Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 27 de diciembre de 2014
La principal carta de recomendación de Nic Pizzolatto es que se trata del creador, guionista y productor ejecutivo de True Detective, una de las series más celebradas del año. De ahí el renovado interés por su obra narrativa previa, un libro de relatos publicado en 2006 y esta novela, de 2010, recién traducida al castellano. Y vaya que vale la pena leerla. Hay una atmósfera de desolación y ruina que recuerda -o anticipa, si uno se pone estricto- la serie televisiva, aunque hay una similitud mucho más profunda, que radica en la manera en que el autor toma elementos clásicos de la novela negra -la desesperación, la certeza sobre la existencia del mal, la fragilidad del ser humano- y los redistribuye en estructuras narrativas nada de convencionales. En el caso de Galveston, hay un pie forzado: el protagonista, Roy Cody, un matón al servicio de un peligroso gánster, recibe la noticia de que tiene cáncer al pulmón. Poco después, su jefe le tiende una emboscada. Ahí se desencadena una fuga, en donde la policía apenas interviene: la novela se centra en este personaje que parece no tener jamás una salida y que, aun así, va de mal en peor.
Pizzolatto es un maestro en la elaboración de sus tramas, aunque las disponga de modos muy distintos en la novela o en la serie televisiva. El relato en Galveston es bastante más lineal que el de la serie, por ejemplo, y la violencia -extrema- asoma en solo un par de oportunidades («En una lucha cuerpo a cuerpo, ellos tenían tres armas y nosotros ninguna. Simplemente, nadie sale vivo de una situación como esa»). El resto es la turbia y oscura existencia de un condenado a muerte que no sabe por qué vive, que es arrastrado a donde no quiere por fuerzas que no controla, y que no sabe qué hacer con los meses y años -largos años- que se suman contra todo pronóstico. La historia completa es durísima, sin atenuantes, y el estilo del autor, que evita la ironía distante de los clásicos de la novela negra y también rehúye todo posible sentimentalismo, calza perfecto con esa nube sombría que se cierne sobre el protagonista y crece y lo cubre todo, aunque Roy Cody esté en un soleado puerto sobre la costa del Golfo de México. Hay otra línea común entre la serie y la novela: la maldad gratuita, por un lado, y los personajes heridos y dañados que la combaten o que la sufren, por otro. Pero nadie es totalmente bueno o inocente.
Nic Pizzolatto. Salamandra, Madrid, 2014. 283 páginas.