Pequeña flor

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 25 de julio de 2015

Pequeña florIosi Havilio integra, junto a Roque Larraquy, Gabriela Cabezón Cámara, Hernán Ronsino, Carlos Ríos, Betina Keizman, Selva Almada, el tan nombrado en estos días Pablo Katchadjian, Patricio Pron y María Sonia Cristoff, entre muchos otros, la impresionante renovación de la narrativa argentina en la última década, un panorama amplio, diverso y sorprendente a la altura de su muy generosa tradición. Pequeña flor es la cuarta novela de Havilio (autor también de Estocolmo, una obra que nos interpela de manera directa: transcurre en Chile y aúna los temas del exilio y la segregación por cuestiones de género), que destaca por su economía narrativa y el ventarrón desquiciado de una trama que se adentra en extraños territorios.

El comienzo puede recordar el «método Aira», cuando lo que parece ser un libro convencional y casi costumbrista gira bruscamente y se abre a lo desconocido. La diferencia radica en que Havilio es más contenido y ahonda en la huella en lugar de permitir que el zigzagueo de la imaginación lo lleve a cualquier parte, aunque lo que va apareciendo en el foso -que hay uno, y una pala- sea cada vez más desconcertante; pero quizá lo más extraño de todo es que la novela no se sale del molde, una casa en los suburbios, un matrimonio que pasa por una crisis, un terapeuta alternativo que es una mala copia de Jodorowsky -lo que ya es mucho decir-, un hombre cesante que asume las tareas del hogar, una baby sitter que se despide con un beso que cae al lado de su natural destino, un vecino empalagosamente acogedor. Dentro de ese cauce casi trivial, el protagonista descubre que tiene un don único, que puede ser a la vez una maldición; y, en la exploración de sus posibilidades y límites, la novela sigue una deriva impredecible. Las frecuentes digresiones no hacen más que reforzar el planteamiento narrativo, la idea de normalidad bruscamente asediada por un hecho fortuito y espantoso que sitúa todo bajo otra luz y cambia el curso de las cosas. La narración en primera persona dibuja muy bien al resto de los personajes y especialmente a la hija pequeña, dotada (quizá) de otros dones, con quien teje una silenciosa relación de complicidad que crece en el misterio y que precipita el desarrollo final de la novela. Havilio confirma aquí todo el talento mostrado en Opendoor, Estocolmo y Paraísos: un autor en forma, que maneja diversos registros, escribe muy bien y crea mundos que no son su reflejo especular.

Iosi Havilio. Literatura Random House, Buenos Aires, 2015.

Estocolmo, de Iosi Havilio

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 2 de abril de 2011

EstocolmoIosi Havilio nació en Buenos Aires en 1974 y Estocolmo es su segunda novela. La primera, Opendoor, apareció en 2006 y, aunque casi secreta, lo puso en el ojo de los que se precian de descubrir tendencias. Así las cosas, nada de raro que Havilio haya pasado a un sello de alcance masivo y que su libro se venda en Chile. Y aquí viene lo paradójico: salvo una breve y entusiasta nota en la revista Qué Pasa, no ha habido más referencias. Porque no sólo se vende en Chile; también transcurre, mayormente, en Chile, el protagonista es chileno y Havilio escribe una novela chilena que toca dos teclas muy sensibles: el quiebre democrático en 1973, el exilio y el regreso, por una parte; y, por otra, el homosexualismo y sus condiciones de vida. Y aunque el lenguaje a veces rechina y cruje, porque, por mucho que haya investigado, a Havilio se le cuelan usos que no corresponden a los hábitos locales, y aunque el Santiago que dibuja suene a ratos fantasmal y desconocido para un chileno, también es un Santiago posible que se reconoce más bien en el clima espiritual, en esa chatura impasible de los pasajes del centro, en las tiendas de chucherías o en las discotecas que Havilio incorpora a la trama.Pero lo más curioso de todo es que la novela sólo enuncia esos temas o, más bien, los sitúa como el marco para otra cosa, para una novela que nunca se sabe bien hacia dónde va y que por lo mismo no deja de sorprender hasta el final, un final impresionante y enloquecido que parece suspenderlo todo. Es que René, el protagonista, vuelve a Santiago 30 años después, pero casi por casualidad, sin proponérselo, sin buscarlo; y en ese regreso debe afrontar la doble herencia de su pasado, el que quedó en Chile (su madre, recluida en un hogar de ancianos en Concepción), el que lo persigue desde Estocolmo (su amante serbio, joven, turbio, violento e impredecible) y su miedo a los aviones, que puede simbolizar también el pánico ante el movimiento y la emergencia de lo inesperado. ¿Y su exilio? Es menos relevante, porque también es parte de la manera en que el destino toma decisiones por él. Con esos elementos, Havilio construye una gran novela, cuidada, a ratos hipnótica en ese errar entre la biografía convencional y el asalto permanente del azar a nuestras convicciones, temores y creencias.

Iosi Havilio. Mondadori, Buenos Aires, 2010. 285 páginas.