Hombre lento

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 25 de febrero de 2006

En esta última novela de J.M. Coetzee, ambientada en Australia, la trama es aparentemente banal: Paul Rayment, de 60 años, fotógrafo retirado y solitario, es atropellado cuando va en bicicleta a hacer sus compras. El accidente es tan grave que le amputan una pierna por sobre la rodilla. No acepta la posibilidad de una prótesis y se encierra en su casa, asistido por Marijana, una enfermera inmigrante croata que habla poco inglés. En las primeras semanas, en el hospital y luego en su casa, Rayment revisa su vida, hasta entonces ordenada y banal; separado, sin hijos, jubilado, buena salud, una larga expectativa de vida, ¿y qué más? Sin su pierna, sin su autonomía, ese orden ha sido profundamente trastocado y el fotógrafo enfrenta, sin dramatismo, los significados que la muerte asume para él. Irrumpe Marijana, una mujer regordeta, casada, respetuosa y eficiente, que comienza a devolverle el interés por la vida y más aún: contra todas sus expectativas, Rayment se enamora de Marijana y sueña con recomenzar todo de nuevo, sueña con un hijo, quiere cumplir el papel que cree que tiene todo hombre sobre la Tierra: dar continuidad a la especie, prolongar la vida.

Entonces aparece Elizabeth Costello, escritora y personaje recurrente en las últimas obras de Coetzee. Una anciana mucho mayor que Rayment, que irrumpe en su departamento y cuestiona sus sentimientos, sus decisiones y sus percepciones. A partir de entonces, la novela despliega su singularidad y se rompe lo que era un relato convencional. Costello aparece ­hasta de manera burlonamente explícita con una referencia a Pepe Grillo­ como la clásica imagen de la conciencia, en un juego de múltiples niveles: es la autora que se mete en la vida de su personaje y que va construyendo la trama de acuerdo con las reacciones de éste; es la anciana enferma del corazón que recuerda a Rayment, de manera implacable, los estragos de la vejez y, en su caso, de la amputación de la pierna; y es también la expresión del autor y de su manera de construir relatos que, al poner en cuestión los sentimientos y pensamientos de los personajes, cuestionan también al lector. Ese juego ­que a ratos cae en un exceso de repeticiones­ amplifica y da resonancia universal a las lúcidas reflexiones en torno a la muerte, al amor y al deseo que cruzan el destino y las decisiones de Paul Rayment, que pasan, sobre todo, por aceptar lo que se es.

J. M. Coetzee. Mondadori, Barcelona, 2005. 261 páginas. Traducción de Javier Calvo.

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