Día dos

Leo columnas de Javier Marías. Concretamente, el primer tomo de sus recopilaciones, Mano de sombra, editado en 1997. Son un real tesoro. Es difícil mantener el pulso semanal con reseñas de libros, aunque se trate de un formato que admite muy pocas variaciones y cuyo asunto está dado a priori; cuánto más complicado es escribir entregas semanales cuyo única limitación es el número de caracteres. Dos ejemplos para el diario de hoy.

Sobre la Navidad: «Hace demasiados años que nuestras ciudades están malhumoradas: se han hecho agresivas y crispadas, impacientes y poco cordiales y nada corteses. Si a este mundo se le exige de repente, a fecha fija, que se conmueva y tenga buenos sentimientos hacia sus semejantes y se reúna con sus familias y demás, lo normal es que el resultado sea el contrario del propuesto y deseado. Es decir, que la propia demanda de todo eso, impuesta desde la ficción y la convención, irrite aún más al ciudadano que no puede o no sabe cumplir con ella. Por eso, supongo, desde hace ya muchos años la Navidad suele ser el período en que la ciudadanía está más odiosa, desquiciada, brutal, irritable, furiosa y asalvajada. Nuestras ciudades se convierten en escenarios de la tortura y la exasperación, y por eso yo suelo encerrarme solo en casa a ver vídeos, para refugiarme en la verdadera ficción y huir de esa otra ficción bastarda a la que aún llamamos realidad».

Sobre el afán denigratorio de la mayoría de las biografías publicadas en la actualidad: «a la hora de denunciar a nuestros antepasados habría que extremar el cuidado, justo lo contrario de lo que se hace hoy día, en que se busca tan sólo el escándalo, con fundamento o sin él. Y ese cuidado habría que extremarlo no sólo porque los protagonistas no pueden desmentir ni defenderse, sono sobre todo por una razón muy simple que cualquier novelista suele tener en cuenta cuando habla de sus personajes  de ficción y sin duda no tanto estos biógrafos y estudiosos que hablan de personas reales muertas. Los motivos de cada hombre o mujer para actuar como actúan son indescifrables para los demás, y nadie puede ponerse cabalmente en el lugar de otro, menos aún juzgarlo. Quizá esa sea la principal diferencia: los biógrafos investigan como policías y juego juzgan como jueces; los novelistas tan sólo cuentan, y al contar comprenden».

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