Dos novelas de Mo Yan

Reseña publicada en la Revista de Libros del diario El Mercurio, 2 de diciembre de 2012

La bolita de la ruleta del Premio Nobel de Literatura cayó esta vez en un casillero chino, Mo Yan, tal como ocurrió hace 12 años con Gao Xinjiang. Hay dos diferencias destacables entre ambos autores. Gao salió de China en 1987 y es ciudadano francés, mientras que el recién galardonado vive en su país; y si Gao comenzó a ser traducido al castellano a partir de la recepción del premio, Mo Yan ya estaba publicado por la editorial Kailas, otra muestra de la creciente importancia de las editoriales independientes en la ampliación de los mapas literarios en nuestro idioma. Tal como el año pasado Nórdica resultó adelantada a su tiempo con la edición de las poesías de Tomas Tranströmer, Kailas —que renovó su contrato con Mo Yan— recibe un justo premio por difundir a un autor antes de que sonara el gong de la fama. Y quizá el hecho de haber sido ya publicado exprese otra cuestión relevante: mientras Xingjiang ha desaparecido virtualmente de los catálogos editoriales, indicio seguro de que no alcanzó a constituirse en una voz realmente interesante para los lectores en castellano, Mo Yan ya lo es; y la rápida reedición se las seis novelas publicadas por Kailas (y el anuncio de la pronta aparición de otras tres) probablemente reafirmará esa percepción.

baladas ajoEntre las que están disponibles, Las baladas del ajo, de 1989, es una de las primeras obras del autor. Una novela singular, con una escritura poderosa que fluye con un ritmo que a veces estremece, compleja en estructura pero a la vez impresionante por la abundancia de recursos narrativos e imágenes que rescatan de manera inolvidable el cerrado mundo rural en que transcurre. Uno de los personajes, cuando es transportado en un vehículo policial, se hincha de orgullo: «¿Alguna vez habías ido tan rápido? ¡No, nunca!». La intensidad del relato opone diversos factores. Por un lado, los gruesos errores de la planificación centralizada, que dictamina que todos deben plantar ajo; y el hedor insoportable de las montañas de ajo pudriéndose al sol, porque no es posible comercializarlas, que desata la ira de los campesinos y la consecuente represión policial. Por otro, se despliega el conflicto entre las costumbres antiguas —casar a las hijas con desconocidos— y las nuevas normas que prohíben hacerlo, aunque el peso de lo ancestral las suele tornar letra muerta. Entre ambos cauces discurre la novela, con saltos en el tiempo y relatos paralelos donde los personajes —magníficamente retratados, que a veces toman la primera persona y más frecuentemente se la entregan al narrador— son los mismos.

rana okRana, por su parte, de 2009, es la más reciente entrega de Mo Yan. También ambientada en el mundo rural de la década de los cincuenta, también con registros estilísticos múltiples (en este caso, la literatura epistolar, el teatro y la narrativa), también cruzada por tensiones entre antiguas costumbres y nuevas ideas, cuenta la historia de Wan Xin, una ginecóloga que progresivamente reemplaza a las antiguas matronas, cuya función principal era gritar, sudar y sufrir del mismo modo que la parturienta. Pero la vocación de Wan Xin, que le permite salvar niños que usualmente morían por la ignorancia de «las abuelitas», las matronas antiguas, también la sume en agudas contradicciones cuando el gobierno central decide implantar la política de planificación familiar para limitar el crecimiento de la población. Vasectomías primero, que indignan a la gente («Joder, hay gente que capa a los cerdos, hay gente que castra a los caballos y mulos, ¿desde cúando se ha visto que se castre a los hombres?»), y abortos forzados después, generan una espiral de culpas en ella y de profundos rencores en su entorno. «A la hora de escribir hay que tocar la parte más dolorosa del corazón y describir las experiencias que no queremos recordar», dice el sobrino de Wan Xin, narrador de la novela; y en esa frase algo cursi hay, de todos modos, una especie de poética del autor.

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