Reseña publicada en la revista Caras número 199, 27 de noviembre de 1995
Eduardo Labarca, chileno, fue periodista de prensa y radio en los años sesenta y a comienzos de los setenta. Fue autor de grandes reportajes. Salió tempranamente al exilio tras el golpe militar y residió en Bogotá, Moscú y París, hasta que en 1985 se radicó en Viena, donde ejerce su oficio de traductor. Sólo muy tardíamente se dedicó a la creación literaria y Butamalón es su primera novela, luego de incursionar brevemente por el cuento. Como además el libro fue editado en España, Labarca es un virtual desconocido en su propio país: y contra lo que pudiera pensarse, dada su larga estadía en otras latitudes, no son sus vivencias de exiliado las que aquí se exponen, sino la experiencia colectiva de Chile durante la conquista y en nuestros días, mediante dos relatos cruzados que se necesitan mutuamente.
Por un lado está el traductor de un libro norteamericano sobre el padre Barba, misionero que llegó a Chile a fines del siglo XVI, fue capturado por los indios y terminó unido a ellos en su lucha contra los españoles. El traductor se relaciona con personajes designados por su función -la dueña de la pensión, el cartero, la empleada- y a través de sus diálogos ofrece una mirada sobre el Chile contemporáneo. Y con la empleada, de origen mapuche, abre otra puerta de comunicación hacia el segundo relato, las aventuras del padre Barba, de dimensiones épicas y alucinadas, que se inscriben perfectamente en una corriente de poco pero significativo desarrollo en Chile: la novela histórica, que ha ofrecido libros tan notables como Ay, mama Inés, de Jorge Guzmán, a Hijo de mí, de Antonio Gil. Es en este segundo relato donde reside la fuerza turbulenta de la prosa de Labarca, que rescata el léxico y los giros castizos para dar cuenta desde dentro de las turbulencias y dilemas inscritos en el acto conquistador. La fe y el afán de lucro de los españoles, la libertad y la capacidad de actuar unidos de los mapuches, son algunos de los temas que atraviesan la reconstrucción libre del conflicto armado entre ambos pueblos. Labarca hace gala de un gran dominio del lenguaje, mezclando estilos y maneras de abordar a sus personajes o su tema, lo que redunda en un texto que vibra con fuerza y desgarro. Mientras tanto, en la otra serie, el traductor revive a su manera el choque de las dos culturas. El libro tiene una moraleja implícita, pero no molesta –precisamente- por la calidad de la propuesta.
Eduardo Labarca. Anaya & Mario Muchnik, Madrid, 1994. 421 páginas.