El tesoro de Sierra Madre

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio. 12 de septiembre de 2009

sierra madreB. Traven intentó, y fue exitoso en ello, ocultar sus huellas, esconder su verdadera identidad, permanecer en el anonimato. Pero no porque quisiera ocultarse de sus seguidores o porque detestara a la prensa: no, se trataba de algo más profundo, del auténtico afán por aislar al autor de la obra. Parece más o menos claro, a estas alturas, que nació como Ret Marut en Alemania; que fue anarquista; que huyó a México, perseguido políticamente, en los primeros años 20; que Esperanza López Mateos, hermana de un ex Presidente de México, fue su traductora al español y representante oficiosa del escritor hasta que se suicidó en 1950; que el misterioso estadounidense que se hacía llamar Hal Groves y se presentó en el set de filmación de El tesoro de la Sierra Madre era Traven, y con ese nombre se casó con Rosa Elena Luján, heredera, hasta la fecha, de sus derechos de autor. Y de todo ello no hay, tampoco, seguridad.

El caso es que Traven comenzó a publicar sus novelas a fines de los años 20, ya radicado en México. La segunda de ellas, El tesoro de Sierra Madre, lo catapultó a la fama, con una historia de ambición y desesperanza ambientada en las montañas de México. La versión cinematográfica de John Huston, estrenada en 1948, es una de las grandes películas que protagonizó Humphrey Bogart. Hasta la fecha, sus libros eran muy difíciles de encontrar, así que el rescate de Acantilado es sumamente bienvenido. Tras éste, anuncian El barco de la muerte, la primera novela de B. Traven (o la primera que publicó bajo ese seudónimo).

El tesoro de Sierra Madre es una novela intensamente claustrofóbica, a pesar de transcurrir en los puertos petroleros y en los espacios abiertos del interior montañoso de México. Tres personajes -dos vagabundos que coquetean con la mendicidad y un viejo buscador de oro- se internan en la sierra. Antes de partir, el más veterano advierte que el hallazgo de un depósito aurífero es peligroso, porque «el oro es algo endemoniado» y, cuando lo hay en abundancia, «se pierde la noción del bien y del mal, se olvida la diferencia entre lo honesto y lo deshonesto, se pierde la capacidad de juzgar». Ahí está el hilo conductor de la novela. Los buscadores de oro tienen éxito y Fred C. Dobbs, el personaje encarnado por Bogart, comienza a sufrir la maldición de la riqueza súbita. Su creciente paranoia y desconfianza corren parejas con la ambición y la codicia desatadas y, por más que se trate de espacios abiertos, la novela transmite una asfixiante sensación de encierro, apenas alivianada por historias secundarias que Huston no recogió en la película. Traven es un gran escritor que introduce ingredientes y matices de singular riqueza y complejidad en el molde de la novela de aventuras. Por eso es un placer leerlo.

B. Traven. Acantilado, Barcelona, 2009. 352 páginas.

Traven, una vez más

Escribí la reseña de El Sábado sobre El tesoro de Sierra Madre, de B. Traven, un libro que conozco bien y que vuelve a lasSierra madre librerías gracias a la edición de Acantilado. Ya había escrito sobre este libro hace tiempo en Lecturas y libros, pero, ahora que releí la nota, no me gustó (aunque sí me sirvió para rescatar una cita clave). Creo que el motivo de la fiebre del oro, que abría una posible serie de temas, me distrajo de lo más relevante de sus novelas.

Y es que es interesante, Traven. Un gran escritor. Lo que más me gusta es lo que puse al final de la reseña, que incluye en el molde de la novela de aventuras matices inesperados. Se me vienen a la cabeza los tópicos de siempre: trataré de evitarlos rodeando un poco el asunto. Claro, dan ganas de decir algo como que ilumina espacios oscuros de la condición humana. Suena bonito (y seguro que lo he escrito más de una vez a propósito de otro), pero está muy dicho y por lo mismo remite a un espacio de generalidades que dice muy poco de su obra. Quizá mejor algo así: Traven saca a la luz, a propósito de otras cosas, rasgos comunes o habituales que comúnmente se nos pasan desapercibidos o que asimilamos a un tipo concreto de personalidad. Pienso en la ambición. Cuando Dobbs pierde la cabeza por el oro, no es el caso extremo de un maniático que sufre de paranoia aguda. No, puede ser cualquiera de nosotros, aunque tengamos a la vista casos crónicos, patentes y patéticos de cómo la ambición rompe el saco (otro lugar común, esta vez elaborado por la tradición).

Y el final es ejemplar. No es para contarlo, desde luego.