Siempre hemos vivido en el castillo

Reseña publicada en la revista Sábado del diario El Mercurio, 27 de julio de 2017

Dieciocho años cumplió la editorial Minúscula, una de las primeras –junto con Acantilado- en nacer en España a fines de los noventa, cuando, tras el primer reordenamiento gigantesco de los grandes grupos editoriales, surgieron iniciativas para reabrir el campo cultural del libro. Partió con una colección que recuperaba ensayos y novelas ligadas a Alemania, “Alexander Platz” especialmente de la primera mitad del siglo XX. Luego abrió una colección de libros de viaje, “Paisajes narrados”, sumamente atípica en la selección de títulos, para luego ampliarse al ensayo, a la narrativa contemporánea y al rescate de títulos de otras tradiciones literarias. En esta última línea –la colección “Tour de force”- se inscribe la edición de obras de Shirley Jackson, novelista estadounidense que vivió entre 1916 y 1965 y que ejerció una profunda influencia entre los escritores que cultivan el género de la literatura de horror; pero sin duda que a ella le habría molestado que la encasillaran de manera rotunda en cualquier corriente. Lo que muestra con esta novela, Siempre hemos vivido en el castillo (1962) va mucho más allá de la mera intención de inquietar al lector; o, si lo logra, es de una manera tan sutil como hondamente perturbadora.

Es la historia de un personaje que se ha convertido en un clásico, Merrycat, Mary Katherine, quien vive en la casa familiar junto a los sobrevivientes de su familia: su hermana Constance, a la que adora y que es su principal referente y preocupación en el mundo, su tío Julian y Jason, el gato con el que dialoga constantemente. Hay una profunda dislocación en el relato, algo que aparece como desenfocado; parece realista y apegado a los cánones tradicionales, pero en sus omisiones y revelaciones parciales late algo muy inquietante. Pronto el lector sabe de qué se trata, pero incluso la revelación de la tragedia que asoló a la familia Blackwood está velado por la manera indirecta de contarlo. Merrycat lleva la voz narrativa, lo que impone desde ya una restricción del punto de vista y que se agolpen las preguntas sobre, por ejemplo, por qué ella tiene permiso para algunas cosas y para otras –que parecen perfectamente inocentes-, no. El arte de Jackson se basa en sugerir, no en explicitar, y así su extraordinaria lectura de la soledad, la avaricia, la lucidez, el sacrificio y la locura quedan más de relieve, circunscritas a un espacio clausurado, un refugio inexpugnable ante los males del mundo.

Shirley Jackson. Minúscula, Barcelona, 2017. 204 páginas.

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