Uno de los autores que más me entusiasmó el año pasado fue el irlandés Flann O’Brien, por su novela La vida dura. Una exégesis de lo escuálido, que comenté en El Sábado. En mis breves vacaciones de febrero leí dos novelas más, que comento acá. Sólo me falta conseguir El Tercer Policía, que puede llegar como reposición de Hueders en estas semanas.
Puesto que ya ha pasado un buen tiempo desde la lectura, avanzaré rápido. Había empezado Crónica de Dalkey hace unos meses, cuando compré el libro, y confieso que me desalentó la lectura por el exceso de menciones a la patrística y al catolicismo en general. Lo que, en mi opinión, funcionaba bien en La vida dura, aquí devenía en exceso. Bloom sitúa esta novela entre las imprescindibles del canon universal (del suyo, claro, muy sesgado hacia la narrativa anglosajona) y puede que sea así, pero hay que advertir que las barreras de entrada son altas. Luego, en mis vacaciones, le tomé el tranco a la novela, superé una larga conversación en una caverna submarina entre los protagonistas y San Agustín (humorística, sí, pero soy generoso conmigo si digo que la mitad de los chistes se me escaparon) y comencé a disfrutarla. La historia discurre entre anuncios del fin del mundo, la aparición de un James Joyce casi senil y clandestino que fingió su muerte y una alambicada historia de amor. El gran personaje humorístico es el sargento Fotrell, obsesionado con la idea de que las bicicletas y los hombres progresan lentamente hacia la fusión mediante el intercambio de las partículas que se produce al utilizarlas. Tiene grandes momentos y, aunque exige más atención que lo habitual en la lectura y se articula sobre un marco de referencias que dominan muy pocos lectores (yo no, desde luego), finalmente logra cautivar. Al final del ejercicio, sólo puedo recomendarla, con las prevenciones ya establecidas.
La boca pobre es, derechamente, una sátira sobre la imagen que los irlandeses tenían de sí mismos a mediados del siglo pasado. Es graciosa, sin duda, y lleva al extremo el procedimiento de cargar las tintas sobre la miseria y la soledad para despertar la compasión del prójimo. Es corta. Es llevadera. Y es interesante cómo O’Brien trabaja sobre personajes arquetípicos, la repetición de frases hechas y un fondo de mitología venido a menos que resalta más aún el aire escandalosamente caricaturesco de la obra.Y aunque es muy irlandesa, es fácil reconocer esa tendencia a la exageración de las miserias en ejemplos cercanos. Mucho más cercanos.