Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 17 de octubre de 2015
«Los viajes esconden sorpresas que nunca tienen mucho que ver con el lugar que ansiamos visitar sino con nuestras propias fantasías», escribe el autor de este curioso libro, una suerte de diario de vida escrito a bordo de un recorrido hecho un par de veces a la semana entre dos ciudades, una belga y otra holandesa, en trenes sin glamour ni cámaras fotográficas asomadas por las ventanas; traslados intensamente rutinarios, donde algunos de los pasajeros habituales se saludan con un casi imperceptible movimiento de la cabeza. Un viaje sin más sorpresas que las que puede deparar, como dice la cita, la fantasía, que también es difícil de ejercer en ese contexto casi burocrático, reglado y medido de trenes que se mueven por las llanuras que circundan el Mar del Norte, en territorios muchas veces ganados a las aguas. Maier construye un texto amable, con una buena cuota de autoironía, que puede reparar en menudencias -el número y tipo de tiendas que hay en una estación- o en hechos históricos, como el ataque nocturno a un tren que transportaba judíos belgas a Bergen-Belsen en una de las cansinas y diminutas estaciones que cruza rumbo a Nimega o hacia Lovaina, que va, sobre todo, desde la levedad en el mejor sentido de la palabra; ese aire leve de la reflexión cotidiana, que no aspira a explicar el orden del mundo y que huye del flaneur que cree que el movimiento por ciudades desconocidas le ayudará -y el autor pide permiso para bostezar antes de escribirlo- hasta descubrir el sentido de la vida.
El libro es parte de una colección de editorial Minúscula que se llama «Paisajes narrados», que en su mayoría son libros que nadie consideraría en colecciones de viajes: crónicas periodísticas, novelas que ocurren en lugares exóticos o que incluyen el motivo del viaje. A esta colección se incorpora Material rodante, del chileno Gonzalo Maier, un libro híbrido que se compone de literatura -el estilo y las citas-, de crónica, de diario, de aforismos incluso, perdidos en la extensión de párrafos que nunca se atascan o demoran, como a veces sí les ocurre a esos trenes europeos que, si el autor cambia de recorrido, pueden asomarse al interior de las casas que muestran sus ventanas abiertas e iluminadas, como si pequeños televisores ofrecieran un espectáculo múltiple y fugaz que se pierde luego en el familiar traqueteo de los vagones en la oscuridad. Es un libro de viajes, sin duda, pero de aquellos en que la repetición es el detonante de la escritura, y no la novedad del paisaje.
Gonzalo Maier. Editorial Minúscula, Barcelona, 2015. 113 páginas.