El lustre de la perla

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 20 de marzo de 2004

lustreLa Inglaterra victoriana está asociada a una serie de tópicos y a algunos personajes. A ella pertenecen la represión, los miriñaques, la exacerbación de la virtud, Sherlock Holmes, Jack El Destripador y Oscar Wilde. Sarah Waters, uno de los estandartes de la nueva generación de narradores británicos, muestra el reverso de la medalla, la otra cara de Gran Bretaña en las décadas finales del siglo XIX, a través de un entrañable personaje que, a cada paso que da, descubre que las cosas no son como parecen y que, más que nunca, las apariencias engañan.

De hecho, la novela se desarrolla a partir de equívocos sobre la identidad de género. La protagonista, Nancy Astley, procede de un pequeño pueblo en la desembocadura del Támesis, cuya principal fuente de trabajo son las ostras. Pero su pasión es el teatro de variedades en la cercana Canterbury. Cuando recién ha cumplido los 18 años, ve a una artista que representa la última moda de los teatros de la época: una joven mujer que se disfraza de hombre y saca aplausos con canciones que resaltan su ambigüedad. Nancy se enamora de la chica-chico, la asiste en el vestuario, se marcha con ella a Londres y al cabo de un tiempo sube con ella al escenario, disfrazada también de chico.

Es sólo el primero de los equívocos; Nancy descubre pronto los recovecos, los rincones y los secretos de la noche londinense, así como el desengaño, la furia y la caída en la absoluta pobreza. Su propio travestismo se convierte en una herramienta de trabajo y seducción, explotando de la manera más singular su talento para parecer lo que no es o bien para resaltar lo que es debajo del disfraz.

De la mano de una impecable reconstrucción de época que cruza todos los ambientes sociales, desde el mundo del espectáculo a las grandes mansiones y, luego, el mundo obrero, Waters desarrolla su historia de equívocos que conduce, finalmente, al reconocimiento de la propia identidad y al descubrimiento del amor genuino. Esa veta romántica está siempre presente en la ingenua Nancy, que, a pesar de todo su aprendizaje erótico y su inmersión en el mercado del sexo nocturno, conserva una mirada que tarda mucho en descubrir la dirección real de los acontecimientos.

La autora demuestra un firme pulso narrativo, aunque, a ratos, se complace demasiado en su propia voz. Cuando el lector sabe ya lo que va a ocurrir más adelante, sea por anuncios del narrador o bien porque simplemente no cabe otra alternativa, Waters demora la revelación en una sucesión de hechos y reflexiones que no pierden el ritmo ni la riqueza del estilo, pero que perfectamente podrían haber sido narradas con mayor economía. Le habría hecho muy bien a una novela de casi quinientas páginas, aunque no por ello pierde interés.

Sarah Waters. Editorial Anagrama, Barcelona, 2004. 496 páginas.

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