Hombrecitos verdes + una mala de Mosley

Terminé de leer Hombrecitos verdes casi en el bus de ida. El pie de la novela es ingenioso y provocador: existe una agencia gubernamental secretísima, Majestic-12, MJ-12, cuya función es mantener viva la creencia en los ovnis, las abducciones y la amenaza alienígena, con el objeto de legitimar programas de armamento y de investigación espacial que consumen un respetable porcentaje de los aportes de los contribuyentes al Estado. Los computadores de MJ-12 seleccionan aleatoriamente a las víctimas de las abducciones, y equipos dotados de sofisticado equipamiento los llevan a cabo; y puesto que la incredulidad y el cansancio de la gente siembran el escepticismo, es necesario introducir nuevas variables y refinamientos -como la exploración sistemática de los órganos sexuales de los abducidos- en el proceso, que cuenta además con otra serie de técnicas de apoyo, como las marcas gigantescas en los sembradíos o las mutilaciones de animales (a los alienígenas les gusta mucho la lengua de las vacas, por ejemplo).  Pero todo comienza a ir mal, muy mal, cuando un funcionario de la agencia, despechado por no haber sido trasladado al trabajo de campo, decide olvidarse de las recomendaciones del programa y elige, para ser abducido, a John Oliver Banion, conductor del programa televisivo político de mayor influencia en Estados Unidos. Un influyente, un tipo que trapea el piso con el Presidente, que a diario convive con los miembros del círculo de poder del país más poderoso de la tierra, un personaje adulado, temido y odiado. Su rapto desencadena el caos. Banion se convierte en un activista de una causa caracterizada por reunir a gente en general patética, de pocas luces, que ha encontrado en esa causa la justificación de su vida (como suele ocurrir con muchas causas y creencias, sólo que ésta es especialmente ridícula).

La novela trabaja muy bien la sátira, tanto de la clase política como del pueblo llano y crédulo, y la trama se sostiene bien hasta el final, con una acidez que crece junto con el feroz enredo que se arma en torno a Banion. Lo único lamentable es que la traducción trastabilla hacia el final,  con perlas como  «habría muerto de aburrición».

Mosley, ¿qué te pasó?

Me gusta mucho la serie de novelas protagonizadas por Easy Rawlins, un detective privado negro en Los Ángeles en las décadas de los cuarenta y los cincuenta. Mosley atrapa de manera brillante el racismo, la miseria y la sordidez del ghetto negro antes de que comenzara la lucha por los derechos civiles. Pero dejó a Easy y, al menos en Matar a Johnny Fry, está muy lejos de la calidad de esa serie.

La novela va, derechamente, de sexo: un hombre descubre que su mujer tiene un amante y decide matarlo, pero antes descubre de sí mismo que, en lugar del convencional y aburrido personaje para quien es suficiente una sesión de sexo una vez a la semana y de la manera más canónica, es en realidad un semental que puede satisfacer a varias mujeres y de distintos modos. Todo ello está metido en un balde existencial y psicológico, donde los traumas de la infancia -sexuales, por supuesto- tienen un papel fundamental, pero mal resuelto, creo yo: es decir, parecen más bien una condena insuperable antes que parte de una historia que admite posibilidades de situarlos en una perspectiva menos dañina o siquiera menos determinante. Por lo menos se lee rápido, pero no es para guardarla.

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