Día uno

Sábado ocho de agosto. Después de habérmelo prometido mucho tiempo, inicio finalmente este diario de lectura. Como el nombre obvio del blog ya existía (por supuesto: no es muy original esto de querer llevar un registro de lo leído), opté por llamarlo El diario del anti Funes, precisamente porque yo no soy Funes, ese memorioso aterrador capaz de inscribir en su memoria hasta el mínimo aleteo de una mosca suspendida en el techo de la pieza. No, no soy Funes, y la memoria es tramposa, selectiva y traicionera: hasta -y sobre todo, diría- esos momentos que uno quisiera guardar más vivos y presentes para revivirlos una y otra vez, van adquiriendo, con el paso de los años, esa levedad de los sueños color pastel, cada vez más desvaídos y privados de las emociones que en su momento despertaron. Traidora memoria, infiel memoria, la anti Funes que a su vez quiero traicionar con este registro.

Día uno, sábado. En rigor, comencé ayer, en el día cero, pero ese texto se perdió por mi impericia en el manejo de word press, así que esta entrada corresponderá a los dos días. Lectura: Huesos en el desierto, de Sergio González Rodríguez. Apenas las primeras páginas y alguna información clave para dirigir la mirada. La primera edición es de octubre de 2002, cuando, con toda seguridad, Roberto Bolaño tenía ya redactada «La parte de los crímenes» de 2666, que trata sobre la misma materia, el asesinato de mujeres en Ciudad Juárez (Santa Teresa, en la novela). Bolaño aparece en los agradecimientos de Huesos en el desierto; González es uno de los personajes de 2666. Tarea: ¿Hasta qué punto hay influencia mutua entre dos textos escritos en paralelo? ¿Cuánto le debe Bolaño a la investigación de campo de González, publicada parcialmente en diversos artículos? Pregunta: ¿Conoceremos alguna vez la correspondencia entre González y Bolaño?

Nota: ayer viernes pasé por la Librería Nacional, en la vereda sur de Alameda, más o menos al frente de la calle Estado. Encontré El naturalismo, de Émile Zola, excelente antecedente para el artículo largo que estoy fraguando. Se llamará La novela de los impresionistas y tiene como columna vertebral La obra, de Zola. La oferta era de cuatro libros por diez mil pesos, así que agregué La medida del mundo, de Denis Guedj (leí hace tiempo El teorema del loro, editado por Anagrama, y me gustó mucho); Ragtime, de E.L. Doctorow; y -éste sí totalmente prescindible- La sombra de Hawksmoor, de Peter Ackroyd, sólo para completar el cuarteto. Ediciones de Bolsillo, publicados por Península y Muchnick (sólo Ragtime).

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