Tras su ciclo de novelas sobre la Guerra Civil Española y un libro de retratos o perfiles que tienen mucho más de literario que de periodístico, Soler se adentra en el espinoso territorio del tráfico de órganos humanos y, más en general, de la rampante corrupción de una ciudad nunca identificada. Sin embargo, su aproximación está muy lejana del tono de denuncia que podría esperarse en los tiempos que corren. Aún más, se podría postular que el núcleo de la novela está en otra parte, en la vida de los dos hermanos que la protagonizan; si el menor es el ambicioso y triunfador, el mayor –conocido como “el Santo”- opta por la excéntrica existencia de profeta del barrio que soporta estoicamente burlas despiadadas por su túnica y sus prédicas en los lugares más inapropiados. Un buen día, en las charlas que da en su departamento, un extraño personaje deposita en su refrigerador un envase de plástico que debe permanecer congelado. Es el punto de partida para que todo se distorsione, especialmente la contenida vida del Santo (que bordea la cincuentena y aún no ha conocido mujer), y entren en la danza mafias internacionales, prostitutas rusas y clínicas inescrupulosas. A diferencia de otros libros de Soler, marcados por la frase corta y la velocidad narrativa, Restos humanos corre de manera más plácida, con mucho espacio para el humor esperpéntico en torno a cuestiones que pueden irritar la piel: la religión y la fe, la confiabilidad de las instituciones públicas, la ética médica, el cuidado de los vagabundos. Tras las desventuras del Santo, que ve que un abismo se abre a sus pies, hay una inteligente y humorística manera de plantear que ninguna convicción puede resistir algunos embates del azar y que, bajo la superficie social, suelen agitarse aguas muy oscuras.
Jordi Soler. Mondadori, Barcelona, 2013. 190 páginas, 17.90 euros.