Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 13 de junio de 2015
Hace pocas semanas estuvo en Chile John Banville, el escritor irlandés que comenzó a cultivar el género policial con el seudónimo de Benjamin Black. Ya se ha dicho lo suficiente que una de las cuestiones que lo distingue es el cultivo de un estilo muy cuidado, elegante, abundante en metáforas y comparaciones. No deja de trabajar sobre el lenguaje (por eso molestan más algunos españolismos en la traducción, claramente innecesarios cuando Banville-Black no recurre a modismos populares; en otros casos -cuando hablan los tinkers, una suerte de gitanos irlandeses- se entiende su uso, y están en un glosario al final del libro), lo que hace que su manera de tratar el género de la novela negra sea tan singular. El protagonista, como siempre, es Quirke, médico patólogo a quien le gusta, según la expresión de su hija, «jugar a la policía», pasatiempo en donde encuentra la complicidad del profesional de verdad, el inspector Hackett.
Hay otra cuestión, sin embargo, que distingue especialmente a esta novela, ambientada, como toda la serie de Quirke, a mediados del siglo pasado. Y se trata de un tema que se ha hecho dolorosamente presente ante la opinión pública en los últimos años: los abusos de sacerdotes católicos en los internados irlandeses. Black aquí es más Banville que nunca, en esta inmersión en un mundo cerrado y perturbador que cambió y afectó las vidas de tantos niños. La novela, perfectamente construida, une la investigación criminal -el asesinato a golpes de un periodista siempre detrás de un golpe noticioso- con el buceo en la historia escolar de Quirke. La remoción de recuerdos enterrados suele ser dura y amarga. Banville acierta plenamente con el desarrollo de su personaje protagónico, un hombre atormentado y lleno de fantasmas a quien le cuesta mucho relacionarse con su hija y con su pareja, aunque lo logra a su oblicua manera, con la melancolía viva y un escepticismo a prueba de toda invitación a la fe. Quizá sea una de las más logradas novelas de la serie, por su perturbadora aproximación a la intimidad de sus personajes y a la habilidad para desarrollar, en la primavera dublinesa, una trama que nunca deja de interesar. Black escribe con mucho detalle. Se complace en minucias, en la ropa, en el tiempo, en las calles. Pero con tal habilidad que nunca dan ganas de saltarse páginas, como suele ocurrir en un género que no privilegia el estilo.
Benjamin Black. Alfaguara, Buenos Aires, 2015. 298 páginas.