Reseña publicada en la revista Caras, 21 de julio de 1997
Manns, en Chile, es más conocido y recordado por su trayectoria como autor de canciones e intérprete en una época bastante convulsionada. Sin embargo, ya antes de partir al exilio en 1973 había abierto una interesante veta narrativa, que continuó en el extranjero con el ciclo de las Actas (la primera, Actas de Marusia, fue llevada al cine en 1976, y evidentemente no se estrenó en Chile). Su más reciente obra, El corazón a contraluz, fue publicada primero en Francia, donde recibió un gran apoyo de la crítica. Se trata de una novela caótica y dispar, que pasa sin transición del seco tono de la crónica a una narración demorada y barroca, densa de adjetivos y retorcida en las frases, que vuelve una y otra vez sobre un motivo central que tarda encerrarse. Poco a poco, ese estilo, el dominante, impone sus normas al lector, que no puede más que dejarse llevar por el torbellino de estímulos que brinda el narrador.
En esencia, se trata de la historia de un inmigrante judío rumano en la Patagonia. Julius o Julio Popper, cazador de indios, colonizador, filósofo, guerrero, es un personaje complejo, de múltiples facetas, extranjero al fin no sólo en las desoladas pampas sureñas, sino en cualquier lugar del mundo. Su encuentro con la ona Drimys Winteri (así bautizada por los misioneros anglicanos) tiene toda la extrañeza de la diversidad: el aventurero europeo ya mayor y la india casi adolescente con el pelo completamente blanco, la sabiduría de Occidente y las tradiciones y saberes mágicos de los selk’nam. Manns avanza por un terreno ya extensamente explorado por Francisco Coloane y otros cronistas de la tragedia indígena en la Patagonia. Aparte de la singularidad de una escritura que se encanta a sí misma en un juego permanente de metáforas y figuras literarias, lo más novedoso de El corazón a contraluz es el punto de vista narrativo, que no se detiene en la brutalidad de la historia ni en la denuncia estéril, sino que intenta la comprensión de un período desde todos los puntos de vista. Popper, el líder, sus empleados (diestros en la bala y el cuchillo para recortar orejas de onas como prueba de su muerte) y los indios, tienen su propia voz, fundidos todos, eso sí, en el mismo fluir torrencial y barroco del relato. A ello se añade la crónica de los años en que se sitúa la historia, contrapunto que sirve de efectiva pausa ante la densidad verbal de la narración principal. Interesante aporte de un escritor que merece un lugar en el ya amplio —y diverso, tanto en edades como en calidad— panorama de la narrativa chilena de los noventa.
Patricio Manns. Emecé, Buenos Aires, 1996. 300 páginas (hay una edición posterior en Catalonia).