Sepulcros de vaqueros

Reseña publicada en la revista «Sábado» del diario El Mercurio, 16 de septiembre de 2017

Es estéril, a estas alturas, continuar el debate sobre los inéditos de Roberto Bolaño. Su heredera y albacea ha decidido publicarlos, y ya está. Sí se puede discutir la intención de presentar Sepulcros de vaqueros como «un libro desconcertante» frente al cual «no tiene sentido tratar de distinguir si estamos ante tres partes independientes o ante la unidad propia de una novela», según dice el autor del prólogo, Juan Antonio Masoliver. Toda obra de Bolaño, según él, es parte del gran libro de las obras completas y así hay que leer este volumen, como un capítulo más de un proyecto creativo. Está bien, pero ello no quita que se reunió aquí tres textos muy dispares en calidad, en estructura y en grado de elaboración. Si entre los dos primeros, «Patria» y «Sepulcros de vaqueros» hay tenues lazos (el escenario chileno, la presencia del alter ego del autor, Belano, aunque con nombres de pila distintos, las referencias —probables— a la biografía), el tercero, «Comedia del horror en Francia», no tiene nada que ver.

«Patria», escrito entre 1993 y 1995, es un texto muy valioso para apreciar mejor el método de trabajo de Bolaño. Las numerosas y cruciales coincidencias con Estrella distante llevan a pensar que puede tratarse de un primer borrador de aquella novela, aunque las diferencias de estilo y estructura sean gigantescas. También hay una flecha que apunta a un relato posterior de Bolaño, «El Ojo Silva». Los capítulos finales evidencian clarísimamente que el proyecto quedó trunco y que Bolaño, un escritor radical en todo sentido, prefirió desarrollar la historia de una manera completamente distinta. «Sepulcros de vaqueros» es un texto más maduro y mucho más afinado, pero, tal como lo muestra el índice que Bolaño tenía pensado para esta obra (incluido en las reproducciones facsimilares de sus notas de trabajo al final del volumen), también es un proyecto que quedó a medio camino. De todos modos, los cuatro cuentos que lo componen (o capítulos de una posible novela, uno de los cuales, «El gusano», pasó, con muchos cambios, a Llamadas telefónicas), son, lejos, lo mejor del volumen; iluminan con claridad el juego entre biografía y escritura que desarrolló Bolaño en toda su obra y son también muy valiosos para entender mejor su relación con Chile y con el golpe de Estado de 1973. «Comedia del horror en Francia» parecer ser, efectivamente, el desarrollo ficcional de una columna publicada en Las Últimas Noticias, «Conjeturas sobre una frase de Breton», pero es imposible saber si su final es abierto o simplemente quedó trunco.

Roberto Bolaño. Alfaguara, Santiago, 2017. 216 páginas.

Puedo explicarlo todo

Reseña publicada en el suplemento «Babelia» del diario El País, 3 de diciembre de 2011

portada-puedo-explicarlo-todoNarrativa. Obra de largo vuelo y compleja estructura, Puedo explicarlo todo es la nueva apuesta del mexicano Xavier Velasco, un escritor prolífico que cada tanto no sólo publica otra vez, sino que además lo hace a lo grande, con novelones de larga extensión. Hay algo extraño en esta obra de Velasco. Si a propósito de Diablo Guardián Rafael Conte le reprochaba, en estas mismas páginas, el uso de «jerga mexicana a ultranza» hasta el punto de dificultar la comunicación, en esta nueva novela los mexicanismos salen con cuentagotas y se trata de aquellos ya incorporados al diccionario de la Academia. Mexicanismos elocuentes, de todos modos, que dan ganas de incorporar de inmediato al propio léxico, como chimuelo, cacarizo, empistolado; pero dosificados en un estilo que no se puede calificar sin más de neutro y aséptico porque tiene también algo de ese replegarse del lenguaje sobre sí mismo que constituye el mínimo exigible para declarar que una obra pertenece al mundo de la literatura. Así la novela gana en fluidez, pero cuesta dejar de sentir el extraño retintín de la ausencia de un habla más vigorosa, expresiva y vital. Aunque, es cierto, se escucha a ratos en los monólogos de Isaac Balboa, el impresor que quería ser gurú, maestro de sabiduría, vendedor de pócimas para el alma, sanador de lectores. Y por ahí surge la segunda rareza de este libro. Podría legítimamente decirse que se trata de una novela sobre escritores y escritura, pero en realidad aborda el subgénero más degradado y despreciado por el campo propiamente literario, la autoayuda. Balboa tiene las ideas pero le faltan, más que la habilidad, la paciencia y la disciplina, de modo que contrata un negro tras otro hasta que da con Joaquín Medina, narrador principal y protagonista de Puedo explicarlo todo. Un joven sin estudios, sin fortuna y ya sin familia que pasa a ser el escribano de Isaac y también su cómplice en un oficio harto más original, la seducción de viudas y parientes llorosas en funerales de completos desconocidos (que parece una nueva versión del texto de Cortázar sobre los velorios, más perversa, pero en la misma línea de hacer surgir los dobleces en la digna apariencia de los dolientes). En torno a esa escritura mercenaria está lo mejor de una trama larga y compleja, llena de vericuetos y giros, que transcurre mayormente en una casa -la de la familia de Joaquín- y el edificio que está delante, pero que se compone sobre todo de personajes -la actual obsesión de Xavier Velasco- que dan nombre a las diversas partes de la novela o, dicho de otra manera, que concentran transitoriamente el foco de la narración sobre sí mismos. Cada parte, a su vez, se mueve en dos planos, ya sea que Joaquín alterne distintos momentos de su biografía o surja otra voz a cargo del relato.

Pero, aunque una parte importante del libro trate de escritores y escritura, el proyecto de Velasco está muy lejos de situarse en aquella corriente cultivada por Vila-Matas, Bolaño y otros narradores que le otorgan un papel protagónico a la literatura. Acá hay más bien una nota estridente y grotesca que se burla sin piedad de la producción seriada de frases hechas y de libros de títulos rimbombantes y contenidos idénticos (otro juego de esta novela se desarrolla en torno al plagio y la cita, al original y la copia, a la propiedad intelectual de productos de desecho). En torno a Isaac y sus delirios redentores hay humor y lenguaje desenfadado, sobre todo cuando él y Joaquín se dedican a producir fragmentos de futuras obras como Pésames y epitafios: cápsulas de sabiduría intemporal y brillan las frases fuera de contexto como «soy el que todos fuimos y seremos». La historia luego asume otros rumbos y los hilos familiares que convergen en el mismo complejo familiar adquieren más importancia a medida que progresa un relato ciertamente ambicioso, con afanes totalizadores y aires de gran novela. Pero, aunque el libro de Velasco se lee bien, ello no es en modo alguno suficiente para subirlo a algún podio. Especialmente porque hay algo más en la historia que hace ruido, y mucho ruido: ¿hasta dónde hay pasión por el detalle y hasta dónde relleno? Cuando se presenta la tentación de saltarse párrafos porque nada va a cambiar mucho en unas cuantas páginas, algo anda mal. Y éste es el caso: aunque la novela fluye, entretiene y plantea algún nivel de dificultad por la intrincada estructura, los cambios temporales y la aparición, desaparición y reaparición de personajes con cientos de páginas de diferencia, queda también la sensación de que el texto padece de una cierta hinchazón que conspira contra sí mismo.

Xavier Velasco. Alfaguara, Madrid, 2010. 746 páginas.