Desarraigo sin fronteras (reseña publicada en el suplemento «Babelia» del diario El País, primero de febrero de 2014)
Mis documentos
Alejandro Zambra
Anagrama. Barcelona, 2014
208 páginas. 16,90 euros
CUENTOS. A SUS 38 AÑOS, el chileno Alejandro Zambra ya muestra una obra prolífica y diversa que combina, hasta ahora, poesía, ensayo y novela. Mis documentos es su cuarto libro de narrativa y el primero en que aborda el cuento como género. El libro muestra con singular claridad una seña de identidad de Zambra como escritor, la habilidad para borronear las fronteras y hacer emerger —en el caso de este libro— relatos que tratan de vidas tan inciertas como reconocibles y queribles que despiertan en el lector no solo una cierta solidaridad, sino también la impresión difusa de que los retratos de Zambra —esos episodios, esos quiebres en las relaciones de pareja, esa vulnerabilidad tanto del chileno atrapado en un secuestro exprés en un taxi mexicano o la del que va a Bélgica en busca de su pareja, ella lo rechaza y él, sin apenas dinero y con la maleta perdida en un tren, solo atina a caminar por Bruselas— son una cifra de interpretación que expresa una nueva forma del desarraigo ya no territorial, sino de las certezas que por tanto tiempo constituyeron la base de la sociabilidad chilena. El libro destaca además por su unidad de temática y estilo; y si bien hay varios cuentos de indudable base autobiográfica que establecen una clara continuidad con Formas de volver a casa, su más reciente novela, la fortaleza del tejido narrativo y su manera de vincular entre sí los textos con líneas invisibles hace tan difícil como inoficioso pretender distinguir si hay relatos de otras vidas o si se trata de distintas máscaras del autor, especialmente si la única pista es tan poco confiable como que el relato esté escrito por un narrador en primera o tercera persona.
Foto: Reuters / Tomas Bravo Los relatos de Zambra tratan de vidas tan inciertas como queribles.
Quizá el último cuento del libro es el que mejor ilustra la muy original manera en que Zambra explora nuevas fronteras, que lo identifica como un escritor que renueva los géneros y propone nuevas maneras de leer. Hay un yo narrador que recibe el encargo de escribir un relato policial, y cuenta —entre tazas de café y siestas— cómo lo va escribiendo, pero nunca cita ese cuento sino los recuerdos (verdaderos o falsos, qué más da) que sirven de pie para la historia: la vecina que le gustaba en su adolescencia y que dejó de ver hasta una noche muy posterior de marihuana y alcohol en que ella anunció que quería matar a su papá. A partir de ello el narrador fabula una historia de pedofilia e incesto donde los personajes cambian de profesión o de edad o de cualquier otro detalle para hacerlos calzar en la historia que nunca se narra, o que se narra de otro modo, o que constituye, en definitiva, la manera en que Zambra aborda la materia de sus relatos, desde un yo altamente consciente de su papel de demiurgo. Aquí hay metaliteratura, sin duda, pero muy alejada del modo en que suele abordarse el ejercicio de tomar a los escritores y sus obras como materia de la ficción. Lo nuevo de Zambra es la manera en que el narrador muestra sus cartas, su taller íntimo, su manera de imbricar la vida y el trabajo de la ficción. Desde ahí es posible intentar otra lectura de Mis documentos; si ya la estrategia narrativa difumina las fronteras entre el testimonio y la creación, el personaje protagónico que surge del conjunto (pues bien podría ser uno solo), con su fragilidad y su manera de exponerse en tantas dimensiones —amorosa, sexual, familiar—, se constituye en una suerte de síntesis —y quizá en el punto culminante— de un proyecto narrativo que no ha cesado de abrevar en la autobiografía.