Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 17 de julio de 2010
El mexicano Daniel Sada ganó, el año pasado, el Premio Herralde de Novela con Casi nunca. Fue una excelente noticia, especialmente porque puso en circulación en todo el ámbito iberoamericano la obra de un autor saludado por sus compañeros de generación como uno de los más interesantes y renovadores de la narrativa latinoamericana. Mucho se podrá criticar recientes decisiones editoriales de Anagrama, pero lo cierto es que incorporaciones como las de Sada y el guatemalteco Rodrigo Rey Rosa reafirman su relevancia para los lectores. Ese modo que colma es una colección de cuentos en los que Sada insiste en el cultivo de un estilo personalísimo: un lenguaje lleno de recovecos y giros, que juega con los sentidos, que retuerce las frases o las modula mediante un uso muy poco tradicional e intensivo de los signos de puntuación. Los cuentos se ambientan en el norte de México y no escapan, en modo alguno, a las determinaciones del tiempo: el cuento más revelador en ese sentido es el que da título al libro. En una fiesta de cárteles que miran pasar una avioneta cargada de cocaína rumbo a Estados Unidos, aparecen tres cabezas guillotinadas en una gran hielera. Pero Sada ni intenta adentrarse en la psicología del narco ni abunda en la senda de la investigación criminal; en cambio, sigue el rumbo más doméstico, a cargo de las recientes viudas, sobre qué hacer con las cabezas, además de seguir picando hielo para evitar el mal olor. De este modo, lo grotesco se superpone a la tragedia y la marca feroz que la violencia narco impone a la sociedad mexicana agrega aquí una dimensión más cotidiana, aunque no menos espeluznante. Ese juego entre lo grotesco y la violencia, entre la capacidad reveladora del lenguaje y la crudeza de hechos que pertenecen a la crónica policial es lo que saca chispas en estos cuentos. El primero, por ejemplo, «El gusto por los bailes», escrito mayormente en versos octosílabos que podrían cantarse como un corrido, es una tragedia que se inscribe casi alegremente en la tradición de la canción popular que habla de desgracias y se refocila en el dolor ajeno. Hay también notas de costumbres, siempre tocadas por un estilo que las transforma y las devuelve al lector como ironías o juegos o bromas. Leer a Sada es un ejercicio demandante, pero también de los más estimulantes y divertidos que se pueda encontrar en la narrativa contemporánea.
Daniel Sada. Anagrama, Barcelona, 2010. 185 páginas.