Trilobites

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 16 de junio de 2012

PORTADA setenta acr’licoUna docena de cuentos es todo lo que legó a la posteridad Breece Dexter Pancake, que adoptó el D’J como segundo nombre en sus publicaciones por un error de imprenta que terminó por gustarle. Escueta herencia: es que se suicidó a los 26 años, en 1979, por razones que no han podido dilucidarse. A la inversa de otra gran promesa de las letras estadounidenses que también se quitó tempranamente la vida, John Kennedy Toole, el talento de Pancake sí era reconocido y varios de sus relatos aparecieron en la prestigiosa revista The Atlantic, donde precisamente se originó la errata que lo rebautizó. A cuatro años de su muerte apareció la edición de estos 12 cuentos, traducidos al castellano por primera vez.

La impresión que produce la lectura de los relatos es extraña. Por un lado, pareciera tratarse de un estilo y temáticas familiares; de hecho, tal como señaló Rodrigo Fresán, Pancake se inscribe en la tradición muy estadounidense de la literatura de los espacios abiertos. Pero también ofrece una sorprendente madurez estilística y recoge como pocos el ambiente rural de los blancos pobres, tal como antes James Agee en Hablemos ahora de hombres famosos (en plan reportaje, eso sí) y hace poco Donald Ray Pollock en Kno-ckemstiff. También recuerda, pero sólo en el sentido de la manera de construir los relatos, a Raymond Carver; se trata de momentos, de retazos de vidas, de tramas que podrían haber comenzado antes y haber terminado después. Lo que importa es el clima y su certera caracterización de personajes que muestran tanto la dureza que emana de sus malas condiciones de vida como la fragilidad propia de la especie humana. Hay algo ásperamente sofocante en cuentos que desnudan miserias y brutalidades, celos y pasiones, pero sobre todo la desesperanza que atenaza vidas sin horizonte ni misterio. Por lo mismo, importan poco los finales abiertos y las tramas que parecen no resolverse; lo que pueda haber ocurrido antes y lo que después vendrá no será muy distinto de estos momentos de implacable dureza que Pancake supo trazar con tanta firmeza. Él mismo lo sugiere: «En la gasolinera, en un día sin nada que hacer, a veces pienso en las cosas que tal vez le ocurrieron a Chester, me invento pequeñas obras para que me las represente, esté donde esté». Pocas líneas pueden representar mejor el tedio profundo de un pueblo perdido en el campo sin límites de la América rural.

Breece D’J Pancake.Alpha Decay, Barcelona, 2012. 229 páginas.

Knockemstiff (o «sácales la cresta»)

Knockemstiff es un pueblo situado en una hondonada en Ohio. Las emanaciones que provienen de una fábrica de papel hacen que todo huela a huevo podrido (y en una casa rodante desastrada la cosa puede ser todavía peor: «En los días de calor,  el hedor a excrementos de desconocidos flotaba en los cuartos angostos igual que la espesa niebla del fracaso»). Es que si hay un compendio de miserias, dolores y bajezas, sin espacio alguno para la esperanza o la dignidad, es éste, el volumen de cuentos que Donald Ray Pollock bautizó con el mismo nombre. La contratapa acumula adjetivos: «historias ágiles y divertidas sobre la gente más triste que jamás se haya visto», Chuck Palahniuk; «portentoso y bestial», Rodrigo Fresán; «crudo, real sincero, poco afectado y a la vez -sin caer en la condescendencia- compasivo», Kiko Amat, autor del prólogo; «directo, crudo, descarnado, turbio, inquietante», Winston Manrique Sabogal. En su reseña en Babelia, Edmundo Paz Soldán lo definió como «magistral». Los dos últimos, más Jesús Ferrero e Isidoro Reguera, lo incluyeron en su lista de los diez mejores libros del año en la tradicional encuesta del suplemento literario de El País. No fue suficiente para que clasificara entre los mejores cinco libros de relatos, pero sí para que Pollock fuera incluido, en segundo lugar, en la lista de autores a seguir.

Creo que yo habría escogido otros adjetivos para describir el libro: lúgubre, abjecto, desolador, por ejemplo. La vida de los blancos pobres en Estados Unidos ha sido narrada de muchas maneras, pero quizá nunca con tan marcado énfasis en la miseria moral y física aparejada con pobreza crónica, medio ambiente degradado y total ausencia de oportunidades. Si alguna vez da risa, es esa risa nerviosa que sacude el cuerpo cuando, por ejemplo, alguien se da un tremendo porrazo en la calle. Un físico culturista aspirante a Mister Ohio que en la noche más fría del año exhibe sus músculos hinchados de esteroides delante de un local de McDonald’s puede ser un espectáculo patéticamente divertido, pero solo hasta que su corazón artificialmente inflado deja de latir. Drogas, ilusiones rotas, cuerpos inflados, dientes podridos, niños mudos o retrasados o adolescentes con el cerebro frito por un imposible cóctel químico, psicópatas, violencia siempre a flor de piel, dan forma a un paisaje tan degradado y malsano que realmente parece ser el último deshecho, el borde del infierno, el resumidero de las pesadillas. «Cuesta creer que haya gente tan pobre en este país. Viviendo en el país más rico del mundo», dice uno de los pocos visitantes que llegan al pueblo, atraído precisamente por su extraño nombre: «Knock’em stiff» se puede traducir como «Golpéalos hasta dejarlos tiesos» o, en el castellano de Chile, «Sácales la cresta». Un pueblo con ese nombre no puede tener un buen destino y eso es lo que se manifiesta en estos relatos. Hay personajes que se repiten, pero eso es apenas un indicio de otro asunto de mayor gravedad: nadie puede tener una vida distinta, singular, mínimamente digna, si está enterrado en esa hondonada engañosamente verde.

Donald Ray Pollock. Libros del Silencio, Barcelona, 2011. Traducción de Javier Calvo. 302 páginas.