El catador de libros

Columna publicada en el diario Las Últimas noticias, 25 de junio de 2001.

alone_001Pocas semanas atrás, un crítico literario de “El Mercurio”, José Promis, despachó una subida diatriba contra la novela “Ferrantes”, de Patricio Femández, pese a declarar, de entrada, que no había leído ni la mitad del libro. Hace algunos años ocurrió lo mismo con Ignacio Valente y “Mala onda”, de Alberto Fuguet.

Casos así son para indignarse, según los lectores acuciosos que no opinan de un libro hasta haber leído, y muchas veces soportado, hasta su última página. Pero tal práctica –poco frecuente, por fortuna- viene avalada por el mismísimo pope de la crítica nacional, Hemán Díaz Arrieta, Alone, quien declaraba a quien  quisiera oírlo que no se sentía obligado a leer íntegros los libros objetos de sus críticas: le bastaba “catarlos”.

Es cierto que para reconocer un buen o un mal vino basta con beber menos de una copa. Es cierto también que Alone no se equivocó a la hora de reconocer a los verdaderamente grandes de la poesía chilena, y ello desde muy temprana hora; y también hay que decir, en su defensa, que nunca aceptó el título de crítico, prefiriendo, en cambio, el calificativo de “cronista” de la literatura. Tampoco hay dudas de que la cata literaria puede ser eficaz respecto de los subproductos del mundo de los libros -como los bestsellers, por ejemplo-, pero no lo es, no puede serlo, en el ejercicio cotidiano de la lectura reflexiva que se traduce luego en una opinión expuesta públicamente.

Tal vez por eso es que la obra de Alone tuvo tantos detractores -menos, en todo caso, que sus admiradores y fieles seguidores- y el calificativo de arbitrario sigue rondando los centenares de artículos que publicó, especialmente en “El Mercurio”, durante una larguísima vida como crítico (que lo era, más allá de lo que dijo él mismo respecto de su oficio) que alguna vez incursionó en la novela y, por supuesto, en el ensayo, en las memorias, en los artículos políticos, en los diarios, casi siempre con una prosa repulida y a ratos farragosa, y con un estilo que se siente, conforme pasan los años, cada vez más anacrónico y poco eficaz a la hora de comunicar.

Tal vez por eso es que la paternidad ejercida por Alone durante tantos años no se ha prolongado en el tiempo, y hoy, a pesar de esporádicos ejercicios de  reanimación, su nombre tiene sobre todo el peso de la historia, pero ninguna actualidad. Nadie valora hoy sus tesis o sus propuestas. Su “Historia personal de la literatura chilena’’ es más un catálogo de sus preferencias y animadversiones que un documento confiable para el estudio de la literatura chilena.

A fin de cuentas, Alone es hoy sólo un personaje más de nuestra narrativa -secundario, desde luego-, tal como lo muestra una novela reciente que, por cierto, ha sido rigurosamente ignorada por el diario en que Alone ejerció la crítica durante tantos años.

Recuerdos del pasado

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 12 de marzo de 2005

recuerdosLa hipérbole es un rasgo frecuente en los textos referidos a esta obra de Vicente Pérez Rosales. El mejor ejemplo es la siguiente frase de Alone: «Rara vez se habrá dado tal compenetración de un hombre, un libro y un país como la que hay entre Pérez Rosales, sus Recuerdos del pasado y Chile: los tres conglutinados forman un solo ser, con el mismo carácter y análogo desarrollo». El texto –citado en el excelente prólogo de Marcelo Somarriva– es útil también para hacer notar la habitual identificación entre el relato de Pérez y la formación de la identidad nacional de Chile, cuestión que conviene no asumir de manera tan literal.

Desde luego, hay que celebrar la recuperación de un libro largamente extraviado de los catálogos editoriales y que, sin duda, es una de las piezas fundamentales de la constitución del corpus literario chileno en el siglo XIX; junto a Pérez están Blest Gana, José Joaquín Vallejo y bien pocos autores más, si dejamos fuera la otra gran corriente formadora de la tradición criolla, la historiografía. Ambas, historia y ficción literaria, son complementarias y forman parte del mismo movimiento creador de una memoria común, pero no sin conflictos. La identidad nacional es más una aspiración y un problema que una realidad, y en torno a ella se suelen desatar controversias acerca del poder y el carácter hegemónico de un discurso asociado a las élites culturales. Por eso es bueno releer a Pérez Rosales desde una perspectiva menos ingenua (el prólogo da algunas pautas en ese sentido) que la «conglutinante» enunciada por Alone, que termina asignando al libro un valor de verdad que supera con mucho las intenciones del autor y, francamente hablando, el alcance de cualquier texto literario. Ojalá entonces esta reedición no sea solamente la oportunidad de revisitar Recuerdos del pasado, sino también de resituar, desde la perspectiva contemporánea, su contribución a la memoria colectiva y a la tan escurridiza y problemática identidad nacional.

Vicente Pérez Rosales. Ediciones B, Santiago, 2006. 541 páginas.