Reseña publicada en la revista «El Sábado», 11 de diciembre de 2010
Esta novela perfectamente podría haber tenido un título que orientara -o indujera- una lectura más acorde con el desarrollo y sobre todo con el desenlace; pero sería de mal gusto proponer opciones acá, puesto que el autor no lo quiso así. De lo que va, en todo caso, es de actos criminales, de culpables, de víctimas, de policías y de rehabilitación. Irvine Welsh, el escocés que saltó a la fama con Trainspotting, explora acá un submundo inquietante y siniestro como pocos, el de la pedofilia, en Escocia, pero mayormente en el sur de Estados Unidos. Pues esta novela transcurre sobre todo en la península de Florida, adonde llega de vacaciones el policía de Edimburgo Ray Lennox, un hombre muy dañado como consecuencia de su lucha -a veces infructuosa, a veces tardía- contra criminales que se ensañan con jóvenes. Viaja con su novia, Trudy, una mujer resplandeciente que sueña con su matrimonio y roza con pinzas la superficie de la cólera y la depresión acumuladas por Ray. Y mientras ella revisa listas de invitados y hojea revistas de novias, el policía traga antidepresivos y bebe hasta un punto en que lo único que quiere en la vida es el estímulo que lo levante del pozo: unas líneas de cocaína. Así, en un bar de la ciudad soleada y calurosa, Ray conoce a dos mujeres, se van a la casa de una de ellas y todo comienza a rodar en el peor de los sentidos: sin saber cómo, Ray se encuentra a cargo de una niña de diez años que sufre de la peor de las amenazas.Lo más interesante de la novela no está en la trama policial, bastante floja y hasta previsible. Tampoco está en la indagación sobre los victimarios; uno de ellos le dice a Ray, en Escocia, que lo hace simplemente «porque puede» (quizá la explicación más sencilla de la psicopatía, la ausencia total de límites y controles); y otro, en Estados Unidos, «porque le gusta».En realidad, el autor juega sus cartas por las víctimas y por la caída de las máscaras que sirven para ocultar y sublimar dolores y traumas. En la indestructible relación entre el duro policía (un cazador, otro tipo de depredador, que debe indagar muy hondo dentro de sí mismo para descubrir sus verdaderas motivaciones) y la niña (una pre púber que, sin embargo, es capaz de actitudes que revelan vivencias tan amargas como indecibles) y en los caminos oblicuos que han escogido para sobrevivir, Welsh pone lo más interesante y perturbador de la novela; y su exploración a ratos abruma tanto por la crudeza de las experiencias como por la sensación de que tanto el autor como los lectores somos testigos aterrados de lo que ocurre en el fondo de la conciencia de una víctima. Tiempo ha pasado desde su debut literario, y se nota la madurez.
Irvine Welsh. Anagrama, Barcelona, 2010. 440 páginas.