«I want to be alone»

Reseña publicada en la revista APSI número 333, del 4 al 10 de diciembre de 1989.

pepita 1Enrique Lafourcade es una de las más características figuras de la literatura  nacional; es decir, tiene un fuerte carácter. Es un agudo polemista y no trepida en romper lanzas cuando la causa le parece justificada: así contra la Teletón, por ejemplo, con lo que se ganó la antipatía de las amas de casa y del público en general que se enternecía hasta las lágrimas con la afluencia de dinero para los niños lisiados. Desde su página dominical en El Mercurio de Santiago, Lafourcade ironiza, satiriza y divierte a sus lectores en crónicas que pocas veces dejan relucir la prisa con que fueron redactadas. Sus refunfuños gastronómicos -también publicados en el decano de la prensa nacional- cuentan con un público fiel y variado.

Su trayectoria como escritor es menos nítida y más polémica. De hecho, pocos recuerdan El príncipe y las ovejas, Pronombres personales o La fiesta del Rey Acab, tempranas incursiones de Lafourcade en la narrativa que revelaban a un escritor original, levemente perverso y con una buena dosis de sentido del humor. ¿Qué pasó luego? Palomita blanca, novela célebre por haberse constituido en un resonante best seller y por un frustrado intento de llevarla al cine. Ahí Lafourcade descubrió una veta que, si bien le ha deparado grandes éxitos de venta, lo ha obligado a adaptarse a los gustos masivos. Esa veta es el tratamiento de la más reciente historia, disfrazándola apenas o no disfrazándola; novela-crónica con las adecuadas dosis de sexo, violencia y suspenso para atrapar al público.

pepita 2Vistos estos antecedentes, es difícil entender cómo Lafourcade se embarcó en el proyecto de Pepita de oro, novela situada difusamente en los años cuarenta y ambientada en el otrora elegante barrio República. Se trata de la historia de una cargante mocosa de siete años que se pasa las tardes en los rotativos del barrio y que sueña con ser estrella de cine. Esperanza del Carmen, autodenominada Pepita de Oro, vive con su madre, con su nana, con una Virgen de Lourdes que de repente rompe a llorar y con un neumático llamado Felipe. Pepita de Oro no estudia, no aprende a sumar, pero se sabe las canciones en inglés y repite los diálogos de las películas; es amiga del borrachín del barrio, apodado El Almirante, quien, en compañía de la nana, rescata a Pepita de Oro de las garras de unos gitanos que la habían vestido de princesa, no sin antes meterle los dedos por todas partes; Pepita de Oro sueña con su padre, permanentemente de viaje, y ve poco a su madre, esforzada doctora que se quema las pestañas para alimentar a su querido retoño; Pepita de Oro odia la paella dominical que le ponen por delante en la casa de su tía Suspiros; recibe de regalo dos blancos gatitos persas llamados Pompon y Pomponette, porque son hombre y mujer; Pepita de Oro, cuando se enoja con la nana, le dice «I want to be alone»; a veces sufre, como cuando se frustró el milagro de la virgen, su nana fue despachada a Molina y la nueva no la dejaba ir al cine ni juntarse con El Almirante; a veces es feliz, como cuando se ve tres películas al hilo; etcétera.

pepita 3Esto es Pepita de Oro, novela repleta de ripios, indecisa en el estilo; que se quiere coloquial, pero no lo logra; que se quiere añorante, pero no se descubre qué quiere evocar; que recurre al cine como significante, pero con una tesis tan inverosímil que parece sacada de un cuento de hadas; ¿es, entonces, un cuento de hadas? No, no lo es. La probable lección es que no conviene abusar de los diversos registros si no se está seguro de dominarlos bien. De otro modo, un escritor que maneja más o menos correctamente una veta que le da frutos corre el riesgo de darse un severo porrazo. Cabe, sin embargo, otra tesis: que la infinita cursilería de Pepita de Oro sea una broma más, un inmenso chiste, una genialidad que se prolonga durante 158 páginas.

Pepita de oro. Por Enrique Lafourcade. Editorial Zig-Zag, Santiago, 1989. 158 páginas.

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