Los trabajadores de la muerte

Reseña publicada en la revista Caras, 30 de octubre de 1998

Trabajadores de la muerteEl proyecto narrativo de Diamela Eltit destaca nítidamente dentro del panorama de la narrativa chilena, por su rigurosidad y persistencia en la definición de sus coordenadas. Sin concesiones al lector, sin atención alguna a la emergencia de formas expresivas que por un tiempo se tornan dominantes, sin apartarse ni por un momento de su propio rumbo, la autora ha perfilado una serie narrativa con hitos como Lumpérica, Vaca sagrada y Los vigilantes, que culmina, por ahora, con Los trabajadores de la muerte. La novela es una inquietante parábola cuyo enigmático manejo de los símbolos aprovecha también, y de manera notable, la fuerza del lenguaje popular y de las situaciones cotidianas que asedian la maternidad, la pobreza, la sexualidad. Se trata, pues, de una obra compleja, especie de rompecabezas cuyas piezas van cambiando de forma a medida que avanza la narración. El enigma inicial, planteado por el hombre que sueña a la niña del brazo mutilado en un bar de mala muerte, tiene resonancias metafísicas cuyas conexiones con los textos que siguen son todo menos evidentes. Los relatos alternados de la madre y del hijo fluyen en medio de una frecuente variación de la voz del narrador, que pasa de la primera a la segunda persona y luego regresa a la primera, y van construyendo una historia inexorable, el tejido de destinos cruzados que confluyen en un solo desenlace posible. Entonces asoma la otra historia, la de la niña del brazo mutilado, otra metáfora de las carencias, los desgarramientos y las incertidumbres de la sociedad que Diamela Eltit atrapa y configura en su texto.

Así como hay “una hora precisa en que la taberna representa realmente una taberna y los parroquianos imitan a los parroquianos”, hay también un momento en que el texto, más allá de las opciones que pueden alejarlo de lectores acostumbrados a las lecturas predigeridas e incluso simplemente a la literatura más convencional en el buen sentido del término, representa realmente una novela y los personajes imitan a los personajes. El tejido verbal es de una densidad envolvente que pasa del aparente cálculo excesivo en la construcción de atmósferas a un ritmo feroz que dicta sus propias normas de lectura. Y en ese crecimiento o variación o transmutación de los materiales asoma y domina una historia trágica y dura, pero historia al fin, en la que es posible reconocer tanto los motivos más clásicos de la literatura universal como el aporte original y poderoso de una autora siempre fiel a sus convicciones.

Diamela Eltit. Planeta, Santiago, 1998. 207 páginas.

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