inscriben derechamente en una tradición y tienen parentesco claro con obras previas. Más allá de eso, es muy interesante cómo Fonseca ve una grieta y se abalanza sobre ella con picota y pala para ensancharla y abrir un curso paralelo al de la historia oficial.

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Rubem Fonseca. Novela negra y otras historias. Tajamar Editores, Santiago de Chile, 2012. 189 páginas.

Stephen Crane. El bote abierto. Prólogo de Joseph Conrad. Veintisiete Letras, Madrid, 2011. 85 páginas.

Joseph Conrad. Fuera de la literatura. Siruela, Madrid, 2009. 236 páginas (el artículo sobre Crane está en las páginas 209 a 236).

Jessie Conrad. Joseph Conrad y su mundo. Sexto Piso, México D.F., 2011 (hay también una edición española del mismo año).