Nacionalismo

Yo me fui precisamente huyendo de este país, me parecía la cosa más cruel e inhumana que habiendo tantos lugares en el planeta a mí me haya tocado nacer en este sitio, nunca pude aceptar que habiendo centenares de países a mí me tocara nacer en el peor de todos, en el más estúpido, en el más criminal, nunca pude aceptarlo, Moya, por eso me fui a Montreal, mucho antes de que comenzara la guerra, no me fui como exiliado, ni buscando mejores condiciones económicas, me fui porque nunca acepté la broma macabra del destino que me hizo nacer en estas tierras, me dijo Vega.

Nadie a quien le interese la literatura puede optar por un país tan degenerado como éste, un país donde nadie lee literatura, un país donde los pocos que pueden leer jamás leerían un libro de literatura, hasta los jesuitas cerraron la carrera de literatura en su universidad, eso te da una idea, Moya, aquí a nadie le interesa la literatura, por eso los jesuitas cerraron esa carrera, porque no hay estudiantes de literatura, todos los jóvenes quieren estudiar administración de empresas. (…) A nadie le interesa la literatura, ni la historia, ni nada que tenga que ver con el pensamiento o con las humanidades, por eso no existe la carrera de historia, ninguna universidad tiene la carrera de historia, un país increíble, Moya, nadie puede estudiar historia porque no hay carrera de historia, y no hay carrera de historia porque a nadie la interesa la historia, es la verdad, me dijo Vega. Y todavía hay despistados que llaman «nación» a este sitio, un sinsentido, una estupidez que daría risa si no fuera por lo grotesco: cómo pueden llamar «nación» a un sitio poblado por individuos a los que no les interesa tener historia ni saber nada de su historia.

Horacio Castellanos Moya. «El asco. Thomas Bernhard en San Salvador», en El asco. Tres relatos violentos. Editorial Casiopea, Madrid, 2000, págs. 95 y 99-100.

El Nacionalismo es una enfermedad universal cuya curación será la muerte de los frenéticos, no podemos subsistir en un mundo cada vez más estrecho con ideas tan perjudiciales, y en consecuencia pereceremos. El historiador del futuro dirá que la naturaleza se vengó de los pueblos comunicándoles un espíritu de vértigo, y que el Nacionalismo es un frenesí igual al que se apodera de las sociedades animales, demasiado numerosas. (…) Estamos completamente perdidos, la enfermedad no perdona ya a ninguna nación y todos los países se parecen hasta en el tipo de furor que los opone y anima a degollarse unos a otros.

Ninguna nación quiere olvidar aquello que llama su historia y que la mayoría de las veces nada tiene que ver con la Historia, pero será necesario que un día renuncien a ello. El último vencedor rearmará el espacio y el tiempo, confiscará los medios y las ideas, las pretensiones y los recuerdos, las formas y los contenidos, se declarará único legatario de cincuenta siglos, demostrará que él es la razón de ser de la especie humana y que el deber de cien pueblos es resignarse, exterminará a unos, deportará a la mayor parte de los otros y se verá por todas partes un polvo de hombres, del que él será el único amo. Pues la simplicidad no es concebible por menos y a pesar de la abundancia de las diferencias que se desencadenan ante nuestros ojos, el futuro es de la simplicidad, vamos de desórdenes en desórdenes hacia el orden terminal y de carnicería en carnicería hacia el desarme moral, pocos salvarán y pocos serán salvados, la masa de perdición se eclipsará en el intervalo, llevando al abismo los problemas insolubles. El nacionalismo es el arte de consolar a la masa de no ser más que una masa y de presentarle el espejo de Narciso: nuestro futuro romperá ese espejo.

Albert Caraco. Breviario del caos. Sexto Piso, Madrid, 2004. Traducción de Rodrigo Sánchez Rivera. Edición original: Bréviaire du chaos, Editions L’Age d’Homme S.A., Lausanne, 1982. Págs. 89-90.