Desde que empezó el año que rumiaba un proyecto de orden profiláctico: protegerme del crecimiento inorgánico de la biblioteca. Hay tantos libros pendientes de lectura que vienen de viajes recientes a Buenos Aires (3) Montevideo (1) y Arequipa (1), de liquidaciones de distribuidoras amigas, de entusiasmo por autores recién descubiertos, de recomendaciones de gente que lee tanto como yo, de la compulsión por cubrir mis enormes lagunas en la literatura mundial, del afán de completar colecciones u obras completas de los autores que me gustan, del simple paseo por las librerías, de regalos, de datos, de libros que me llegan para crítica pero que, por una u otra razón, se quedan rezagados y se añaden a las lecturas pendientes. Una lista temible. Y aunque el tiempo para leer siempre es menos del que uno quisiera (porque también hay que ver películas, ¿no?), mi problema no radica tanto en administrar esa disponibilidad, sino en controlar el ritmo de entrada y salida de libros de mi casa.
Primero pensé en la medida más drástica posible: no comprar libros hasta no haber despachado los pendientes. Pero rápidamente advertí la dificultad de hacerlo: siempre habrá alguna oferta irresistible. Después pensé en fijar una cuota alta -50, digamos-, pero también me merecía dudas. Si me demoro mucho, ¿podré cumplir mi compromiso? Así que, tras una larga negociación conmigo mismo, llegué a la siguiente solución: cada diez libros de la lista de pendientes leídos, puedo comprar uno. Voy bien: en mi semana de vacaciones despaché ocho; hoy, domingo, uno más; y tengo otros tres en distinto grado de avance. Faltaba solamente someter a control externo el compromiso, y aquí está, explícito y asumido públicamente.
En los próximos días contaré cuáles fueron los diez primeros.
Crédito de la foto: http://www.panoramio.com/user/24430?with_photo_id=860778
Es una crónica del compulsivo librómano, que revela un espíritu tierno y excesivamente disciplinado. Un abrazo y muchas gracias por las reseñas de todos esos muchos libros.