La casa de hojas (reseña anotada)

La casa de hojas[1]

CasadehojasEsta novela fue el debut literario de Mark Z. Danielewski, y vaya manera de entrar en la literatura[2]. La casa de hojas es una obra de singular osadía, que pone en escena al menos dos maneras de escribir muy diferentes, juegos tipográficos y de diseño que siguen el desarrollo argumental[3], cajas chinas, relatos paralelos y un impresionante acopio de material de apoyo, tanto inventado como existente. Ficción sobre ficción sobre ficción. Un anciano, Zampanò, escribe un largo manuscrito sobre un documental, El expediente Navidson. Un joven, Johnny Truant, lo encuentra tras la muerte del viejo y se dedica a editarlo. Mientras lo hace, escribe numerosas y extensas notas donde relata su vida (y sus temores, sus pesadillas y sus traumas). Y si el texto de Zampanò tiene mucho de académico[4] y analiza con erudición y profundidad el documental de Navidson, el de Truant es muchísimo más coloquial[5] y desenfadado[6], aunque progresivamente se entrelazan en un nivel muy profundo, el de los sueños, el de los monstruos de la mente, el del filo de la locura. No es que Navidson sea un loco, pero el documental trata de su encuentro con un lugar frío, oscuro y amenazante que desafía las leyes físicas y que está en el lugar más familiar posible, la casa de campo donde el cineasta y fotógrafo se ha ido a vivir con su mujer y sus hijos para tratar de recomponer una relación ya gastada[7]. La intención de Navidson era registrar su vida familiar en el nuevo entorno; pero de repente aparece una pieza[8] nueva en la casa y luego un pasillo gélido y negro que se abre hacia las profundidades de la tierra. La proeza de la novela es que -al menos en los papeles de Zampanò- la peripecia de Navidson siempre está mediada por el discurso analítico donde emergen temas como el eco, el laberinto (y no en vano hay un epígrafe de Borges en la novela), la técnica fotográfica, la arquitectura y muchos otros[9]. En esa erudición hay mucho de juego[10], citas y entrevistas magníficas (sobre todo las inventadas), parodia sangrienta[11] y distancia, pero lo principal es que ese tratamiento sostiene la verosimilitud interna del relato[12]. El relato de Truant, en tanto, sí conecta emocionalmente con el terror que habita en la casa de Navidson, se disloca cada vez más y parece acechado por la misma oscuridad. La novela es experimental en muchos sentidos, pero el autor no pierde de vista una cuestión esencial: enganchar al lector. Y ahí vamos, de la mano de Truant y Zampanò, sumergiéndonos en un abismo de negrura más antiguo que la Tierra y más amenazante que cualquier monstruo del cine.

Mark Z. Danielewski. Pálido Fuego/Alpha Decay, Barcelona, 2013. 709 páginas.


[1] El título ya es un enigma. Lo más tentador, ante la traducción al castellano, es pensar que el autor se refiere a una casa de hojas de papel, una casa literaria, una casa que existe en las páginas. Pero en inglés hay palabras diferentes para ambas acepciones: Leaves (para hojas de árboles y plantas) y Sheets (para hojas de papel), Sin embargo, la ilustradora Francisca Yáñez me indicó, en twitter, que una de las acepciones del viejo Webster’s es «Something that resembles a leaf, as a page of a book», y Roberto Castillo señaló que también se usa como «One leaf of paper = two pages». Puesto que en la casa no hay nada vegetal, la hipótesis de la ambigüedad del título -que es mucho más explícita en castellano- gana puntos.

[2] Fue publicada en inglés en 2000. Según me indicó Roberto Castillo, el título de la reseña en The New York Times es impagable: Home Sweet Hole («Hogar, dulce hoyo»). Y está disponible en la página del diario.

[3] El diseño del capítulo IX de «El expediente Navidson» es simplemente endiablado, con páginas atiborradas de textos que corren ya sea por el borde de las páginas y por el centro o por cualquier lado y en distintas direcciones. No en vano el tema es el laberinto, aunque la mayor parte de las referencias están tachadas (lo que amplifica el desafío material de la lectura), porque Zampanò, sin que quede claro por qué, quiso borrar todas las referencias a un tema que es clave para entender mejor la novela. Pero Truant, con porfía considerable, las repuso. En otros capítulos -especialmente cuando se describen las exploraciones de las profundidades de la casa– la caja del texto sigue el estrechamiento de los pasillos o bien el texto queda suelto, por así decirlo, y hay que poner el libro de lado o al revés para seguir una línea -o a veces menos de una línea- perdida en el blanco de la página.

[4] La cuestión de las notas merece una nota. Todo lo que escribe Truant está en Courier -notas incluidas- y las de Zampano y de los editores, en Times. No obstante ello, todas son correlativas y hay, con frecuencia, notas a las notas. En términos espaciales, es admisible decir que el relato de Zampanò corre por arriba y el de Truant por abajo, pero ambos se invaden mutuamente, ya sea que las notas extensas de Truant se estiran por varias páginas o que las notas de Zampanò copan todo el espacio de abajo.

[5] La traducción es al castellano peninsular. Nada que objetar al enorme trabajo de Javier Calvo y a la gran calidad de la versión; sin embargo, en el nivel coloquial, la lectura chirría para los que aprendimos el castellano en otras latitudes. Dediqué un par de posteos en Facebook al asunto. Dije que el libro estaba tan entretenido que me demoraba más en la lectura al traducir, mentalmente, del peninsular al chileno; así, por ejemplo, «¿Quién es este tarugo terminal y cómo cojones llegó hasta aquí?», por «¿Quién es este gil ahueonao y cómo rechuchas llegó acá?», lo que dio pie a un sabroso intercambio de opiniones.

[6] Más complejo se tornó el asunto cuando pregunté tanto por la traducción al chileno como por el posible original inglés de «un rollo chungo, un rollo chunguísimo». Tal como intuyó Marisol García, «chungo» es la traducción de «fucked up». Reproduzco la versión al chileno -hecha por Roberto Castillo- de todo el párrafo (que corresponde a la página 363 de la edición española): «Tu película lo empeoró todo. Es, bueno… una cosa en dos palabras: una huevá pa la coyoma, pero bien pa la coyoma. Okey, tres palabras, cuatro palabras, a quién mierda le importa… muy muy pa la cagá. Lo que se llama un rollo muy penca la huevá. Nunca pensé que iba a decir esto, pero señorita usted tiene que cortarla con el ácido, la mezcalina, o lo que sea que está jalando, aspirando, tragando… métase a una desintoxicación, algo, cualquier cosa porque lo va a pasar muy mal si no hace algo rápido. Nunca he visto una hueá tan pa la coyoma, tan para la recoyoma, tan para la reconchacoyoma. Por culpa de ella me puse a romper cosas, platos, una estatuilla de jade de un pingüino. Una rana de cristal. Me alteré tanto que hasta tiré la pecera de mi amigo al mueble de la loza. Feo, muy feo. Agua salada, pescados muertos por todas partes, yo gritando «puta la huevá pa la coyoma». Cinco palabras. Me echaron. ¿Usted cree que me puedo alojar en su casa?».

[7] Un hilo que no cupo en la reseña: los personajes protagónicos están bastante dañados. De hecho, la novela podría leerse de manera completamente distinta; Zampanò ofrece numerosas pistas e interpretaciones sobre Navidson, su hermano gemelo (Tom) y su mujer (Karen), mientras que Truant cuenta de su vida más de lo que el lector quisiera saber sobre cualquier persona. Los hijos de Will y Karen tampoco salen indemnes y su profesora llega a la casa en el momento (casi) más inoportuno posible.

[8] En el castellano de Chile, habitación.

[9] Y listas. Para traducir las citas de otros idiomas y luego simplemente para saber más de Zampanò, Johnny Truant entrevista a varias mujeres que iban a la casa del ciego a leerle libros. Una de ellas le cuenta cómo hicieron una extensísima lista de fotógrafos: completamente al azar, por búsquedas en bibliotecas y catálogos (estamos todavía en la era pre www), y Truant concluye -por ese y otros detalles- que Zampanò quería pasarse de listo y que era mucho menos erudito de lo que sugiere su texto. La mención chauvinista: En la lista de fotógrafos está Paz Errázuriz pero no Sergio Larraín, aun que el segundo es mucho más famoso que la primera.

[10] Hay citas tan llamativas que el impulso de buscarlas en google es casi irresistible. Por ejemplo: «Miren al cielo, mírense ustedes mismos y recuerden: no somos más que los ecos de Dios, y Dios es Narciso». La referencia de Zampanò es «Hansen Edwin Rose, Creationist Myths (Pneuma Publications, Detroit, Michigan, 1989), p. 219». Pero la pesquisa en internet conduce a saber que ni el autor ni el libro existen, pero que sí hay blogs donde pacientes lectores se preocupan de identificar las fuentes reales y las referencias inventadas, y que en la entrada de Wikipedia (en inglés) sobre libros inventados, Danielewski figura como uno de los autores más prolíficos.

[11] El autor trabajó en un documental sobre el filósofo francés (nacido en Argelia) Jacques Derrida. De ahí que en el libro lo cite unas cuantas veces. Pero también aparece en la serie de entrevistas realizadas por Karen en un capítulo llamado «Lo que les ha parecido a algunos» (se refiere al documental de su marido). Todas las entrevistas son, obviamente, apócrifas, y es donde Danielewski muestra mejor su talento para la parodia. Uno de los entrevistados es Derrida: «Pues bueno, lo que está dentro, es decir, si se me permite decirlo, lo que se despliega a sí mismo de forma infinita sin un exterior, sin otro…, ¿pero dónde está entonces lo otro?». También participan el periodista Hunter S. Thompson (ver nota 7), la feminista Camille Paglia, el físico y filósofo Douglas Hofstadter y Stanley Kubrick, entre otros.

[12] Lo que también hace verosímil el formidable aparato crítico que sostiene el relato de Zampanò, Otra cita inventada, otra cita memorable, referida a la sufrida y accidentada relación entre Navidson y Karen: «La pasión tiene muy poco que ver con la euforia y mucho con la paciencia. No se trata de sentirse bien. Se trata de resistir. Tanto la paciencia como la pasión vienen de la misma raíz latina: pati. Que no significa transmitir exuberancia. Significa sufrir». The Courage to Whitstand, de Daphne Kaplan (Ecco Press, Hopewell, Nueva Jersey, 1996), p iii. Ni la autora ni el libro existen, pero la cita sí. Y funciona perfectamente.