Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 10 de julio de 2010
En el mundo contemporáneo, la música ha pasado a ser parte del tramado cotidiano de manera radical. Puede crear vínculos y establecer misteriosas afinidades, tanto como desatar odios y desprecios. La complicidad en torno a los gustos musicales suele ser un ingrediente esencial en cualquier tipo de relación. Sobre ese fondo, Kazuo Ishiguro, uno de los estandartes del dream team de narradores británicos nacidos mayormente en la década de los cincuenta, escribió su primer volumen de cuentos.El subtítulo del libro es «Cinco historias de música y crepúsculo». Desde luego, el papel protagónico de la música, ya sea desde la interpretación como desde la complicidad en torno a los gustos, y a un cierto tono de melancolía ligado al paso del tiempo y al desgaste que produce en las relaciones de pareja. Es que otro denominador común de los relatos es que se refieren a parejas que están en una zona crepuscular, recién separadas o en vías de hacerlo, por más que el amor mutuo siga siendo una presencia poderosa y viva entre ellos.
Lo seductor de estas páginas está en la perfecta amalgama entre el pretexto y el fondo; es decir, en el modo en que la música y sus efectos se entrelazan con tramas de alcance más universal. Ishiguro, tal como lo mostró en su novela más conocida, Los restos del día, es un maestro en la creación de tonalidades, de climas narrativos, que acompañen y resalten el hilo de sus historias. En este caso, desde el cantante melódico estadounidense que quiere relanzar su carrera y necesita para ello una esposa joven, hasta la pareja de suizos que funden lírica y pop en pequeños escenarios de Europa y ya no logran conciliar el desbocado optimismo de él y la lucidez descarnada de ella, cada relato crece y se desarrolla buscando en todo momento la empatía con los personajes y, por esa vía, con el lector, que no puede menos que hacerse cómplice de ellos. Pero no resulta fácil; Ishiguro no es un optimista y el segundo relato, que podría leerse en clave de comedia, termina por crear la asfixiante sensación de que los malentendidos pueden envenenar cualquier relación. Algunos de los personajes se repiten en los cuentos, aunque en otros contextos, lo que enriquece aún más el tramado delicado y firme a la vez que propone el autor. Y de paso demuestra que, a contrapelo de algunos rezongos que se escuchan ocasionalmente, su generación aún tiene mucho que decir en la narrativa británica.
Kazuo Ishiguro. Anagrama, Barcelona, 2010. 251 páginas.