Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 21 de mayo de 2016
Peter Leigh, pastor cristiano, postula a un trabajo. Lo examinan durante semanas o meses. Una de las situaciones a las que debe reaccionar es esta: va a otra ciudad y sale a comer con sus anfitriones. En el restorán, muy animado, hay una jaula donde pequeños patitos corretean junto a su madre. «Cada pocos minutos, un chef agarra uno de los patitos y lo arroja a una olla de aceite hirviendo. Una vez frito, lo sirven a los comensales y todo el mundo está contento y relajado». Quizá la cita ayude a indicar lo singular que es esta novela; aunque su trama se puede resumir rápido en viajes interestelares, alienígenas, capitalismo desenfrenado, caos apocalíptico en la Tierra y amores trágicos, nada de eso puede orientar la lectura. Si alguien busca una novela de ciencia ficción, saldrá decepcionado (o no pasará de las primeras páginas). Si alguien no la lee porque hay extraterrestres, se perderá una creación genial. Es uno de aquellos raros casos de novelas que revientan las categorías y de las que se puede decir, sin más, que es literatura, pura, dura y buena literatura.
Faber retoma aquí algo que ya había planteado de alguna manera en Bajo la piel, que tuvo una horrible versión cinematográfica, quién es el otro. O, mejor dicho, cuándo reconocemos que estamos frente a un otro y no frente a algo donde no vemos un reflejo especular que nos permita sentirnos interpelados. A ello agrega Faber una interrogante poderosísima: cómo puede ser recibido, entendido y asimilado un relato tan complejo y lleno de símbolos como la Biblia entre seres cuya historia es no tener historia, ni memoria, ni recuerdo, solo presencia. Seres parecidos hasta un cierto punto, pero tan radicalmente distintos en otros que el solo hecho de lograr hablar con ellos es una hazaña social y lingüística mayor. Y mientras Peter lidia con ellos con mucho más éxito de lo esperado, allá lejos y atrás la Tierra se desmorona y Bea, su mujer, pareciera derrumbarse con el planeta. Pocas novelas tocan también, tan de cerca y con tanta delicadeza, la fragilidad humana, ya no física ni tecnológica, sino aquella que se expresa en la capacidad de resistir los embates de la existencia y de entablar relaciones afectivas. Todos los personajes de Faber -los humanos, al menos- están dañados, y cómo resuelven los puzzles de su existencia es una de las tantas variables que atrapan en esta novela dislocada, extraña y apasionante, tan genial como su gran obra anterior, Pétalo carmesí, flor blanca, tan de este tiempo y a la vez tan adelantada a él.
Michel Faber. Editorial Anagrama, Barcelona, 2016. Traducción de Inga Pellisa. 624 páginas.