Monterroso escribió que más tarde o más temprano un escritor latinoamericano enfrentaba tres posibles destinos: «destierro, encierro o entierro». Él llegó a Chile en 1954, exiliado. Años más tarde escribió el texto «Llorar orillas del río Mapocho», donde cuenta lo siguiente sobre el tiempo inmediatamente posterior a su llegada:
Al darse cuenta de mi pobreza extrema, cuanta persona me invitaba a cenar para hacerme ver las posibilidades de desempeñar algún oficio, cualquier oficio; el de escritor quedaba descartado no solo por improductivo, sino porque a mí me horrorizaba (y me sigue horrorizando) la idea de escribir para ganar dinero.
El mejor consejo me lo dio José Santos González Vera, con la aprobación de Manuel Rojas y el posterior apoyo sonriente de Neruda:
-Mire -me dijo un día, quizá el siguiente de mi llegada-; yo nunca doy consejos, pero por ser usted le voy a dar uno. Si para ganarse la vida tiene ahora que vender algo, no se vaya a dedicar a vender cosas pequeñas, como escobas o planchas. Eso da mucho trabajo, deja poco dinero, y en general la gente ya tiene una escoba o una plancha. Venda acorazados. Con uno que venda tiene resuelto el problema suyo y de su esposa para toda la vida.
Augusto Monterroso. La palabra mágica. Era, México, 2003. Páginas 16-17.