Díptico rumano o por qué me gusta Ana Blandiana

Me gusta explorar el catálogo de las editoriales independientes. Creo que ahí, tanto en el rescate de clásicos como en la difusión de autores poco conocidos, está la auténtica riqueza de la literatura contemporánea. Así que, cuando vi que la librería Gonzalo Rojas estaba importando textos de Funambulista, compré unos cuantos. Tengo a medias Goetz y Meyer, del serbio Davide Albahari, novela de la que ya hablé en este blog; comenté para El Sábado Mi testamento, de María Antonieta de Austria (los ágiles del blog de ElMer confundieron autora con título); y tengo también en la lista de pendientes El hijo del hijo pródigo, primera parte de Destellos en el abismo, trilogía de Soma Morgenstern, escritor gallitziano que fue amigo de Joseph Roth desde sus años de estudiantes.

Hasta aquí, todo bien. A Funambulista le gusta el juego de las apuestas con el Nobel de Literatura. Dicen, en la solapa, que Albahari será probablemente el primer escritor serbio en recibirlo y repiten la fórmula con Mircea Cartarescu: «se le suele comparar con Borges y Kafka, y será probablemente el primer Premio Nobel de lengua rumana». Y bueno. Quizá su obra de ficción amerite tales comparaciones, pero el libro que incluyó la editorial en su catálogo, Por qué nos gustan las mujeres, va de regular a malo. Se trata de una recopilación de columnas, en su mayoría escritas para la edición rumana de la revista Elle, y tratan, como es obvio, sobre mujeres. Hay retratos muy bien logrados, hay historias contadas con habilidad y buen pulso, pero también hay una ristra de reflexiones y frases de contornos broncíneos que más me valdría no haber leído, a caballo entre la auto ayuda y esa poetización de lo cotidiano que puede llegar a ser tan, pero tan irritante. Y esta experiencia me confirmó la necesidad de seguir una regla de oro en la compra de libros: hojearlos antes de decidir y, si tienen envoltura de plástico, pedir que se la saquen. Así habría advertido una señal gigante de peligro: ¡puntos suspensivos a granel!

Blandiana es mi candidata

Muy distinto en calidad y fuerza es Proyectos de pasado, de Ana Blandiana, publicado por otra editorial independiente, Periférica, cuyo catálogo denota un pulso firme y bien afinado a la hora de escoger títulos. Tiene además la gracia de difundir narrativa latinoamericana, rompiendo así con la absurda insularidad que impone la gran industria del libro. Ya hablé aquí de Iniciaciones, del venezolano Israel Centeno, y acabo de terminar Trabajos del reino, del mexicano Yuri Herrera, novela magnífica a la que pronto le dedicaré una entrada.

El libro de Blandiana podría gustarme sólo por quien me lo trajo de regalo desde España hará poco más de un año y medio, pero hay razones más universales (aunque no necesariamente mejores, jojojo). Son 11 cuentos que se distribuyen en casi 400 páginas. El libro fue publicado originalmente en 1982 y sólo porque en ese mismo año la escritora recibió uno de los premios literarios más prestigiosos de Europa, el Herder, otorgado por la Universidad de Viena. Fue publicado, pues, en plena época de Ceaucescu, cuando Rumania sufría aún el rigor de la dictadura; pero más importante aún es que fue escrito durante esa época y cuando aún estaba fresco el recuerdo de los peores excesos del estalinismo. Y aunque hay muchas y muy transparentes alusiones a la situación política, la mayoría de los cuentos sobrevuela esa realidad y se adentra en el ambivalente territorio de la literatura fantástica, pero con ese retorcimiento barroco que implica decir lo mismo pero de manera más complicada y oblicua. No sigo que los cuentos sean malos, no, todo lo contrario: es que el efecto de la censura suele ser ese, el oscurecimiento del mensaje, la sugerencia entre líneas, el relato oculto en otro relato. Uno de los cuentos, «Aves voladoras para el consumo», es un caso ejemplar, que funde en un solo plano narrativo la ruinosa economía, la cerrazón ideológica y la deriva fantástica, con un humor tan contenido que estremece más que divierte, pero ahí está el embrión de la risa. La señora L., catedrática de materialismo, decide autoabastecerse de alimentos y se agencia una gallina clueca que instala en su balcón. Un misterioso viejo le vende huevos de aves voladoras para el consumo para que la gallina los empolle; pero, cuando rompen el cascarón, los seres que asoman tienen piernas, manos, brazos, cabezas y alas blancas que les nacen en los omóplatos. Blandiana resuelve el relato de manera magistral. Por otra parte, el mejor de la colección es el que le da el título. Es también el menos fantástico y el más político. La narradora relata hechos que involucran a tíos suyos y los reconstruye tanto a partir de sus testimonios como de reporteo en terreno muchos años después de ocurridos los hechos. Hay un matrimonio. Va gente de los alrededores. Algunos dicen que es una locura; otros, que nadie puede oponerse a que la gente se case. Pero llegan los camiones de la Securitate y los invitados (y los novios), de manera aleatoria, son detenidos y transportados a un valle fértil y solitario, una prisión sin rejas, donde deben repetir la experiencia de Robinson Crusoe, pero en grupo. Lo más interesante de «Proyectos de pasado» es que el corazón del cuento no está en la denuncia ni en la muestra de la impredecible arbitrariedad del poder sin contención, sino  en otra parte, en cómo se elabora el pasado, en cómo se trabaja una experiencia tan traumática y prolongada, en cómo la memoria puede ser la gran protagonista de una vida.

Por eso que Blandiana, mucho más que Cartarescu, es mi candidata rumana al Nobel de Literatura.