Columna publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 31 de enero de 2015
El último título de Pedro Lemebel que llegó a las librerías chilenas es Adiós mariquita linda, reedición en Seix Barral del libro publicado en Sudamericana 10 años antes. El título no puede ser más apropiado para despedir a un escritor que, desde mediados de los noventa, ganó no solo fama y prestigio entre la academia, la crítica y los lectores bien informados de Iberoamérica, sino también el cariño y la cercanía de la gente. Las redes sociales y la fiesta -que eso fue- de su funeral, multitudinario y caótico, expresaron muy bien esa especial empatía de Lemebel con su público, aquel que llenaba sus presentaciones y que asistía, en los últimos años, al tono ronco de su voz quebrada por el cáncer, y que salió a las calles a despedirlo con esa mezcla inseparable, cuando de Lemebel se trata, de rabia y cariño, de marginalidad y gran literatura, de subversión y reconocimiento. Pocos escritores logran esa conexión viva, fuerte y sincera con los lectores, y eso habla muy bien de su capacidad para interpretar a un sector muy amplio de la sociedad chilena.
No fue un poeta, como lo calificó Roberto Bolaño, uno de los autores que más contribuyó al reconocimiento de Lemebel más allá de nuestras fronteras (y, de rebote, acá también). Publicó una sola novela, aunque Tengo miedo torero es más débil que sus colecciones de crónicas. En este género, Lemebel desplegó de manera deslumbrante un talento único, tanto en la sintaxis ondulante y el léxico innovador y creativo como en su capacidad de mirar las costuras, las inconsistencias y los dobleces de la sociedad chilena. Se ha insistido mucho, y con razón, en su triple marginalidad: cola, comunista y pobre. Él mismo la enarboló como seña de identidad y a partir de ella construyó una figura que el canon no ha sido capaz de absorber plenamente, aunque la academia le dedique sucesivas tesis, artículos y libros. Lemebel es una figura literaria, sin duda, pero igualmente política y social, que ayudó a empujar las fronteras de lo que se puede decir en el espacio público de un país donde, como escribió otro cronista, no hay escándalos, sino malos ratos. Lemebel sí fue escandaloso, la loca que se instala en el centro del escenario y que pone a prueba los prejuicios de izquierdas y derechas, de moros y cristianos, y que se ríe de las risas nerviosas de quienes prefieren no ver jamás todo el arco de la realidad.
Murió joven. Tanto escapar del sida y me agarró el cáncer, dijo. Y dejó esta herencia de ruptura y pasión, de su impresionante arraigo popular, de sus colecciones de crónicas que seguirán siendo materia de tesis, pero sobre todo materia de lectura para todos los que quieran saber más sobre nuestra identidad, nuestras oscuridades, nuestros prejuicios.
«El fallecimiento de “Adiós, mariquita linda” (2004) debe ser una fiesta por la perspectiva de vida que nos presentó, su lúdica y ácida palabra, un marginal que lidió con su doble condición de género en el Arte y que no se alió a la hipocresía, pero que nos entregó su escritura, su lenguaje de marica fresca, intensa y llena de musicalidad, aceptada por miles de personas que ven en él, esa calidad y ternura, una muestra de humanidad ausente en otras personas.»
http://nudica.blogspot.com/2015/01/opinion-el-triunfo-de-marginalidad.html