El baile de la victoria

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 28 de noviembre de 2003


baile victoriaAntonio Skármeta destacó como uno de los narradores más promisorios de su generación, aquella que comenzó a publicar sus obras en la década de los sesenta. De ese tiempo datan cuentos memorables como «El ciclista del San Cristóbal» o «Tiro libre». Más tarde alcanzó fama con El cartero de Neruda, una historia de amor en torno a la figura del poeta que mereció una versión cinematográfica. Otras ocupaciones postergaron su dedicación a la literatura y, cuando regresó con La chica del trombón, el resultado no pudo ser más decepcionante. Anunciada como primera parte de una trilogía, la novela mezclaba por igual los lugares comunes, las inverosimilitudes, los guiños al realismo mágico, las inconsistencias y la imborrable impresión de haber sido escrita muy a la rápida.

La trilogía no tiene, hasta ahora, continuación. En cambio, llegó El baile de la victoria, que mereció el Premio Planeta 2003. Ahora bien, como se sabe, los premios que dan las editoriales son, casi sin excepción, operaciones de marketing para potenciar un producto ya de por sí vendedor, o que requiere del apoyo del premio para convertirse en best seller. Pareciera que con esta novela ocurre lo segundo. Está escrita con un ojo en la curva de ventas y con un descuido lamentable. Sólo dos ejemplos: en la página 42, Victoria, la protagonista, pasa a llamarse Laura y, luego, nuevamente Victoria. La acción transcurre ya iniciado el siglo veintiuno, pero, cuando otro personaje protagónico recién había comenzado a cumplir una condena de cárcel cinco años atrás, su socio de fechorías llevó la mitad de las joyas que a ambos les pertenecían y las donó «para la reconstrucción del país que estaban haciendo los militares».

La trama se desarrolla a través de dos relatos paralelos, cada uno a cargo de un ex convicto: el joven Ángel Santiago y el veterano Nicolás Vergara Grey. Mientras el segundo quiere el dinero que su socio le debe y retirarse tranquilamente, el primero quiere asociarse con él para llevar a cabo una «obra de arte», un plan maestro diseñado por otro convicto. Vergara Grey (apellido compuesto) recibe el rechazo de su familia; Ángel Santiago encuentra una novia, hija de un detenido desaparecido (el último de ellos, según la novela) y aprendiz de bailarina en una academia de ínfima categoría. Abundan también las inconsistencias, las erratas y la sensación de descuido; claro que la novela es tan poco exigente desde el punto de vista del estilo que una lectura rápida simplemente las pasa por alto. Y se lee rápido porque así lo demanda el texto, de una liviandad pasmosa, con los debidos ganchos de erotismo, amenazas de muerte y promesas de robos espectaculares que, se supone, llevan a pedir más de lo mismo. En fin. Aunque a ratos se nota el oficio del autor, queda claro que el Premio Planeta no es una recomendación que haya que tomar en cuenta.

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