Ojos que no ven, corazón desierto

Iris García, acapulqueña, 1977, tiene una breve carrera literaria; publica poco, pero en variados géneros (teatro, cuento, novela). Me encontré con este libro por recomendación de Yuri Herrera. Lo encargué a México para luego descubrir que, oh sorpresa, está disponible (al menos vi un ejemplar) en la librería Gonzalo Rojas del Fondo de Cultura Económica.

Se trata de diez cuentos organizados como un díptico, cinco y cinco, dos caras de la medalla, dos maneras de mirar o, mejor dicho, dos puntos de partida diferentes: de un lado, en los primeros, la violencia desde los que la ejercen; del otro, las vidas anónimas de quienes la sufren, ya sea de manera directa o por la simple carencia de oportunidades, por la miseria o la discriminación.

La primera parte -«Ojos que no ven»- apela al lenguaje preciso del género policial, pero renueva la habitual sintaxis entrecortada mediante párrafos bien tramados y el uso de distintas personas gramaticales. Así se adentra con precisión en los meandros de la corrupción, el matonaje, el asesinato, la venganza y compone relatos de singular eficacia, mordientes y duros, algunos tocados por un cinismo que nunca suena impostado; es como si el narrador realmente fuera un amoral que asiste al espectáculo de la fuerza desencadenada y se hiciera, de algún modo, cómplice de quienes cabalgan sobre el cuerpo del otro y trabajan para su propio beneficio (aunque, claro, nadie sabe para quién trabaja, como queda muy claro en «Río revuelto»). El más desolador de este primer grupo de relatos es «Gatos pardos», una muestra feroz de cómo la lealtad mal entendida, el machismo, el alcohol y la desidia pueden hasta pisarse la cola en el empeño de mantener el estado de las cosas.

El segundo grupo de relatos, reunidos bajo el título de «Corazón que no siente», es más diverso y no solo se sitúa en el lado de las víctimas -por ejemplo, en «Sueños de arena», un relato terrible sobre el destino de una joven cuyo cuerpo es explotado hasta las últimas consecuencias, primero como objeto sexual y luego como receptáculo del tráfico de drogas-, sino también en una amarga mirada sobre las relaciones de pareja y la dificultad para mantenerlas vivas especialmente en un contexto de miseria y ausencia de horizontes. «Está triste. La tristeza que oprime los pulmones y abre un hueco en la boca del estómago. Da grandes bocanadas. Quisiera echarse en el suelo como un perro, y quedarse dormida para siempre. Ahora no es posible. Aún debe lavar platos de la cena». Si los primeros son mordientes y casi cínicos, los segundos actúan como un revulsivo que devuelve de golpe al asco y al espanto.

Y destacan, en todo el volumen, el cuidado por la escritura, el juego del estilo, la habilidad para combinar voces y efectos, la precisión en los finales (sean abiertos o cerrados; Iris García maneja tan bien los tiempos que nunca es precedible aunque el desenlace pueda parecer el inevitable. O no: a veces es pura sorpresa). Un gusto leerla, aunque la materia que nutre sus relatos no sea precisamente agradable.

Iris García. Fondo Editorial Tierra Adentro – Conaculta, México D.F., 2009. 96 páginas.

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