Notas de un ventrilocuo

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 2 de noviembre de 2013

portada-notas-un-ventrilocuo_grandeLa más reciente obra de Germán Marín asume la forma de un dietario, tal como el narrador lo describe: párrafos registrados en libretas, de manera manuscrita y totalmente sujetos al arbitrio del azar, tanto desde lo que registra (recuerdos, encuentros, reflexiones) como del momento escogido para llenar hojas en tales libretas. De ese registro surge, en parte, la autobiografía de un ventrílocuo, oficio en clara retirada, que detalla su más bien sórdido paso por centros del espectáculo, cumpleaños infantiles y teatros de provincia, puntuado por la relación que establece con sus muñecos y el modo en que crea los diálogos con sus personajes. En otro nivel, aparece un retrato más amplio y diverso de una ciudad a lo largo de décadas, de sus cambios, de sus variaciones en la sociabilidad, del modo en que ha ido cambiando la manera de entretenerse (y de entretener a los niños), con un cuidadoso registro de nombres, de lugares, de circuitos y de personajes que alguna vez animaron la noche urbana. Prostíbulos famosos y la tienda de sombreros Donde Golpea el Monito, El Burlesque, el Tap Room, Manolo González y Cantinflas, abren luego el espacio al Regine y el Santiago de los tiempos de la dictadura, donde el oficio del cómico implica ya el riesgo cierto de ofender a alguien sin saber por qué.

Pero, más importante aún, surge una conciencia vigilante, irónica y distanciada que retrata con humor y sorna al protagonista y, de refilón, a la sociedad en que éste vive (que es la de Marín y la de todos los chilenos), con alguna deriva anecdótica hacia las andanzas y dichos de poetas y escritores, pero esto último muy a la pasada y de acuerdo con rituales urbanos perdidos, como, por ejemplo, las escalas nocturnas en El Bosco, donde Enrique Lihn podía contar una anécdota improbable sobre un cura y un feligrés que viene a anunciarle la muerte de Dios. “Nací dulce y morí amargo, dejaré escrito con espray arriba de mi cama”, dice el ventrílocuo, que se despacha también –escondidos entre los párrafos que nunca pierden el ritmo gracias a un particular uso de la coma, tan propio de la escritura de Marín– aforismos como “en todo derechista, por pobre que sea, yace un propietario, como es el caso del portero que atiende la puerta de entrada al Tap Room”. O este otro: “El espejo es la peor reflexión que se puede tener de sí mismo, pues junto con el ardor de la conciencia están los ojos que saben mirar nuestro proceder”.

Germán Marín. Alfaguara, Santiago, 2013. 145 páginas.

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