Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 10 de enero de 2015
La segunda novela del escritor iquiqueño Diego Zúñiga (1987), Racimo es una interesante propuesta que se despliega en varios ámbitos: la novela policial, el costumbrismo y el relato de la búsqueda personal de sentido. Aunque la enunciación suene extraña, el personaje protagónico, un fotógrafo conocido como Torres Leiva, se encuentra casi por azar en la provincia -de ahí las bien logradas imágenes de la vida tal como transcurre lejos de la capital de Chile- y con el caso de las adolescentes asesinadas en Alto Hospicio en la década de 1990; y está allí, en parte, por la fractura que atraviesa su vida, la prematura muerte de su hija y la subsiguiente ruptura matrimonial. De ahí que Torres Leiva mire con alguna distancia el drama que creció en el desangelado pueblo levantado de la nada en la planicie pampina, y que su ojo de fotógrafo reaccione a veces tarde y mal ante la historia con la que tropieza; su peripecia personal -la búsqueda de pareja, la relación lejana con su otro hijo, el imperativo de capturar imágenes que se sostengan como hitos en su vida- se imbrica casi tangencialmente con las adolescentes desaparecidas.
En esta última veta -sobre todo ante escenas como el secuestro que sufre Torres Leiva- es imposible no recordar uno de los motivos centrales de 2666, de Roberto Bolaño, por esa sensación de ubicua e indefinible amenaza que parece cernirse sobre quienes se acercan demasiado a una historia de violencia sobre mujeres jóvenes. El relato se desarrolla mediante un estilo contenido, distanciado, incluso asordinado, donde nada parece relucir ni conmover demasiado, donde hasta el dolor de la abuela de Ximena, la niña en coma cuyo eventual testimonio puede resolverlo todo, llega al lector como si lo viera a través de una espesa cortina. Zúñiga demuestra su talento al mantener ese tono que solo ocasionalmente vibra y se acelera, y que calza muy bien con una trama que se desarrolla a través de saltos y discontinuidades, pero esa estructura quebrada puede ser también desconcertante en la medida en que parece no encontrar cabalmente su cauce. Esas líneas que se intersectan atrapan muy bien el vacío existencial de Torres Leiva y la solapada presencia del azar en la constitución de tantas historias, pero eluden, de alguna manera, aquello que parece ser el núcleo narrativo de Racimo, especialmente en el tramo final de la novela.
Diego Zúñiga. Penguin Random House,Santiago, 2014. 242 páginas.